domingo, 26 de febrero de 2023

Prejuicios, racismo, bulling.

 En esta nota, estimados amigos, quisiera redondear algunos temas que he tratado en notas anteriores, pero un poco tangencialmente. Dado que considero que es un tema importante quiero dedicarle toda mi atención.

Para ello, comenzaré tan lejos como en el Paleolítico. En aquellos tiempos la lucha del ser humano por la supervivencia fue una lucha muy dura, tanto con el medio natural como con sus competidores de otras especies animales, incluida la humana (imaginemos, por ejemplo, lo que habrá sido competir con un tigre diente de sable). Piensen ustedes que sólo una minoría de seres humanos llegaría a los 40 años de vida y los que lo lograban, seguramente tendrían una vejez difícil, aquejados de dolores de artritis, reumatismo y amenazados de muerte con cada hueso roto o muela infectada.

Tigre diente de sable.

Es claro que, en esas difíciles condiciones, sobrevivir solo, era una proeza inalcanzable. La supervivencia de la humanidad durante el Paleolítico se logró en gran medida por medio de la vida comunitaria, de ahí que aparecieran los clanes, célula básica que conformaba el tejido social de la época y antecesores directos de la familia de hoy. Y, así como viéramos, en la nota del 4 de octubre de 2021, la aparición de los cangrejos Heike, que nos relatara el Dr. Carl Sagan, por medio de la selección artificial producida por el humano, así también la selección natural seleccionó a los individuos con una inclinación a integrar grupos de humanos. Por eso hoy decimos que el hombre es un ser gregario.

Ahora bien, ese gran realizador que fue Stanley Kubrick en su película 2001 Odisea del Espacio, nos da una pista de lo que queremos plantear aquí cuando muestra un grupo de homínidos en una ribera de un rio y otro grupo en la otra. ¿Qué están haciendo? Pues, se están arrojando piedras y emitiendo gritos y aullidos para amedrentar a “los de enfrente”.

Y, desde luego, esto tiene su lógica. “Los de enfrente” competían con los de este lado por los mismos recursos, que no eran abundantes, de modo que significaban un rival al que hay que “sacar del juego”. Y, de hecho, si algún homínido cometía el error de vagar solo por el territorio, se lo mataba y, probablemente, se lo comía. Dicho sea de paso, tal sucede en la sociedad chimpancé hoy en día y téngase en cuenta que los chimpancés son nuestros parientes más cercanos, con un ADN que difiere en menos de un 2% del nuestro.

Así pues, el medio ambiente en debió moverse el hombre primitivo y los otros actores participantes de la obra modelaron un perfil de homo que la selección natural se encargó de producir.

Y esto es importante porque explica el porqué de los atributos mencionados en el título de esta nota. Veamos:

1.- El racismo. Está claro que mis amigos, incluso mis parientes, se encuentran en mi clan. Los otros clanes son competidores por los recursos que yo necesito para vivir y que no son fáciles de conseguir dada la competencia con otros animales, además de los humanos. De modo que los otros clanes representan enemigos a los que no hay que amar, sino matar.

El racismo de la actualidad representa un resabio de dicha realidad. Y nótese que no ha habido sociedad, a lo largo de la historia que se haya visto libre de manifestaciones racistas. Hemos hablado, en este foro, del pueblo alemán que, habiendo alcanzado altísimas cotas de cultura, a fines del siglo XIX, cayó en el nazismo que no es otra cosa que una clara ideología racista. Y este es solo UN ejemplo, no EL ejemplo.

En otras palabras, el racismo es una inclinación en la naturaleza humana que podrá ser neutralizada por medio de la voluntad, pero que, por el momento, no va a desaparecer.

¿Que por qué digo “por el momento”? Porque la ingeniería genética puede llegar a modificar, en un futuro, lo que la selección natural fabricó en el pasado.

2.- El prejuicio. El prejuicio es algo que va unido al racismo, es la opinión  previa,  por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal.

Y, desde luego, nace de lo mismo que el racismo, es decir: Todo lo que no es mi clan tiene mal aspecto, mal olor. Los “otros” no pueden ser buenos; los buenos, los mejores, somos nosotros.

Eso explica, queridos amigos por qué, en una época de fuerte globalización, florecen los nacionalismos a ultranza. Así, en España, por ejemplo, los catalanes no desean integrarse sino mantener su individualidad. Porque se sienten mejores, se sienten el verdadero sostén de España. España los necesita a ellos, no al revés.

El prejuicio es una forma moderada del racismo.

3.- El bulling. Aparentemente, estimados, el bulling no tendría por qué estar en la misma bolsa que el racismo y el prejuicio, sin embargo, nace de lo mismo. Ante la dificultad de conseguir los recursos vitales para la sobrevivencia, el clan no se podía permitir la pérdida de tiempo, esfuerzo y alimentos en individuos débiles que no aportaran nada al grupo. De modo que el bulling nace como una manera de detectar a los débiles e, inclusive, eliminarlos. Es por eso que tampoco hay sociedad que se haya librado de él. Es una inclinación impresa en nuestro ser por la selección natural.

Al respecto, viene a cuento la historia de los espartanos y el monte Taigeto. Veamos:

Gran parte de lo que conocemos sobre la vida y la educación en Esparta, nos ha llegado de la mano del historiador, filósofo y biógrafo, Plutarco. Este autor griego, gran viajero, que obtuvo la ciudadanía romana, vivió entre los siglos I y II de nuestra era. En su obra «Vidas Paralelas», en el tomo I, encontramos un capítulo dedicado a la Vida de Licurgo y en él una descripción de las costumbres de Esparta. Dice Plutarco: «Nacido un hijo, no era dueño el padre de criarle, sino que, tomándole en los brazos, le llevaba a un sitio llamado Lesca, donde sentados los más ancianos de la tribu, reconocían el niño, y si era bien formado y robusto, disponían que se le criase repartiéndole una de las nueve mil suertes; mas, si le hallaban degenerado y monstruoso, mandaban llevarle a las apotetas o expositorios, lugar profundo junto al Taigeto;»

Plutarco

La eugenesia espartana estaba destinada a conseguir ciudadanos fuertes y sanos y que no supusieran una rémora y un desgaste inútil a la ciudad. Los ancianos lo examinaban y si no lo encontraban suficientemente robusto y sano lo arrojaban desde la cima del monte Taigeto o lo dejaban expuesto ahí durante varios días. Si el niño o niña superaba la prueba era devuelto a su familia para ser criado.

Realmente, no hay evidencias físicas que confirmen esta historia, sin embargo, se la piensa cierta, ya que en Roma y en otras sociedades antiguas también era habitual dejar morir a los bebés que se consideraba que no eran suficientemente aptos para la dura vida que les esperaba.

En definitiva, queridos amigos, lo que quiero remarcar aquí es que estos atributos de la conducta humana no son meras “ocurrencias” de algunos, sino inclinaciones que todos tenemos que no nos obligan a actuar según ellas, pero nos inclinan a hacerlo.

Bueno, y antes de despedirme:

  Ya sobre el final, les traigo, como es habitual, esta noticia: La dirección electrónica desde donde podrán bajar el nuevo número del Boletín de Novedades en la Ciencia y en la Tecnología, el 157.

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domingo, 19 de febrero de 2023

El padre de la patria

 Una de las acepciones de la palabra padre, estimados amigos, es: Autor, creador o fundador de algo. Por ejemplo, Cervantes es el padre de la novela moderna.

 Bien, es en ese sentido que “el padre de la Patria” debe ser alguien que ha cumplido el rol de fundador de la misma. En Argentina, se atribuye ese rótulo al General Don José de San Martín. Y, a mi modo de ver, ello no resulta del todo correcto. Digo esto sin la menor intención de menoscabar la gloria que, merecidamente, le cabe al gran Libertador. El luchó por la Patria, pero, no la fundó.

¿Y a quién, entonces, deberíamos atribuir la tal distinción?

 Pues, sin ninguna duda, a Juan Bautista Alberdi.

 ¿Por qué Alberdi, Martín?

 Bueno, más allá de que lo veremos con más detalle, vaya una frase que lo pinta de cuerpo entero al creador de nuestra Constitución: …pero no olvidéis que la Constitución y las leyes constituyen el método más poderoso de pacificación y de orden. 
 
Veamos un par de frases más que nos pinten el pensar de nuestro hombre:

 * Hay que combatir el hambre y la ignorancia, porque el hambre se vende y la ignorancia se equivoca.

 * Todas las teorías que pretenden explicar la producción de la riqueza y la supresión de la pobreza por otros medios que el trabajo y el ahorro, en vez de la ociosidad y el dispendio, son teorías falsas, de engaño y de ruina que, lejos de servir para remediar las crisis, solo sirven para producirlas y agravarlas.

Pero, conozcamos más de cerca a Alberdi:

Juan Bautista Alberdi

 Juan Bautista Alberdi nació en el año 1810 en San Miguel de Tucumán, Argentina. Sus orígenes eran españoles, su padre, Salvador Alberdi, era un comerciante procedente de Guipúzcoa, en el País Vasco. Salvador tenía una pulpería que marchaba muy bien. Acotemos, también, que, en el conflicto entre Argentina e Inglaterra, fue uno de los encargados de defender la capital.

Su madre, Josefa Aráoz, era de origen criollo, miembro de una de las familias de mayor relevancia de la ciudad de Tucumán. Lamentablemente, Josefa falleció al dar a luz a Juan Bautista Alberdi, por lo que creció huérfano de madre. La familia de Alberdi tomó parte activa durante la Revolución de Mayo de 1810, acontecimiento político que alumbró la futura independencia de Argentina, hasta entonces dependiente de España.

El padre de Juan Bautista Alberdi falleció cuando este contaba con tan solo 11 años de edad. Huérfano ya de padre y madre, Juan quedó bajo la tutela del resto de sus hermanos. Se trasladó, entonces, a la ciudad de Buenos Aires para continuar su educación. Gracias a una subvención del gobierno, se pudo inscribir en el Colegio de Ciencias Morales.

Posteriormente, Juan Bautista Alberdi se matriculó, primero en la Universidad de Buenos Aires, después en la Universidad de Córdoba y finalmente en la de Montevideo (Uruguay), para estudiar jurisprudencia, disciplina en la que más adelante alcanzaría el grado de doctor, en Chile.

Paralelamente a su formación académica incursionó en el terreno musical y llegó a dominar diferentes instrumentos, como el piano, la flauta o la guitarra. De hecho, la primera obra que Juan Bautista Alberdi escribió trataba no de leyes, sino de música. La tituló El espíritu de la música.

De regreso a San Miguel de Tucumán, trabajó junto a Alejandro Heredia, gobernador de la región, preparando una obra a la que tituló Memoria descriptiva de Tucumán.

Tras la estancia en Tucumán, Juan Bautista Alberdi decidió regresar a la capital argentina. Era el año 1835. Una vez allí, Alberdi se sumó al Salón Literario, fundado por el escritor Marcos Sastre. Allí se llevaban a cabo reuniones donde los autores de la llamada Generación del 37 podían charlar y poner en común sus diferentes puntos de vista sobre diferentes temas.

La tal Generación promovía ideas democráticas y liberales. El grupo abogaba por una solución intermedia que satisficiera a aquellos que abogaban por la construcción de una nación unitaria pero también a los que preferían un modelo federalista. Alberdi estudió en profundidad la situación política para preparar su tesis doctoral.

Esta investigación le llevó a la elaboración de su obra, Fragmento preliminar al estudio del derecho. En ella exploraba diferentes vías para tratar de solventar los problemas en los que Argentina se encontraba sumida en estos convulsos años. Con ella sentó las bases del historicismo jurídico de este país.

Era el año 1837, un año prolífico en el que también emprendió el nuevo proyecto de creación de un diario, al que bautizó como La Moda, donde precisamente trataba sobre ese tema, especialmente hablando de las corrientes más importantes que había en el continente europeo en aquellos años. También trataba sobre otras artes, como la literatura o la música. El propio Juan Bautista Alberdi utilizaba el pseudónimo de Figarillo para escribir en esta publicación.

Sin embargo, La Moda tuvo una vida corta. Tan solo veintitrés números después, la publicación se discontinuó.

Durante estos años, la provincia de Buenos Aires estaba gobernada por Juan Manuel de Rosas, del cual Juan Bautista Alberdi era un firme opositor. Esto dio motivo a que se iniciara una persecución política tanto hacia él como hacia los miembros del Salón Literario, que tuvo que ser disuelto. Sin embargo, se creó, en secreto, una nueva asociación, llamada La joven Argentina, cuyo dirigente era el propio Alberdi. Pero, la situación era peligrosa y muchos de sus miembros decidieron salir de Argentina. En el caso de Juan Bautista Alberdi, su destino fue Montevideo, la capital de Uruguay. Fue un hecho dramático ya que, por esta época, él ya contaba con pareja y un hijo de corta edad y tuvo que separarse de ellos. ¡El futuro padre de la patria no llegó a ejercer como padre biológico!

En Uruguay profundizó sus ideas que recibieron gran aceptación. También tuvo la oportunidad de trabajar, tanto como abogado, dada su formación, como de periodista, oficio en el que también contaba con experiencia previa. Fue la época además en la que publicó dos obras de teatro diferentes. La primera se tituló La Revolución de Mayo, mientras que la segunda llevó el nombre de El gigante Amapolas.

También residió durante un tiempo en Chile, donde se convirtió en un abogado de renombre y donde, además, logró completar su tesis doctoral para doctorarse en esta disciplina. La tesis se tituló se llamó "Sobre la conveniencia y objetos de un congreso general americano". En dicha obra ya avanzaba la idea de la creación de un órgano supranacional que pusiera en común los intereses de las regiones hispanoamericanas.

Pasó un tiempo también en Europa, concretamente en París, estudiando la obra de Montesquieu, que era el germen para la creación de las constituciones de los florecientes países del continente americano. Estudió en concreto el modelo de la constitución de los EEUU, estudiando ideas para una futura constitución para Argentina.

En 1852 tuvo lugar la Batalla de Caseros, donde el Ejército Grande, compuesto por diferentes provincias argentinas, países colindantes y exiliados, acabaron con las fuerzas de la Confederación Argentina, movimiento al que pertenecía el gobernador Rosas. Esto supuso el regreso de aquellas personas que habían tenido que huir de la región previamente, como era el caso de Juan Bautista Alberdi.

El estudio de otras cartas magnas le valió a Alberdi la capacidad para enfrentarse a la tarea más importante de su vida: preparar el terreno para la nueva constitución que tendría que tener una Argentina independiente. Publicó una primera aproximación a esta cuestión, llamada Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina.

Al año siguiente publicaría un nuevo tratado como extensión del anterior, titulado "Elementos de derecho público provincial argentino". Una de las claves que Juan Bautista Alberdi estableció como base para estos documentos fue el corte liberal que se apreciaba tanto en las cuestiones económicas como en las políticas.

Otra obra que escribió en esta línea fue la de Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina. Finalmente, en el año 1853 se reunieron las autoridades pertinentes en Santa Fe y sancionaron la nueva Constitución, utilizando los documentos que Juan Bautista Alberdi había preparado a tal efecto, por lo que se le puede considerar como el padre de la constitución argentina.

Tras estos acontecimientos, Juan Bautista Alberdi fue elegido como miembro del cuerpo diplomático, para el cual se trasladó a Europa, con el objetivo de conseguir el reconocimiento internacional de Argentina como país soberano, antes de que lo consiguieran los partidarios de la creación del Estado de Buenos Aires, que pretendía la independencia de esa región.

Juan Bautista Alberdi logró este propósito y la República Argentina se convirtió en una realidad. En 1878, volvió a su tierra natal, Tucumán, donde fue elegido como diputado. Este cargo le duró dos años, al serle retirado por un conflicto entre dos sectores que pugnaban por el establecimiento de la capital, que finalmente cayó del lado de Buenos Aires. Los diputados que no apoyaron este movimiento, fueron cesados del cargo.

En el año 1880, Juan Bautista Alberdi fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Buenos Aires, concretamente desde la facultad de Derecho. Para entonces su salud ya era muy frágil, por lo que no pudo participar en los discursos. Uno de los alumnos leyó su texto por él. Se titulaba, La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual.

Un último conflicto con el presidente Bartolomé Mitre, que se opuso a la edición de sus obras completas, provocó que Juan Bautista Alberdi emigrase a París, en Francia, donde falleció en el año 1884.



Como pueden ver, queridos amigos, Alberdi fue una figura excluyente en la formación de la República Argentina y nos dejó una especie de tutorial acerca de cómo construir un país y nos advirtió, como vimos en la frase del comienzo, sobre cuál es la mejor manera de comportarse para vivir en paz y en orden.

Por supuesto que, haga uno lo que haga, siempre se recogerán elogios y críticas y Alberdi tiene sus detractores. Sin embargo, creo yo que, puestas sus acciones en la balanza, pesa mucho más lo positivo que lo negativo. Es más, a mi modo de ver, es el verdadero Padre de la Patria.


Y, para ampliar el tema, les dejo a continuación un link a un archivo sobre Alberdi, escrito por el distinguido constitucionalista mendocino Dardo Pérez Guilhou:

https://www.dropbox.com/s/oyqwnd1ffm97405/Alberdi.pdf?dl=0

                                         ¡¡¡NUEVO NÚMERO!!!

Y ya sobre el final, les traigo, como es habitual, esta noticia: La dirección electrónica desde donde podrán bajar el nuevo número del Boletín de Novedades en la Ciencia y en la Tecnología, el 157.

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domingo, 12 de febrero de 2023

La química del amor en el cerebro

 

  Hoy les traigo, estimados amigos, una interesante y risueña nota de Lauren Slater que, como reza el título de esta nota, versa sobre la química del amor. La misma fue publicada en la prestigiosa National Geographic y resulta simpática e interesante de leer.

  ¡Que la disfruten!



  Los científicos están descubriendo que el cóctel de sustancias químicas cerebrales que encienden la pasión es completamente distinto del que favorece las relaciones duraderas. ¿Qué es, entonces, lo que llaman amor?

La oxitocina es una hormona que favorece los sentimientos de conexión y apego. La producimos cuando abrazamos a nuestra pareja de muchos años, o a nuestros hijos.

Mi marido y yo nos casamos a las ocho de la mañana. Era invierno, helaba, los árboles estaban cubiertos de escarcha y unos pocos cuervos hacían equilibrios sobre los cables de teléfono. Teníamos treinta y pocos años y nos considerábamos modernos y escépticos, el tipo de gente que ironiza sobre la institución del matrimonio, aunque la busque. Durante el bruch que ofrecimos a los invitados, pusimos un buzón de sugerencias y pedimos que nos dieran consejos para evitar el divorcio; nos parecía una idea divertida, pero casi todas las sugerencias fueron tonterías. Cuando los invitados se fueron, la casa se quedó en silencio. Había flores por todas partes: rosas rojas y helechos. "¿Qué podemos hacer que sea realmente romántico?", pregunté a mi marido. Benjamin sugirió que tomásemos un baño. Yo no quería bañarme. Un almuerzo de salmón y vino blanco. Yo estaba harta de salmón.

La boda había terminado, el silencio parecía sofocante y yo sentía la familiar decepción que se experimenta cuando un acontecimiento largamente anhelado llega y se va. ¿Qué podemos hacer que sea realmente romántico? Estábamos casados. Hip, hip, hurra. Decidí dar un paseo. Me fui al centro, pegué la nariz contra el escaparate de una panadería y observé a un hombre con las manos enharinadas, aplastando y estirando la masa hasta darle forma de estrellas. Entré a curiosear en una tienda de antigüedades. Al final, llegué al salón de tatuajes. No soy el tipo de persona que se hace tatuajes, pero por alguna razón, aquel frío y silencioso domingo decidí entrar. «¿La atienden?», me dijo una mujer.

«¿Hay algún tatuaje que no sea permanente?», pregunté.

«Los de henna», me respondió.

Me explicó que duraban seis semanas, que se usaban en la India para las bodas y que eran sobrios, hermosos y de color marrón. Me mostró fotografías de mujeres indias con joyas en la nariz y los brazos cubiertos de sinuosos trazos de henna. Aquellos tatuajes hablaban de la intrincada red tendida entre dos personas, de los lazos que las unen y de la dificultad para encontrar los puntos donde las cosas empiezan y terminan. Como acababa de casarme y estaba siendo víctima de la desazón posmatrimonial, y anhelaba algo realmente romántico que me impulsara a través de la noche, decidí hacerme uno.

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La ciencia arroja luz sobre los lugares del cerebro que se activan en las relaciones amorosas y los componentes químicos que participan. 

«¿Dónde?», me preguntó ella.

«Aquí», contesté, señalándome con las manos el pecho y el vientre.

Ella arqueó las cejas y dijo: «Muy bien».

Soy muy pudorosa, pero me quité la blusa y me tumbé en la camilla, mientras la oía mezclar polvos y pigmentos en la trastienda. Cuando volvió, llevaba un pequeño pote negro en cuyo interior había una pasta roja y espesa, ligeramente brillante. Me adornó. Me dio enredaderas y flores. Convirtió mi cuerpo en soporte de toda una serie de nuevos jardines en crecimiento, y después, alrededor de mis caderas, pintó los delicados eslabones de un cinturón de castidad. Al cabo de una hora, seca ya la pintura, volví a vestirme y me fui a casa en busca de mi flamante marido. Sabía que ése iba a ser mi regalo para él, el tipo de regalo que sólo se ofrece una vez en la vida. Dejé que me desvistiera.

«¡Oh!», exclamó él, alejándose para mirarme.

Me sonrojé, y empezamos.

Ahora ya no estamos empezando, mi marido y yo. No me sorprende. Incluso entonces, cuando llevaba la ornamentación del deseo, sabía que los sinuosos trazos se borrarían y los pigmentos se harían cada vez más tenues hasta desaparecer. Eso no me preocupaba el día de mi boda.

Ahora sí. Ocho años después, pálida como una funda de almohada, estoy aquí, con todo el equipaje y los kilos de más que trae el tiempo. Y las preguntas se han vuelto más insistentes. ¿Disminuye necesariamente la pasión con el paso de los años? ¿Hasta qué punto podemos confiar en el amor romántico para elegir a nuestra pareja? ¿Puede ser bueno un matrimonio en el que el amor erótico ha sido sustituido por la amistad, o incluso por una sociedad financiera entre dos personas, unidas por sus cuentas bancarias?

No me malinterpreten. Aún amo a mi marido. Lo deseo más que a ningún otro hombre. Pero es difícil mantener el romanticismo en la rutina en que se ha convertido nuestra vida. Los lazos que nos unen se han ido deshilachando a causa de la hipoteca y los niños, esos diablillos que se las arreglan para fortalecer el vínculo, debilitando al mismo tiempo las fibras que lo componen. Benjamin y yo ya no tenemos tiempo para salmón y vino blanco y, en nuestra casa, los baños siempre incluyen el patito de goma.

Puede que suene triste, pero no lo es. Mi matrimonio es como un jersey cómodo. Incluso las discusiones tienen algo de afelpado, una cualidad tan familiar que sólo puede encontrarse en el hogar. Y aun así…

En el mundo occidental llevamos siglos produciendo poemas, novelas y dramas sobre los ciclos del amor, sus transformaciones a lo largo del tiempo y la forma en que la pasión nos agarra por el lánguido cuello para luego abandonarnos, superada la locura. Hemos confiado en la literatura para explicar las complejidades del amor, en leyendas de dioses celosos y flechas. Pero puede que esas historias estén cambiando ahora que la ciencia toma la palabra para explicar lo que siempre hemos considerado propio de los mitos y la magia. Hoy, nuevas investigaciones vislumbran dónde reside el amor en el cerebro y los detalles de sus componentes químicos.

La antropóloga Helen Fischer es lo más parecido a una catedrática del deseo. Es profesora de la Universidad Rutgers y vive en Nueva York, en un apartamento lleno de libros cerca de Central Park, cuyos árboles rebosan de verdor y por cuyos senderos pasean parejas cogidas de la mano. Ella ha dedicado gran parte de su carrera al estudio de las vías bioquímicas del amor en todas sus manifestaciones: deseo sexual, enamoramiento y cariño, así como sus idas y venidas. Describe con seductora franqueza los altibajos del amor, del mismo modo que otros hablarían de los valores bursátiles. «La mujer utiliza inconscientemente el orgasmo para saber si un hombre le conviene. Si es impaciente y brusco y ella no alcanza el orgasmo, puede intuir que tal vez no será un buen marido ni un buen padre. Algunos científicos creen que el orgasmo podría haber evolucionado para ayudar a la mujer a distinguir al compañero adecuado del que no lo es.»

Una de las principales actividades de la antropóloga en los últimos diez años ha sido observar el amor, literalmente, mediante un aparato de resonancia magnética. Ella y sus colegas Arthur Aron y Lucy Brown trabajaron con voluntarios que habían estado «locamente enamorados» durante un promedio de siete meses. Una vez dentro del aparato, les mostraban dos fotografías, una neutra y otra de la persona amada.

Cuando los voluntarios veían a la persona amada, las partes de su cerebro relacionadas con la gratificación y el placer–el área tegmental ventral y el núcleo caudado– se encendían. Pero lo que más entusiasmó a Fischer no fue tanto hallar la localización del amor, como rastrear sus vías químicas específicas. El amor enciende el núcleo caudado porque es la sede de una densa red de receptores del neurotransmisor llamado dopamina, que en opinión de Fischer es uno de los ingredientes de nuestro filtro de amor endógeno. En las proporciones adecuadas, la dopamina induce energía, entusiasmo, concentración y motivación para obtener recompensas. Por eso, cuando nos enamoramos, podemos pasar una noche en vela, ver amanecer o bajar esquiando por una pendiente que normalmente nos parecería demasiado abrupta. El amor nos hace intrépidos, brillantes y dispuestos a correr auténticos riesgos, que a veces superamos y a veces no.

Yo me enamoré por primera vez a los 12 años, de un profesor, el señor McArthur. Usaba sandalias y llevaba barba. Nunca había tenido a un hombre de profesor, y eso me parecía terriblemente exótico. El señor McArthur hacía cosas que ningún otro profesor se habría atrevido a hacer. Nos explicaba las leyes físicas de los pedos y nos enseñó a hacer estallar un huevo.

Trastorno obsesivo-compulsivo

Es posible que la singular constelación de necesidades que me llevó a enamorarme de un hombre capaz de hacer estallar un huevo sea interesante, pero en mi opinión, no tanto como el recuerdo de las consecuencias puramente físicas del amor. Nunca había sentido nada parecido. No podía quitarme al señor McArthur de la cabeza. Estaba nerviosa y me mordisqueaba el interior de la mejilla hasta el punto de hacerme sangre. La escuela se volvió a la vez aterradora y emocionante. ¿Lo vería en el pasillo? ¿En la cafetería? Ojalá. Pero cuando mis deseos se cumplían y veía por un momento a mi amado, no me sentía satisfecha, sino aún más inflamada de anhelo. ¿Me había mirado? ¿Por qué no me había mirado? ¿Cuándo volvería a verlo?

¿Te suena esta historia? Quizá tenías 30 años cuando te pasó a ti, o tal vez 8, 80 o 25. A lo mejor vivías en Katmandu, o tal vez en Kentucky. La edad y el lugar geográfico son absolutamente irrelevantes. Donatella Marazziti, profesora de psiquiatría de la Universidad de Pisa, ha estudiado la bioquímica del mal de amores. Tras enamorarse en dos ocasiones y sentir el tremendo poder del amor, Marazziti comenzó a interesarse por explorar las similitudes entre el amor y el trastorno obsesivo-compulsivo.

Ella y sus colaboradores midieron los niveles de serotonina en sangre de 24 individuos que se habían enamorado en los últimos seis meses y que se pasaban al menos cuatro horas al día pensando obsesivamente en la persona amada. La serotonina es probablemente la estrella de nuestros neurotransmisores, alterada a su vez por los fármacos psiquiátricos estelares: Prozac, Zoloft y Paxil, entre otros. Los investigadores formularon hace tiempo la hipótesis de que las personas con trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) presentan un desequilibrio de la serotonina. Fármacos como el Prozac parecen aliviar el trastorno, aumentando la cantidad disponible de este neurotransmisor en las sinapsis de las neuronas.

Marazziti comparó los niveles de serotonina de los enamorados con los de un grupo de personas aquejadas de TOC y con los de otro grupo que ni padecía el trastorno ni era presa de las pasiones del amor. Los niveles de serotonina en sangre tanto de los obsesivos como de los enamorados eran un 40% más bajos que los de los sujetos normales. Conclusión: el amor y el trastorno obsesivo-compulsivo pueden tener un perfil químico similar. Conclusión: a veces es difícil distinguir el amor de la locura. Conclusión: no seas tonto. No te enamores.

Obviamente, ése es un consejo que ninguno de nosotros podemos seguir. Nos enamoramos, e incluso lo hacemos una y otra vez, sometiéndonos en cada ocasión a un estado mental bastante enfermizo. Sin embargo, aún hay esperanza para los que sufren una pasión irrefrenable: el Prozac. No hay nada como la pastillita bicolor para apaciguar el impulso sexual y sentirse ahíto ante el festín de los sentidos. Helen Fischer cree que el consumo de fármacos como el Prozac socava la capacidad de enamorarse y de conservar la pasión. Al embotar las aristas más afiladas del amor y su correspondiente libido, hace que las relaciones se estanquen. «Conozco una pareja que estaba al borde del divorcio –cuenta la antropóloga–. La mujer estaba tomando antidepresivos. Cuando los dejó, volvió a tener orgasmos, volvió a sentir atracción sexual por su marido y ahora vuelven a estar enamorados.»

Los psicoanalistas han elaborado incontables teorías para explicar de quién nos enamoramos. Freud habría dicho que nuestra elección está influida por el deseo insatisfecho de acostarnos con el progenitor del sexo opuesto. Según Jung, la pasión se ve impulsada por algún tipo de inconsciente colectivo. Actualmente, psiquiatras como Thomas Lewis, de la Facultad de Medicina de la Universidad de California en San Francisco, creen que el amor romántico tiene sus raíces en las primeras experiencias infantiles de intimidad física: cómo nos sentíamos durante la lactancia, el rostro de nuestra madre y todas esas sensaciones de puro bienestar sin conflictos que quedan grabadas en nuestra mente y que tratamos de recuperar a lo largo de nuestra vida adulta. Según esta teoría, amamos a quien amamos no por el futuro que esperamos construir sino por el pasado que esperamos rescatar. El amor es reactivo, no proactivo, no mira al frente, sino al pasado. Quizá sea por eso que alguien nos parece «la persona adecuada»Y si nos resulta «familiar», es porque en realidad lo es. Tiene algún rasgo, olor, sonido o tacto que despierta en nosotros recuerdos dormidos.

El amor y el trastorno obsesivo-compulsivo pueden tener un perfil químico similar

Cuando conocí al que sería mi marido, pensé que esa teoría psicológica era más o menos acertada. Mi marido es pelirrojo y habla en voz baja. Es químico, y a veces se comporta de un modo un poco raro y extravagante. Un día antes de nuestra boda, metió una rosa en nitrógeno líquido para congelarla y después la arrojó contra la pared, donde estalló espectacularmente en mil pedazos. También mi padre es pelirrojo, habla en voz baja y tiene muchas excentricidades. Solía ponerse a cantar de repente, sin motivo aparente.

Sin embargo, es posible que mis teorías sobre los motivos que me impulsaron a enamorarme de mi marido no sean más que majaderías. La psicología evolutiva hace tiempo que ha rechazado a Freud, el complejo de Edipo y todas esas cosas trascendentes, para centrarse en las habilidades más sencillas de la supervivencia. Esta hipótesis plantea que encontramos atractivas a las personas que parecen saludables, por lo cual las elegimos como pareja. La salud, aseguran los psicólogos evolutivos, se manifiesta en las mujeres en un índice cintura-cadera del 70%, y en los hombres, en rasgos toscos que sugieren un abundante torrente de testosterona en la sangre. El índice cintura-cadera es importante para el éxito del parto y, según estudios realizados, ese coeficiente concreto indica una mayor fertilidad. En cuanto al aspecto tosco, el caso es que un hombre con una buena dosis de testosterona probablemente tiene también un sistema inmunitario resistente, y por lo tanto tiene más probabilidades de dar a su compañera hijos saludables.

Quizá nuestra elección de pareja sea una simple cuestión de olfato. Claus Wedekind, de la Universidad de Lausana, Suiza, realizó un interesante experimento con camisetas sudadas. Reunió a 49 mujeres y les pidió que olieran una serie de camisetas que habían sido usadas por diversos hombres no identificados con distintos genotipos en lo referente al olor corporal y al sistema inmunitario. Después les indicó que señalaran las camisetas que olían mejor y las que olían peor. Wedekind observó que las mujeres preferían el olor de las camisetas de los hombres cuyo genotipo difería más del suyo, quizá porque dicho genotipo determina algún rasgo del sistema inmunitario que ellas no tienen. De ese modo, las mujeres incrementan las probabilidades de tener hijos sanos.

Resulta difícil creer que estemos tan determinados por la biología, sin advertirlo siquiera. Después de todo, no conozco a nadie que haya dicho nunca «me casé con él por su olor corporal». Nada de eso. La explicación suele ser «me caso con él (o con ella) porque es inteligente, porque es guapo, porque es divertido o porque es cariñoso». Pero quizás estemos tan ciegos respecto al amor como cuando estamos enamorados. Si todo se reduce a la prueba del olfato, entonces los perros nos llevan una clara ventaja en lo que respecta a elegir pareja.

Nos preguntamos por qué no dura la pasión amorosa. ¿Cómo es posible que un lunes nos parezca una persona guapísima, y 364 días después, la misma persona nos parezca vulgar? No es posible que el objeto de nuestros afanes haya cambiado tanto. Todavía tiene los mismos ojos. Su voz ronca, que tanto nos gustaba, ahora nos irrita; parece como si necesitara antibióticos. O quizá seamos nosotros quienes necesitemos antibióticos, porque la persona a quien antes amábamos y veíamos cubierta de luz celestial se ha convertido en una especie de infección que nos agota y nos absorbe toda la energía.

Los científicos piensan que el romance es panhumano y está engarzado en nuestro cerebro desde el pleistoceno.

La pasión termina

Estudios realizados en todo el mundo confirman que la pasión termina. No es de extrañar, por lo tanto, que muchas culturas consideren absurdo basarse en algo tan pasajero para elegir al compañero de toda la vida.

Helen Fischer ha sugerido que las rupturas suelen producirse al cabo de cuatro años de relación, porque ése es más o menos el tiempo necesario para concebir, gestar y criar a un bebé. La pasión, ese sentimiento salvaje, radiante e insensato, resultaría ser algo práctico después de todo. No sólo necesitamos copular; también necesitamos suficiente pasión para procrear. Después, los sentimientos de apego predominan mientras los miembros de la pareja colaboran en la crianza de un bebé indefenso. Cuando el niño ya ha sido destetado, se puede quedar con su hermana, con sus tías o con amigos. El padre y la madre ya son libres para encontrar otra pareja y tener más hijos.

Desde el punto de vista biológico, las razones de que el amor romántico se desvanezca pueden hallarse en el modo en que nuestro cerebro responde a las oleadas de dopamina que acompañan a la pasión y nos hacen volar. Los consumidores de cocaína conocen el fenómeno de la tolerancia, por el cual el cerebro se adapta al suministro excesivo de droga. Quizá las neuronas se desensibilizan y necesitan cada vez más sustancia para producir la misma subida.

Tal vez sea bueno que el romance se diluya. ¿Existirían avances tecnológicos si nos pasáramos la vida embelesados? En lugar de una civilización en permanente evolución sólo tendríamos flores, bombones y anticonceptivos. Si el estado químicamente alterado inducido por el amor romántico es equiparable a un trastorno mental o a la euforia inducida por las drogas, una exposición demasiado prolongada a la pasión amorosa podría producir daños psicológicos.

Cuentan que en la India había un chico y una chica que se enamoraron. Su relación era escandalosa e ilegítima porque pertenecían a castas diferentes. Es fácil imaginar sus encuentros clandestinos bajo una luna blanca y redonda. ¿Quién hubiese podido negarles el placer o condenar la fuerza de su atracción?

Sus padres. En un caso reciente, dos jóvenes de castas distintas fueron ahorcados por sus propios padres delante de centenares de personas del pueblo. Una pareja que se fugó para casarse fue desnudada y golpeada. Y otra pareja se suicidó cuando sus padres les prohibieron casarse.

El amor romántico

Los antropólogos solían pensar que el amor romántico era una idea occidental, un subproducto burgués de la Edad Media, apto sólo para gente sofisticada que lo disfrutaba en los cafés de París, entre sábanas de seda o en hermosos salones frente a un fuego crepitante. Se suponía que los no occidentales, sobrecargados de obligaciones personales y sociales, no tenían espacio para las pasiones individuales. ¿Cómo podía una cultura colectivista celebrar o legitimar de algún modo la obsesión por un único individuo que es la definición del enamoramiento? ¿Podía sentir pasión un campesino lleno de piojos?

Desde luego que sí. Ahora los científicos piensan que el romance es panhumano y está engarzado en nuestro cerebro desde el pleistoceno. En un estudio realizado en 166 culturas, los antropólogos William Jankowiak y Edward Fischer observaron en 147 de ellas evidencias de amor pasional. En otro estudio, hombres y mujeres de Europa, Japón y Filipinas cuantificaron en una encuesta sus experiencias de amor pasional. Los tres grupos manifestaron sentir la pasión con la misma intensidad abrasadora.

Pero, aunque el amor romántico sea universal, su expresión cultural no lo es. Para la etnia fulbé del norte de Camerún, la compostura es más importante que la pasión. Los hombres que pasan demasiado tiempo en compañía de sus esposas son ridiculizados, y los que pierden la calma por culpa del amor se consideran víctimas de un peligroso conjuro. Puede que el amor sea inevitable, pero para los fulbé sus manifestaciones son vergonzosas y equiparables a una enfermedad o a la ineptitud social.

En la India, el amor romántico se considera tradicionalmente un peligro, una amenaza para el elaborado sistema de castas, en el cual los matrimonios se conciertan como medio de salvaguardar las estirpes y los linajes. De ahí que se cuenten historias truculentas, que son en realidad advertencias de lo que puede suceder cuando uno se deja llevar por sus impulsos.

Actualmente, los matrimonios por amor parecen ir en aumento en la India, a menudo en abierto desafío a los deseos de los padres.

Aunque las películas de Bollywood celebran el triunfo del amor romántico, la mayoría de los indios todavía cree que los matrimonios concertados tienen más probabilidades de éxito que las uniones por amor. En una encuesta realizada entre estudiantes universitarios indios, el 76% afirmó que se casaría con una persona que tuviera todas las virtudes necesarias, aunque no estuviera enamorado de ella (en comparación con sólo el 14% de los estadounidenses). El matrimonio se considera un paso demasiado importante como para darlo al azar.

Renu Dinakaran es una atractiva mujer de 45 años que vive en Bangalore. Acude a nuestra cita vestida al estilo occidental, con mallas negras y camiseta. Vive en un apartamento bien amueblado en esta agitada ciudad de la India, donde las vacas duermen en las avenidas, entre coches minúsculos que circulan soltando nubes de humo negro por el tubo de escape.

Renu nació en una familia india tradicional, en la que lo lógico era un matrimonio concertado. No le gustaba que decidieran por ella, siendo como era una estupenda jugadora de tenis y más lista que muchos de los hombres que conocía. Sin embargo, a los 17 años la casaron con un primo hermano al que apenas conocía. Le hubiera gustado aprender a quererlo, pero no pudo. En su opinión, muchos matrimonios concertados son casos de «violación legitimada por el Estado».

Renu tenía la esperanza de que algún día amaría a su marido, pero a medida que pasaban los años sentía menos amor, hasta que al final, debilitada y amargada, harta del confinamiento impuesto en casa de sus suegros y de que la envolvieran en saris que le dificultaban los movimientos, Renu hizo lo que la cultura india tradicional prohíbe. Se marchó de casa. Tenía dos hijos y se los llevó con ella. Llevaba grabada en la mente una vieja película que había visto por televisión, una película tan extraña y seductora, tan desconcertante y reconfortante al mismo tiempo, que no podía quitársela de la cabeza. Era el año 1986. La película, Love Story.

«Antes de ver películas como Love Story, no conocía el poder que puede tener el amor», dice. Al final, Renu tuvo suerte. En Mumbai conoció a un hombre llamado Anil, y entonces, por primera vez, sintió la pasión. «Cuando encontré a Anil fue diferente a todo lo que había conocido hasta entonces. Fue el primer hombre con quien tuve un orgasmo. Me sentía en las nubes, todo el tiempo en las nubes. Y sabía que no iba a durar, que no podía durar, y esa idea me producía una dulce sensación de nostalgia, como si estuviéramos presenciando el final mientras nos descubríamos mutuamente.»

Cuando Renu habla del final, no se refiere al final de su relación con Anil, sino al final de una etapa concreta. Todavía siguen felizmente casados, se hacen compañía, se quieren, aunque ya no con aquella loca pasión, y tienen un juguetón dachshund negro que compraron juntos. Su relación, antes tan llena de ardor, sigue cociendo a fuego lento, a suficiente temperatura para que los dos estén a gusto. Ambos lo agradecen.

«¿Que si me gustaría volver a sentir aquella pasión? –se pregunta Renu–. A veces sí. Pero, a decir verdad, era agotador».

Oxitocina: la hormona del apego

Desde el punto de vista fisiológico, esta pareja ha pasado de la pasión amorosa, un estado saturado de dopamina, a la relativa calma de un vínculo inducido por la oxitocina. La oxitocina es una hormona que favorece los sentimientos de conexión y apego. La producimos cuando abrazamos a nuestra pareja de muchos años, o a nuestros hijos. La producen las madres cuando amamantan a sus pequeños. Los topillos de la pradera, animales con elevados niveles de oxitocina, se emparejan de por vida. Cuando los científicos les bloquean los receptores de oxitocina, estos roedores no forman vínculos monógamos y tienden a rondar en busca de parejas.

Algunos investigadores opinan que el autismo, trastorno caracterizado por una profunda incapacidad de establecer y mantener conexiones sociales, está relacionado con una deficiencia de oxitocina. Se han hecho experimentos con personas autistas tratándolas con oxitocina, y en algunos casos ha contribuido a aliviar los síntomas.

Se cree que en las relaciones largas que funcionan, como la de Renu y Anil, la oxitocina está presente en abundancia en ambos miembros de la pareja. En las relaciones largas que nunca llegan a despegar, como la de Renu y su primer marido, o que se derrumban una vez superada la pasión inicial, es probable que la pareja no haya encontrado la forma de estimular o mantener la producción de oxitocina.

«Pero hay cosas que ayudan –apunta Helen Fischer–. Los masajes. Hacer el amor. Esas cosas estimulan la producción de oxitocina y estrechan los lazos de la pareja.»

Bien, supongo que es un buen consejo, pero se basa en el supuesto de que todavía quieres tener sexo con el pesado de tu marido. ¿Tienes que fingir deseo hasta sentirlo de verdad?

«Sí –responde Fischer–. Suponiendo que la relación sea razonablemente saludable, acabarás sintiendo apego por tu pareja si tienes suficientes orgasmos con ella. Estimularás la oxitocina.»

Tal vez sea cierto, pero suena desagradable. Es justo lo que me decía mi madre sobre las verduras: «Sigue comiendo guisantes y verás como acaban gustándote». Pero siguen sin gustarme.

El termómetro marca 32 grados el día que mi marido y yo partimos de Boston a Nueva York para asistir a clases de besos. Con dos hijos, dos gatos, dos perros, una casa pareada y un sistema educativo de dudosa calidad, puede que sepamos cómo se besa, pero en el fragor de nuestras agitadas vidas hemos olvidado cómo besarnos.

La Escuela de Besos, dirigida por Cherie Byrd, terapeuta de Seattle, imparte sus clases en la planta 12 de un deteriorado edificio de Manhattan. Dentro, la sala está pintada de blanco, y sobre una mesa embaldosada hay botellas de néctar de plátano y albaricoque, una tetera con té verde, caramelos de menta y cacao para los labios. Los otros alumnos, algunos de los cuales vienen de lugares tan lejanos como Vietnam o Nigeria, están alegremente tumbados en el suelo, sobre mantas y almohadones. La clase durará siete horas.

Byrd empieza con el masaje de pies. «Para besar bien, hay que dominar los acercamientos previos a los besos», asegura. El acercamiento previo supone masajear los olorosos pies de mi marido, pero eso no es tan malo como cuando le toca a él masajear los míos. Poco antes de salir de casa he pisado accidentalmente un pañal que el perro había sacado de la basura, y aunque me he lavado, me pregunto si habrá sido suficiente.

«Inhalamos –nos dice Byrd, enseñándonos a tomar aire–... Exhalamos.» Y enseguida llama la atención a mi marido. «No te centres tanto en los dedos. Avanza hacia la pantorrilla.»

Byrd nos explica otras cosas acerca del arte del beso. Nos describe el movimiento de la energía a través de varios chakras y la manifestación de la emoción en los labios. Nos habla de la importancia de besar con todos los sentidos y nos enseña a establecer contacto visual como preludio y a susurrar de manera adecuada. Pasan muchas horas. Suena mi teléfono móvil. Es la canguro. Nuestro hijo de un año tiene fiebre. Tenemos que interrumpir la lección. Salimos corriendo. Luego, en casa, les cuento a mis amigos lo que hemos aprendido en la Escuela de Besos: que no tenemos tiempo para besarnos.

Un matrimonio perfectamente típico. El amor en Occidente.

Afortunadamente he oído de otras prácticas para estimular el amor. Arthur Aron, psicólogo de la Universidad Stony Brook de Nueva York, realizó un experimento que ilustra algunos de los mecanismos de la atracción entre dos personas. Reunió a un grupo de hombres y mujeres y los distribuyó por varias salas en parejas de sexos opuestos para que realizaran una serie de tareas, entre ellas la de contarse detalles personales. Luego pidió a cada pareja que se mirara a los ojos durante dos minutos. Aron comprobó que la mayoría de las parejas, que hasta ese momento eran completos desconocidos, experimentaron sentimientos de atracción. De hecho, una de ellas incluso se casó.

La novedad potencia la dopamina, un neurotransmisor que estimula las sensaciones de atracción

Fischer dice que este ejercicio obra milagros en algunas parejas. Aron y Fischer también sugieren hacer cosas nuevas juntos, porque la novedad potencia la dopamina en el cerebro, un neurotransmisor que puede estimular las sensaciones de atracción. En otras palabras, si tu corazón palpita en su compañía, puedes pensar que no es porque estés nerviosa, sino porque lo amas. Llevando un poco más lejos este razonamiento, Aron y otros han observado que incluso si haces ejercicios de carrera sin moverte del lugar, es más probable que te parezca atractiva la persona que conozcas a continuación. Por eso, si en la primera cita una pareja hace algo que produzca ansiedad, como subir a la montaña rusa, es más probable que haya una segunda y una tercera cita. Es una estrategia que habría que difundir en las páginas de contactos: jugar al squash, y en tiempos de angustia (desastres naturales, fieras merodeando o apagones), cerrar la puerta y abrazarse.

En Somerville, Massachusetts, donde vivo con mi marido, nuestros principales depredadores son los mosquitos. Pero eso no es impedimento para tratar de contemplarnos las almas a través de los ojos. Cuando se lo propongo a Benjamin, él arquea una ceja.

«¿Por qué no vamos mejor a cenar a un camboyano?», dice.

«Porque así no se hizo el experimento.»

Como científico, mi marido siempre está dispuesto a hacer un experimento. Pero estamos tan ocupados, que para hacerlo necesitamos planificar. Nos encontraremos el próximo miércoles a la hora del almuerzo e intentaremos hacer el experimento en nuestro coche.

El martes, la noche antes de nuestra cita, me sale un viaje inesperado a Nueva York. Mi marido está encantado de aparcar nuestro plan. Pero yo no. Esa noche, desde el hotel, lo llamo.

«Podemos hacerlo por teléfono», le digo.

«¿A dónde quieres que mire fijamente? –me pregunta–. ¿Al teclado?»

«Hay una foto mía colgada en la entrada. Mírala durante dos minutos. Yo miraré la foto tuya que tengo en la cartera.»

«¡Qué dices!», reacciona él.

«Sé bueno –le digo–. Es mejor que nada.»

Quizá no lo sea. Dos minutos parece mucho tiempo para mirar fijamente la foto de alguien con el teléfono apretado contra la oreja. Mi marido estornuda y yo intento imaginar su foto estornudando a la vez, y eso me hace reír.

Pasan otros 15 segundos, lentamente. Casi puedo oír el tiempo. Miro fijamente la foto de mi marido. El ejercicio no me produce ninguna sensación de intimidad, me siento vencida.

Aun así, continúo. Lo oigo respirar al otro lado de la línea. La fotografía que tengo ante mí fue tomada hace un año o dos y recortada para que entrara en la cartera. Tiene el pelo rubio rojizo recogido en una coleta. Nunca había mirado con detenimiento esta foto. Me doy cuenta de que mi marido no mira directamente a la cámara, sino que sus ojos de color azul claro se dirigen a la izquierda, hacia algo que no puedo ver. Le toco los ojos. Me acerco un poco más, y más aún, a su mirada huidiza. ¿Hay algo triste en su expresión, algo de tristeza en la forma en que desvía la vista?

Miro hacia un lado de la foto, por si descubro qué es lo que está mirando, y entonces lo encuentro: una tortuga diminuta avanzando hacia él. Ahora recuerdo cómo la recogió después de la foto, cómo la sujetó con cuidado entre sus manos para enseñársela a los niños, cómo le acarició el caparazón, moviendo el dedo índice sobre la bóveda escamosa, y cómo finalmente me la tendió: una ofrenda de amor. Yo la cogí y juntos la devolvimos al mar.


¡¡¡NUEVO NÚMERO!!!

Y ya sobre el final, les traigo, como es habitual, esta noticia: La dirección electrónica desde donde podrán bajar el nuevo número del Boletín de Novedades en la Ciencia y en la Tecnología, el 157.

Hela aquí: https://www.dropbox.com/scl/fi/mdl94hurhsrg7odsn8myp/CyT-157.docx?dl=0&rlkey=burwn4ar0cutiiqbdl3yibpt8
 Recuerden que, la manera de operar es copiando el enlace y pegándolo en la ranura de direcciones, luego Enter.

El número 157 del Boletín trae artículos muy interesantes, como:

ANTROPOLOGÍA - ¿Cómo perdieron la cola los primates que se convirtieron en humanos?

ÉTICA CIENTÍFICA Y PSICOLOGÍA - Videojuegos y dilemas morales

FÍSICA - La teoría de la relatividad: explicación fácil y ejemplos

GENÉTICA - La longevidad a la vista

INTELIGENCIA ARTIFICIAL - 10 usos sorprendentes para ChatGPT Smart Chatbot

MEDICINA - Nanopartícula con múltiples fármacos anticáncer

...y muchos más. ¡Disfrútenlo y hasta la próxima!

domingo, 5 de febrero de 2023

Gödel, Escher y Bach

 

Bueno, tal parece, estimados amigos, que continuamos con los libros. ¡No es una mala compañía, después de todo!

Del que quiero hablarles hoy es un libro muy especial por la originalidad con que fue escrito. Recuerdo que lo vi en la librería y su título me llamó la atención: Gödel, Escher y Bach. Una eterna trenza dorada. Comencé a hojearlo y, de repente, me di cuenta que habían pasado varios minutos y ¡ya lo estaba leyendo! Obviamente lo compré y me fui con mi “tesoro” a leerlo en casa.

El libro es un ensayo del autor sobre la consciencia. ¡Otra vez la consciencia! Dirán ustedes. Si, pero, si bien es el tema subyacente, no vamos a hablar de ella en esta nota. ¿Por qué? Porque lo que me interesa mostrar aquí es, como les dije más arriba, la originalidad del autor y los otros temas con que introduce el principal.

Pero, comencemos por el principio. ¿Quién es el autor del libro? El autor es Douglas Richard Hofstadter (15 de febrero de 1945) científico, filósofo y académico estadounidense, conocido sobre todo por su libro Gödel, Escher, Bach: un eterno y grácil bucle (como también se traduce) (Gödel, Escher, Bach: An Eternal Golden Braid, abreviado GEB), que se publicó en 1979 y que ganó el Premio Pulitzer de ensayo en 1980. Quizás ustedes recuerden a un personaje de la serie televisiva The Big Bang Theory que se llamaba Leonard Hofstadter en una clara alusión a nuestro invitado.

Hofstadter es hijo de Robert Hofstadter, físico laureado con el Premio Nobel de Física en 1961, Douglas Hofstadter se graduó en matemáticas en la Universidad de Stanford y obtuvo su doctorado en física en la Universidad de Oregón, en 1975. Entró luego al equipo del Laboratorio de Inteligencia Artificial del MIT, y es titular de la cátedra de ciencias cognitivas en la Universidad de Indiana. Estuvo casado con Carol Ann Brush, hasta que ella falleció, en Italia (26 de enero de 1951 - 22 de diciembre de 1993). ​ En 2012 se casó, en segundas nupcias, con Baofen Lin.

Douglas Hofstadter

A partir de 1988 fue profesor universitario de ciencias cognitivas e informáticas; profesor adjunto de historia y filosofía de la ciencia, de filosofía, de literatura comparada y de psicología en la Universidad Bloomington de Indiana, donde dirige el centro para la investigación sobre conceptos y cognición.

Hofstadter es políglota; además de inglés, su lengua materna, habla perfectamente italiano, francés y alemán; en orden descendente de fluidez, habla ruso, español, sueco, mandarín, neerlandés, polaco e hindi. A mediados de los años sesenta pasó algunos años en Suecia, en donde aprendió sueco; también el conocimiento del alemán, francés e italiano se puede atribuir en parte al haber pasado un año de su juventud en Ginebra. Tradujo partes del GEB al ruso, y publicó una traducción al inglés en verso de Eugene Onegin, de Aleksandr Pushkin. En Le Ton beau de Marot (que escribió en memoria de su esposa Carol), se describe como un «pilingüe» (entendido en 3,14159... idiomas) y como «olíglota» (hablante de «unos pocos» idiomas). Entre sus intereses están la música, los temas de la mente, la creatividad, la conciencia, la autorreferencia, la traducción y los juegos matemáticos.

¿Qué tal, eh?

¡Menudo invitado les traigo hoy al blog!

Bien, yendo al hueso, les diré que, cuando lo empecé a leer, creí que atacaría la consciencia inmediatamente. Cual no sería mi sorpresa cuando me vi inmerso en una historia musical que involucraba a Johan Sebastian Bach. Juzguen ustedes:

 

Introducción: Ofrenda músico-lógica

Autor:

Federico el Grande, rey de Prusia. subió al trono en 1740. Se le recuerda en las historias a causa sobre todo de su astucia militar, pero era también hombre dado a la vida de la inteligencia y del espíritu. Su corte de Potsdam fue uno de los más brillantes centros de actividad intelectual en la Europa del siglo XVIII. Allí pasó veinticinco años el célebre matemático Leonhard Euler, y entre los visitantes de esa corte se cuentan muchos otros matemáticos y hombres de ciencia, y también filósofos como Voltaire y La Mettrie, que estando en Potsdam escribieron algunas de sus obras más importantes.

Pero el verdadero amor del rey era la música. Federico fue un entusiasta flautista y compositor, y algunas de sus obras se ejecutan todavía hoy de vez en cuando. Fue, además, entre los protectores de las artes. uno de los primeros en percibir las virtudes del recién creado "piano-forte" ("suave-fuerte"). El piano había venido evolucionando, durante la primera mitad del siglo XVIII, como forma modificada del clavecín. Lo malo del clavecín era que el volumen de sonido de las piezas en él ejecutadas era prácticamente uniforme: no había manera de hacer que una tecla sonara más fuerte o más suave que las vecinas. El "piano-forte", como su nombre lo dice, vino a remediar esa deficiencia. Desde Italia, donde Bartolommeo Cristofori construyó el primero, la idea del instrumento suave-fuerte se difundió por todas partes. Gottfried Silbermann, el mejor constructor de órganos de la Alemania de entonces, se había propuesto hacer un piano-forte "perfecto". Naturalmente, el apoyo más vigoroso de sus esfuerzos le vino del rey. Se dice que Federico poseía nada menos que quince pianos de Silbermann.

 

Bach

Federico, admirador de los pianos, admiraba también a un organista y compositor llamado Johann Sebastian Bach. Las composiciones de este Bach gozaban de cierta notoriedad. Había quienes las calificaban de "hinchadas y confusas", mientras otros las ponderaban como incomparables obras maestras. Lo que nadie ponga en duda era la maestría con que Bach improvisaba en el órgano. Ser organista suponía en esos tiempos la capacidad no sólo de tocar piezas, sino también de inventarlas de repente.1 Bach era famosísimo en todas partes por sus notables habilidades de improvisador. (En el libro de Hans Theodore David y Arthur Men. del, The Bach Reader, hay anécdotas deliciosas acerca de eso.)

En 1747 tenía Bach sesenta y dos años, y su fama, unida a la de uno de sus hijos, había llegado a Potsdam; de hecho. Carl Philipp Emanuel Bach era el Capellmeister (maestro de capilla) de la corte de Federico. Hacía ya años que el rey, con delicadas insinuaciones, le había dado a entender a Carl Philipp Emanuel lo mucho que le gustaría que el viejo Bach viniera a visitarlo, pero su deseo no había llegado a realizarse. Federico estaba particularmente interesado en que Bach probara el sonido de sus nuevos pianos Silbermann, pues preveía (atinadamente) que el piano iba a ser la gran nueva ola de la música.

Federico solía organizar en su corte veladas de música de cámara. A menudo él mismo actuaba como solista de algún concierto para flauta. El cuadro cuya fotografía se ve aquí (figura 2) representa una de esas veladas musicales; es obra del pintor alemán Adolph von Menzel, el cual hizo en el siglo XIX una serie de cuadros que muestran los distintos aspectos de la vida de Federico el Grande. Sentado al clavecín está C. Ph. E. Bach, y el personaje de la extrema derecha es Joachim Quantz, maestro de flauta del rey y única persona a quien le estaba permitido señalarle a Federico sus fallas como flautista. En cierta ocasión, en mayo de 1747, cayó allí un visitante inesperado. Pero dejemos que sea Johann Nikolaus Forke, uno de los primeros biógrafos de Bach, quien cuente la historia:

Una noche. en los momentos en que (Federico) preparaba ya su flauta y sus músicos estaban listos para comenzar, un funcionario le trajo la lista de los extranjeros llegados ese día. Con su flauta en la mano echó una ojeada a la lista y de pronto, dirigiéndose a los músicos allí reunidos, les dijo con acento de cierta agitación: "Señores. el viejo Bach está aquí." Dejó entonces a un lado la flauta y sin más dilación despachó a alguien para invitar al viejo Bach, que se había apeado en la posada de su hijo, a presentarse en palacio. Quien me contó la historia fue Wilhelm Friedemann, que acompañaba a su padre, y no puedo menos que decir que todavía recuerdo con gusto la manera como me la contó. En esos tiempos era costumbre hacer cumplimientos sumamente prolijos. La primera aparición de J. S. Bach ante tan gran rey, que no le había dado tiempo ni de cambiar su vestimenta de viaje por el atuendo negro que usan los músicos. tuvo que estar acompañada, por fuerza, de toda clase de disculpas. No me detendré aquí en ellas. pero si diré que, en el relato de Wilhelm Friedemann, constituían todo un exquisito diálogo entre el rey y el viejo músico empeñado en disculparse.

Lo que hace más al caso es que el rey renunció a su concierto de esa noche e invitó a Bach, conocido ya de todos como "el viejo Bach", a probar los fortepianos, hechos por Silbermann. que tenla en varios salones del palacio. (Aquí pone Forkel una nota de pie de página: "Tan aficionado era el rey a los pianofortes manufacturados por Silbermann, de Freyberg, que había resuelto comprárselos todos. Llegó así a reunir quince. Tengo noticias de que todos ellos continúan, ya inservibles, en distintos rincones del palacio real.") Seguido de sus músicos. el rey recorrió todos los salones, invitando a Bach a probar cada uno de los pianos y a tocar en ellos alguna improvisación. Después de probar así varios pianos. Bach le pidió al rey un tema para una fuga, ofreciéndose a ejecutarla de inmediato, sin preparación alguna. El rey quedó admirado de la manera tan sabia como su tema pasó de repente a ser una fuga y, probablemente para ver hasta dónde podía llegar ese arte, expresó el deseo de oír una fuga a seis voces obligadas. Pero, como no cualquier tema se presta para una armonía tan rica. Bach mismo eligió uno, y al punto, con gran nombro de todos los circunstantes. lo desarrolló según el deseo del rey, de la misma sabia y magnífica manera como había desarrollado el tema regio. Su Majestad dijo finalmente que le gustaría oírlo tocar el órgano. Así, pues, al día siguiente Bach fue llevado a probar todos los órganos de Potsdam, tal como antes habla sido llevado a probar todos los pianos de Silbermann. De regreso ya en Leipzig, Bach trabajó sobre el tema inventado por el rey y escribió piezas a tres y a seis voces. añadió varios pasajes artificiosos en forma estricta de canon, mandó grabar la obra con el título de "Musikalisches Opfer" (Ofrenda Musical), y se la dedicó al inventor.'

                                                Figura 3. El Tema Real.

En el ejemplar de la Ofrenda Musical enviado al rey incluyó Bach una carta dedicatoria interesante, si no por otra cosa, por su tono tan sumiso y zalamero. Desde nuestra perspectiva de hoy ese tono produce un efecto cómico. Pero seguramente nos conserva algo del estilo en que Bach se disculpó aquella noche ante el rey por el traje inadecuado que llevaba'

Rey Graciosísimo:

Dedico a Vuestra Majestad, con la humildad más profunda. una ofrenda musical cuya parte más noble procede de la propia augusta mano de Vuestra Majestad. Con sobrecogido placer recuerdo la especialísima gracia de que fui objeto cuando, hace algún tiempo, durante mi visita a Potsdam, Vuestra Majestad se dignó tocarme en el teclado un tema de fuga, y al mismo tiempo me encargó de la manera más graciosa que lo desarrollara en la presencia augustísima de Vuestra Majestad. Mi humildísima obligación no podía ser otra que obedecer la orden de Vuestra Majestad. Sin embargo, no pude menos que observar que. por falta de la necesaria preparación, mi ejecución no estaba a la altura de tan excelente tema. En consecuencia, determiné elaborar de manera más completa el tema regio y. habiendo puesto empeño en la tarea, he resuelto ahora dar a conocer esta obra al mundo. Mi propósito no se ha realizado con la perfección que hubiera sido posible y la obra no tiene, así, otra finalidad que la muy loable de enaltecer, aunque sea sólo en medida tan modesta, la fama de un monarca cuya grandeza y dominio en todas las ciencias de la guerra y de la paz, y especialmente en la música. todo el mundo se ve obligado a admirar y respetar. Me atreveré a añadir una humildísima súplica: que Vuestra Majestad se digne enaltecer este modesto trabajo con su graciosa aceptación y que…

H. T. David y A. Mendel. The Bach Reader. Nueva York. 1966. pp. 305.306. Ibidem p. 179.

Bien, no transcribo lo referido a Bach en forma completa para no hacer demasiado larga esta nota. Baste decir que Hofstadter nos habla, a continuación, de cánones y fugas, el canon en perpetuo ascenso, etc.

Y, cuando creemos que nos vamos a sumergir en el tema de la consciencia, nos encontramos con:

 

Escher

Las más bellas y vigorosas realizaciones visuales de este concepto de Bucles Extraños Raros se dan, según yo, en la obra del artista gráfico ho-landés Mauríts C. Escher, que vivió de 1902 a 1972. Escher es el creador de algunos de los dibujos intelectualmente más estimulantes de todos los tiempos. Muchos de ellos tienen como raíz la paradoja, la ilusión o el doble sentido. Entre los primeros admiradores de los dibujos de Escher hubo varios matemáticos, lo cual es comprensible, pues esos dibujos suelen basarse en principios matemáticos de simetría o de esquema. Pero en un dibujo típico das Escher hay mucho más que la simple simetría o el simple esquema; hay a menudo una idea subyacente. realizada en forma artística. Y, en particular, el Bucle Extraño es uno de los temas más frecuentes en la obra de este artista. Véase, por ejemplo, la litografía Cascada (figura 5) y compárese su tránsito en interminable descenso a través de seis etapas o pasos con el tránsito en interminable ascenso, y también a través de seis etapas o pasos, del "Canon per Tonos". La semejanza de visión es realmente notable. Bach y Escher están tocando un mismo tema en dos "claves" distintas: la musical y la pictórica.

Los Bucles Extraños de Escher están realizados de varias maneras y pueden clasificarse de acuerdo con lo apretado del bucle. La litografía Subiendo y bajando (véase figura 6), en la que unos personajes caminan y caminan en bucle, es la versión más suelta, puesto que incluye gran número de pasos antes de que se llegue de nuevo al punto de partida. El circuito de Cascada es más apretado, pues no incluye sino seis pasos discretos. Aquí el lector podrá pensar que hay algo de ambigüedad en la noción de "paso" y que, por ejemplo, en Subiendo y bajando lo mismo pueden verse cuatro niveles (escaleras) que cuarenta y cinco niveles (escalones). Hay, sin duda, una buena dosis de vaguedad en la manera de contar esos pasos, lo cual vale no sólo para los dibujos de Escher, sino para todo sistema jerárquico de muchos niveles. Ya afinaremos más adelante nuestra comprensión de esta vaguedad. Por ahora no nos distraigamos demasiado. Apretando más nuestro bucle, llegamos al notable caso de Manos dibujando (véase figura 135), en que cada mano dibuja a la otra: un Bucle Extraño de dos pasos. Y finalmente, el más apretado de todos los Bucles Extraños es el que encontramos en Galería de grabados (véase figura 142): retrato de un retrato que se contiene a si mismo. ¿O retrato de una galería que se contiene a sí misma? ¿O de una ciudad que se contiene a sí misma? ¿O de un joven que se contiene a si mismo? (Dicho sea de paso, la ilusión en que se basan Subiendo y bajando y Cascada no fue inven-…

De nuevo los dejo con las ganas y seguimos adelante esperando, ahora sí, que aparezca la consciencia, pero…

 Gödel

En los ejemplos de Bucles Extraños de Bach y de Escher que hemos visto hay un conflicto entre lo finito y lo infinito y por consiguiente una fuerte sensación de paradoja. La intuición nos dice que algo matemático está aquí en juego. Pues bien: en este nuestro siglo se descubrió en efecto una contraparte; matemática que ha tenido las más tremendas repercursiones. Y, así como los bucles de Bach y de Escher corresponden a intuiciones muy simples y antiguas — una escala musical, una escalera, así también el descubrimiento, por Kurt Gödel, de un Bucle Extraño en los sistemas matemáticos tiene su origen en intuiciones simples y antiguas. En su forma más desnuda o descarnada, el descubrimiento de Gödel supone la traducción de una vieja paradoja filosófica a términos matemáticos. Me refiero a la llamada paradoja de Epiménides, o paradoja del mentiroso. Epiménídes, cretense, hizo esta inmortal aseveración: "Todos los cretenses son mentirosos". Una versión más afilada de la paradoja es sencillamente "Estoy mintiendo" o "Esta aseveración es falsa". La última versión es la que generalmente tendré en mente al referirme a la paradoja de Epiménides. Es una aseveración que de manera brutal contradice la dicotomia tan generalmente aceptada entre aseveraciones verdaderas y aseveraciones falsas, puesto que si por un momento la tomamos como verdadera inmediatamente se nos dispara por la culata y nos ponemos a pensar que es falsa. Pero una vez que hemos decidido que es falsa, un análogo tiro por la culata nos hace volver a la idea de que es verdadera. Haga el lector la prueba y lo verá.

La paradoja de Epiménides es un Bucle Extraño de un solo paso. como la Galería de grabados de Escher. ¿Y qué tiene que ver con la matemática? Aquí es donde entra el descubrimiento de Göde. A Gödel se le ocurrió la idea de utilizar el razonamiento matemático para explorar el razonamiento matemático. Esa idea de hacer de la matemática una disciplina "introspectiva" resultó ser enormemente dinámica, y la más fecunda de sus implicaciones es una que él mismo encontró: el Teorema de la Incompletitud. Qué propone este Teorema y cómo lo demuestra son dos cosas distintas. De una y otra nos ocuparemos con bastante detalle en el presente libro. Podemos comparar el Teorema con una perla y el método de demostración con una ostra. La perla es estimada por su tersura y su sencillez; la ostra es un ser vivo y complejo de cuyas tripas brota esa gema misteriosamente simple.

El Teorema de Gödel aparece como Proposición VI de un artículo suyo "Sobre proposiciones formalmente indecidibles en los Principia Mathematica y sistemas análogos, I" (1931), y dice así:

A cada clase k w-consistente y recursiva de formulae corresponden signos de clase r recursivos, de tal modo que ni v Gen r ni Neg. (v Gen r) pertenecen a Flg (k) (donde v es la variante libre de r).

En realidad, el artículo se redactó en alemán, y quizá el lector sienta que sigue estando en alemán. He aquí, pues, una paráfrasis en español más normal:

Toda formulación axiomática de teoría de los números incluye proposiciones indecidibles.

Tal es la perla.

En esta perla es difícil ver un Bucle Extraño. Ello se debe a que el Bucle Extraño está sepultado en la ostra, o sea en la demostración. La demostración del Teorema de Incompletitud de Gödel está trabada con la escritura de una proposición matemática autoreferencial, de la misma manera que la paradoja de Epiménides es una proposición lingüística autoreferencial. Pero servirse del lenguaje para hablar acerca del lenguaje es cosa simple, mientras que no es nada fácil ver cómo una proposición relativa a números puede hablar acerca de sí misma. Hizo falta un genio para esto tan simple: conectar la idea de las proposiciones autoreferenciales con la teoría de los números. En el momento en que Gödel tuvo la intuición de que esa proposición podía crearse. dejó ya atrás el principal de los obstáculos. La hechura misma de la proposición no fue sino la elaboración de su espléndido chispazo intuitivo. En capítulos subsiguientes examinaremos con el mayor cuidado la construcción de Gödel; pero para que el lector no se quede totalmente en ayunas. esbozaré aquí en unos cuantos brochazos el núcleo de la idea, con esperanza de que lo que voy a decir haga estallar algunas ideas en su cabeza…

 

Como pueden ver, queridos amigos, el amigo Hofstadter, posee una vasta erudición sobre gran cantidad de temas. Y, como sostengo desde el principio de la nota, una notable originalidad como escritor. Esto se nota hasta en la manera en que Hofstadter introduce el tema que se va a tratar en cada capítulo.

¿Qué cómo lo hace?

Pues, elabora un diálogo entre Aquiles y la tortuga. ¿Recuerdan? Son los personajes de la fábula de Zenón de Elea en la que este sostiene que, si Aquiles da una ventaja a la tortuga, nunca la alcanzará. La pueden ver en Internet. Pues bien, Aquiles y la tortuga charlan hiperbólicamente del tema que se va a tratar, de modo que el lector ya se encuentre familiarizado con él al encarar el capítulo.

Muy bien, ¿y de la consciencia, Martín? Porque todo esto es muy bonito, pero del tema central, ¿qué dice Douglas?

Bueno, el libro es denso, de muchas páginas y el concepto de consciencia que desarrolla no se puede resumir en pocas líneas, de modo que los invito a leer el libro y luego lo comentamos en este foro.

Y no quisiera terminar sin insistirles en que, si lo leen, presten atención al apartado El acertijo MU, con el cual Hofstadter ilustra, magistralmente, el teorema de Gödel.

¡¡¡NUEVO NÚMERO!!!

Y ya sobre el final, les traigo, como es habitual, esta noticia: La dirección electrónica desde donde podrán bajar el nuevo número del Boletín de Novedades en la Ciencia y en la Tecnología, el 157.

Hela aquí: https://www.dropbox.com/scl/fi/mdl94hurhsrg7odsn8myp/CyT-157.docx?dl=0&rlkey=burwn4ar0cutiiqbdl3yibpt8
 Recuerden que, la manera de operar es copiando el enlace y pegándolo en la ranura de direcciones, luego Enter.

El número 157 del Boletín trae artículos muy interesantes, como:

ANTROPOLOGÍA - ¿Cómo perdieron la cola los primates que se convirtieron en humanos?

ÉTICA CIENTÍFICA Y PSICOLOGÍA - Videojuegos y dilemas morales

FÍSICA - La teoría de la relatividad: explicación fácil y ejemplos

GENÉTICA - La longevidad a la vista

INTELIGENCIA ARTIFICIAL - 10 usos sorprendentes para ChatGPT Smart Chatbot

MEDICINA - Nanopartícula con múltiples fármacos anticáncer

...y muchos más. ¡Disfrútenlo y hasta la próxima!


Conjeturas, hipótesis, teorías.

La especulación o conjetura, es una forma filosófica de pensar para ganar conocimiento yendo más allá de la experiencia o práctica tradicion...