domingo, 27 de marzo de 2022

Acerca de las Ruabiyat - 2



Tal como quedáramos en la nota pasada, he de exponer para ustedes varias coplas de Omar. Para ello, he utilizado, en primer término, la obra de Fitzgerald por la que el poeta persa fue conocido en Europa a mediados del siglo XIX.

Son muchas para ponerlas todas, pero, espero que esta apretada selección les de una acabada idea de la obra de Kheyyam.

Una última cosa. Antes de dejarlos en su compañía quisiera recordar aquella instructiva parábola del Iluminado que, queriendo que sus seguidores aprecien la belleza del Cosmos, levanta su mano hacia el Cielo y señala con su dedo las miríadas de estrellas que, cual cofre de jollas, lo tachonan. Muchos apreciaron su belleza, pero, otros, solo se quedaron viendo el dedo del Maestro.

Esto viene a cuento porque las rubaiyat nos muestran un Khayyám, transido por el dolor, angustiado por no encontrar el sentido de la vida, moviéndose entre las dos aguas de creer y no creer. Un espíritu sensible que vuelca su desesperación en las coplas rubái. Sin embargo, hay quien solo ve en ellas el lamento de un borracho.


Veamos:
I
Los primeros reflejos del sol desgarran la bruma que cubre el rostro de la rosa. ¡Despertaos, alegres bebedores, y llenad las copas antes de que el Destino desborde la de nuestra existencia!

II
De todos los que han partido, ninguno ha vuelto.
¿Es este, acaso, el momento de la oración, o de la súplica? Id y arrojad polvo a la faz del cielo y uníos con una doncella de pálida cara y negros ojos.

IV
¡Oh tu!, cuya mejilla tiene el olor de las rosas silvestres, cuyo rostro muestra las suaves líneas de los ídolos chinos, cuya mirada hace que el rey de Babilonia dance y se mueva como un peón, un alfil, una torre o una reina...

V
...levántate, dame vino. ¿Es este, acaso, el momento de las palabras vanas? Esta noche tu pequeña boca ha colmado todos mis deseos. Dame vino color de rosa como tus mejillas. Mis votos de arrepentimiento son tan enmarañados como tus cabellos.

VI
Hoy tu no tienes el poder del mañana y la ansiedad que ese día pueda causarte es inútil: No pierdas este momento, pues tu no sabes el valor de los días que te quedan.

VIII
¿Hasta cuándo continuaremos siendo esclavos de los problemas cotidianos? ¿Qué importa vivir un año o un día en este mundo? Llenad de vino esa copa antes de que nuestros cuerpos se vuelvan polvo y ese polvo se transforme en vasos y vasijas.

IX
Iba ayer de paseo cuando vi a un alfarero que, en su bazar, pisaba violentamente la arcilla. Me detuve emocionado y creí escuchar la voz angustiada de la arcilla cuando dijo: Trátame con humanidad porque yo, como tu, he tenido vida.

X
Yo dormía, despertome la Sabiduría y me dijo: ¡Despiértate!, que jamás durante el sueño ha florecido para alguno la rosa de la felicidad... ¿Por qué abandonarse a ese hermano de la muerte? ¡Bebe vino, que para dormir tendrás siglos...!

XIX
A pesar de que el vino desgarró el ropaje de mi reputación, no lo abandonaré mientras viva. Me asombran los vendedores de vino: ¿Qué pueden comprar ellos mejor de lo que venden?

XXII
Hoy, que siento pasar por mi corazón las energías de la juventud, deseo vino, ese vino que es la clave de la alegría. Y si lo encuentro agrio es a causa de la acritud de mi vida.

XXIII
Se dice que en el jardín del Edén te encantan las huríes, yo digo que el jugo de la uva y los labios de la amada son los únicos deleites; elige esto, que es para ti como moneda contante, y deja para otros la promesa del cielo.

XXV
Me divorcié de la Fe y de la Sabiduría, arrojé de mi hogar la estéril Razón e hice de la hija favorita de la vid mi nueva esposa.

XXVI
Ayer, cuando volvía de recibir sus caricias, vi en la puerta de la taberna a un anciano embriagado que llevaba sobre sus hombros un cántaro de vino. Dime, viejo amigo, le dije, ¿No te avergüenzas de que Dios te vea en tal estado? Deja esas vanas preocupaciones, me contestó, ven conmigo a beber, que Dios es misericordioso y mal puede castigarnos.

XXVII
Bebe vino y juega con los bucles de tu amada pues dormirás largo tiempo en el polvo, sin un camarada, un amigo ni una amiga. Piensa bien y no olvides que los tulipanes marchitos no florecerán ya más.

XXXI
Ninguno puede pasar detrás del velo que cubre el enigma; nadie puede decirnos lo que existe más allá; solo en el corazón de la Tierra encontraremos asilo. ¡Bebe vino... porque, de tales discursos jamás se encuentra el fin!

XXXII
Antes de que tu y yo existiéramos, ya vivían sabios y profetas que pasaron sus días en largo sueño.  despertáronse una vez e hicieron grandes revelaciones, pero nada cierto dijeron. Han tornado a dormir y hasta hoy continúan haciéndolo.

XXXVIII
Pon un límite a tus deseos por las cosas mundanas y vive contento. Evita todo aquello que te conduzca al bien o al mal en este suelo, alza la copa y juega con los cabellos de tu amada porque,... ¡Cuán presto todo pasa!... ¡Cuán pocos días nos quedan!

XLII
Reconfortadme con una copa de vino y dad a mi piel color ámbar, el color del rubí; lavad con vino mi cuerpo inerte y haced con las maderas de la viña la tapa de mi féretro.

LIII
Unas gotas de vino rubí, un trozo de pan, un libro de versos... y tu, en un lugar solitario, vale más, ¡mucho más!, que el imperio de un sultán.

LVIII
No huyáis del vino, pues con él desaparecen las preocupaciones de las religiones del mundo. Id en busca del alquimista que, con un trago, transformará en oro el tosco hierro de nuestra vida.

LXIV
El vino, el banco de la taberna y nuestros cuerpos de borrachos, son indiferentes a la esperanza de misericordia y al temor del castigo. Nuestras almas y nuestros corazones, nuestras copas y nuestros vestidos son independientes de la Tierra y del Cielo.

LXVIII
Mi venida no fue de ningún beneficio para la esfera celeste; mi partida no disminuirá su belleza ni su esplendor y, sin embargo, jamás he sabido el porqué de esa venida ni el porqué de esa partida.

LXIX
Ignoro si Aquel, el que me hizo, me destinó un lugar en el Cielo o en el horrible Infierno; más dadme un pedazo de pan, una adorada y vino sobre el verde césped de un campo, que eso es dinero, y guarda para ti el crédito del Cielo.

LXX
Jamás he pensado que el Cielo fuese un lugar de reposo, tanto he llorado que mis lágrimas han apagado mis ojos y el Infierno no es sino una leve chispa comparado con las angustias de mi alma.

LXXI
¡Oh corazón! ¡Qué mayor placer, qué mejor encanto si tú y yo pudiéramos conspirar juntos con el Destino! Tomaríamos esta triste vida en nuestras manos para reducirla a pedazos y luego reconstruirla conforme a los deseos de nuestros corazones.

LXXVI
No soy siempre dueño de mi voluntad, pero... ¿Qué puedo hacer? Y sufro por mis acciones, pero... ¿Qué puedo hacer? Pienso con sinceridad que me perdonaréis y me arrepiento de que hayáis visto mis pecados, pero... ¿Qué puedo hacer?

LXXVIII
El actuar en ceremonias vanas es cual perder el tiempo arrojando piedrecillas al mar. Estoy hastiado de los idólatras de la mezquita. ¡Oh Khayyám! ¿Quién puede asegurarte que tu habitarás el Infierno? ¿Quién fue jamás al Cielo? ¿Quién jamás regresó del Infierno?

LXXX
Khayyám, que trabajaba en las tiendas de la Sabiduría, cayó en el brasero de la Tristeza y fue consumido de un golpe. Las tijeras del destino han cortado la cuerda de la tienda de su vida y el mercader de esperanzas le ha vendido por una canción.



domingo, 20 de marzo de 2022

Acerca de las rubaiyat

Al menos hasta hace algún tiempo, la botellas del vino Caballero de la cepa, de la bodega Flichman de Mendoza, Argentina, mostraban, colgando del cuello de la botella, un cartelito que decía:

Me dicen que los amantes del vino y del amor van al infierno.
No existen verdades absolutas, pero si mentiras evidentes
Si los amantes del vino y del amor van al infierno,
vacío debe estar el paraíso.

Y esta, queridos amigos, es una copla rubái, de las famosas Rubaiyat del poeta persa Ghiyathuddin Abulfash Omar ben Ibrahim al Kheyyam (o Khayyam). Me apresuro a aclarar que la copla rubái de la poesía persa, consta de cuatro versos de igual metro, rimados el primero, el segundo y el cuarto, quedando libre el tercero. El cuarto adquiere así, por contraposición al tercero, un vigor y relieve extraordinarios. Y Rubaiyat, no es más que el plural de rubái. De donde las Rubaiyat se refiere al conjunto de coplas rubái.

La que ornamentaba las botellas de Caballero de la cepa es, justamente, una de ellas.

Desde luego que, la traducción a otro idioma hace que se pierda la métrica y la rima del original, sin embargo, no se pierde su contenido, el mensaje que quiso enviarnos el poeta. Y ese contenido es suficiente para que las Rubaiyat merezcan todo nuestro aplauso y consideración.

El enorme Jorge Luis Borges tiene un poema, precisamente titulado Rubaiyat, en el que nos va a mostrar como suena la copla rubái cuando la métrica y la rima responden al original. Veamos:

Torne en mi voz la métrica del persa
a recordar que el tiempo es la diversa
trama de sueños ávidos que somos
y que el secreto Soñador dispersa.

Torne a afirmar que el fuego es la ceniza,
la carne el polvo, el río la huidiza
imagen de tu vida y de mi vida
que lentamente se nos va de prisa.

Torne a afirmar que el arduo monumento
que erige la soberbia es como el viento
que pasa, y que a la luz inconcebible
de Quien perdura, un siglo es un momento.

Torne a advertir que el ruiseñor de oro
canta una sola vez en el sonoro
ápice de la noche y que los astros
avaros no prodigan su tesoro.

Torne la luna al verso que tu mano
escribe como torna en el temprano
azul a tu jardín. La misma luna
de ese jardín te ha de buscar en vano.

Sean bajo la luna de las tiernas
tardes tu humilde ejemplo las cisternas,
en cuyo espejo de agua se repiten
unas pocas imágenes eternas.

Que la luna del persa y los inciertos
oros de los crepúsculos desiertos
vuelvan. Hoy es ayer. Eres los otros
cuyo rostro es el polvo. Eres los muertos.

Veremos varias coplas rubái debidas a Omar, pero antes quiero invitar al catalán José Gibert para que, con su excelente pluma y a manera de prólogo, nos introduzca en quién fue Al Kheyyam y su obra.

Fue en Bagdad, allá por el año 1928, donde tuve conocimiento de la existencia de un genial poeta persa, Omar Kheyyam, en cuya obra literaria me pareció ver condensadas todas las concepciones de los filósofos, poetas y moralistas que en el mundo han sido. La recitación de algunas de sus famosas cuartetas con que me obsequió un día mi ilustre amigo el profesor Mirs Habanah, me causó tan honda impresión, que le rogué me diera a conocer por completo la obra del poeta, con el fin de traducirla para publicarla un día en mi lengua vernácula. Con este propósito, y guiado expertamente por tan docto mentor, me dediqué con ahínco a la búsqueda, estudio y selección de las dispersas cuartetas de Kheyyam, aprovechando la magnífica coyuntura que me brindaba la Universidad iraní con su valiosa colección de manuscritos, que meses más tarde completé en la Biblioteca Nacional de Al-Kahira (El Cairo).

La obra poética de Omar Kheyyam es universalmente conocida con el nombre de rubaiyat, que es el del cuarteto persa por excelencia. Bajo la ligera gracia de su forma, sus versos encierran una filosofía amarga e irónica saturada de un hedonismo resultante de la decepción y el desengaño, a manera de un carpe diem bastante parecido al de Horacio, aun cuando menos áspero. Las magistrales concepciones que en ellos se exponen culminan en la sombría historia del pensamiento humano, abarcando todo, presente y futuro. Ninguna otra literatura puede ofrecer algo comparable a la fascinadora belleza de tales versos elogiando los placeres terrenales, ni a las mordientes diatribas con que fustiga las convenciones dualistas, ni a las expresivas rebeldías contra el malévolo y fatal Destino que lleva a la Muerte todo lo bueno y hermoso de este mundo.

Sólo al leerlos nos damos cuenta de que los rubaiyat pueden conceptuarse como una de las obras maestras de la literatura universal, y que podrían adaptarse como breviario en momentos de renuncia y flaqueza, pues son exponentes de la más alta y noble expresión y de la más profunda sabiduría, sin acompañarse de una fatigosa erudición.

Ha querido presentarse a Kheyyam como un racionalista, un epicúreo, un escéptico, un ateo y hasta ¾valga la palabra¾  un volteriano, sin tener en cuenta que el poeta no fue más que el producto de una civilización fastuosa, refinada y decadente, y, sobre todo, muy distinta de la nuestra. La psicología pesimista que se refleja en sus versos es la que después se encuentra en Shakespeare, Byron, Goethe, Swinburne, Schopenhauer, Baudelaire, Verlaine y tantos otros. Por eso, leyendo a Kheyyam, se les lee a todos, y se da uno cuenta de cómo el moderno pesimismo no ha sido una novedad en la historia del pensamiento filosófico ni en la de la concepción poética.

También, por sus írreverencias con su Dios, Alá, se le ha considerado un impío y un blasfemo, sin tener en cuenta que a ello fué llevado por su desesperación al no poder quebrantar la gran fuerza del fatalismo musulmán.

Tal como se nos presenta en su obra, Kheyyam no es más que un reformador. Inicia su primer verso con un¡Despertaos!” vigoroso como el canto matinal de un gallo, con el que quiere desvelar a la humana conciencia, anunciando la aparición del sol de la sensatez, para que abra bien los ojos a la luz de la realidad. Kheyyam siente una profunda conmiseración por la humanidad que sufre y gime en este valle de lágrimas que él estima como la obra magna de la Creación, la maravilla del Universo. Analiza la causa de tanta desventura, y se encuentra ante una quimera que no tiene razón de ser, pues fue creada por el hombre mismo. Esta no es otra que el miedo al "más allá", con todo su cortejo de angustias y terrores. El hombre ha resultado víctima de su propia obra. Y así vive atormentado por doctrinas que le amenazan constantemente con terroríficas penas eternas, y que le imponen y exigen una vida de duros sacrificios si quiere conseguir el eterno premio del Paraíso. ¡El Paraíso! ¡Pero si no es más que un espejismo!  Nadie sabe dónde se encuentra, nadie sabe dónde está. Y, entretanto, se desaprovecha lo que verdaderamente tiene un valor tangible: La vida terrenal. Y ante el monstruoso trueque de lo real por lo hipotético, Kheyyain se esfuerza, con sus rubaiyat, en convencer al hombre para que se desprenda de la túnica de inquietudes y angustias con que se ha cubierto, para que viva la bella desnudez de su existencia, corta, es cierto, pero por lo mismo más apreciable.

Y le Pregunta: "¿Qué? ¿No eres tú el sultán del Mundo? ¿Cómo, pues, vives melancólico y agobiado bajo un cúmulo de preocupaciones, tratando de resolver problemas que en nada íncumben a tu existencia? La Naturaleza te dio juventud, vigor y alegría. ¿Por qué, pues, pasar la vida curvado bajo el peso de despotismos que tú mismo creaste y que sostienes en perjuicio de tu misma tranquilidad? ¿Acaso duermes y sueñas, hombre presumido y fatuo? ¿Cómo pudiste imaginar que haya de estudiarse para llegar a ser Dios y regir a voluntad las leyes del Universo? ¿Es que alguna vez te hablaron de ello las sombras de la noche, el susurro de la brisa entre los árboles o el titilar de las constelaciones misteriosas y lejanas? ¡Infeliz! ¿No comprendes que es tu solo pensamiento el que habla, y que eres tú quien se pregunta y tú mismo quien se responde como un loco? ¿Y para esto tantas angustias? Lo único que hay de cierto es que el que muere no retorna, haya sido virtuoso o perverso, inteligente o tonto. No pretendas sondear el arcano de lo desconocido, porque los enigmas que encierra son otros tantos laberintos sin medida ni término. No pierdas el tiempo indagando el porqué de la vida. Gózala. He aquí lo que debes aprender. Ello te enseñará todas las virtudes liberales, sin ímposiciones ni exigencias. Aprende a gozar, y sabrás ser tolerante, amable, discreto, dadivoso... Sólo así resolverás el único problema cuya solución sería provechosa para ti y para tus semejantes.

En el conjunto de su obra, Kheyyam desarrolla un verdadero tratado metafísico y moral en el que poco a poco van exponiéndose las profundas doctrinas de la gnosis. En ella se expresan sus conceptos sobre la vida, sus conmiseraciones para con los hombres y sus rebeldías contra las exigencias del Destino. Y se le ve cómo, siendo en el fondo un místico, arremete contra la religión y la estrecha austeridad de la ortodoxia de los ulemas, a los que considera como unos hipócritas.

Comienza el poeta lamentándose de la constante marcha del Tiempo que nos arrastra a la vorágine.  La vida es bella, pero el placer de vivirla se enturbia al percibir lo fugaz que es nuestra existencia, y al darnos cuenta de que no somos más que una infinitesimal partícula del Universo del cual nos creíamos los señores.

La vida es, pues, cosa vana. La Naturaleza prosigue impertérrita sus ciclos, ajena por completo a las miserias humanas; esto es injusto, porque el hombre es verdaderamente superior a todos los demás seres y cosas del Mundo. Pero nuestro conato de rebeldía es inútil. Y entristecidos ante nuestra impotencia, nos dejamos invadir por la desilusión y la melancolía.

Queda una esperanza: La de luchar contra lo implacable, el Tiempo. Pero el Tiempo no existe, porque nosotros lo creamos al considerar el pasado y el porvenir. Sólo existe el presente, y si aniquilamos el Tiempo podremos menospreciar la Muerte y la Eternidad. Hay, pues, que luchar.

Como en la vida nada hay mejor que el placer sensorial, con él podremos dominar y vencer al Tiempo. Vivamos, pues, en el placer y en el deleite, entregándonos por entero al vino y al amor, y así, vencido y aniquilado el Tiempo por la Voluptuosidad, pasado y futuro no serán más que vagas conjeturas.

Más aún. Si con tales armas nos es posible desafiar a la Vida, ¿Por qué no considerarnos vencedores de la Muerte? Es que hemos descubierto que no se muere, sino que se revive transformado. Nuestros átomos son duraderos como el Mundo,

Pero, ¿Y el yo? De poco nos sirve saber que el cuerpo perdura disgregado, si ya no tenemos conciencia de nosotros.

Nuestra personalidad, está constituida por algo sutil, que no conseguimos explicarnos, perdiéndonos en conjeturas. Sólo logramos descubrir que el Universo es tan mísero y tan vacuo como nosotros mismos, y preguntamos a lo Alto: ¿Pero, qué es lo que somos? Pero, en las alturas no se dignan contestar a nuestra voz angustiada.

El poeta, sin embargo, por haber podido desprenderse del egoísmo, consigue saberlo penetrando en los secretos de la gnosis. El mundo de los sentidos es una vana ilusión, y el yo, en el cual hacíamos gravitar el Universo, la más vana de las ilusiones. Todas las cosas existentes son un milagro. Nada hay grande ni pequeño. Nada hay perfecto ni imperfecto. No existe nada que puede contraponerse a algo como cosa distinta. Todas las cosas del Mundo, aun nosotros mismos, quedan reducidas a sombras, pero sombras de algo que no podemos concebir y que forzosamente debe ser lo que da un sentido de serenidad a los desordenados episodios de nuestra ilusoria existencia. En el interior del lado oculto de las cosas es donde se halla la única realidad. En él se pierde el aspecto individual para fundirse en el Gran Todo.

Y el hombre vuelve a ser lo que no debió jamás dejar de haber sido: esencia de la divinidad.

 

* * *

 

Omar Kheyyam[1] nació en Naishapur, de Korassam, a mediados del siglo XI de nuestra era, y falleció en el primer cuarto del siglo siguiente. Su vida estuvo singularmente ligada a la de dos importantes y famosos personajes de su país y época: Hassan el Sabbah y Nizam al Mulk.

Hassan y Nizain fueron en su juventud a Naishapur para instruirse en ciencia y sabiduría, atraídos por la fama del anciano y célebre imán Novassak. Allí conocieron a Omar Kheyyam, que en su ciudad natal estudiaba matemáticas y astronomía, creándose prontamente entre ellos una íntima y leal amistad. Los tres amigos concluyeron un pacto solemne: El que primero triunfase, estaba obligado a ayudar a los otros dos.

Quien lo logró primero fue Nizam, que consiguió llegar a secretario y visir del sultán Alp Arlan, el León, y de Malek Chah, hijo y nieto respectivamente de Toghrul Beg, fundador de la dinastía de los Seldjucidas. Sus dos amigos fueron a recordarle el compromiso contraído en sus tiempos mozos. Hassam pidió y obtuvo un cargo en la Corte, pero metiose en intrigas y devaneos y pronto cayó en desgracia, retirándose despachado a las montañas del sur del Caspio, y al frente de un ejército de rebeldes aterrorizó con sus desmanes los países colindantes, adquiriendo una triste celebridad, aun entre los cruzados cristianos, que le dieron el nombre de El Viejo de la Montaña[2].

Omar, poco o nada ambicioso, limitose a solicitar una pensión para retirarse a Naíshapur y poder dedicarse a las matemáticas y al estudio del curso de los astros. Cuando le fueron concedidos 1.200 mitkales de oro, vivió plácidamente entregado a sus estudios matemáticos y astronómicos y al cultivo de la poesía. Rodeose de amigos, y con ellos se absorbió en la contemplación estática. Dicen los cronistas que su mayor placer era el de conversar y beber con sus amistades al claro de luna, en la terraza de su casa, muellemente tumbado en divanes cubiertos de tapices multicolores, acompañado de cantantes, danzarinas y tañedores de laúdes, y servido por una hermosa y gentil doncella que le escanciaba el vino en una copa de oro.

En su delicioso retiro alternaba sus días entre austeros trabajos y fáciles placeres. Estos momentos felices fueron los que determinaron que, al albur de su fantasía, y de manera expansiva, compusiera las cuartetas que nos han llegado con el nombre de rubaiyat, que son uno de los más bellos y famosos monumentos de la poesía persa aun de todo el mundo musulmán.

Sus estudios le hicieron prontamente un astro de primera magnitud en el firmamento científico de su época.

Malek Chah lo llamó a Merv, donde le colmó de honores y mercedes, y lo designó, con otros siete sabios, para reformar el calendario, con lo cual se estableció una nueva era, denominada jalaliana o Seljúk, que comienza en el año 471 del al-Hegir (15 de marzo de 1079). Parece ser que nuestro poeta descolló, además, en Ciencias Naturales, Ética, Metafísica y Derecho, pero su mayor reputación como científico la alcanzó como astrónomo y matemático[3].

Omar Kheyyam falleció a una edad avanzada en Naíshapur, donde residió siempre, el año 517 del al-Hegír (1123 de nuestra era), y donde fue enterrado. Uno de sus discípulos, Kuajah Nizam, aporta la siguiente poética anécdota necrológica: «Con el Maestro, acostumbrábamos a conversar en un jardín, Un día nos dijo: "Mi tumba la hallaréis en el lugar aquel donde el viento del Norte pueda cubrirla de rosas". Chocáronme sus palabras, pero tuve el presentimiento de que no fueron pronunciadas en balde. Años más tarde, al volver a Naishapur después de una prolongada ausencia, fui al lugar donde se me indicó que encontraría la tumba del astrónomo poeta. La hallé junto a un jardín. Los árboles, en su exuberancia primaveral, inclinaban sus ramas por encima del muro y una suave brisa iba deshojando sus flores, que al caer cubrían de pétalos la losa sepulcral...».

 

* * *

No se sabe cuántos fueron los rubaiyat que Omar Kheyyam escribió, o bien que recogieron y transmitieron sus discípulos. Los modernos críticos no han llegado a ponerse de acuerdo para precisarlos y determinarlos entre los doscientos cincuenta y uno que contiene el llamado manuscrito bodleriano[4], considerado el más antiguo conocido de la obra de Kheyyam, y los ochocientos de un manuscrito guardado en la biblioteca de la Universidad de Cambridge. Entre los dos existen otros con un variable contenido de cuartetas, lo que contribuye a la desorientacíón. Es de creer que Kheyyam debió de componer un determinado número de versos que, con el tiempo, irían multiplicándose, surgidos posiblemente de un espíritu de emulación, y ello ha llevado a esta confusión, haciéndonos difícil, por no decir imposible, la selección de las cuartetas apócrifas de las que por Kheyyam fueron concebidas. Y, entretanto, ha proseguido la publicación de rubaiyat a número y gusto de los traductores.

Las cuartetas de Kheyyam fueron impresas por vez primera en Calcuta, en 1836. Años después, 1857 y 1862, se imprimieron en Teherán.

Fue en Inglaterra donde primeramente se gustaron en Europa las primicias de la obra del vate persa, habiendo sido el poeta irlandés Fitzgerald el que la dio a conocer con la traducción de cien cuartetas, que publicó en 1859, en la que consiguió exponer magistralmente el espíritu de la poesía omariana, haciendo comprensibles sus bellezas. Su admirable versión, reeditada en 1868, 1872, 1879, 1900, 1908, etc., mereció que los ingleses sigan considerándola un poema clásico. La impresión que allí produjeron las obras de Kheyyam se revela por el número de ediciones que se publicaron. En 1882 y 1883, E. H. Whienfeld dio a conocer dos traducciones, una de ellas crítica, con texto original y su versión correspondiente; en 1896 fue Dofe el traductor; en 1898, Peyne, continuándose las ediciones hasta 1920, en que O. A. Shrubsole llegó a publicar hasta trescientos cuarenta y seis rubaiyat[5].

Numerosas son también las traducciones publicadas en alemán, francés, italiano, húngaro, checo y turco. En los Estados Unidos, las ediciones de Kheyyam se cuentan por decenas, y en la América Latina se ha traducido, en prosa y en verso, en Buenos Aires, Río de Janeiro, Santiago, Lima y La Habana.

En España, las cuartetas de Kheyyam fueron traducidas por primera vez en Barcelona por Vives Pastor, que en 1907 las publicó en verso catalán[6]. En el mismo año, el comediógrafo Martínez Sierra dió a conocer una versión en prosa de setenta y cinco en la revista madrileña Renacimiento. En fecha no expresada, la editorial barcelonesa Cervantes publicó la traducción en verso de setenta y ocho rubaiyat, por Pedro Guiras, y más reciente, sin fecha tampoco de impresión, Pelegrín Breda publicó, también en Barcelona, en edición privada, ciento ocho cuartetas en prosa. Y, entretanto, en ninguna de las antologías castellanas de los grandes poetas universales dejó de faltar una más o menos nutrida selección de rubaiyat.

Tal ha sido el aprecio que el mundo contemporáneo ha tenido siempre por la obra poético-filosófica de Omar Kheyyam.

En la Biblioteca de la Universidad de Bagdad se guardan catorce libros manuscritos de los siglos XVI al XVIII (era cristiana), algunos de ellos con primorosas miniaturas, conteniendo rubaiyat de Kheyyam, ya íntegramente, ya recogidos junto con otras poesías de otros clásicos orientales. En ninguno de ellos su número sobrepasa del centenar. Leyéndolos y examinándolos puede deducirse que el conjunto de rubaiyat concebidos por Kheyyam no debió de llegar a los trescientos, ya que muchos no son sino meras repeticiones, con ligeras variantes de imágenes, lo que hace suponer que éstos pueden ser modalidades de un mismo concepto original. En el estudio y cotejo de estos manuscritos iraniamos fue donde el profesor Habanah me guió y ayudó en la búsqueda, selección y traducción de aquellos rubaiyat que a su docto parecer mejor podían dar una clara y completa exposición del pensamiento de Kheyyam.

"Cuando quieras - me dijo - publica éstos. Son más que suficientes para dar a conocer y comprender, íntegra y totalmente, la obra poético-filosófica de Omar Kheyyam. Procura conservar su sabor original, porque si los occidentalizas perderán su primordial encanto."

Y éstos, los designados, en número de doscientos cincuenta, literalmente traducidos, son los que se publican en la presente edición, magistralmente puestos en verso castellano por Diego Navarro, que ha logrado, dentro de la más absoluta fidelidad, conservar su sabor y su gracia originales.



[1] Su nombre completo era Ghiyathuddin Abulfash Omar ben Ibrahim al Kheyyam.

[2] De su nombre proviene la palabra “asesino”, tantos fueron los crímenes cometidos por su gente, los hassasines.

[3] Woepcke: L'Algebre d'Omar Alkheyyami, París, 1881; Gerald Meerman: Specimen calculi fluxionalis, 1742; Libri: Histoire des Stiences mathématiques en Italie, Sedillot: Nouvel Journal Asiatique, 1834; Notices et extraits de la Bib. Royale, vol. XII; G. Sarton: Introduction to the History of Science, vol. 1, Carnegie Institution of Washington, Pub. n.º 376, etc.

 

[4] De Bodler, su descubridor. Fué escrito en el año 1460, es decir, dos siglos y medio después del fallecimiento del poeta.

[5] Marlborough and Co., London, 1920.

[6] P. O. «L'Avenç».


Hasta aquí el admirable prólogo de Gispert que ha tornado un poco larga esta introducción, de modo que dejaré para la próxima nota el aportar algunas de las rubái de Omar para que puedan ustedes degustarlas.

¡Hasta la próxima!

domingo, 13 de marzo de 2022

Albert Einstein, ¿El más grande científico que ha existido?

Una noticia que poblaba el portal Infobae reclamó mi atención. Se trató de la que proclamaba, estruendosamente, la existencia de un argentino de 32 años que tiene el coeficiente intelectual de Einstein. Se trata de José Luis Martínez quien, según el portal de marras, tiene un CI de 161 cuando el común de la gente tiene 100.

Lo que acicateó mi curiosidad fue la frase: tiene el coeficiente intelectual de Einstein. Inmediatamente me pregunté, ¿Sabemos cuál era el coeficiente intelectual de Einstein? Bueno, investigué al respecto y nadie tiene una respuesta concreta a esta pregunta. Einstein nunca tomó una prueba de CI en su vida. O sea que el tejido de la noticia ya empieza a crujir por las costuras.

Sin embargo, a pesar de no contar con una respuesta definitiva, hay quienes creen que es posible estimar su probable puntaje de CI. Para ello, parten de la base de que Einstein era un genio, es más, era un genio sin lugar a dudas, dicen. Así que, ¿Dónde pone eso el CI de Einstein? Agregan también panegíricos como: Si un hombre de su calibre era capaz de descifrar los misterios del universo, entonces sólo imagínate qué tan alto debe ser su calificación de CI. Y, luego de haber bombardeado al oyente con esta lluvia de elogios, concluyen, pomposamente: La mayoría de los teóricos fijan el CI de Einstein entre 160-190. Nunca podremos saber la verdadera respuesta, pero basta con decir que era un hombre brillante con un cerebro increíble.

¿La mayoría de los teóricos? ¿Qué mayoría? ¿Qué teóricos? No importa, basta con decir que era un hombre brillante con un cerebro increíble. ¡Y ya!

¡Pues, para mí no basta!

Veamos, comencemos por el principio, ¿Cuáles son los atributos que deben estar presentes para que llamemos genio a una persona? Si bien hay cierta discusión en la respuesta a esta pregunta, creo que podemos estar de acuerdo en dos atributos fundamentales (y no excluyentes), la rapidez y la profundidad. Es decir, el genio "ve" las cosas con una rapidez muy superior a la del común de los mortales y con una profundidad ajena a estos. Se habla también de la gran creatividad, pero esta podría ser hija de la profundidad con que el genio comprende el tema de que se trate, ya que ello le permitiría concebir aplicaciones, soluciones, etc. Así, el gran Isaac Newton, comprendiendo en profundidad el problema de la dinámica de los cuerpos en movimiento concibió y elaboró toda una nueva rama de la Matemática para poder expresarlo en fórmulas: El Cálculo Diferencial e Integral. Interesante es notar que ya el griego Arquímedes había estado al borde del Cálculo Diferencial, ¡Pero 2000 años antes que Newton (como se puede ver en sus trabajos sobre áreas y volúmenes de cuerpos geométricos)! Tanto Newton como Arquímedes nos muestran un tercer atributo del genio: La vastedad de sus intereses, es decir, la polimatía. Arquímedes, por ejemplo, se destacó en Física, Matemática e Ingeniería y Newton en Física, Matemática, Teología. Además, ambos fueron escritores. Newton fue respetado durante toda su vida como ningún otro científico y prueba de ello fueron los diversos cargos con que se le honró: En 1689 fue elegido miembro del Parlamento, en 1696 se le encargó la custodia de la Casa de la Moneda, en 1703 se le nombró presidente de la Royal Society y finalmente en 1705 recibió el título de sir de manos de la reina Ana.

No resisto la tentación de mencionar aquí otro reconocido polímata: Leonardo da Vinci. Leonardo fue un polímata a la vez pintor, anatomista, arquitecto, paleontólogo, ​artista, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista.

Detectamos entonces tres atributos del genio:

1.- Rapidez para captar la solución a un problema.

2.- Profundidad en la comprensión de los entresijos del mismo. Todo esto permite una gran creatividad.

3.- Vastedad de intereses.

Veamos entonces cómo encaja Einstein en esta definición.

1.- Rapidez. Einstein no era particularmente rápido para captar un problema. De niño manifestó una naturaleza apocada e, inclusive, solía ser más lerdo que sus compañeros de escuela. Y, si bien la genialidad puede "despertarse" en la vida adulta, es normal que la mente del genio se manifieste ya desde la temprana niñez. Podemos aquí traer a colación el hecho de que Einstein tardó diez largos años, desde 1905 en que publica su primera versión de la Teoría de la Relatividad, hasta 1915 en que la completa publicando la Relatividad General que incluye la gravedad.

2.- Profundidad. Más que profundidad, Einstein era muy perseverante. Producto de una gran capacidad de trabajo "pulía" los temas en profundidad. Sin embargo, muchos temas se resistieron a sus esfuerzos y lo vencieron, por ejemplo, la Mecánica Cuántica, hoy demostrada hasta el hartazgo, que siempre se negó a aceptar.

3.- Vastedad de intereses. El único interés de Einstein fue la Física. Incluso en Matemática no se destacó y tuvo que apelar a la ayuda de su amigo y profesor, el matemático Herman Minkowsky, para la revisión de sus trabajos.

Se me dirá que Einstein, sin embargo, mostró una gran creatividad con la Teoría de la Relatividad. La respuesta a esta aparente paradoja es que la Teoría de la Relatividad no fue concebida solo por Einstein, sino completada por él, basándose en los trabajos de Lorentz y Poincaré. Es más, fue el propio Minkowsky quien, en 1907, se percató de que la teoría especial de la relatividad, presentada por Einstein en 1905 y basada en trabajos anteriores de Lorentz y Poincaré, podía entenderse mejor en una geometría no euclideana sobre un espacio cuatridimensional, desde entonces conocido como espacio de Minkowski, en el que el tiempo y el espacio no son entidades separadas sino variables íntimamente ligadas en el continuo de cuatro dimensiones del espacio-tiempo. Esta representación sin duda ayudó a Einstein en sus trabajos posteriores que culminaron con el desarrollo de la Relatividad General.

Como vemos, los trabajos de Einstein no fueron idea de él sino de varios físicos y matemáticos (cosa que Einstein nunca reconoció).

Por último, digamos respecto de la creatividad, que los últimos veintitantos años de su vida, que Einstein pasó en el Instituto de Estudios Especiales de Princeton, donde le pagaban solo para pensar, no produjo absolutamente nada, mostrando tanta creatividad como una mujer estéril.

De modo que, finalmente, del artículo que mencioné al comienzo de este mail solo queda que: José Luis Martínez tiene un CI de 161 cuando el común de la gente tiene 100. Y esto, también habría que verificarlo.


Pero, podemos arrimar otra opinión. En este caso, la de Marvin Lee Minsky, quien fuera uno de los padres de la Inteligencia Artificial y cofundador del laboratorio de Inteligencia Artificial del Instituto de Tecnología de Massachusetts. Dentro de los libros escritos por Minsky, se destaca La sociedad de la mente, en el que pretende demostrar cómo surge la consciencia a partir del conglomerado de neuronas del cerebro humano. Si tuviera que elegir una frase que pinte el pensamiento de Minsky, elegiría: "Las máquinas podrán hacer todo lo que hagan las personas, porque las personas sólo son máquinas"
Bien, Marvin Minsky, hablando acerca de lo que caracteriza a un genio, dijo que, las características de un genio son una gran capacidad de aprendizaje en múltiples áreas, almacenar mucho conocimiento y una desmesurada facilidad para combinar esa información en distintas formas. Yo le agregaría una capacidad de concentración o abstracción en el enfoque elegido.

Como vemos, Minsky está de acuerdo con que el genio es polímata, es decir, posee una vasta colección de intereses y, en la desmesurada facilidad para combinar esa información en distintas formas, Minsky encierra lo que aquí he llamado velocidad de comprensión y profundidad de la misma. Y, por último, esta desmesurada facilidad para combinar la información en distintas formas es, como ya hemos dicho, lo que explica la creatividad del genio.



He mencionado que Einstein nunca reconoció el aporte de otros científicos a la Relatividad, de modo que aportaré datos al respecto.

Entre 1902 y 1905 Henri Poincaré publicó dos trabajos que se anticiparon al primer artículo de Einstein sobre la Relatividad Especial, así como el resumen de un tercero. En esos tres documentos ya estaban expuestas las principales ideas de la Relatividad Especial.
Henri Poincaré
Poincaré retomó el principio del movimiento relativo (de Galileo), que él mismo (Poincaré) denominó Principio de Relatividad, renunciando así a la idea del éter como marco universal de referencia, como era aceptado en esa época. El francés también defendió en sus artículos que el tiempo y el espacio no eran absolutos y que la velocidad de la luz era un límite insuperable, todas ideas que aparecen también en la Teoría de la Relatividad. Además, conectó el principio de relatividad con las fórmulas de transformación de Lorentz en su tercer artículo, cuyo resumen publicó el 9 de junio de 1905.

La prioridad de Poincaré sobre Einstein fue reconocida por el también físico Max Born, amigo personal de Einstein desde 1916, en su libro Einstein´s theory of relativity de 1962. Dice Born: Poincaré fue un paso más allá. Para él estaba bastante claro que el punto de vista de Lorentz era insostenible y que la equivalencia matemática de sistemas de referencia implicaba la validez del principio de relatividad. También era bastante consciente de las consecuencias de esta teoría.

Einstein nunca citó a Poincaré lo que permitiría pensar que desconocía su trabajo, pero, la correspondencia que mantuvo con su amigo Maurice Solovine revela que, antes de publicar su trabajo en 1905, había estudiado el del francés junto con el grupo de amigos que constituían la llamada Academia Olimpia, entre los cuales se encontraba Solovine (Albert Einstein - Lettres à Maurice Solovine, 1956).

En cuanto al uso de las ideas de Plank, basta recordar que el efecto fotoeléctrico lo explicó Einstein usando el concepto de cuanto de energía debido a su famoso compatriota.



Albert Einstein fue un científico perspicaz e inteligente; eso sí, mucho menos de lo que el folklore popular dice que fue. Fue un individuo muy trabajador, sobre todo sobre las ideas ajenas. Ya les he contado que "su" Teoría de la Relatividad la enriqueció con los trabajos de Henri Poincaré, el polímata francés. Y su premio Nobel, que ganó por su explicación del efecto fotoeléctrico, es una continuación de los trabajos de Max Plank. No le quito mérito, desde luego que hay que basarse en lo que otros ya han hecho so pena de tener que reinventar la rueda. Lo malo es no reconocerlo (como lo reconoció Isaac Newton cuando humildemente dijo: Si he podido ver más lejos que otros en mi generación, es porque estoy encaramado sobre los hombros de gigantes) y atribuirse la gloria. Además, ya hemos visto en la nota anterior, titulada Mileva Maric, que su esposa fue otra de las damnificadas por la ingratitud de Einstein. ¿Cuánto de la obra atribuida a Einstein se debe a ella?

Pero, la fama es adictiva y el populacho y los medios (siempre necesitados de un macho alfa), elevaron a Einstein a un lugar que no le correspondía. Einstein murió siendo equiparado a Newton, por ejemplo, cuando estaba a años luz de él. De hecho, una vez que se hizo famoso, huyendo del régimen nazi, fue a dar al Instituto de Estudios Especiales de Princeton. El científico que llega allí es remunerado sólo para pensar, para desarrollar nuevas ideas y ni siquiera tiene que presentar una memoria anual de lo que hizo. Para esa época, la nueva idea en Física era la Mecánica Cuántica y todo el mundo trabajaba en ella. Einstein no estuvo de acuerdo con ella desde un principio y se opuso terminantemente a aceptarla. Quedó entonces orientado a encontrar una alternativa a la Mecánica Cuántica, pero... ¡esta vez estaba solo! Y se pasó los últimos 22 años de su vida sin aportar nada nuevo. Flaco servicio para el Instituto de Estudios Especiales de Princeton aunque, claro, los Einstein deben estar previstos por una institución como esa. Tras su muerte se convirtió en "el más grande científico que ha existido".


La natural disposición del humano a seguir los pasos marcados por un líder, un macho alfa, un mesías, ha construido, en el caso de Albert Einstein, la imagen de un gran científico que, en solitario, construyó el extraordinario edificio de la Teoría de la Relatividad. Este logro excepcional lo ha catapultado al Salón de la Fama de la Física donde recibe la veneración y las loas de su fanaticada.

Puedo estar de acuerdo en que Einstein fue un buen científico; como lo fue la pléyade de científicos alemanes que adornó la Física de fin del siglo XIX y comienzos del siglo XX como fruto de una sociedad extremadamente culta y preparada, de la que ya hemos hablado en otras notas.

Para finalizar, digamos que la Teoría General de la Relatividad de 1915, presentó las mismas características en cuanto a su autoría. Resultó que, tanto el famoso matemático alemán, David Hilbert, como Einsten llegaron a formular ecuaciones del campo gravitatorio que satisfacían el requerimiento de covariancia general, esenciales para dicha teoría, y esto dio lugar a la inevitable pregunta de la prioridad en el descubrimiento. Hilbert mismo, debemos decir de antemano, nunca puso en duda la prioridad de Einstein y, de hecho, al hablar de la teoría general de la relatividad en los años siguientes, siempre atribuyó a Einstein “uno de los mayores logros jamás conseguido por el espíritu humano”. Pero, por otro lado, varios de los contemporáneos de Hilbert, tales como Klein, Wolfgang Pauli (1900-1958) y Hermann Weyl (1885-1955), acreditaron a Hilbert la prioridad en la derivación de las ecuaciones de campo. Más aún, las reacciones inmediatas de Einstein durante el mes de diciembre de 1915 sólo corroboran este punto de vista. Así, se conoce una carta de Einstein a uno de sus amigos en Zürich, en la cual le comentaba su indecible alegría al haber logrado finalmente coronar su teoría, pero junto con ello le descubría (refiriéndose claramente a Hilbert aunque sin mencionar su nombre) que “tan sólo un colega ha entendido la teoría perfectamente, y este colega ha tratado de manera muy astuta de ‘nostrificarla’”. 
Y, así pues, historiadores de la ciencia han elaborado repetidamente la versión, según la cual Hilbert y Einstein llegaron casi simultáneamente a las ecuaciones de campo correctas, y además han atribuido claramente la prioridad a Hilbert en lo concerniente a su correcta formulación. Se ha sugerido inclusive, que fue Einstein mismo quien “nostrifica” los resultados de Hilbert.
David Hilbert
Como vemos, la imagen del “más grande científico que ha existido”, se descascara cuando se la analiza en detalle.

 

 

domingo, 6 de marzo de 2022

La papisa Juana

Aunque muchos la consideran falsa, la propia Iglesia Católica entre ellos, el paso de los siglos no ha podido borrar la historia sorprendente de una mujer que, bajo ropajes masculinos de monje, logró escalar los rangos en la jerarquía eclesiástica hasta llegar a ser elegida papa.

Se dice que, específicamente durante el siglo IX, una mujer fue la encargada de ocupar el cargo del papa en el Vaticano. Su nombre era Juana, pero fue bautizada como Benedicto III al momento de tomar dicho puesto, el cual ocupó entre los años 855 y 857 haciéndose pasar por un hombre. Este engaño acabaría durante una procesión en la cual la papisa habría tenido un parto, producto de su unión con el embajador Lamberto de Sadonia, y el pueblo, escandalizado y enfurecido, acabaría con su vida lapidándola allí mismo.

Al respecto, la Iglesia Católica ha declarado que ninguna mujer ha ocupado el puesto de sumo pontífice. De hecho, para la iglesia, Benedicto III fue un hombre que luchó contra el antipapa Anastasio, cardenal de Marcelo, hasta el día de su muerte.

Papisa Juana al momento de dar a luz

A comienzos del siglo XIII, el cronista dominico Jean de Mailly escribía lo siguiente, en la Chronica Universalis Mettensis, en lo que constituye la primera mención conocida de la historia de la papisa Juana:

se trata de cierto papa o mejor dicho papisa que no figura en la lista de papas u obispos de Roma, porque era una mujer que se disfrazó como un hombre y se convirtió, por su carácter y sus talentos, en secretario de la curia, después en cardenal y finalmente en papa. Un día, mientras montaba a caballo, dio a luz a un niño. Inme-diatamente, por la justicia de Roma, fue encadenada por el pie a la cola de un caballo, arrastrada y lapidada por el pueblo durante media legua”.

Ahora bien, no contamos solamente con el relato de Jean de Mailly. También está el del obispo Martín de Opava, un cronista polaco del siglo XIII, autor del Chronicon Pontificum Imperatorum (Historia de los Papas y los Emperadores). La diferencia más notable entre ambas versiones del hecho son las fechas: Jean de Mailly sitúa los acontecimientos en el año 1099, mientras que Martín de Opava los coloca a finales del siglo IX. Este segundo, además, es el primero que da nombre a la supuesta papista y menciona detalles que no aparecían en la versión de Jean de Mailly:

Juan el Inglés nació en Maguncia, fue papa durante dos años, siete meses y cuatro días y murió en Roma, después de lo cual el papado estuvo vacante durante un mes. Se ha afirmado que este Juan era una mujer que, en su juventud, disfrazada de hombre, fue conducida por un amante a Atenas. Allí se hizo erudita en diversas ramas del conocimiento, hasta que nadie pudo superarla, y después, en Roma, profundizó en las siete artes liberales (trivium y quadrivium) y ejerció el magisterio con gran prestigio. La alta opinión que tenían de ella los romanos hizo que la eligieran papa. Ocupando este cargo, se quedó embarazada de su cómplice. A causa de su desconocimiento del tiempo que faltaba para el parto, parió a su hijo mientras participaba en una procesión desde la basílica de San Pedro a Letrán, en una calleja estrecha entre el Coliseo y la iglesia de San Clemente. Después de su muerte, se dijo que había sido enterrada en ese lugar. El Santo Padre siempre evita esa calle, y se cree que ello es debido al aborrecimiento que le causa este hecho. No está incluido este papa en la lista de los sagrados pontífices, por su sexo femenino y por lo irreverente del asunto.

Carta del tarot representando la papisa. La segunda carta del tarot, La Sacerdotisa, es conocida también como La Papisa.

La versión de Martín de Opava, más detallada y morbosa, contribuyó a popularizar la historia de esta mujer, que sería conocida en adelante como la papisa Juana. Pero son precisamente estos detalles los que llevaron a muchos estudiosos, en siglos posteriores, a dudar de su veracidad.

No existe ninguna fuente contemporánea que mencione esta historia: Las más tempranas son del siglo XIII, más de cien años después de los hechos en la versión de Martín de Opava y casi cuatrocientos en la de Jean de Mailly. Esto no sería de extrañar ya que, por sus características, es un hecho que la Iglesia preferiría ocultar.

A la difusión del tema contribuyó un autor de genio como Giovanni Boccaccio, en su obra De mulieribus claris ("Sobre mujeres ilustres"), y posteriormente también la Reforma protestante, que la utilizó como medio para desacreditar a la Iglesia católica. David Blondel, un clérigo francés del siglo XVII, dedicó un texto a esta cuestión en el que detallaba todas las incongruencias del relato y concluía que no era verosímil ni veraz.

Cabe agregar aquí que, más allá de opiniones a favor o en contra, de esta historia se deriva una anécdota famosa. Es la que sostiene que, para evitar una repetición del suceso en el futuro, se fabricó una silla con un agujero en el asiento, la sedia stercoraria, en el que todo nuevo papa debía sentarse. Debía hacerlo vestido para evitar la indignidad de estar desnudo frente a varias personas, pero con sus testículos colgando por el agujero. Otro eclesiástico, apodado el palpati, se encargaba, como su nombre lo indica, de palparle los testículos a los papas introduciendo su mano bajo el alba (es decir, la túnica blanca de los papas) para tocar los genitales del sumo pontífice. Si la inspección era positiva, anunciaba “duos habet et bene pendentes”, es decir, “tiene dos y cuelgan bien”, a lo que los presentes respondían “Deo Gratias”.

El palpati ejerciendo su tarea.

La Iglesia Católica asegura que la figura del palpati realmente es una leyenda, tal como la de la papisa Juana. Sin embargo, una ‘sedia stercoraria’ forma parte de una exposición del Museo Vaticano.

Se dice que la comprobación testicular fue abolida durante los años 1522 y 1523 por el papa Adriano VI, pero existen ilustraciones de años posteriores, como la de Lawrence Banka, que muestran la realización de esta prueba al papa Inocencio X, en 1644.


Sedia stercoraria

Difícil decir si la historia de la papisa Juana es verdadera o no. Según sus creencias personales, están los que la creen y los que no. Sin embargo, creo que es oportuno recordar aquí la frase de que: Cuando el rio suena, es que agua trae…




Conjeturas, hipótesis, teorías.

La especulación o conjetura, es una forma filosófica de pensar para ganar conocimiento yendo más allá de la experiencia o práctica tradicion...