Y esta, queridos amigos, es una copla rubái, de las famosas Rubaiyat del poeta persa Ghiyathuddin Abulfash Omar ben Ibrahim al Kheyyam (o Khayyam). Me apresuro a aclarar que la copla rubái de la poesía persa, consta de cuatro versos de igual metro, rimados el primero, el segundo y el cuarto, quedando libre el tercero. El cuarto adquiere así, por contraposición al tercero, un vigor y relieve extraordinarios. Y Rubaiyat, no es más que el plural de rubái. De donde las Rubaiyat se refiere al conjunto de coplas rubái.
La que ornamentaba las botellas de Caballero de la cepa es, justamente, una de ellas.
Fue en Bagdad, allá por el año 1928,
donde tuve conocimiento de la existencia de un genial poeta persa, Omar
Kheyyam, en cuya obra literaria me pareció ver condensadas todas las
concepciones de los filósofos, poetas y moralistas que en el mundo han sido. La
recitación de algunas de
sus famosas cuartetas con que me obsequió un día mi ilustre amigo el profesor Mirs Habanah, me causó tan honda impresión,
que le rogué me diera a conocer por completo la obra del poeta, con el fin de
traducirla para publicarla un día en
mi lengua vernácula. Con este propósito, y guiado expertamente por tan docto
mentor, me dediqué con ahínco a la
búsqueda, estudio y selección de las dispersas cuartetas de Kheyyam, aprovechando la magnífica coyuntura que me
brindaba la Universidad iraní con su
valiosa colección de manuscritos, que meses más tarde completé en la Biblioteca Nacional de Al-Kahira (El Cairo).
La obra poética de Omar Kheyyam es
universalmente conocida con el nombre de rubaiyat, que es el del cuarteto persa por excelencia. Bajo la ligera gracia de su forma, sus
versos encierran una filosofía amarga
e irónica saturada de un hedonismo resultante de la decepción y el desengaño, a manera de un carpe diem bastante parecido al de Horacio, aun cuando menos áspero. Las
magistrales concepciones que en ellos se exponen culminan en la sombría historia del pensamiento humano,
abarcando todo, presente y futuro. Ninguna otra literatura puede ofrecer algo comparable a la fascinadora
belleza de tales versos elogiando los
placeres terrenales, ni a las mordientes diatribas con que fustiga las
convenciones dualistas, ni a las expresivas
rebeldías contra el malévolo y fatal Destino
que lleva a la Muerte todo lo bueno y hermoso de este mundo.
Sólo al leerlos nos damos cuenta de
que los rubaiyat pueden
conceptuarse como una de las obras maestras de la literatura universal, y que podrían adaptarse como breviario en
momentos de renuncia y flaqueza, pues son exponentes de la más alta y noble
expresión y de la más profunda
sabiduría, sin acompañarse de una fatigosa erudición.
Ha querido presentarse a Kheyyam
como un racionalista, un epicúreo, un escéptico, un ateo y hasta ¾valga la palabra¾
un volteriano, sin tener en cuenta que el poeta no fue más que el producto de una
civilización fastuosa, refinada y decadente, y, sobre todo, muy distinta de la nuestra. La psicología pesimista que
se refleja en sus versos es la que
después se encuentra en Shakespeare, Byron,
Goethe, Swinburne, Schopenhauer, Baudelaire, Verlaine y tantos otros. Por eso,
leyendo a Kheyyam, se les lee a
todos, y se da uno cuenta de cómo el moderno pesimismo no ha sido una novedad
en la historia del pensamiento filosófico ni en la de la concepción poética.
También, por sus írreverencias con
su Dios, Alá, se le ha
considerado un impío y un blasfemo, sin tener en cuenta que a ello fué llevado por su desesperación al no poder quebrantar la gran fuerza del
fatalismo musulmán.
Tal como se nos presenta en su obra,
Kheyyam no es más que un
reformador. Inicia su primer verso con un “¡Despertaos!” vigoroso como el canto matinal de un gallo, con el que quiere desvelar a la humana conciencia,
anunciando la aparición del sol de la sensatez, para que abra bien los ojos a la luz de la realidad.
Kheyyam siente una profunda
conmiseración por la humanidad que sufre y gime en este valle de lágrimas que él estima como la obra magna de la Creación, la maravilla del
Universo. Analiza la causa de tanta
desventura, y se encuentra ante una quimera que no tiene razón de ser, pues fue
creada por el hombre mismo. Esta no
es otra que el miedo al "más allá", con todo su cortejo de angustias y terrores. El hombre ha resultado víctima de su propia obra. Y así
vive atormentado por doctrinas que le amenazan constantemente con terroríficas penas eternas, y que le imponen
y exigen una vida de duros
sacrificios si quiere conseguir el eterno premio del Paraíso. ¡El Paraíso!
¡Pero si no es más que un espejismo! Nadie sabe dónde se encuentra, nadie sabe
dónde está. Y, entretanto, se desaprovecha lo que verdaderamente tiene un valor
tangible: La vida terrenal. Y ante el
monstruoso trueque de lo real por lo hipotético, Kheyyain se esfuerza, con sus rubaiyat, en convencer al hombre para que se desprenda de la túnica de
inquietudes y angustias con que se ha cubierto, para que viva la bella desnudez
de su existencia, corta, es cierto, pero por lo mismo más apreciable.
Y le Pregunta: "¿Qué? ¿No eres
tú el sultán del Mundo? ¿Cómo, pues, vives melancólico y agobiado bajo un cúmulo de preocupaciones, tratando
de resolver problemas que en nada
íncumben a tu existencia? La Naturaleza te dio juventud, vigor y alegría. ¿Por qué, pues, pasar la vida curvado bajo el peso de despotismos que tú
mismo creaste y que sostienes en
perjuicio de tu misma tranquilidad? ¿Acaso
duermes y sueñas, hombre presumido y fatuo? ¿Cómo pudiste imaginar que haya de estudiarse para llegar a ser Dios y
regir a voluntad las leyes del Universo? ¿Es que alguna vez te hablaron de ello las sombras de la noche, el susurro de la brisa entre los
árboles o el titilar de las
constelaciones misteriosas y lejanas? ¡Infeliz! ¿No comprendes que es tu solo pensamiento el que habla, y que eres tú quien se pregunta y tú mismo quien
se responde como un loco? ¿Y para
esto tantas angustias? Lo único que
hay de cierto es que el que muere no retorna, haya sido virtuoso o perverso, inteligente o tonto. No pretendas sondear el
arcano de lo desconocido, porque los enigmas que encierra son otros tantos
laberintos sin medida ni término. No
pierdas el tiempo indagando el porqué de la vida. Gózala. He aquí lo que debes aprender. Ello te enseñará todas las
virtudes liberales, sin ímposiciones ni exigencias. Aprende a gozar, y sabrás
ser tolerante, amable, discreto,
dadivoso... Sólo así resolverás el
único problema cuya solución sería
provechosa para ti y para tus semejantes.”
En el conjunto de su obra, Kheyyam
desarrolla un verdadero
tratado metafísico y moral en el que poco a poco van exponiéndose las profundas doctrinas de la gnosis. En ella se
expresan sus conceptos sobre la vida, sus conmiseraciones para con los hombres y sus rebeldías contra las
exigencias del Destino. Y se le ve cómo, siendo en el fondo un místico, arremete contra la religión y la estrecha austeridad de la ortodoxia de los
ulemas, a los que considera como unos
hipócritas.
Comienza el poeta lamentándose de la
constante marcha del Tiempo que nos arrastra a la vorágine. La vida es bella, pero el placer de vivirla se
enturbia al percibir lo fugaz que es
nuestra existencia, y al darnos cuenta de que no somos más que una infinitesimal partícula del Universo del cual nos
creíamos los señores.
La vida es, pues, cosa vana. La Naturaleza
prosigue impertérrita
sus ciclos, ajena por completo a las miserias humanas; esto es injusto, porque el hombre es verdaderamente superior a
todos los demás seres y cosas del Mundo. Pero nuestro conato de rebeldía es
inútil. Y entristecidos ante nuestra
impotencia, nos dejamos invadir por la desilusión y la melancolía.
Queda una esperanza: La de luchar
contra lo implacable, el Tiempo. Pero el Tiempo no existe, porque nosotros lo creamos al considerar el pasado y
el porvenir. Sólo existe el presente,
y si aniquilamos el Tiempo podremos menospreciar la Muerte y la Eternidad. Hay,
pues, que luchar.
Como en la vida nada hay mejor que
el placer sensorial, con él podremos dominar y vencer al Tiempo. Vivamos, pues,
en el placer y en el deleite, entregándonos por entero al vino y al amor, y así, vencido
y aniquilado el Tiempo por la
Voluptuosidad, pasado y futuro no serán más
que vagas conjeturas.
Más aún. Si con tales armas nos es posible desafiar a la Vida, ¿Por qué no considerarnos
vencedores de la Muerte? Es que hemos descubierto que no se muere, sino que
se revive transformado. Nuestros átomos
son duraderos como el Mundo,
Pero, ¿Y el yo? De poco nos sirve
saber que el cuerpo perdura
disgregado, si ya no tenemos conciencia de nosotros.
Nuestra personalidad, está
constituida por algo sutil, que
no conseguimos explicarnos, perdiéndonos en conjeturas. Sólo logramos descubrir
que el Universo es tan mísero y tan vacuo como nosotros mismos, y preguntamos a
lo Alto: ¿Pero, qué es lo que somos? Pero,
en las alturas no se dignan contestar
a nuestra voz angustiada.
El poeta, sin embargo, por haber
podido desprenderse del egoísmo, consigue saberlo penetrando en los secretos de
la gnosis. El mundo de los sentidos es una vana ilusión, y el yo, en el cual hacíamos gravitar el
Universo, la más vana de las ilusiones. Todas las cosas existentes son un milagro. Nada hay grande ni pequeño. Nada
hay perfecto ni imperfecto. No existe
nada que puede contraponerse a algo como cosa distinta. Todas las cosas del
Mundo, aun nosotros mismos, quedan
reducidas a sombras, pero sombras de algo que no podemos concebir y que forzosamente debe ser lo que da un
sentido de serenidad a los desordenados episodios de nuestra ilusoria
existencia. En el interior del lado oculto de las cosas es donde se halla la única realidad. En él se pierde
el aspecto individual para fundirse en el Gran Todo.
Y el hombre vuelve a ser lo que no debió jamás dejar de haber sido: esencia de la divinidad.
* * *
Omar Kheyyam[1]
nació en Naishapur, de Korassam, a mediados del siglo XI de nuestra era, y
falleció en el primer
cuarto del siglo siguiente. Su vida estuvo singularmente ligada a la de dos
importantes y famosos personajes de su país y época: Hassan el Sabbah y Nizam
al Mulk.
Hassan y Nizain fueron en su
juventud a Naishapur para
instruirse en ciencia y sabiduría, atraídos por la fama del anciano y célebre imán Novassak. Allí
conocieron a Omar Kheyyam, que en su
ciudad natal estudiaba matemáticas y astronomía, creándose prontamente entre
ellos una íntima y leal amistad. Los
tres amigos concluyeron un pacto
solemne: El que primero triunfase, estaba obligado a ayudar a los otros dos.
Quien lo logró primero fue Nizam,
que consiguió llegar a secretario y visir del sultán Alp Arlan, el León, y de Malek Chah, hijo y nieto respectivamente
de Toghrul Beg, fundador de la
dinastía de los Seldjucidas. Sus dos amigos
fueron a recordarle el compromiso contraído en sus tiempos mozos. Hassam pidió y obtuvo un cargo en la Corte, pero
metiose en intrigas y devaneos y pronto cayó en desgracia, retirándose
despachado a las montañas del sur del
Caspio, y al frente de un ejército de rebeldes aterrorizó con sus desmanes los
países colindantes, adquiriendo una triste celebridad, aun entre los cruzados
cristianos, que le dieron el nombre
de El Viejo de la Montaña[2].
Omar, poco o nada ambicioso, limitose a solicitar una
pensión para retirarse a Naíshapur y poder dedicarse a las matemáticas y al
estudio del curso de los astros. Cuando le fueron concedidos 1.200 mitkales de
oro, vivió plácidamente entregado a sus estudios matemáticos y astronómicos y
al cultivo de la poesía. Rodeose de amigos, y con ellos se absorbió en la
contemplación estática. Dicen los cronistas que su mayor placer era el de
conversar y beber con sus amistades al claro de luna, en la terraza de su casa,
muellemente tumbado en divanes cubiertos de tapices multicolores, acompañado de
cantantes, danzarinas y tañedores de laúdes, y servido por una hermosa y gentil
doncella que le escanciaba el vino en una copa de oro.
En su delicioso retiro alternaba sus
días entre austeros trabajos y fáciles placeres. Estos momentos felices fueron
los que determinaron que, al albur de su fantasía, y de manera expansiva, compusiera las
cuartetas que nos han llegado con el
nombre de rubaiyat, que son uno de
los más bellos y famosos monumentos
de la poesía persa aun de todo el
mundo musulmán.
Sus estudios le
hicieron prontamente un astro de primera magnitud en el firmamento científico
de su época.
Malek Chah lo llamó a Merv, donde le
colmó de honores y mercedes, y lo designó, con otros siete sabios, para reformar el calendario, con lo cual
se estableció una nueva era,
denominada jalaliana o Seljúk, que comienza en el año 471 del al-Hegir (15 de marzo de 1079). Parece ser que nuestro poeta descolló, además, en
Ciencias Naturales, Ética, Metafísica y Derecho, pero su mayor reputación como
científico la alcanzó como astrónomo y matemático[3].
Omar Kheyyam falleció a una edad
avanzada en Naíshapur, donde residió siempre, el año 517 del al-Hegír (1123 de nuestra era), y donde fue
enterrado. Uno de sus discípulos,
Kuajah Nizam, aporta la siguiente poética anécdota necrológica: «Con el Maestro, acostumbrábamos a conversar en un jardín, Un día nos dijo:
"Mi tumba la hallaréis en el
lugar aquel donde el viento del Norte pueda cubrirla de rosas". Chocáronme
sus palabras, pero tuve el
presentimiento de que no fueron pronunciadas en balde. Años más tarde, al
volver a Naishapur después de una prolongada
ausencia, fui al lugar donde se me indicó que encontraría la tumba del astrónomo poeta. La hallé junto a un jardín. Los árboles, en su exuberancia
primaveral, inclinaban sus ramas por encima del muro y una suave brisa iba
deshojando sus flores, que al caer cubrían de pétalos la losa sepulcral...».
* * *
No se sabe cuántos fueron los rubaiyat que Omar Kheyyam escribió, o bien que recogieron y
transmitieron sus discípulos. Los
modernos críticos no han llegado a ponerse
de acuerdo para precisarlos y determinarlos entre los doscientos cincuenta y uno que contiene el llamado manuscrito bodleriano[4],
considerado el más antiguo conocido
de la obra de Kheyyam, y los ochocientos de un manuscrito guardado en la
biblioteca de la Universidad de
Cambridge. Entre los dos existen otros con un variable contenido de cuartetas, lo que contribuye a la desorientacíón. Es de
creer que Kheyyam debió de componer un determinado número de versos que, con el
tiempo, irían multiplicándose,
surgidos posiblemente de un espíritu de emulación,
y ello ha llevado a esta confusión, haciéndonos difícil, por no decir imposible, la selección de las cuartetas
apócrifas de las que por Kheyyam fueron concebidas. Y, entretanto, ha proseguido la publicación de rubaiyat a número
y gusto de los traductores.
Las cuartetas de Kheyyam fueron
impresas por vez primera en Calcuta, en 1836. Años después, 1857 y 1862, se imprimieron en Teherán.
Fue en Inglaterra donde primeramente
se gustaron en Europa las
primicias de la obra del vate persa, habiendo sido el poeta irlandés Fitzgerald el que la dio a conocer con la traducción de cien cuartetas, que
publicó en 1859, en la que consiguió exponer magistralmente el espíritu de
la poesía
omariana, haciendo comprensibles sus bellezas. Su admirable versión, reeditada en
1868, 1872, 1879, 1900, 1908, etc., mereció que los ingleses sigan considerándola
un poema clásico. La impresión que allí produjeron las obras de Kheyyam se
revela por el número de ediciones que se publicaron. En 1882 y 1883, E. H.
Whienfeld dio a conocer dos traducciones, una de ellas crítica,
con texto
original y su versión correspondiente; en 1896 fue Dofe el traductor; en 1898,
Peyne, continuándose las ediciones hasta 1920, en que O. A. Shrubsole llegó a publicar
hasta trescientos cuarenta y seis rubaiyat[5].
Numerosas
son también las traducciones publicadas en alemán, francés, italiano, húngaro,
checo y turco. En los Estados Unidos, las ediciones de Kheyyam se cuentan por
decenas, y en la América Latina se ha traducido, en prosa y en verso, en Buenos
Aires, Río de Janeiro, Santiago, Lima y La Habana.
En
España, las cuartetas de Kheyyam fueron traducidas por primera vez en Barcelona
por Vives Pastor, que en 1907 las publicó en verso catalán[6].
En el mismo año, el comediógrafo Martínez Sierra dió a conocer una versión en
prosa de setenta y cinco en la revista madrileña Renacimiento. En
fecha no expresada, la editorial barcelonesa Cervantes publicó la traducción en
verso de setenta y ocho rubaiyat, por
Pedro Guiras, y más reciente, sin fecha tampoco de impresión, Pelegrín Breda
publicó, también en Barcelona, en edición privada, ciento ocho cuartetas en
prosa. Y, entretanto, en ninguna de las antologías castellanas de los grandes
poetas universales dejó de faltar una más o menos nutrida selección de rubaiyat.
Tal ha sido
el aprecio que el mundo contemporáneo ha tenido siempre por la obra poético-filosófica
de Omar Kheyyam.
En la
Biblioteca de la Universidad de Bagdad se guardan catorce libros manuscritos de
los siglos XVI al XVIII (era
cristiana), algunos de ellos con primorosas miniaturas, conteniendo rubaiyat de Kheyyam, ya íntegramente, ya recogidos junto con otras poesías de
otros clásicos orientales. En ninguno de ellos su número sobrepasa del
centenar. Leyéndolos y examinándolos puede deducirse que el conjunto de rubaiyat concebidos por Kheyyam no debió de llegar a los trescientos, ya que muchos
no son sino meras repeticiones, con ligeras variantes de imágenes, lo que hace suponer que éstos pueden ser
modalidades de un mismo concepto
original. En el estudio y cotejo de estos manuscritos iraniamos fue donde el profesor Habanah me guió y ayudó en la búsqueda, selección y
traducción de aquellos rubaiyat que a su docto parecer mejor podían dar
una clara y completa exposición del
pensamiento de Kheyyam.
"Cuando
quieras - me dijo - publica éstos. Son más que suficientes para dar a conocer y
comprender, íntegra y totalmente, la
obra poético-filosófica de Omar Kheyyam. Procura conservar su sabor original, porque si los occidentalizas
perderán su primordial encanto."
Y éstos, los designados,
en número de doscientos cincuenta, literalmente traducidos, son los que se
publican en la presente edición, magistralmente puestos en verso castellano por
Diego Navarro, que ha logrado, dentro de la más absoluta fidelidad, conservar su sabor y su gracia originales.
[1]
Su nombre completo era Ghiyathuddin Abulfash Omar ben Ibrahim al Kheyyam.
[2]
De su nombre proviene la palabra “asesino”, tantos fueron los crímenes
cometidos por su gente, los hassasines.
[3]
Woepcke: L'Algebre d'Omar Alkheyyami, París,
1881; Gerald Meerman: Specimen calculi
fluxionalis, 1742; Libri: Histoire
des Stiences mathématiques en Italie,
Sedillot: Nouvel Journal Asiatique,
1834; Notices et extraits de la Bib. Royale, vol. XII; G. Sarton: Introduction
to the History of Science, vol. 1,
Carnegie Institution of Washington, Pub. n.º 376, etc.
[4]
De Bodler, su descubridor. Fué escrito en el año 1460, es decir, dos siglos y medio
después del fallecimiento del poeta.
[5] Marlborough and Co., London, 1920.
[6] P. O. «L'Avenç».
Hasta aquí el admirable prólogo de Gispert que ha tornado un poco larga esta introducción, de modo que dejaré para la próxima nota el aportar algunas de las rubái de Omar para que puedan ustedes degustarlas.
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