domingo, 27 de marzo de 2022

Acerca de las Ruabiyat - 2



Tal como quedáramos en la nota pasada, he de exponer para ustedes varias coplas de Omar. Para ello, he utilizado, en primer término, la obra de Fitzgerald por la que el poeta persa fue conocido en Europa a mediados del siglo XIX.

Son muchas para ponerlas todas, pero, espero que esta apretada selección les de una acabada idea de la obra de Kheyyam.

Una última cosa. Antes de dejarlos en su compañía quisiera recordar aquella instructiva parábola del Iluminado que, queriendo que sus seguidores aprecien la belleza del Cosmos, levanta su mano hacia el Cielo y señala con su dedo las miríadas de estrellas que, cual cofre de jollas, lo tachonan. Muchos apreciaron su belleza, pero, otros, solo se quedaron viendo el dedo del Maestro.

Esto viene a cuento porque las rubaiyat nos muestran un Khayyám, transido por el dolor, angustiado por no encontrar el sentido de la vida, moviéndose entre las dos aguas de creer y no creer. Un espíritu sensible que vuelca su desesperación en las coplas rubái. Sin embargo, hay quien solo ve en ellas el lamento de un borracho.


Veamos:
I
Los primeros reflejos del sol desgarran la bruma que cubre el rostro de la rosa. ¡Despertaos, alegres bebedores, y llenad las copas antes de que el Destino desborde la de nuestra existencia!

II
De todos los que han partido, ninguno ha vuelto.
¿Es este, acaso, el momento de la oración, o de la súplica? Id y arrojad polvo a la faz del cielo y uníos con una doncella de pálida cara y negros ojos.

IV
¡Oh tu!, cuya mejilla tiene el olor de las rosas silvestres, cuyo rostro muestra las suaves líneas de los ídolos chinos, cuya mirada hace que el rey de Babilonia dance y se mueva como un peón, un alfil, una torre o una reina...

V
...levántate, dame vino. ¿Es este, acaso, el momento de las palabras vanas? Esta noche tu pequeña boca ha colmado todos mis deseos. Dame vino color de rosa como tus mejillas. Mis votos de arrepentimiento son tan enmarañados como tus cabellos.

VI
Hoy tu no tienes el poder del mañana y la ansiedad que ese día pueda causarte es inútil: No pierdas este momento, pues tu no sabes el valor de los días que te quedan.

VIII
¿Hasta cuándo continuaremos siendo esclavos de los problemas cotidianos? ¿Qué importa vivir un año o un día en este mundo? Llenad de vino esa copa antes de que nuestros cuerpos se vuelvan polvo y ese polvo se transforme en vasos y vasijas.

IX
Iba ayer de paseo cuando vi a un alfarero que, en su bazar, pisaba violentamente la arcilla. Me detuve emocionado y creí escuchar la voz angustiada de la arcilla cuando dijo: Trátame con humanidad porque yo, como tu, he tenido vida.

X
Yo dormía, despertome la Sabiduría y me dijo: ¡Despiértate!, que jamás durante el sueño ha florecido para alguno la rosa de la felicidad... ¿Por qué abandonarse a ese hermano de la muerte? ¡Bebe vino, que para dormir tendrás siglos...!

XIX
A pesar de que el vino desgarró el ropaje de mi reputación, no lo abandonaré mientras viva. Me asombran los vendedores de vino: ¿Qué pueden comprar ellos mejor de lo que venden?

XXII
Hoy, que siento pasar por mi corazón las energías de la juventud, deseo vino, ese vino que es la clave de la alegría. Y si lo encuentro agrio es a causa de la acritud de mi vida.

XXIII
Se dice que en el jardín del Edén te encantan las huríes, yo digo que el jugo de la uva y los labios de la amada son los únicos deleites; elige esto, que es para ti como moneda contante, y deja para otros la promesa del cielo.

XXV
Me divorcié de la Fe y de la Sabiduría, arrojé de mi hogar la estéril Razón e hice de la hija favorita de la vid mi nueva esposa.

XXVI
Ayer, cuando volvía de recibir sus caricias, vi en la puerta de la taberna a un anciano embriagado que llevaba sobre sus hombros un cántaro de vino. Dime, viejo amigo, le dije, ¿No te avergüenzas de que Dios te vea en tal estado? Deja esas vanas preocupaciones, me contestó, ven conmigo a beber, que Dios es misericordioso y mal puede castigarnos.

XXVII
Bebe vino y juega con los bucles de tu amada pues dormirás largo tiempo en el polvo, sin un camarada, un amigo ni una amiga. Piensa bien y no olvides que los tulipanes marchitos no florecerán ya más.

XXXI
Ninguno puede pasar detrás del velo que cubre el enigma; nadie puede decirnos lo que existe más allá; solo en el corazón de la Tierra encontraremos asilo. ¡Bebe vino... porque, de tales discursos jamás se encuentra el fin!

XXXII
Antes de que tu y yo existiéramos, ya vivían sabios y profetas que pasaron sus días en largo sueño.  despertáronse una vez e hicieron grandes revelaciones, pero nada cierto dijeron. Han tornado a dormir y hasta hoy continúan haciéndolo.

XXXVIII
Pon un límite a tus deseos por las cosas mundanas y vive contento. Evita todo aquello que te conduzca al bien o al mal en este suelo, alza la copa y juega con los cabellos de tu amada porque,... ¡Cuán presto todo pasa!... ¡Cuán pocos días nos quedan!

XLII
Reconfortadme con una copa de vino y dad a mi piel color ámbar, el color del rubí; lavad con vino mi cuerpo inerte y haced con las maderas de la viña la tapa de mi féretro.

LIII
Unas gotas de vino rubí, un trozo de pan, un libro de versos... y tu, en un lugar solitario, vale más, ¡mucho más!, que el imperio de un sultán.

LVIII
No huyáis del vino, pues con él desaparecen las preocupaciones de las religiones del mundo. Id en busca del alquimista que, con un trago, transformará en oro el tosco hierro de nuestra vida.

LXIV
El vino, el banco de la taberna y nuestros cuerpos de borrachos, son indiferentes a la esperanza de misericordia y al temor del castigo. Nuestras almas y nuestros corazones, nuestras copas y nuestros vestidos son independientes de la Tierra y del Cielo.

LXVIII
Mi venida no fue de ningún beneficio para la esfera celeste; mi partida no disminuirá su belleza ni su esplendor y, sin embargo, jamás he sabido el porqué de esa venida ni el porqué de esa partida.

LXIX
Ignoro si Aquel, el que me hizo, me destinó un lugar en el Cielo o en el horrible Infierno; más dadme un pedazo de pan, una adorada y vino sobre el verde césped de un campo, que eso es dinero, y guarda para ti el crédito del Cielo.

LXX
Jamás he pensado que el Cielo fuese un lugar de reposo, tanto he llorado que mis lágrimas han apagado mis ojos y el Infierno no es sino una leve chispa comparado con las angustias de mi alma.

LXXI
¡Oh corazón! ¡Qué mayor placer, qué mejor encanto si tú y yo pudiéramos conspirar juntos con el Destino! Tomaríamos esta triste vida en nuestras manos para reducirla a pedazos y luego reconstruirla conforme a los deseos de nuestros corazones.

LXXVI
No soy siempre dueño de mi voluntad, pero... ¿Qué puedo hacer? Y sufro por mis acciones, pero... ¿Qué puedo hacer? Pienso con sinceridad que me perdonaréis y me arrepiento de que hayáis visto mis pecados, pero... ¿Qué puedo hacer?

LXXVIII
El actuar en ceremonias vanas es cual perder el tiempo arrojando piedrecillas al mar. Estoy hastiado de los idólatras de la mezquita. ¡Oh Khayyám! ¿Quién puede asegurarte que tu habitarás el Infierno? ¿Quién fue jamás al Cielo? ¿Quién jamás regresó del Infierno?

LXXX
Khayyám, que trabajaba en las tiendas de la Sabiduría, cayó en el brasero de la Tristeza y fue consumido de un golpe. Las tijeras del destino han cortado la cuerda de la tienda de su vida y el mercader de esperanzas le ha vendido por una canción.



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