domingo, 26 de septiembre de 2021

¡No solo de genios vive el hombre!

 

Que Wolfgang Amadeus Mozart (1756 – 1791) fue un genio de la música, ¡Qué duda cabe!

Fue compositor, pianista, director de orquesta y profesor, figura prominente del clasicismo, considerado como uno de los músicos más influyentes y destacados de la historia.

Su obra abarca todos los géneros musicales de su época e incluye más de seiscientas creaciones, en su mayoría reconocidas como obras maestras de la música sinfónica, concertante, de cámara, para fortepiano, operística y coral.

Cuando transcribía sus obras a la partitura, lo hacía sin enmiendas ni borrones, simplemente volcaba al pentagrama lo que ya estaba listo y terminado en su mente.

  Su influencia en toda la música occidental posterior es profunda: Ludwig van Beethoven escribió sus primeras composiciones a la sombra de Mozart y Joseph Haydn escribió que la posteridad no verá tal talento otra vez en cien años. ¡Se quedó corto!

  Sin dudas, por la calidad de su obra y por la cantidad de la misma, Mozart se ganó un lugar entre los inmortales. Sin embargo, semejante logro puede ser obtenido sin necesidad de lucir la brillantez y el genio de Mozart, de hecho, pudo ser obtenido con tan solo una obra, una perla, compuesta por un músico que, sin ser desconocido, distaba mucho de ser un Mozart. Me estoy refiriendo a Johann Pachelbel (1653 – 1706).

 Pachelbel fue compositor y, además, un organista sobresaliente, su estilo era plácido y sin complicaciones, haciendo especial énfasis en la claridad melódica y armónica. Exploró muchas técnicas y formas de variaciones musicales, dejándolas manifiestas en varias de sus obras, que fueron desde conciertos de música sacra hasta suites de clavicordios. Pero, de toda su obra, sobresale nítidamente el Canon en Re mayor, una obra delicada y deliciosa que significó para él su pasaporte a la inmortalidad. Se la puede gustar en la siguiente dirección electrónica:

https://music.youtube.com/watch?v=lgh68Swuak0&list=OLAK5uy_kYURgE3BEjn-it-u0jtjwk-DCvI935YlU

  Conocí el Canon de Pachelbel gracias a ese grande de la Filosofía que fue el astrónomo Carl Sagan que la incluyó en su opera magna, la serie Cosmos de los 80, y quedé inmediatamente prendado de él.


  Que Lope de Vega Carpio (1562 – 1635) fue un genio de la literatura, ¡Qué duda cabe!


  Fue uno de los poetas y dramaturgos más importantes del Siglo de Oro español y por la extensión de su obra, uno de los autores más prolíficos de la literatura universal.

  Ya el mote con el que se le conoce, Fénix de los ingenios, es un tácito reconocimiento a su genio literario. Por su parte, Miguel de Cervantes, con quien mantuvo una larga rivalidad lo tildaba de Monstruo de Naturaleza por su talento. Sus obras siguen representándose en la actualidad y constituyen una de las cotas más altas alcanzadas en la literatura y las artes españolas. Fue también uno de los grandes líricos de la lengua castellana y autor de varias novelas y obras narrativas largas en prosa y en verso.

  Se le atribuyen unos 3000 sonetos, tres novelas, cuatro novelas cortas, nueve epopeyas, tres poemas didácticos y varios centenares de comedias. Amigo de Francisco de Quevedo y de Juan Ruiz de Alarcón, enemistado con Luis de Góngora, su vida fue tan extrema como su obra. Fue padre de la también dramaturga sor Marcela de San Félix.

  De su vasta producción, quiero recordar aquí ese maravilloso soneto que dice:

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

 

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

 

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

 

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!


  Sin dudas, por la calidad de su obra y por la cantidad de la misma, Lope de Vega se ganó un lugar entre los inmortales. Sin embargo, semejante logro puede ser obtenido sin necesidad de lucir su brillantez y genio, de hecho, pudo ser obtenido con tan solo una obra, una perla, compuesta por un poeta que, sin ser desconocido, distaba mucho de ser un Lope de Vega. Me estoy refiriendo a Gaspar Núñez de Arce (1832 – 1903).

  Fue un poeta y político español que encuadró su obra en el romanticismo y el realismo literario. Fue gobernador civil de Barcelona, diputado por Valladolid en 1865 y ministro de Ultramar, Interior y Educación. Fue nombrado académico de la RAE en 1874.

  Lejos está Núñez de Arce de ser un desconocido, pero lejos está también de ser un Lope de Vega. Sin embargo, al igual que Pachelbel, fue autor de una perla que también le asegura un lugar entre los inmortales: Su maravilloso poema Miserere. Aprecien, por favor, cómo Núñez de Arce transforma en música las palabras y les otorga, además, una profundidad notable. ¡Disfrútenlo!


Es de noche: el monasterio
que alzó Felipe Segundo
para admiración del mundo
y ostentación de su imperio,
yace envuelto en el misterio
y en las tinieblas sumido.
De nuestro poder, ya hundido,
último resto glorioso,
parece que está el coloso
al pie del monte, rendido.

El viento del Guadarrama
deja sus antros oscuros,
y estrellándose en los muros
del templo, se agita y brama.
Fugaz y rojiza llama
surca el ancho firmamento,
y a veces, como un lamento,
resuena el lúgubre son
con que llama a la oración
la campana del convento.

La iglesia, triste y sombría,
en honda calma reposa,
tan helada y silenciosa
como una tumba vacía.
Colgada lámpara envía
su incierta luz a lo lejos,
y a sus trémulos reflejos
llegan, huyen, se levantan
esas mil sombras que espantan
a los niños y a los viejos.

De pronto, claro y distinto
la regia cripta conmueve
ruido extraño, que aunque leve,
llena el mortuorio recinto.
Es que el César Carlos Quinto,
con mano firme y segura
entreabre su sepultura,
y haciendo una horrible mueca,
su faz carcomida y seca
asoma por la hendidura.

Golpea su descarnada
frente con tenaz empeño,
como quien sale de un sueño
sin acordarse de nada.
Recorre con su mirada
aquel lugar solitario,
alza el mármol funerario,
y arrebatado y resuelto
salta del sepulcro, envuelto
en su andrajoso sudario.

-¡Hola! -grita en son de guerra
con aquella voz concisa,
que oyó en el siglo, sumisa
y amedrentada la tierra.
-¡Volcad la losa que os cierra!
Vástagos de imperial rama,
varones que honráis la fama,
antiguas y excelsas glorias,
de vuestras urnas mortuorias
salid, que el César os llama.

Contestando a estos conjuros,
un clamor confuso y hondo
parece brotar del fondo
de aquellos mármoles duros.
Surgen vapores impuros
de los sepulcros ya abiertos:
la serie de reyes muertos
después a salir empieza,
y es de notar la tristeza,
el gesto despavorido
de los que han envilecido
la corona en su cabeza.

Grave, solemne, pausado,
se alza Felipe Segundo,
en su lucha con el mundo
vencido, mas no domado.
Su hijo se despierta al lado,
y detrás del rey devoto,
aquel que humillado y roto
vio desmoronarse a España,
cual granítica montaña,
a impulsos del terremoto.

Luego el monarca enfermizo,
de infausta y negra memoria,
en cuya Edad, nuestra gloria
como nieve se deshizo.
Bajo el poder de su hechizo
se estremece todavía.
¡Ay qué terrible armonía,
qué oscuro enlace se nota
entre aquel mísero idiota
y su exhausta monarquía!

Con terrífica sorpresa
y en silencioso concierto
todos los reyes que han muerto
van saliendo de su huesa.
La ya apagada pavesa
cobra los vitales bríos
y se aglomeran sombríos
aquellos yertos despojos,
aquellas cuencas sin ojos,
aquellos cráneos vacíos.

De los monarcas en pos,
respondiendo al llamamiento,
cual si llegara el momento
del santo juicio de Dios,
acuden de dos en dos
por claustros y corredores,
príncipes, grandes señores,
prelados, frailes, guerreros,
favoritos, consejeros,
teólogos e inquisidores.

¡Qué es mirar como serpea
por su semblante amarillo
el fosforescente brillo
que la podredumbre crea!
¡Qué espíritu no flaquea
con mil terrores secretos,
viendo aquellos esqueletos,
que ante el César, que los nombra,
se deslizan por la sombra
mudos, absortos, inquietos!

¡Cuántas altas potestades,
cuántas grandezas pasadas,
cuántas invictas espadas,
cuántas firmes voluntades
en aquellas soledades
muestran sus restos livianos!
¡Cuántos cráneos soberanos,
que el genio habitara en vida,
convertidos en guarida
de miserables gusanos!

Desde el triste panteón
en que se agolpa y hacina,
hacia el templo se encamina
la fúnebre procesión.
Marcha con pausado son
tras del rey que la congrega,
y cuando a la iglesia llega,
inunda la altiva nave
un resplandor tibio y suave,
que ni deslumbra ni ciega.

Guardando el regio decoro,
como en los siglos pasados,
reyes, príncipes, prelados
toman asiento en el coro.
Después en tropel sonoro
por el templo se derrama,
rindiendo culto a la fama
con que llena las historias,
aquel haz de muertas glorias,
que el César convoca y llama.

Por mandato soberano
de Carlos, que el cetro ostenta
llega al órgano y se sienta
un viejo esqueleto humano.
La seca y huesosa mano
en el gran teclado imprime,
y la música sublime
que a inmensos raudales brota,
parece que en cada nota
reza y llora, canta y gime.

Uniendo al acorde santo
su voz, los muertos despojos
caen ante el ara de hinojos
y a Dios elevan su canto.
Honda expresión del quebranto,
aquel eco de la tumba
crece, se dilata, zumba,
y al paso que va creciendo
resuena con el estruendo
de un mundo que se derrumba:

«Fuimos las ondas de un río
»caudaloso y desbordado.
»Hoy la fuente se ha secado,
»hoy el cauce está vacío.
»Ya ¡oh Dios! nuestro poderío
»se extingue, se apaga y muere.
»¡Miserere!

»¡Maldito, maldito sea
»aquel portentoso invento
»que dio vida al pensamiento
»y alas de luz a la idea!
»El verbo animado ondea
»y como el rayo nos hiere.
»¡Miserere!

»¡Maldito el hilo fecundo
»que a los pueblos eslabona,
»y busca, y cuenta, y pregona
»las pulsaciones del mundo!
»Ya en el silencio profundo
»ninguna injusticia muere.
»¡Miserere!

»Ya no vive cada raza
»en solitario destierro,
»ya con vínculo de hierro
»la humana especie se enlaza.
»Ya el aislamiento rechaza,
»ya la libertad prefiere.
»¡Miserere!

»Rígido y brutal azote
»con desacordado empuje
»sobre las espaldas cruje
»del rey y del sacerdote.
»Ya nada existe que embote
»el golpe ¡oh Dios! que nos hiere.
»¡Miserere!

»Mas ¡ay! que en su audacia loca,
»también el orgullo humano
»pone en los cielos su mano
»y a ti, Señor, te provoca.
»Mientras blasfeme su boca,
»ni paz ni ventura espere.
»¡Miserere!

»No en la tormenta enemiga:
»no en el insondable abismo:
»el mundo lleva en sí mismo
»el rayo que le castiga.
»Sin compasión ni fatiga
»hoy nos mata; pero muere.
»¡Miserere!

»Grande y caudaloso río,
»que corres precipitado
»ve que el nuestro se ha secado
»y tiene el cauce vacío.
»¡No prevalezca el impío,
»ni la iniquidad prospere!
»¡Miserere!»

Súbito, con sordo ruido
cruje el órgano y estalla,
la luz se amortigua, y calla
el concurso dolorido.
Al disiparse el sonido
del grave y solemne canto
llega a su colmo el espanto
de las mudas calaveras,
y de sus órbitas hueras
desciende abundoso llanto.

A medida que decrece
la luz misteriosa y vaga,
todo murmullo se apaga
y el cuadro se desvanece.
Con el alba que aparece
el cortejo se evapora,
y mientras la blanca aurora
esparce su lumbre escasa,
a lo lejos silba y pasa
la rauda locomotora.

 

El poema, además de bello y profundo, es claro. Sin embargo, me permitiré abundar sobre algunos detalles:

·        El verso acerca del monasterio que alzó Felipe Segundo, con que inicia el poema es, obviamente, El Escorial. Allí reposan los restos de los reyes de España.

·        El título de César que el vate atribuye a Carlos V es una licencia poética destinada a exaltar la figura del más grande de los Habsburgos.

·        Cuando Núñez dice: Luego el monarca enfermizo, de infausta y negra memoria, en cuya Edad, nuestra gloria como nieve se deshizo. Bajo el poder de su hechizo se estremece todavía. Se refiere a Carlos II, conocido como el hechizado. Su sobrenombre le venía de la atribución de su lamentable estado físico a la brujería e influencias diabólicas, aunque es más probable que los sucesivos matrimonios consanguíneos de la familia real ocasionaran sus graves problemas de salud, con síntomas como musculatura débil e infertilidad. Todo ello acarreó un grave conflicto sucesorio, al morir sin descendencia y extinguirse así la rama española de los Habsburgo.

·        Por último, las letanías finales hacen referencia a todo lo que significó la decadencia del concurso dolorido, como, por ejemplo, cuando dice: 

»Ya no vive cada raza
»en solitario destierro,
»ya con vínculo de hierro
»la humana especie se enlaza.
»Ya el aislamiento rechaza,
»ya la libertad prefiere.
»¡Miserere!

Se refiere, claro está, al ferrocarril.

Así pues, debemos regocijarnos de que:

¡No solo de genios vive el hombre!

domingo, 19 de septiembre de 2021

Acerca del derecho del más fuerte. Parte 2 de 2

 Bien, después de haber leído la fría y contundente exhibición que del derecho del más fuerte hicieran los atenienses (y que Tucídides guardara para nosotros de forma tan precisa), nos preguntamos si, con el paso de los siglos, el homo predator, mejoró o no en lo que a este tema concierne.

Para ello, de la miríada de ejemplos disponibles, nos centraremos en uno del cual, el tiempo transcurrido desde entonces permite conocer sus detalles a la perfección.

Europa, 1938. Desde su ascenso al poder, Adolf Hitler acaricia el proyecto del Anschluss, la unión de Austria y Alemania que haría de él, y en su propio provecho, el restaurador del Sacro Imperio Romano Germánico. Luego de diversas presiones diplomáticas y, ante el temor de un apoyo franco-británico a una Austria amenazada en su independencia, el 11 de marzo de 1938, Hitler dirige al gobierno austríaco un ultimátum de capitulación. Francia e Inglaterra no toman ninguna medida, ni siquiera de carácter diplomático. Abandonado por todos, el canciller austríaco dimite y su reemplazante pide a las tropas alemanas que entren en Viena para restablecer el orden.

Sin perder un solo soldado, Hitler había conseguido sus propósitos. Sin embargo, aún quedaban tres millones de alemanes fuera del Reich habitando los sudetes en la vecina Checoslovaquia.

La República de Checoslovaquia fue creada por los tratados de paz, odiados por los alemanes, que se firmaron después de la Primera Guerra Mundial, en 1918. Con el pasar de los años, desde su fundación, se había transformado en el estado más próspero y progresista de Europa Central.

Ahora bien, no todo era bienandanza en Checoslovaquia ya que padecía un problema interno desde su creación: El de las minorías que lo poblaban. En ella vivían 1.000.000 de húngaros, 500.000 bielorusos y 3.250.000 alemanes en los sudetes. Gentes que miraban con nostalgia sus respectivas madres patrias.

Así pues, Hitler decidió anexar el Reich la zona de los sudetes con el pretexto de que los habitaba sangre alemana, si bien los sudetes nunca habían pertenecido al Reich, sino a Austria. Sin embargo, había un inconveniente, los tratados de asistencia mutua entre Checoslovaquia y Francia y Rusia.

Alemania comenzó entonces una fuerte y persistente presión diplomática persiguiendo la anexión jugando hábilmente con la sombra de la guerra en una Europa que acababa de salir de una y lo que menos deseaba era caer en otra. Del otro lado hay que rescatar la figura de Neville Chamberlain, el Primer Ministro inglés, quien, munido de las mejores intenciones para preservar la paz, participó activamente en negociaciones con el líder alemán con ese fin.

Así las cosas, se llegó a la famosa “cita de Munich” en la cual se iba a decidir, finalmente, qué se haría con los sudetes. Los asistentes a esta última oportunidad fueron Chamberlain por Inglaterra, Daladier por Francia, Hitler y Mussolini que se había plegado a último momento. ¿Y por Checoslovaquia? La principal interesada no estaría presente en la reunión en la que se decidiría su futuro porque Hitler se opuso terminantemente a ello. Como una especial concesión a Chamberlain que abogó para que los checoslovacos estuvieran, Hitler permitió que lo hicieran en la habitación contigua.

Y así, a las diez de la noche, los incrédulos enviados checoslovacos fueron informados por un funcionario británico de las zonas sudetes que debían ser inmediatamente evacuadas por los checos. Desde luego, estos intentaron protestar, a lo que el funcionario les dijo: Esto es lo mejor que pudimos hacer por ustedes, si no lo aceptan, deberán enfrentar el problema solos.

 

Hasta aquí, los hechos. Para la interpretación de los hechos, contamos con la ayuda de los atenienses, inmortalizados por Tucídides. Veamos:

Dicen los atenienses: Los principios de justicia rigen solo entre contendientes de fuerzas iguales. Los más fuertes determinan lo posible y los débiles lo aceptan.

Sucedió en los hechos vistos: Así las cosas, se llegó a la famosa “cita de Munich” en la cual se iba a decidir, finalmente, qué se haría con los sudetes. Los asistentes a esta última oportunidad fueron Chamberlain por Inglaterra, Daladier por Francia, Hitler y Mussolini que se había plegado a último momento. ¿Y por Checoslovaquia? La principal interesada no estaría presente en la reunión en la que se decidiría su futuro porque Hitler se opuso terminantemente a ello. Como una especial concesión a Chamberlain que abogó para que los checoslovacos estuvieran, Hitler permitió que lo hicieran en la habitación contigua.

Y así, a las diez de la noche, los incrédulos enviados checoslovacos fueron informados por un funcionario británico de las zonas sudetes que debían ser inmediatamente evacuadas por los checos. Desde luego, estos intentaron protestar, a lo que el funcionario les dijo: Esto es lo mejor que pudimos hacer por ustedes, si no lo aceptan, deberán enfrentar el problema solos.

Como puede apreciarse, qué era lo justo y qué no, lo decidieron contendientes de fuerzas iguales: Inglaterra, Francia, Alemania e Italia. Y determinaron lo posible, lo que había que hacer. El débil, en este caso Checoslovaquia, solo tuvo la alternativa de aceptar lo que decidieron los fuertes.

Es decir, el mismo curso de acción de lo sucedido entre atenienses y melios. Esto quiere decir que, veinticuatro siglos después de la guerra del Peloponeso, se repite la misma historia. Y este es UN ejemplo, no EL ÚNICO EJEMPLO.

O sea que el homo predator profundizó grandemente la disciplina de la Moral y la Ética… ¡En los libros! En los hechos… ¡Sigue siendo siempre el mismo!

 

Y no quisiera cerrar este tema, al menos por ahora, sin mencionar dos claros ejemplos más de aplicación del derecho del más fuerte:

1.      El sometimiento del sexo femenino a los dictados del sexo masculino, del que las sociedades musulmanas son el más claro (no el único) ejemplo y

2.     El bulling, donde el más fuerte (en cualquier campo) somete al más débil a violencia sicológica y física.

domingo, 12 de septiembre de 2021

Acerca del derecho del más fuerte

Reconocemos en Demócrito de Abdera (hacia 460-370 a.n.e.), a uno de los primeros pensadores que, buscando una explicación a la constitución de la materia, estableció lo que se conoce como atomismo. Al hacerlo, continuaba el pensamiento de sus maestros Anaxágoras y Leucipo. Según esta idea, la realidad está formada tanto por infinitas partículas, indivisibles, de formas variadas y siempre en movimiento, los átomos (del griego antiguo τομοι, lo que no puede ser dividido), como por el vacío. Así, Demócrito afirma que existe tanto el ser como el no-ser: El primero está representado por los átomos y el segundo, por el vacío, que existe no menos que el ser, siendo imprescindible para que exista movimiento.

Demócrito logró dominar y sintetizar todo el saber de su época. Era un hombre de un genio uni­versal, como en el siglo siguiente lo fue Aristóteles. También como éste, era De­mócrito al mismo tiempo físico y filósofo o, como entonces se decía, sofista; y en ambos territorios alcanzó cotas muy elevadas.

Sus innumerables escritos comprendían todas las ramas de la ciencia de aquel tiempo: Matemática, astronomía, geografía, medicina, biología, físi­ca, teoría del conocimiento, ética, filología, teoría del arte.

Ahora bien, me interesa detenerme en la Ética de Demócrito, que muestra con claridad su pensamiento. Veamos, dentro de toda una estructura, sostenía Demócrito que:

1.      El derecho del más fuerte es fundado en la Naturaleza; pero viene limitado por el orden del Estado, de cuya consistencia depende toda nuestra bienandanza e infortunio.

Es decir que Demócrito nos dice que, liberados los hombres de toda norma de justicia, de toda ley, prevalecerá el derecho del más fuerte. Y se desprende de su pensamiento que el Estado tiene la función primordial de ir en contra de esta tendencia natural, estableciendo una igualdad entre los hombres, regida por la Justicia.

Podemos observar la Naturaleza y descubrir, por ejemplo, que en las familias o clanes de nuestros primos los primates, rige exactamente la visión de Demócrito. El puesto de liderazgo, el macho alfa, es el que se impone por la fuerza. Y esto, solo para no hablar de nosotros los humanos que hacemos uso de la fuerza permanentemente, aunque, claro, en general, de forma más disimulada.

Ahora bien, además de la aguda sentencia de Demócrito, tenemos también el aporte de otro filósofo griego, Zenón de Elea, famoso por las paradojas que planteaba, como la de Aquiles y la tortuga. Zenón, en el siglo V antes de nuestra era (a.n.e.), nos dijo que: Si un pueblo puede sojuzgar a otro, tiene derecho a hacerlo. Dicho así, esto parece algo inaceptable: ¿Derecho a sojuzgar a otro?

Pues bien, para esclarecer la verdad que se esconde detrás de estos asertos, invitaré a la charla a un tercer griego. Se trata del historiador y militar ateniense Tucídides (Antigua Atenas, c. 460 a.n.e. - Tracia, c. ¿396 a.n.e.?). Su obra Historia de la guerra del Peloponeso narra la historia de la guerra que, en el siglo V a.n.e., involucró a Esparta y Atenas. Tucídides ha sido considerado como el padre de la historiografía científica, debido a sus estrictos estándares de recopilación de pruebas y de sus análisis en términos de causa-efecto sin referencia a la intervención de dioses, tal y como él mismo subraya en su introducción a su obra.

También ha sido considerado el padre de la escuela del realismo político, que valora las relaciones entre las naciones en función de su poder, y no en razón de la justicia. Su texto todavía se estudia en academias militares avanzadas de todo el mundo, y el Diálogo de los melios continúa siendo una importante obra en el estudio de la teoría de las relaciones internacionales.

Dejemos que el propio Tucídides nos narre el diálogo de marras:

 “En el transcurso de su conflicto con Esparta, los atenienses quieren destruir la isla de Melos, tradicional aliada de sus enemigos, aunque en este conflicto se haya mantenido neutral.Con ese objetivo en mente, los atenienses dicen a los melios lo siguiente:”

“– No os vamos a aburrir con discursos largos convenciéndoos de que nosotros tenemos el derecho de hacer lo que hacemos porque hemos vencido a los persas o intentando demostrar que nos habéis provocado. Nada de eso. Simplemente os decimos que o bien os sometéis, o bien os destruimos.”

“Los melios se niegan, por orgullo y sentido de la justicia, pero los atenienses les contestan que los principios de la justicia rigen sólo entre contendientes de fuerzas iguales, mientras que, en caso contrario, los más fuertes determinan lo posible y los débiles lo aceptan.”

“Los melios, puesto que no pueden apelar a criterios de justicia, responden siguiendo la misma lógica del adversario y se remiten a criterios de utilidad, intentando convencer a los invasores de que, si Atenas saliera derrotada de la guerra contra los espartanos, correría el riesgo de tener que soportar la dura venganza de las ciudades atacadas injustamente, como Melos.”

“Los atenienses responden que están dispuestos asumir ese riesgo, pero que lo que ahora queremos demostraros es que estamos aquí para provecho de nuestro imperio y que os haremos unas propuestas con vistas a la salvación de vuestra ciudad, porque queremos dominaros sin pérdidas y conseguir que vuestra salvación sea de utilidad para ambas partes.”

“A esto los melios aducen ¿Y cómo puede resultar útil para nosotros convertirnos en esclavos, del mismo modo que para vosotros lo es ejercer el dominio? Y los atenienses responden: Porque vosotros, en vez de sufrir los males más terribles, serías súbditos nuestros y nosotros, al no destruiros, saldríamos ganando.”

“Tenaces, los melios, en busca de una solución, proponen ser amigos en lugar de enemigos, sin ser aliados de ninguno de los dos bandos. Los atenienses, a su vez, responden aplastantemente: ¡No! Porque vuestra enemistad no nos perjudica tanto como vuestra amistad que, para los pueblos que están bajo nuestro dominio, sería una prueba manifiesta de debilidad, mientras que vuestro odio se interpretaría como una prueba de nuestra fuerza. Nos tendréis que perdonar, pero es que nos conviene más someteros que dejaros vivir, dado que así seremos temidos por todos.”

“Los melios les dicen que no piensan resistir a su poderío pero que, a pesar de todo, tienen confianza en no sucumbir porque, siendo devotos de los dioses, se oponen a la injusticia. ¿Los Dioses? responden los atenienses, desde luego que con nuestras exigencias y nuestras acciones no hacemos nada que vaya contra la creencia de los hombres en la divinidad y, además, estamos convencidos de que tanto el hombre como la divinidad, si se encuentran en una posición de fuerza, la ejercen, por un inexorable impulso de la naturaleza. Y no somos nosotros quienes hemos instituido esta ley ni fuimos los primeros en aplicarla una vez establecida, sino que la recibimos como ya existente y la dejaremos en vigor habiéndonos limitado a aplicarla, convencidos de que vosotros, como cualquier otro pueblo, harías lo mismo, de encontraros en la misma posición de poder que nosotros.”

“En definitiva, los melios no cedieron y los atenienses iniciaron un largo asedio que finalmente venció su resistencia. Los vencedores ingresaron en la ciudad y Tucídides nos dice que: Mataron a todos los melios adultos y redujeron a la esclavitud a sus hijos y mujeres.”

 ¡Impresionante el relato de Tucídides! Y deja mucha tela para cortar, por ejemplo, el argumento de los atenienses de que: los principios de la justicia rigen sólo entre contendientes de fuerzas iguales, mientras que, en caso contrario, los más fuertes determinan lo posible y los débiles lo aceptan.

Dejaré para una próxima nota el análisis de este texto y sus implicancias en nuestro siglo XXI.

 

lunes, 6 de septiembre de 2021

Robots conscientes: ¿El próximo paso de la evolución? Parte 2 de 2

 Siendo optimista, lo primero que podría pensarse es que la robótica inteligente proveerá al hombre de esclavos que harán las tareas, dejándolo libre para vivir una vida de solaz y esparcimiento dedicado a dilucidar los grandes enigmas de la vida que lo han acuciado desde hace milenios. Y, por extraño que parezca, ya hemos vivido circunstancias similares, por ejemplo, en la Roma Imperial, en la que abundaron los esclavos. ¿Cuál fue su impacto en la sociedad? En el excelente libro del argentino Gabriel Moldes, Roma, un día hace 2000 años, encontramos la respuesta a este interrogante. Cito textualmente a Moldes:

Por lo poco que se sabe, en los principios de la era repu­blicana los esclavos —que siempre existieron en Roma— se utilizaban solo en el campo, ya que la mayoría de los primeros romanos eran granjeros o pasaban sus días en el medio rural. Sin embargo, pronto los hombres libres fueron convocados a filas para defender la República contra los ataques de los pueblos vecinos o en la integración de los ejércitos que debían emprender las conquistas de los reinos aledaños, cuya cercanía constituía una constante amenaza a la seguridad del naciente Estado. Eso, sumado a los contingentes de nuevos esclavos incorporados tras cada victoria militar, hizo que no pasara demasiado tiem-po para que el número de esclavos fuera mayor que el de los trabajadores a sueldo.

El siguiente paso fue la incorporación de esa mano de obra gratuita al servicio doméstico y la rudimentaria industria de entonces. A la larga, esa gradual transferencia de toda acti­vidad de producción de bienes o prestación de servicios de manos de ciudadanos libres a los cautivos capturados o naci­dos en condición servil acarreó gravísimo daño a Roma, pues aquella población activa y belicosa de la República degeneró en los excesos del vicio y la molicie de las agonías del Imperio.

Y es en este, el primer siglo de nuestra era, cuando esos desastrosos resultados comienzan a insinuarse: Los esclavos ya superan en número a sus amos en la mayoría de las domus urbanas, realizan todas las tareas domésticas, satisfacen todos los apetitos de sus señores —incluidos los sexuales—, orga­nizan, dirigen y protagonizan sus distracciones, manejan sus negocios, educan a sus hijos y ponen fin a las viejas normas consuetudinarias del mos maiorum[1].

Como se ve, no es oro todo lo que reluce.

 

También debemos considerar lo que mencionáramos en el primer artículo de esta serie, es decir, la irritación del tejido social producto de la pérdida de los trabajos a manos de los robots inteligentes. Y este tema es complicado. Veamos: Supongamos una empresa de productos alimenticios. Comenzará reem-plazando los empleados de más bajo nivel por robots, para seguir luego por el personal más capacitado y, ¿Por qué no?, posteriormente reemplazar al Gerente General o CEO de la empresa. ¿Por qué haría esto el dueño de la empresa? Pues, claramente, para reducir los costos y los problemas que el empleado humano acarrea.

Ahora bien, si gran cantidad de personas quedan sin empleo y, en consecuencia, sin ingresos, ¿Quién comprará los productos de la empresa? ¿El ahorro de costos no implicará una caída en las ventas?

 

Pero hay otra observación crucial aquí. La inteligencia nunca fue un punto final para la evolución biológica, algo a lo que aspirar. En cambio, surgió en muchas formas diferentes, desde innumerables soluciones pequeñas hasta desafíos que permitieron que los seres vivos sobrevivieran y asumieran desafíos futuros. La inteligencia es el punto culminante actual de un proceso continuo y abierto. En este sentido, la evolución es bastante diferente de los algoritmos de la forma en que la gente suele pensar en ellos: Como medio para un fin concreto.

Es este final abierto, vislumbrado en la secuencia aparentemente sin rumbo de desafíos generados por POET[2], lo que lleva a pensar que podría conducir a nuevos tipos de IA. Durante décadas, los investigadores de IA han intentado construir algoritmos para imitar la inteligencia humana, pero el verdadero avance puede provenir de la construcción de algoritmos que intentan imitar la resolución de problemas abierta de la evolución y sentarse a observar lo que surge.

 

Ahora bien, llegados a este punto, se hace necesario plantearse la diferencia entre inteligencia y conciencia. Conceptos estos de mucho uso, pero no siempre entendidos claramente. Veamos:

·        La inteligencia es una capacidad mental muy general que implica habilidad para resolver problemas, con lo que ello implica de razonamiento y planificación.

·        La conciencia es la capacidad de reconocerse a sí mismo y poder concebir el concepto de “Yo soy”, “Yo existo”.

Y es necesario plantearse la diferencia porque, hasta aquí, hemos construido robots inteligentes, pero no conscientes. Sin embargo, como muchos de los expertos en el área creen, no pasará mucho tiempo antes de que logremos esto último.

Obsérvese que no somos los únicos animales conscientes sobre el planeta. Desde luego que somos los que tienen el más alto grado de conciencia; pero, cuando un perro responde a su nombre, cuando lo llamamos, está mostrando un cierto grado de conciencia, de saber que lo llaman a “él”. Y qué no decir de los delfines, que se ponen nombres entre ellos con diferentes silbidos como los que ellos hacen. Es decir, reconocen a Pepe, Mario, Oscar…

Claro, uno se siente tentado a pensar que un platelminto carece, totalmente, de conciencia, pero, ¿Es realmente así? ¿O tienen un cierto grado de ella, por mínimo que sea?

Es razonable pensar que hasta un platelminto debe tener algo de conciencia para conocer sus límites físicos, las amenazas sobre “él” y así poder desenvolverse en el medio que lo rodea sin perecer rápidamente. Bajo esta visión, la conciencia es una facultad que ayuda a la supervivencia de una especie en un mundo de otra manera hostil.

Por cierto, no es esta la única visión posible. El cristianismo, por ejemplo, nos dice que, la conciencia es una facultad del espíritu, del alma que Dios ha infundido en el hombre. Es el núcleo más secreto y sagrado del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella.

Y es sumamente importante destacar el hecho de que, según esta interpretación, solo el hombre posee alma, los animales poseen instinto. Y entonces, ¿Qué es el instinto? Pues, el instinto es una conducta innata e inconsciente que se transmite genéticamente entre los seres vivos de la misma especie y que les hace responder de una misma forma ante determinados estímulos.

Esta visión geneticista cruje cuando uno observa cómo un chimpancé utiliza una ramita como herramienta para meter por un agujero pequeño de un árbol y extraer la miel de su interior (luego de haber buscado la más adecuada y rechazado las que no le sirven). ¿Los genes le ordenaron eso? Hum…

¿Y por qué es sumamente importante que solo el hombre posea alma? Pues, pensemos que pasaría si el hombre logra construir un autómata consciente. ¿Dios le infundiría un alma también? Esto se parece a una línea de producción donde el hombre ensambla las partes constituyentes y, al final, se encuentra Dios infundiendo almas como quien coloca las etiquetas de un producto terminado.

Se podrá argüir que el autómata podrá ser consciente, pero carecerá de alma. Esto también cruje cuando recordamos lo visto más arriba respecto de que, para el cristianismo, la conciencia es una facultad del espíritu, del alma que Dios ha infundido en el hombre. O sea que, según esta óptica: Si hay conciencia, hay espíritu, hay alma. Con todo lo que, para el cristianismo, significa tener alma. Por ejemplo, ¿Podrán esos robots ir al cielo?

Y otra cosa: Cuando una persona pierde la consciencia, por ejemplo, por un derrame cerebral, ¿Ha perdido también el alma?

Aún queda la tajante respuesta de: ¡Los robots jamás podrán ser conscientes! A este categórico planteamiento se puede contraponer la frase: ¡No habrá que esperar mucho para saberlo!

Por último, habrá quien diga: Los robots solo vivirán una ficción de consciencia, creerán serlo, pero, en el fondo serán como una tostadora eléctrica, solo que con circuitos muchísimo más complejos que les hacen creer que son conscientes.

¿Y acaso no seremos nosotros algo como una tostadora eléctrica con un cableado cerebral muy complejo que nos hace creer que somos conscientes? ¿No será que, en nuestra soberbia de creernos algo especial y no, simplemente, un constructo más de la Naturaleza, hemos inventado el alma, la consciencia, Dios, etc. cuando lo único cierto es que vivimos una ficción de consciencia, cuando lo único cierto es que: Pulvis erit et in pulvis reverterit?

Interesante, ¿Verdad?

Bien, para finalizar, ¡Por ahora!, nuestro recorrido por estos temas, veamos una posibilidad de supervivencia, frente a la IA y a la robótica, que encarna la frase: ¡Si no puedes vencerlos, úneteles!

Esta estrategia supone que el humano se transforme en un ser mezcla de Biología y Robótica, es decir: En un cyborg. Evidentemente, debemos comenzar por definir qué es un cyborg.

El término cyborg[3] proviene de un acrónimo en inglés mezcla de cyber (cibernético) y organism (organismo). Es decir, estamos hablando de un organismo cibernético, en otras palabras, una criatura compuesta de elementos orgánicos y dispositivos cibernéticos agregados con la intención de mejorar las capacidades de la parte orgánica mediante el uso de tecnología.

El término fue acuñado por Manfred E. Clynes y Nathan S. Kline en 1960 para referirse a un ser humano mejorado que podría sobrevivir en entornos extraterrestres. Llegaron a esa idea después de pensar sobre la necesidad de una relación más íntima entre los humanos y las máquinas en un momento en que empezaba a trazarse la nueva frontera representada por la exploración del espacio. Diseñador de instrumentación fisiológica y de sistemas de procesamiento de datos, Clynes era el director científico del Laboratorio de Simulación Dinámica del Rockland State Hospital, en el estado de Nueva York. El término apareció por primera vez en forma impresa, 5 meses antes, cuando Clynes y Kline presentaron por primera vez un trabajo, con la siguiente definición: «Un cyborg es esencialmente un sistema hombre-máquina en el cual los mecanismos de control de la porción humana son modificados externamente por medicamentos o dispositivos de regulación para que el ser pueda vivir en un entorno diferente al normal».

Y la creación de cyborgs dista de ser algo nuevo y ya ha comenzado hace tiempo. Por ejemplo, una persona a la que se le haya implantado un marcapasos podría considerarse un cyborg, puesto que le sería más difícil sobrevivir sin ese componente mecánico. Otras tecnologías médicas, como el implante coclear, que permite que un hipoacúsico oiga a través de un micrófono externo conectado a su nervio auditivo, también hacen que sus usuarios adquieran acceso a un sentido gracias a la tecnología.

Más aun, alguien dijo alguna vez: Si quieres conocer el futuro, lee la ciencia ficción. Y así, The Six Million Dollar Man, (en Argentina conocida como El hombre biónico), una película de televisión de 1973 transmitida por la red ABC, se convirtió en una serie semanal en 1974, pasando a ser un éxito internacional en más de 70 países. En ella, el actor Lee Majors interpreta al coronel de la USAF Steve Austin, un astronauta y piloto de pruebas que intenta salvar una aeronave experimental y termina estrellándose. Los médicos deben amputarle ambas piernas y el brazo derecho; además pierde la visión del ojo izquierdo. Pero la agencia gubernamental O.S.I. que trabajaba en el desarrollo de un proyecto secreto llamado Biónica, toma a Steve como sujeto de prueba y reemplaza sus miembros perdidos por partes cibernéticas que tienen un costo de seis millones de dólares (de ahí el nombre de la serie), reclutándolo para complejas misiones que solo son posibles gracias a sus nuevas habilidades y fuerza. 

Sin embargo, el mayor reto para la Biónica es la conexión de chips al cerebro que potencien el funcionamiento de este y permitan al hombre igualar las prestaciones de un robot inteligente o, más importante, de un robot consciente.

¿Podrá, esto último, lograrse? Si se tuviera todo el tiempo disponible, con toda seguridad que sí. De hecho, ya hay empresas trabajando en ello, como la de Elon Musk. Pero, hay circunstancias limitantes:

1.      Que aparezcan robots conscientes antes de que se logren cyborgs competitivos.

2.     Que las luchas intestinas entre los humanos para ver quién se transforma en un cyborg más poderoso, o a quienes se deja fuera de la transformación, demoren la consecución de cyborgs que se encuentren en un pie de igualdad con los robots conscientes y se caiga, entonces en la circunstancia 1.

Lo cierto es que la evolución parece que mostrará un giro sorprendente en el que, por vez primera, será el hombre el que produzca el cambio… ¿O serán los robots conscientes los que diseñen el hombre del futuro?



[1] La locución latina mos maiorum o su equivalente en plural, mores maiorum se traduce como "la costumbre de los ancestros". De allí se entiende por mos maiorum un conjunto de reglas y de preceptos que el ciudadano romano apegado a la tradición debía respetar.

[2] POET es un algoritmo de aprendizaje automático para robots.

[3] Léase sáiborg, en inglés.

Conjeturas, hipótesis, teorías.

La especulación o conjetura, es una forma filosófica de pensar para ganar conocimiento yendo más allá de la experiencia o práctica tradicion...