domingo, 19 de septiembre de 2021

Acerca del derecho del más fuerte. Parte 2 de 2

 Bien, después de haber leído la fría y contundente exhibición que del derecho del más fuerte hicieran los atenienses (y que Tucídides guardara para nosotros de forma tan precisa), nos preguntamos si, con el paso de los siglos, el homo predator, mejoró o no en lo que a este tema concierne.

Para ello, de la miríada de ejemplos disponibles, nos centraremos en uno del cual, el tiempo transcurrido desde entonces permite conocer sus detalles a la perfección.

Europa, 1938. Desde su ascenso al poder, Adolf Hitler acaricia el proyecto del Anschluss, la unión de Austria y Alemania que haría de él, y en su propio provecho, el restaurador del Sacro Imperio Romano Germánico. Luego de diversas presiones diplomáticas y, ante el temor de un apoyo franco-británico a una Austria amenazada en su independencia, el 11 de marzo de 1938, Hitler dirige al gobierno austríaco un ultimátum de capitulación. Francia e Inglaterra no toman ninguna medida, ni siquiera de carácter diplomático. Abandonado por todos, el canciller austríaco dimite y su reemplazante pide a las tropas alemanas que entren en Viena para restablecer el orden.

Sin perder un solo soldado, Hitler había conseguido sus propósitos. Sin embargo, aún quedaban tres millones de alemanes fuera del Reich habitando los sudetes en la vecina Checoslovaquia.

La República de Checoslovaquia fue creada por los tratados de paz, odiados por los alemanes, que se firmaron después de la Primera Guerra Mundial, en 1918. Con el pasar de los años, desde su fundación, se había transformado en el estado más próspero y progresista de Europa Central.

Ahora bien, no todo era bienandanza en Checoslovaquia ya que padecía un problema interno desde su creación: El de las minorías que lo poblaban. En ella vivían 1.000.000 de húngaros, 500.000 bielorusos y 3.250.000 alemanes en los sudetes. Gentes que miraban con nostalgia sus respectivas madres patrias.

Así pues, Hitler decidió anexar el Reich la zona de los sudetes con el pretexto de que los habitaba sangre alemana, si bien los sudetes nunca habían pertenecido al Reich, sino a Austria. Sin embargo, había un inconveniente, los tratados de asistencia mutua entre Checoslovaquia y Francia y Rusia.

Alemania comenzó entonces una fuerte y persistente presión diplomática persiguiendo la anexión jugando hábilmente con la sombra de la guerra en una Europa que acababa de salir de una y lo que menos deseaba era caer en otra. Del otro lado hay que rescatar la figura de Neville Chamberlain, el Primer Ministro inglés, quien, munido de las mejores intenciones para preservar la paz, participó activamente en negociaciones con el líder alemán con ese fin.

Así las cosas, se llegó a la famosa “cita de Munich” en la cual se iba a decidir, finalmente, qué se haría con los sudetes. Los asistentes a esta última oportunidad fueron Chamberlain por Inglaterra, Daladier por Francia, Hitler y Mussolini que se había plegado a último momento. ¿Y por Checoslovaquia? La principal interesada no estaría presente en la reunión en la que se decidiría su futuro porque Hitler se opuso terminantemente a ello. Como una especial concesión a Chamberlain que abogó para que los checoslovacos estuvieran, Hitler permitió que lo hicieran en la habitación contigua.

Y así, a las diez de la noche, los incrédulos enviados checoslovacos fueron informados por un funcionario británico de las zonas sudetes que debían ser inmediatamente evacuadas por los checos. Desde luego, estos intentaron protestar, a lo que el funcionario les dijo: Esto es lo mejor que pudimos hacer por ustedes, si no lo aceptan, deberán enfrentar el problema solos.

 

Hasta aquí, los hechos. Para la interpretación de los hechos, contamos con la ayuda de los atenienses, inmortalizados por Tucídides. Veamos:

Dicen los atenienses: Los principios de justicia rigen solo entre contendientes de fuerzas iguales. Los más fuertes determinan lo posible y los débiles lo aceptan.

Sucedió en los hechos vistos: Así las cosas, se llegó a la famosa “cita de Munich” en la cual se iba a decidir, finalmente, qué se haría con los sudetes. Los asistentes a esta última oportunidad fueron Chamberlain por Inglaterra, Daladier por Francia, Hitler y Mussolini que se había plegado a último momento. ¿Y por Checoslovaquia? La principal interesada no estaría presente en la reunión en la que se decidiría su futuro porque Hitler se opuso terminantemente a ello. Como una especial concesión a Chamberlain que abogó para que los checoslovacos estuvieran, Hitler permitió que lo hicieran en la habitación contigua.

Y así, a las diez de la noche, los incrédulos enviados checoslovacos fueron informados por un funcionario británico de las zonas sudetes que debían ser inmediatamente evacuadas por los checos. Desde luego, estos intentaron protestar, a lo que el funcionario les dijo: Esto es lo mejor que pudimos hacer por ustedes, si no lo aceptan, deberán enfrentar el problema solos.

Como puede apreciarse, qué era lo justo y qué no, lo decidieron contendientes de fuerzas iguales: Inglaterra, Francia, Alemania e Italia. Y determinaron lo posible, lo que había que hacer. El débil, en este caso Checoslovaquia, solo tuvo la alternativa de aceptar lo que decidieron los fuertes.

Es decir, el mismo curso de acción de lo sucedido entre atenienses y melios. Esto quiere decir que, veinticuatro siglos después de la guerra del Peloponeso, se repite la misma historia. Y este es UN ejemplo, no EL ÚNICO EJEMPLO.

O sea que el homo predator profundizó grandemente la disciplina de la Moral y la Ética… ¡En los libros! En los hechos… ¡Sigue siendo siempre el mismo!

 

Y no quisiera cerrar este tema, al menos por ahora, sin mencionar dos claros ejemplos más de aplicación del derecho del más fuerte:

1.      El sometimiento del sexo femenino a los dictados del sexo masculino, del que las sociedades musulmanas son el más claro (no el único) ejemplo y

2.     El bulling, donde el más fuerte (en cualquier campo) somete al más débil a violencia sicológica y física.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Del odio entre clanes

En 1945, el general Dwight D. Eisenhower, comandante supremo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, al encontrar a las víctimas de los...