domingo, 12 de septiembre de 2021

Acerca del derecho del más fuerte

Reconocemos en Demócrito de Abdera (hacia 460-370 a.n.e.), a uno de los primeros pensadores que, buscando una explicación a la constitución de la materia, estableció lo que se conoce como atomismo. Al hacerlo, continuaba el pensamiento de sus maestros Anaxágoras y Leucipo. Según esta idea, la realidad está formada tanto por infinitas partículas, indivisibles, de formas variadas y siempre en movimiento, los átomos (del griego antiguo τομοι, lo que no puede ser dividido), como por el vacío. Así, Demócrito afirma que existe tanto el ser como el no-ser: El primero está representado por los átomos y el segundo, por el vacío, que existe no menos que el ser, siendo imprescindible para que exista movimiento.

Demócrito logró dominar y sintetizar todo el saber de su época. Era un hombre de un genio uni­versal, como en el siglo siguiente lo fue Aristóteles. También como éste, era De­mócrito al mismo tiempo físico y filósofo o, como entonces se decía, sofista; y en ambos territorios alcanzó cotas muy elevadas.

Sus innumerables escritos comprendían todas las ramas de la ciencia de aquel tiempo: Matemática, astronomía, geografía, medicina, biología, físi­ca, teoría del conocimiento, ética, filología, teoría del arte.

Ahora bien, me interesa detenerme en la Ética de Demócrito, que muestra con claridad su pensamiento. Veamos, dentro de toda una estructura, sostenía Demócrito que:

1.      El derecho del más fuerte es fundado en la Naturaleza; pero viene limitado por el orden del Estado, de cuya consistencia depende toda nuestra bienandanza e infortunio.

Es decir que Demócrito nos dice que, liberados los hombres de toda norma de justicia, de toda ley, prevalecerá el derecho del más fuerte. Y se desprende de su pensamiento que el Estado tiene la función primordial de ir en contra de esta tendencia natural, estableciendo una igualdad entre los hombres, regida por la Justicia.

Podemos observar la Naturaleza y descubrir, por ejemplo, que en las familias o clanes de nuestros primos los primates, rige exactamente la visión de Demócrito. El puesto de liderazgo, el macho alfa, es el que se impone por la fuerza. Y esto, solo para no hablar de nosotros los humanos que hacemos uso de la fuerza permanentemente, aunque, claro, en general, de forma más disimulada.

Ahora bien, además de la aguda sentencia de Demócrito, tenemos también el aporte de otro filósofo griego, Zenón de Elea, famoso por las paradojas que planteaba, como la de Aquiles y la tortuga. Zenón, en el siglo V antes de nuestra era (a.n.e.), nos dijo que: Si un pueblo puede sojuzgar a otro, tiene derecho a hacerlo. Dicho así, esto parece algo inaceptable: ¿Derecho a sojuzgar a otro?

Pues bien, para esclarecer la verdad que se esconde detrás de estos asertos, invitaré a la charla a un tercer griego. Se trata del historiador y militar ateniense Tucídides (Antigua Atenas, c. 460 a.n.e. - Tracia, c. ¿396 a.n.e.?). Su obra Historia de la guerra del Peloponeso narra la historia de la guerra que, en el siglo V a.n.e., involucró a Esparta y Atenas. Tucídides ha sido considerado como el padre de la historiografía científica, debido a sus estrictos estándares de recopilación de pruebas y de sus análisis en términos de causa-efecto sin referencia a la intervención de dioses, tal y como él mismo subraya en su introducción a su obra.

También ha sido considerado el padre de la escuela del realismo político, que valora las relaciones entre las naciones en función de su poder, y no en razón de la justicia. Su texto todavía se estudia en academias militares avanzadas de todo el mundo, y el Diálogo de los melios continúa siendo una importante obra en el estudio de la teoría de las relaciones internacionales.

Dejemos que el propio Tucídides nos narre el diálogo de marras:

 “En el transcurso de su conflicto con Esparta, los atenienses quieren destruir la isla de Melos, tradicional aliada de sus enemigos, aunque en este conflicto se haya mantenido neutral.Con ese objetivo en mente, los atenienses dicen a los melios lo siguiente:”

“– No os vamos a aburrir con discursos largos convenciéndoos de que nosotros tenemos el derecho de hacer lo que hacemos porque hemos vencido a los persas o intentando demostrar que nos habéis provocado. Nada de eso. Simplemente os decimos que o bien os sometéis, o bien os destruimos.”

“Los melios se niegan, por orgullo y sentido de la justicia, pero los atenienses les contestan que los principios de la justicia rigen sólo entre contendientes de fuerzas iguales, mientras que, en caso contrario, los más fuertes determinan lo posible y los débiles lo aceptan.”

“Los melios, puesto que no pueden apelar a criterios de justicia, responden siguiendo la misma lógica del adversario y se remiten a criterios de utilidad, intentando convencer a los invasores de que, si Atenas saliera derrotada de la guerra contra los espartanos, correría el riesgo de tener que soportar la dura venganza de las ciudades atacadas injustamente, como Melos.”

“Los atenienses responden que están dispuestos asumir ese riesgo, pero que lo que ahora queremos demostraros es que estamos aquí para provecho de nuestro imperio y que os haremos unas propuestas con vistas a la salvación de vuestra ciudad, porque queremos dominaros sin pérdidas y conseguir que vuestra salvación sea de utilidad para ambas partes.”

“A esto los melios aducen ¿Y cómo puede resultar útil para nosotros convertirnos en esclavos, del mismo modo que para vosotros lo es ejercer el dominio? Y los atenienses responden: Porque vosotros, en vez de sufrir los males más terribles, serías súbditos nuestros y nosotros, al no destruiros, saldríamos ganando.”

“Tenaces, los melios, en busca de una solución, proponen ser amigos en lugar de enemigos, sin ser aliados de ninguno de los dos bandos. Los atenienses, a su vez, responden aplastantemente: ¡No! Porque vuestra enemistad no nos perjudica tanto como vuestra amistad que, para los pueblos que están bajo nuestro dominio, sería una prueba manifiesta de debilidad, mientras que vuestro odio se interpretaría como una prueba de nuestra fuerza. Nos tendréis que perdonar, pero es que nos conviene más someteros que dejaros vivir, dado que así seremos temidos por todos.”

“Los melios les dicen que no piensan resistir a su poderío pero que, a pesar de todo, tienen confianza en no sucumbir porque, siendo devotos de los dioses, se oponen a la injusticia. ¿Los Dioses? responden los atenienses, desde luego que con nuestras exigencias y nuestras acciones no hacemos nada que vaya contra la creencia de los hombres en la divinidad y, además, estamos convencidos de que tanto el hombre como la divinidad, si se encuentran en una posición de fuerza, la ejercen, por un inexorable impulso de la naturaleza. Y no somos nosotros quienes hemos instituido esta ley ni fuimos los primeros en aplicarla una vez establecida, sino que la recibimos como ya existente y la dejaremos en vigor habiéndonos limitado a aplicarla, convencidos de que vosotros, como cualquier otro pueblo, harías lo mismo, de encontraros en la misma posición de poder que nosotros.”

“En definitiva, los melios no cedieron y los atenienses iniciaron un largo asedio que finalmente venció su resistencia. Los vencedores ingresaron en la ciudad y Tucídides nos dice que: Mataron a todos los melios adultos y redujeron a la esclavitud a sus hijos y mujeres.”

 ¡Impresionante el relato de Tucídides! Y deja mucha tela para cortar, por ejemplo, el argumento de los atenienses de que: los principios de la justicia rigen sólo entre contendientes de fuerzas iguales, mientras que, en caso contrario, los más fuertes determinan lo posible y los débiles lo aceptan.

Dejaré para una próxima nota el análisis de este texto y sus implicancias en nuestro siglo XXI.

 

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