Reconocemos en Demócrito
de Abdera (hacia 460-370 a.n.e.), a uno de los primeros pensadores que,
buscando una explicación a la constitución de la materia, estableció lo que se
conoce como atomismo.
Al hacerlo, continuaba el pensamiento de sus maestros
Anaxágoras y Leucipo. Según esta idea, la realidad está formada
tanto por infinitas partículas, indivisibles, de formas variadas y siempre en
movimiento, los átomos (del griego antiguo ἄτομοι, lo que no puede ser dividido), como por el vacío.
Así, Demócrito afirma que existe tanto el ser como el no-ser: El
primero está representado por los átomos y el segundo, por el vacío, que existe
no menos que el ser, siendo imprescindible para que exista movimiento.
Demócrito logró dominar y
sintetizar todo el saber de su época. Era un hombre de un genio universal,
como en el siglo siguiente lo fue Aristóteles. También como éste, era Demócrito
al mismo tiempo físico y filósofo o, como entonces se decía, sofista; y en
ambos territorios alcanzó cotas muy elevadas.
Sus innumerables escritos comprendían
todas las ramas de la ciencia de aquel tiempo: Matemática, astronomía,
geografía, medicina, biología, física, teoría del conocimiento, ética,
filología, teoría del arte.
Ahora bien, me interesa detenerme en la Ética
de Demócrito, que muestra con claridad su pensamiento. Veamos, dentro de toda
una estructura, sostenía Demócrito que:
1.
El derecho del más fuerte es fundado en
la Naturaleza; pero viene limitado por el orden del Estado, de cuya
consistencia depende toda nuestra bienandanza e infortunio.
Es decir que Demócrito nos dice que,
liberados los hombres de toda norma de justicia, de toda ley, prevalecerá el
derecho del más fuerte. Y se desprende de su pensamiento que el Estado tiene la
función primordial de ir en contra de esta tendencia natural, estableciendo una
igualdad entre los hombres, regida por la Justicia.
Podemos observar la Naturaleza y
descubrir, por ejemplo, que en las familias o clanes de nuestros primos los
primates, rige exactamente la visión de Demócrito. El puesto de liderazgo, el
macho alfa, es el que se impone por la fuerza. Y esto, solo para no hablar de
nosotros los humanos que hacemos uso de la fuerza permanentemente, aunque,
claro, en general, de forma más disimulada.
Ahora bien, además de la aguda sentencia
de Demócrito, tenemos también el aporte de otro filósofo griego, Zenón de Elea,
famoso por las paradojas que planteaba, como la de Aquiles y la tortuga. Zenón,
en el siglo V antes de nuestra era (a.n.e.), nos dijo que: Si un pueblo puede
sojuzgar a otro, tiene derecho a hacerlo. Dicho así, esto parece
algo inaceptable: ¿Derecho a sojuzgar a otro?
Pues bien, para esclarecer la verdad que se
esconde detrás de estos asertos, invitaré a la charla a un tercer griego. Se
trata del historiador y militar ateniense Tucídides (Antigua Atenas,
c. 460 a.n.e. - Tracia, c. ¿396 a.n.e.?). Su obra Historia de la
guerra del Peloponeso narra la historia de la guerra que, en el siglo V a.n.e.,
involucró a Esparta y Atenas. Tucídides ha sido considerado como el padre de
la historiografía científica, debido a sus estrictos estándares de
recopilación de pruebas y de sus análisis en términos de causa-efecto sin
referencia a la intervención de dioses, tal y como él mismo subraya en su
introducción a su obra.
También ha sido considerado el padre de la escuela
del realismo político, que
valora las relaciones entre las naciones en función de su poder, y no en
razón de la justicia. Su texto todavía se estudia en academias militares
avanzadas de todo el mundo, y el Diálogo de los melios continúa
siendo una importante obra en el estudio de la teoría de las relaciones
internacionales.
Dejemos
que el propio Tucídides nos narre el diálogo de marras:
“En el transcurso de su conflicto con Esparta, los atenienses quieren destruir la isla de Melos, tradicional aliada de sus enemigos, aunque en este conflicto se haya mantenido neutral.Con ese objetivo en mente, los atenienses dicen a los melios lo siguiente:”
“– No os vamos a aburrir con discursos largos
convenciéndoos de que nosotros tenemos el derecho de hacer lo que hacemos
porque hemos vencido a los persas o intentando demostrar que nos habéis
provocado. Nada de eso. Simplemente os decimos que o bien os sometéis, o bien
os destruimos.”
“Los
melios se niegan, por orgullo y sentido de la justicia, pero los atenienses les
contestan que los principios de la justicia rigen sólo entre contendientes
de fuerzas iguales, mientras que, en caso contrario, los más fuertes determinan lo posible y los débiles lo aceptan.”
“Los
melios, puesto que no pueden apelar a criterios de justicia, responden
siguiendo la misma lógica del adversario y se remiten a criterios de utilidad,
intentando convencer a los invasores de que, si Atenas saliera derrotada de la
guerra contra los espartanos, correría el riesgo de tener que soportar la dura
venganza de las ciudades atacadas injustamente, como Melos.”
“Los
atenienses responden que están dispuestos asumir ese riesgo, pero que lo que ahora queremos demostraros es que estamos
aquí para provecho de nuestro imperio y que os haremos unas propuestas con
vistas a la salvación de vuestra ciudad, porque queremos dominaros sin pérdidas
y conseguir que vuestra salvación sea de utilidad para ambas partes.”
“A esto
los melios aducen ¿Y cómo puede resultar
útil para nosotros convertirnos en esclavos, del mismo modo que para vosotros
lo es ejercer el dominio? Y los atenienses responden: Porque vosotros, en vez de sufrir los males más terribles, serías
súbditos nuestros y nosotros, al no destruiros, saldríamos ganando.”
“Tenaces,
los melios, en busca de una solución, proponen ser amigos en lugar de enemigos, sin ser aliados de ninguno de los dos
bandos. Los atenienses, a su vez, responden aplastantemente: ¡No! Porque vuestra enemistad no nos
perjudica tanto como vuestra amistad que, para los pueblos que están bajo
nuestro dominio, sería una prueba manifiesta de debilidad, mientras que vuestro
odio se interpretaría como una prueba de nuestra fuerza. Nos tendréis que
perdonar, pero es que nos conviene más someteros que dejaros vivir, dado que
así seremos temidos por todos.”
“Los
melios les dicen que no piensan resistir a su poderío pero que, a pesar de
todo, tienen confianza en no sucumbir porque, siendo devotos de los dioses, se
oponen a la injusticia. ¿Los Dioses? responden
los atenienses, desde luego que con
nuestras exigencias y nuestras acciones no hacemos nada que vaya contra la
creencia de los hombres en la divinidad y, además, estamos convencidos de que
tanto el hombre como la divinidad, si se encuentran en una posición de fuerza,
la ejercen, por un inexorable impulso de la naturaleza. Y no somos nosotros
quienes hemos instituido esta ley ni fuimos los primeros en aplicarla una vez
establecida, sino que la recibimos como ya existente y la dejaremos en vigor
habiéndonos limitado a aplicarla, convencidos de que vosotros, como cualquier
otro pueblo, harías lo mismo, de encontraros en la misma posición de poder que
nosotros.”
“En
definitiva, los melios no cedieron y los atenienses iniciaron un largo asedio
que finalmente venció su resistencia. Los vencedores ingresaron en la ciudad y
Tucídides nos dice que: Mataron a todos
los melios adultos y redujeron a la esclavitud a sus hijos y mujeres.”
¡Impresionante el relato de Tucídides! Y deja mucha tela para cortar, por ejemplo, el argumento de los atenienses de que: los principios de la justicia rigen sólo entre contendientes de fuerzas iguales, mientras que, en caso contrario, los más fuertes determinan lo posible y los débiles lo aceptan.
Dejaré
para una próxima nota el análisis de este texto y sus implicancias en nuestro
siglo XXI.
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