Siendo optimista, lo primero que podría pensarse es que la robótica inteligente proveerá al hombre de esclavos que harán las tareas, dejándolo libre para vivir una vida de solaz y esparcimiento dedicado a dilucidar los grandes enigmas de la vida que lo han acuciado desde hace milenios. Y, por extraño que parezca, ya hemos vivido circunstancias similares, por ejemplo, en la Roma Imperial, en la que abundaron los esclavos. ¿Cuál fue su impacto en la sociedad? En el excelente libro del argentino Gabriel Moldes, Roma, un día hace 2000 años, encontramos la respuesta a este interrogante. Cito textualmente a Moldes:
Por lo poco que se sabe,
en los principios de la era republicana los esclavos —que siempre existieron
en Roma— se utilizaban solo en el campo, ya que la mayoría de los primeros
romanos eran granjeros o pasaban sus días en el medio rural. Sin embargo,
pronto los hombres libres fueron convocados a filas para defender la República
contra los ataques de los pueblos vecinos o en la integración de los ejércitos
que debían emprender las conquistas de los reinos aledaños, cuya cercanía
constituía una constante amenaza a la seguridad del naciente Estado. Eso,
sumado a los contingentes de nuevos esclavos incorporados tras cada victoria
militar, hizo que no pasara demasiado tiem-po para que el número de esclavos
fuera mayor que el de los trabajadores a sueldo.
El siguiente paso fue la
incorporación de esa mano de obra gratuita al servicio doméstico y la
rudimentaria industria de entonces.
A la larga, esa gradual transferencia de toda actividad
de producción de bienes o prestación de servicios de manos de ciudadanos libres
a los cautivos capturados o nacidos en
condición servil acarreó gravísimo daño a Roma, pues aquella
población activa y belicosa de la República degeneró en los excesos del vicio y la molicie de las agonías del Imperio.
Y es en este, el primer siglo de nuestra era, cuando esos
desastrosos resultados comienzan a
insinuarse: Los esclavos ya
superan en número a sus amos en la mayoría de las domus urbanas, realizan todas las tareas domésticas,
satisfacen todos los
apetitos de sus señores —incluidos los sexuales—, organizan, dirigen y protagonizan sus distracciones,
manejan sus negocios, educan a
sus hijos y ponen fin a las viejas normas consuetudinarias
del mos maiorum[1].
Como se ve, no es oro
todo lo que reluce.
También debemos considerar
lo que mencionáramos en el primer artículo de esta serie, es decir, la
irritación del tejido social producto de la pérdida de los trabajos a manos de
los robots inteligentes. Y este tema es complicado. Veamos: Supongamos una
empresa de productos alimenticios. Comenzará reem-plazando los empleados de más
bajo nivel por robots, para seguir luego por el personal más capacitado y, ¿Por
qué no?, posteriormente reemplazar al Gerente General o CEO de la empresa. ¿Por
qué haría esto el dueño de la empresa? Pues, claramente, para reducir los
costos y los problemas que el empleado humano acarrea.
Ahora bien, si gran
cantidad de personas quedan sin empleo y, en consecuencia, sin ingresos, ¿Quién
comprará los productos de la empresa? ¿El ahorro de costos no implicará una
caída en las ventas?
Pero hay otra observación
crucial aquí. La inteligencia nunca fue un punto final para la evolución
biológica, algo a lo que aspirar. En cambio, surgió en muchas formas
diferentes, desde innumerables soluciones pequeñas hasta desafíos que
permitieron que los seres vivos sobrevivieran y asumieran desafíos futuros. La
inteligencia es el punto culminante actual de un proceso continuo y
abierto. En este sentido, la evolución es bastante diferente de los
algoritmos de la forma en que la gente suele pensar en ellos: Como medio para
un fin concreto.
Es este final abierto, vislumbrado
en la secuencia aparentemente sin rumbo de desafíos generados por POET[2],
lo que lleva a pensar que podría conducir a nuevos tipos de IA. Durante
décadas, los investigadores de IA han intentado construir algoritmos para imitar
la inteligencia humana, pero el verdadero avance puede provenir de la
construcción de algoritmos que intentan imitar la resolución de problemas
abierta de la evolución y sentarse a observar lo que surge.
Ahora bien, llegados a
este punto, se hace necesario plantearse la diferencia entre inteligencia y
conciencia. Conceptos estos de mucho uso, pero no siempre entendidos
claramente. Veamos:
·
La inteligencia es una capacidad mental muy
general que implica habilidad para resolver problemas, con lo que ello implica
de razonamiento y planificación.
·
La conciencia es la capacidad de reconocerse a
sí mismo y poder concebir el concepto de “Yo soy”, “Yo existo”.
Y es necesario plantearse
la diferencia porque, hasta aquí, hemos construido robots inteligentes, pero
no conscientes. Sin embargo, como muchos de los expertos en el área
creen, no pasará mucho tiempo antes de que logremos esto último.
Obsérvese que no somos los
únicos animales conscientes sobre el planeta. Desde luego que somos los que
tienen el más alto grado de conciencia; pero, cuando un perro responde a su
nombre, cuando lo llamamos, está mostrando un cierto grado de conciencia, de
saber que lo llaman a “él”. Y qué no decir de los delfines, que se ponen
nombres entre ellos con diferentes silbidos como los que ellos hacen. Es decir,
reconocen a Pepe, Mario, Oscar…
Claro, uno se siente
tentado a pensar que un platelminto carece, totalmente, de conciencia, pero,
¿Es realmente así? ¿O tienen un cierto grado de ella, por mínimo que sea?
Es razonable pensar que
hasta un platelminto debe tener algo de conciencia para conocer sus
límites físicos, las amenazas sobre “él” y así poder desenvolverse en el medio
que lo rodea sin perecer rápidamente. Bajo esta visión, la conciencia es una
facultad que ayuda a la supervivencia de una especie en un mundo de otra manera
hostil.
Por cierto, no es esta la
única visión posible. El cristianismo, por ejemplo, nos dice que, la conciencia
es una facultad del espíritu, del alma que Dios ha infundido en el hombre. Es
el núcleo más secreto y sagrado del hombre, en el que está solo con Dios, cuya
voz resuena en lo más íntimo de ella.
Y es sumamente importante
destacar el hecho de que, según esta interpretación, solo el hombre
posee alma, los animales poseen instinto. Y entonces, ¿Qué es el instinto? Pues,
el instinto es una conducta innata e inconsciente que se transmite
genéticamente entre los seres vivos de la misma especie y que les hace
responder de una misma forma ante determinados estímulos.
Esta visión geneticista
cruje cuando uno observa cómo un chimpancé utiliza una ramita como herramienta
para meter por un agujero pequeño de un árbol y extraer la miel de su interior
(luego de haber buscado la más adecuada y rechazado las que no le sirven). ¿Los
genes le ordenaron eso? Hum…
¿Y por qué es sumamente
importante que solo el hombre posea alma? Pues, pensemos que pasaría si el
hombre logra construir un autómata consciente. ¿Dios le infundiría un alma
también? Esto se parece a una línea de producción donde el hombre ensambla las
partes constituyentes y, al final, se encuentra Dios infundiendo almas como
quien coloca las etiquetas de un producto terminado.
Se podrá argüir que el
autómata podrá ser consciente, pero carecerá de alma. Esto también cruje cuando
recordamos lo visto más arriba respecto de que, para el cristianismo, la
conciencia es una facultad del espíritu, del alma que Dios ha infundido
en el hombre. O sea que, según esta óptica: Si hay conciencia, hay espíritu,
hay alma. Con todo lo que, para el cristianismo, significa tener alma. Por
ejemplo, ¿Podrán esos robots ir al cielo?
Y otra cosa: Cuando una
persona pierde la consciencia, por ejemplo, por un derrame cerebral, ¿Ha
perdido también el alma?
Aún queda la tajante
respuesta de: ¡Los robots jamás podrán ser conscientes! A este
categórico planteamiento se puede contraponer la frase: ¡No habrá que
esperar mucho para saberlo!
Por último, habrá quien
diga: Los robots solo vivirán una ficción de consciencia, creerán serlo,
pero, en el fondo serán como una tostadora eléctrica, solo que con circuitos
muchísimo más complejos que les hacen creer que son conscientes.
¿Y acaso no seremos
nosotros algo como una tostadora eléctrica con un cableado cerebral muy
complejo que nos hace creer que somos conscientes? ¿No será que, en nuestra
soberbia de creernos algo especial y no, simplemente, un constructo más de la
Naturaleza, hemos inventado el alma, la consciencia, Dios, etc. cuando lo único
cierto es que vivimos una ficción de consciencia, cuando lo único cierto es
que: Pulvis erit et in pulvis reverterit?
Interesante, ¿Verdad?
Bien, para finalizar, ¡Por
ahora!, nuestro recorrido por estos temas, veamos una posibilidad de
supervivencia, frente a la IA y a la robótica, que encarna la frase: ¡Si no
puedes vencerlos, úneteles!
Esta estrategia supone que
el humano se transforme en un ser mezcla de Biología y Robótica, es decir: En
un cyborg. Evidentemente, debemos comenzar por definir qué es un cyborg.
El término cyborg[3]
proviene de un acrónimo en inglés mezcla de cyber (cibernético)
y organism (organismo). Es decir, estamos hablando de un organismo
cibernético, en otras palabras, una criatura compuesta de elementos
orgánicos y dispositivos cibernéticos agregados
con la intención de mejorar las capacidades de la parte orgánica mediante el
uso de tecnología.
El término fue acuñado por
Manfred E. Clynes y Nathan S. Kline en 1960 para referirse
a un ser humano mejorado que podría sobrevivir en entornos extraterrestres.
Llegaron a esa idea después de pensar sobre la necesidad de una relación más
íntima entre los humanos y las máquinas en un momento en que empezaba a
trazarse la nueva frontera representada por la exploración del espacio.
Diseñador de instrumentación fisiológica y de sistemas de procesamiento de
datos, Clynes era el director científico del Laboratorio de Simulación Dinámica
del Rockland State Hospital, en el estado de Nueva York. El término
apareció por primera vez en forma impresa, 5 meses antes, cuando Clynes y
Kline presentaron por primera vez un trabajo, con la siguiente definición: «Un
cyborg es esencialmente un sistema hombre-máquina en el cual los mecanismos de
control de la porción humana son modificados externamente por medicamentos o
dispositivos de regulación para que el ser pueda vivir en un entorno diferente
al normal».
Y la creación de cyborgs
dista de ser algo nuevo y ya ha comenzado hace tiempo. Por ejemplo, una persona a la que se le haya
implantado un marcapasos podría considerarse un cyborg, puesto que le
sería más difícil sobrevivir sin ese componente mecánico. Otras tecnologías
médicas, como el implante coclear, que permite que un hipoacúsico oiga a
través de un micrófono externo conectado a su nervio auditivo, también hacen
que sus usuarios adquieran acceso a un sentido gracias a la tecnología.
Más aun, alguien dijo
alguna vez: Si quieres conocer el futuro, lee la ciencia ficción. Y así,
The Six Million Dollar Man, (en Argentina conocida como El hombre biónico),
una película de televisión de 1973 transmitida por la red ABC, se convirtió en
una serie semanal en 1974, pasando a ser un éxito internacional en más de 70
países. En ella, el actor Lee Majors interpreta al coronel de la
USAF Steve Austin, un astronauta y piloto de pruebas que intenta salvar
una aeronave experimental y termina estrellándose. Los médicos deben amputarle
ambas piernas y el brazo derecho; además pierde la visión del ojo izquierdo.
Pero la agencia gubernamental O.S.I. que trabajaba en el desarrollo de un
proyecto secreto llamado Biónica, toma a Steve como sujeto de
prueba y reemplaza sus miembros perdidos por partes cibernéticas que tienen un
costo de seis millones de dólares (de ahí el nombre de la serie), reclutándolo
para complejas misiones que solo son posibles gracias a sus nuevas habilidades
y fuerza.
Sin embargo, el mayor reto
para la Biónica es la conexión de chips al cerebro que potencien el
funcionamiento de este y permitan al hombre igualar las prestaciones de un
robot inteligente o, más importante, de un robot consciente.
¿Podrá, esto último, lograrse?
Si se tuviera todo el tiempo disponible, con toda seguridad que sí. De hecho,
ya hay empresas trabajando en ello, como la de Elon Musk. Pero, hay
circunstancias limitantes:
1. Que
aparezcan robots conscientes antes de que se logren cyborgs competitivos.
2. Que
las luchas intestinas entre los humanos para ver quién se transforma en un
cyborg más poderoso, o a quienes se deja fuera de la transformación, demoren la
consecución de cyborgs que se encuentren en un pie de igualdad con los robots
conscientes y se caiga, entonces en la circunstancia 1.
Lo cierto es que la
evolución parece que mostrará un giro sorprendente en el que, por vez primera,
será el hombre el que produzca el cambio… ¿O serán los robots conscientes los
que diseñen el hombre del futuro?
[1] La
locución latina mos maiorum o su equivalente en plural, mores
maiorum se traduce como "la costumbre de los ancestros". De allí se
entiende por mos maiorum un conjunto de reglas y de preceptos que el
ciudadano romano apegado a la tradición debía respetar.
[2] POET es un algoritmo de
aprendizaje automático para robots.
[3] Léase sáiborg,
en inglés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario