lunes, 6 de septiembre de 2021

Robots conscientes: ¿El próximo paso de la evolución? Parte 2 de 2

 Siendo optimista, lo primero que podría pensarse es que la robótica inteligente proveerá al hombre de esclavos que harán las tareas, dejándolo libre para vivir una vida de solaz y esparcimiento dedicado a dilucidar los grandes enigmas de la vida que lo han acuciado desde hace milenios. Y, por extraño que parezca, ya hemos vivido circunstancias similares, por ejemplo, en la Roma Imperial, en la que abundaron los esclavos. ¿Cuál fue su impacto en la sociedad? En el excelente libro del argentino Gabriel Moldes, Roma, un día hace 2000 años, encontramos la respuesta a este interrogante. Cito textualmente a Moldes:

Por lo poco que se sabe, en los principios de la era repu­blicana los esclavos —que siempre existieron en Roma— se utilizaban solo en el campo, ya que la mayoría de los primeros romanos eran granjeros o pasaban sus días en el medio rural. Sin embargo, pronto los hombres libres fueron convocados a filas para defender la República contra los ataques de los pueblos vecinos o en la integración de los ejércitos que debían emprender las conquistas de los reinos aledaños, cuya cercanía constituía una constante amenaza a la seguridad del naciente Estado. Eso, sumado a los contingentes de nuevos esclavos incorporados tras cada victoria militar, hizo que no pasara demasiado tiem-po para que el número de esclavos fuera mayor que el de los trabajadores a sueldo.

El siguiente paso fue la incorporación de esa mano de obra gratuita al servicio doméstico y la rudimentaria industria de entonces. A la larga, esa gradual transferencia de toda acti­vidad de producción de bienes o prestación de servicios de manos de ciudadanos libres a los cautivos capturados o naci­dos en condición servil acarreó gravísimo daño a Roma, pues aquella población activa y belicosa de la República degeneró en los excesos del vicio y la molicie de las agonías del Imperio.

Y es en este, el primer siglo de nuestra era, cuando esos desastrosos resultados comienzan a insinuarse: Los esclavos ya superan en número a sus amos en la mayoría de las domus urbanas, realizan todas las tareas domésticas, satisfacen todos los apetitos de sus señores —incluidos los sexuales—, orga­nizan, dirigen y protagonizan sus distracciones, manejan sus negocios, educan a sus hijos y ponen fin a las viejas normas consuetudinarias del mos maiorum[1].

Como se ve, no es oro todo lo que reluce.

 

También debemos considerar lo que mencionáramos en el primer artículo de esta serie, es decir, la irritación del tejido social producto de la pérdida de los trabajos a manos de los robots inteligentes. Y este tema es complicado. Veamos: Supongamos una empresa de productos alimenticios. Comenzará reem-plazando los empleados de más bajo nivel por robots, para seguir luego por el personal más capacitado y, ¿Por qué no?, posteriormente reemplazar al Gerente General o CEO de la empresa. ¿Por qué haría esto el dueño de la empresa? Pues, claramente, para reducir los costos y los problemas que el empleado humano acarrea.

Ahora bien, si gran cantidad de personas quedan sin empleo y, en consecuencia, sin ingresos, ¿Quién comprará los productos de la empresa? ¿El ahorro de costos no implicará una caída en las ventas?

 

Pero hay otra observación crucial aquí. La inteligencia nunca fue un punto final para la evolución biológica, algo a lo que aspirar. En cambio, surgió en muchas formas diferentes, desde innumerables soluciones pequeñas hasta desafíos que permitieron que los seres vivos sobrevivieran y asumieran desafíos futuros. La inteligencia es el punto culminante actual de un proceso continuo y abierto. En este sentido, la evolución es bastante diferente de los algoritmos de la forma en que la gente suele pensar en ellos: Como medio para un fin concreto.

Es este final abierto, vislumbrado en la secuencia aparentemente sin rumbo de desafíos generados por POET[2], lo que lleva a pensar que podría conducir a nuevos tipos de IA. Durante décadas, los investigadores de IA han intentado construir algoritmos para imitar la inteligencia humana, pero el verdadero avance puede provenir de la construcción de algoritmos que intentan imitar la resolución de problemas abierta de la evolución y sentarse a observar lo que surge.

 

Ahora bien, llegados a este punto, se hace necesario plantearse la diferencia entre inteligencia y conciencia. Conceptos estos de mucho uso, pero no siempre entendidos claramente. Veamos:

·        La inteligencia es una capacidad mental muy general que implica habilidad para resolver problemas, con lo que ello implica de razonamiento y planificación.

·        La conciencia es la capacidad de reconocerse a sí mismo y poder concebir el concepto de “Yo soy”, “Yo existo”.

Y es necesario plantearse la diferencia porque, hasta aquí, hemos construido robots inteligentes, pero no conscientes. Sin embargo, como muchos de los expertos en el área creen, no pasará mucho tiempo antes de que logremos esto último.

Obsérvese que no somos los únicos animales conscientes sobre el planeta. Desde luego que somos los que tienen el más alto grado de conciencia; pero, cuando un perro responde a su nombre, cuando lo llamamos, está mostrando un cierto grado de conciencia, de saber que lo llaman a “él”. Y qué no decir de los delfines, que se ponen nombres entre ellos con diferentes silbidos como los que ellos hacen. Es decir, reconocen a Pepe, Mario, Oscar…

Claro, uno se siente tentado a pensar que un platelminto carece, totalmente, de conciencia, pero, ¿Es realmente así? ¿O tienen un cierto grado de ella, por mínimo que sea?

Es razonable pensar que hasta un platelminto debe tener algo de conciencia para conocer sus límites físicos, las amenazas sobre “él” y así poder desenvolverse en el medio que lo rodea sin perecer rápidamente. Bajo esta visión, la conciencia es una facultad que ayuda a la supervivencia de una especie en un mundo de otra manera hostil.

Por cierto, no es esta la única visión posible. El cristianismo, por ejemplo, nos dice que, la conciencia es una facultad del espíritu, del alma que Dios ha infundido en el hombre. Es el núcleo más secreto y sagrado del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella.

Y es sumamente importante destacar el hecho de que, según esta interpretación, solo el hombre posee alma, los animales poseen instinto. Y entonces, ¿Qué es el instinto? Pues, el instinto es una conducta innata e inconsciente que se transmite genéticamente entre los seres vivos de la misma especie y que les hace responder de una misma forma ante determinados estímulos.

Esta visión geneticista cruje cuando uno observa cómo un chimpancé utiliza una ramita como herramienta para meter por un agujero pequeño de un árbol y extraer la miel de su interior (luego de haber buscado la más adecuada y rechazado las que no le sirven). ¿Los genes le ordenaron eso? Hum…

¿Y por qué es sumamente importante que solo el hombre posea alma? Pues, pensemos que pasaría si el hombre logra construir un autómata consciente. ¿Dios le infundiría un alma también? Esto se parece a una línea de producción donde el hombre ensambla las partes constituyentes y, al final, se encuentra Dios infundiendo almas como quien coloca las etiquetas de un producto terminado.

Se podrá argüir que el autómata podrá ser consciente, pero carecerá de alma. Esto también cruje cuando recordamos lo visto más arriba respecto de que, para el cristianismo, la conciencia es una facultad del espíritu, del alma que Dios ha infundido en el hombre. O sea que, según esta óptica: Si hay conciencia, hay espíritu, hay alma. Con todo lo que, para el cristianismo, significa tener alma. Por ejemplo, ¿Podrán esos robots ir al cielo?

Y otra cosa: Cuando una persona pierde la consciencia, por ejemplo, por un derrame cerebral, ¿Ha perdido también el alma?

Aún queda la tajante respuesta de: ¡Los robots jamás podrán ser conscientes! A este categórico planteamiento se puede contraponer la frase: ¡No habrá que esperar mucho para saberlo!

Por último, habrá quien diga: Los robots solo vivirán una ficción de consciencia, creerán serlo, pero, en el fondo serán como una tostadora eléctrica, solo que con circuitos muchísimo más complejos que les hacen creer que son conscientes.

¿Y acaso no seremos nosotros algo como una tostadora eléctrica con un cableado cerebral muy complejo que nos hace creer que somos conscientes? ¿No será que, en nuestra soberbia de creernos algo especial y no, simplemente, un constructo más de la Naturaleza, hemos inventado el alma, la consciencia, Dios, etc. cuando lo único cierto es que vivimos una ficción de consciencia, cuando lo único cierto es que: Pulvis erit et in pulvis reverterit?

Interesante, ¿Verdad?

Bien, para finalizar, ¡Por ahora!, nuestro recorrido por estos temas, veamos una posibilidad de supervivencia, frente a la IA y a la robótica, que encarna la frase: ¡Si no puedes vencerlos, úneteles!

Esta estrategia supone que el humano se transforme en un ser mezcla de Biología y Robótica, es decir: En un cyborg. Evidentemente, debemos comenzar por definir qué es un cyborg.

El término cyborg[3] proviene de un acrónimo en inglés mezcla de cyber (cibernético) y organism (organismo). Es decir, estamos hablando de un organismo cibernético, en otras palabras, una criatura compuesta de elementos orgánicos y dispositivos cibernéticos agregados con la intención de mejorar las capacidades de la parte orgánica mediante el uso de tecnología.

El término fue acuñado por Manfred E. Clynes y Nathan S. Kline en 1960 para referirse a un ser humano mejorado que podría sobrevivir en entornos extraterrestres. Llegaron a esa idea después de pensar sobre la necesidad de una relación más íntima entre los humanos y las máquinas en un momento en que empezaba a trazarse la nueva frontera representada por la exploración del espacio. Diseñador de instrumentación fisiológica y de sistemas de procesamiento de datos, Clynes era el director científico del Laboratorio de Simulación Dinámica del Rockland State Hospital, en el estado de Nueva York. El término apareció por primera vez en forma impresa, 5 meses antes, cuando Clynes y Kline presentaron por primera vez un trabajo, con la siguiente definición: «Un cyborg es esencialmente un sistema hombre-máquina en el cual los mecanismos de control de la porción humana son modificados externamente por medicamentos o dispositivos de regulación para que el ser pueda vivir en un entorno diferente al normal».

Y la creación de cyborgs dista de ser algo nuevo y ya ha comenzado hace tiempo. Por ejemplo, una persona a la que se le haya implantado un marcapasos podría considerarse un cyborg, puesto que le sería más difícil sobrevivir sin ese componente mecánico. Otras tecnologías médicas, como el implante coclear, que permite que un hipoacúsico oiga a través de un micrófono externo conectado a su nervio auditivo, también hacen que sus usuarios adquieran acceso a un sentido gracias a la tecnología.

Más aun, alguien dijo alguna vez: Si quieres conocer el futuro, lee la ciencia ficción. Y así, The Six Million Dollar Man, (en Argentina conocida como El hombre biónico), una película de televisión de 1973 transmitida por la red ABC, se convirtió en una serie semanal en 1974, pasando a ser un éxito internacional en más de 70 países. En ella, el actor Lee Majors interpreta al coronel de la USAF Steve Austin, un astronauta y piloto de pruebas que intenta salvar una aeronave experimental y termina estrellándose. Los médicos deben amputarle ambas piernas y el brazo derecho; además pierde la visión del ojo izquierdo. Pero la agencia gubernamental O.S.I. que trabajaba en el desarrollo de un proyecto secreto llamado Biónica, toma a Steve como sujeto de prueba y reemplaza sus miembros perdidos por partes cibernéticas que tienen un costo de seis millones de dólares (de ahí el nombre de la serie), reclutándolo para complejas misiones que solo son posibles gracias a sus nuevas habilidades y fuerza. 

Sin embargo, el mayor reto para la Biónica es la conexión de chips al cerebro que potencien el funcionamiento de este y permitan al hombre igualar las prestaciones de un robot inteligente o, más importante, de un robot consciente.

¿Podrá, esto último, lograrse? Si se tuviera todo el tiempo disponible, con toda seguridad que sí. De hecho, ya hay empresas trabajando en ello, como la de Elon Musk. Pero, hay circunstancias limitantes:

1.      Que aparezcan robots conscientes antes de que se logren cyborgs competitivos.

2.     Que las luchas intestinas entre los humanos para ver quién se transforma en un cyborg más poderoso, o a quienes se deja fuera de la transformación, demoren la consecución de cyborgs que se encuentren en un pie de igualdad con los robots conscientes y se caiga, entonces en la circunstancia 1.

Lo cierto es que la evolución parece que mostrará un giro sorprendente en el que, por vez primera, será el hombre el que produzca el cambio… ¿O serán los robots conscientes los que diseñen el hombre del futuro?



[1] La locución latina mos maiorum o su equivalente en plural, mores maiorum se traduce como "la costumbre de los ancestros". De allí se entiende por mos maiorum un conjunto de reglas y de preceptos que el ciudadano romano apegado a la tradición debía respetar.

[2] POET es un algoritmo de aprendizaje automático para robots.

[3] Léase sáiborg, en inglés.

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