domingo, 21 de abril de 2024

De la incompatibilidad hombre-democracia

Como ustedes saben, queridos amigos, en un proceso judicial, un fiscal es el encargado de presentar las pruebas o evidencias recopiladas durante la investigación de un caso, ante el tribunal. Una vez que el fiscal ha presentado todas las pruebas pertinentes, es su responsabilidad formular la acusación formal contra el acusado en base a dichas pruebas. La acusación describe los cargos específicos que se imputan al acusado y las razones por las cuales se le considera responsable de los mismos. Es importante que el fiscal presente pruebas sólidas y convincentes para respaldar su acusación durante el juicio.

Bien, dicho esto, comenzaré por someter a su impiadosa consideración de ustedes, señores del jurado, las siguientes piezas de evidencia que me permitirán, a su término, establecer que la democracia y la naturaleza humana son incompatibles porque la democracia es impracticable para la mayoría de los humanos. Veamos:

Comencemos recordando que la democracia (del griego: δημοκρατία dēmokratía, dēmos, "pueblo" y kratos, "poder")​ es una forma de organización social y política presentada en el platonismo y aristotelismo que atribuye la titularidad del poder al conjunto de la ciudadanía. En sentido estricto, la democracia es un tipo de organización del Estado en el cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante herramientas de participación directa o indirecta que confieren legitimidad a sus representantes. En sentido amplio, democracia es una forma de convivencia social en la que los miembros son libres e iguales y las relaciones sociales se establecen conforme a mecanismos contractuales.

Bien, suena muy bonito, pero la realidad es que el humano, quizás por herencia genética de sus antepasados del Paleolítico, muestra una marcada preferencia por la sumisión a un macho alfa que dirija a todo el conjunto. Esto, de acuerdo a la definición que acabamos de ver de democracia, se opone a que la titularidad del poder lo ejerza la ciudadanía. Por el contrario se hace un culto del líder y se confía en él la dirección de la vida de los ciudadanos.

Repito que esto puede ser herencia de cuando, en el Paleolítico el macho alfa dirigía el clan y todos le obedecían.

Por supuesto que, la sumisión al macho alfa no es el único motivo por el cual el humano no es para la democracia. También cuenta la molicie, pereza o haraganería para enfrentar la construcción de la propia vida que lleva a dejarla en manos de otro.

Veamos entonces las primeras piezas de evidencia que muestran la dicha sumisión al macho alfa.

Evidencia número 1.- Idi Amin Dada


El 25 de enero de 1971 asumió como presidente de Uganda. Hizo matar a 500.000 personas y su frase terrorífica fue: "Me gusta comer carne humana porque es más blanda y salada".

Me gusta la carne humana porque es más blanda y salada y un banquete de ese tipo es lo que más extraño cuando estoy fuera de mi país”, decía Idi Amin Dada, el presidente de Uganda de 1971 a 1979.

Durante sus ocho años de régimen dictatorial, murieron alrededor de 500 mil personas y Uganda quedó sumida en una profunda crisis económica. Al final, permaneció exiliado 20 años en Arabia Saudita.

​Nacido en 1925 en lo que hoy es Uganda, Idi Amin fue un hombre de grandes dimensiones físicas y dotado de una extraordinaria fuerza, que le permitió ganar en 10 ocasiones el campeonato de boxeo de su país en la categoría de pesos pesados.

Sin embargo, no cursó estudios y era prácticamente analfabeto cuando a los 20 años se enroló en el Ejército británico, en el que prestó servicios en el Cuarto Regimiento de Fusileros Reales de África.

Luego fue policía en Kenia durante un tiempo, hasta que, al proclamarse la independencia de Uganda en 1962, se trasladó a ese país, donde ingresó en el Ejército. En 1964 alcanzó el grado de coronel y dos años más tarde fue nombrado jefe adjunto de las Fuerzas Armadas Ugandesas.


A mediados de 1966, ya al frente del Ejército, Idi Amin colaboró con el entonces primer ministro, Milton Obote, en la caída del rey Mutesa II y participó en el asalto, saqueo y quema del Palacio de Kampala.

​La intervención armada se cobró la vida de 15.000 personas de la etnia buganda, uno de los cuatro reinos en torno a los que se había articulado el naciente país.

El primer ministro Obote asumió todos los poderes, derogó la Constitución existente y, para imponer su régimen, se apoyó en Idi Amín, a quien en 1967 ascendió a general de brigada y le entregó el mando de los tres Ejércitos.

Amín daba muestras de ser un soldado despiadado. Sus superiores estuvieron a punto de llevarlo a un consejo de guerra por las atrocidades que cometía con los prisioneros: les metía pañuelos en la garganta hasta ahogarlos, los sometía a castigos inhumanos y a muchos les amputó los órganos sexuales.

En 1968 Amin fue designado comandante en jefe del Ejército ugandés, pero, poco después, Obote comenzó a desconfiar de él y a temer que le expulsara del poder, lo que sucedió el 25 de enero de 1971, cuando Amin aprovechó la ausencia de Obote, quien estaba en Singapur, para dar un cruento golpe de Estado con el que inauguró un régimen de terror y excentricidades.

​Temeroso de que pudieran preparar alguna maniobra en su contra, Idi Amin expulsó a más de 90.000 asiáticos y británicos que residían en Uganda, lo que llevó a la ruina a ese próspero país, ya que ambos grupos estaban dedicados mayoritariamente al comercio y eran su motor empresarial.


También expulsó a los estadounidenses y a los técnicos soviéticos que trabajan en el país, pero su miedo no se aplacó y se hizo rodear de un cuerpo de 23.000 guardaespaldas, al tiempo que potenció su Ejército con la ayuda de Libia y Sudán.

Fue calificado por sus críticos de “paranoico” y “megalómano”, y se convirtió en el primer líder africano negro que rompió relaciones con Israel, hasta entonces principal aliado de Uganda.

La persecución y represión de la oposición fue brutal y los métodos de su policía político-militar, de la que se dijo que fue entrenada por agentes de los servicios secretos rusos (KGB), se hicieron célebres por su crueldad más allá de las fronteras de Uganda.

La Comisión Internacional de Juristas cifró inicialmente el número de ejecuciones en 200.000 y Amnistía Internacional en 300.000, aunque estudios posteriores elevan esa cifra hasta prácticamente el medio millón de personas. Esas atrocidades hicieron que el Tribunal de Justicia de La Haya lo acusara de genocidio.

​Idi Amin ordenaba además la retransmisión televisada en directo de la decapitación de sus oponentes a los que hacía vestir de blanco “para ver mejor la sangre que derramaban”, y se sospecha que llegó a devorar las vísceras y otras partes del cuerpo de algunos de ellos.

Para dar veracidad a esto hay dos hechos claves: se encontraron heladeras con carne humana en los sitios que acostumbraba frecuentar y muchos de sus funcionarios confesaron esta macabra afición.


​En una ocasión, su ministro de Justicia llegó a contradecirlo públicamente. La leyenda urbana es que el funcionario, después de ser sometido a fuerte reprimenda televisada y a una tortura despiadada, se convirtió en el plato fuerte de un banquete que se ofrecía en palacio.

A finales de la década de 1970 la situación del país, aislado económicamente por la cancelación de crédito del Reino Unido y de las ayudas de la Comunidad Económica Europea, era insostenible.

El 11 de abril de 1979, el frente Liberación Nacional de Uganda, formado por 18 grupos de exiliados y apoyado militarmente por las tropas de Tanzania, en aquel entonces gobernada por Julius Nyerere, logró derrocar a Idi Amin.

​Sin embargo, el dictador no pagó sus crímenes, ya que logró refugio, primero en Libia y luego en Arabia Saudita, desde donde hizo algún intento por regresar a Uganda, lo que no le fue permitido.

​Adepto a la oniromancia (predecir el futuro por medio de la interpretación de los sueños), de religión musulmana, Idi Amin tuvo seis esposas y más de treinta hijos. Sus esposas tampoco escaparon de su crueldad.

​Su primera esposa, Kay, fue asesinada y luego desmembrada en el interior de un automóvil. Sus brazos y sus piernas fueron cosidos al revés y fue exhibida durante muchos días como ejemplo de la crueldad a la que el dictador podía llegar.

"El carnicero de Kampala" también fue famoso por otras excentricidades, como hacer visitas sorpresa a la Reina de Inglaterra, proclamarse "último rey de Escocia" o "conquistador del Imperio Británico".

​Se consideraba una máquina sexual. En una ocasión, le envió un mensaje a la entonces reina Isabel de Inglaterra, de la que se consideraba amigo, en el que se refería a ella como “Liz” diciéndole: “Deberías venir a Uganda si quieres conocer a un hombre de verdad”.

​Amin murió en el hospital de Yeda, en Arabia Saudita, el 16 de agosto de 2003 y fue enterrado en el cementerio Ruwais de la misma ciudad.​

Lo increíble es que tantos años después, señores del jurado, ¡uno de cada dos ugandeses lo admira!

Es decir, admiran a un analfabeto asesino que hundió al país de ellos en una miseria absoluta,… ¡pero era un macho alfa!


Evidencia número 2.- Iósif Vissariónovich Dzhugashvili

Pues bien, por paradigmático que pueda parecer el caso de Idi Amín Dada, palidece frente al de otro conductor que ya podríamos tildar de sicópata. Me refiero a Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, más conocido por Stalin.
                         Stalin

Y ya que he tildado de sicópata a Stalin, sería interesante formarse una idea de cuáles son las características distintivas de la personalidad sicopática. Aun cuando hay cierta discusión al respecto, podemos estar de acuerdo en que los sicópatas:

· Carecen de conciencia moral o ética.
· Carecen de empatía hacia los sentimientos de los demás. Para los psicópatas los demás son objetos para ser usados, no personas que sienten y a quienes hay que tener en cuenta.
· Son muy ingeniosos y manipuladores y, además, lo hacen de forma deliberada, e inclusive disfrutan con ello. Para lograr sus fines no dudan en disfrazarse de seres encantadores y dulces. Saben cómo halagar a las personas para obtener el máximo de ellas o las hacen sentir que son las culpables de cualquier cosa que ocurra.
· A veces suelen ser narcisistas, egocéntricos, rudos y arrogantes.
· En los psicópatas son frecuentes los comportamientos antisociales.

Iósif Vissariónovich fue, sin lugar a dudas, un asesino serial. Dormía muy poco y, de madrugada, exploraba largas listas de nombres acompañando algunos con un visto y otros con una cruz. Estos últimos debían ser eliminados. Los motivos eran cualesquiera, desde un mal recuerdo de la infancia hasta una mirada demasiado fija en él. Al respecto les puedo contar la historia de Nikolái Vasílievich Krylenko. Nikolái Vasílievich fue un político comunista ruso, dirigente del Partido Bolchevique. Ejerció una variedad de cargos dentro del sistema legal soviético, llegando a ser ministro de Justicia de la Unión Soviética y Fiscal General de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia. Y, además de todos estos importantes cargos, fue el máximo dirigente de la rama del Ajedrez en la URSS. Y, por encima de todo esto, era amigo personal de Stalin. Como participante de las reuniones del Politburó soviético, Nikolái Vasílievich cometió un error imperdonable cuando se trata con un sicópata: Se excedió en la confianza en el trato. . . ¡y cayó en desgracia!

En la tarde del 31 de enero de 1938, recibió una llamada de Iósif Vissariónovich en la que este le tranquilizó, diciéndole: "No te entristezcas. Confiamos en ti. Sigue haciendo el trabajo para el que has sido asignado sobre el nuevo código legal." Esta llamada calmó a Krylenko; sin embargo, esa misma tarde su casa fue rodeada por un escuadrón del NKVD y él y muchos miembros de su familia fueron detenidos. Tras ser sometido a interrogatorios y torturas por parte del NKVD, se le hizo confesar una amplia participación en el sabotaje y la agitación y propaganda antisoviética. Fue condenado a muerte por el Colegio Militar de la Corte Suprema de la URSS, en un juicio que duró veinte minutos, y ejecutado inmediatamente después en el campo de fusilamiento de Communarka.

De joven, Stalin ingresó en el seminario, del que fue expulsado por sus actividades revolucionarias cinco años más tarde de haber ingresado, aunque la madre afirmaba que había sido por haber caído enfermo. Lo cierto es que Stalin era un elemento díscolo en el seminario, donde introducía libros marxistas. Efectivamente, dos años an­tes de su expulsión se había afiliado al Partido Socialdemócrata de los Trabajadores rama bolchevique, dejando atrás la Iglesia Ortodoxa Rusa. Quienes lo conocieron por aquellos años aseguran que ya tenía las característi­cas personales que le acompañarían toda la vida, que al parecer eran una herencia materna: Fanatismo extremo, destacada inteligencia natural y, sobre todo, elevada predisposición a la violencia.


Según el escritor español Luis Reyes Blanc, Stalin “era lo que se conocía como un mauserista, es decir, aquellos que llevaban debajo de la chaqueta una pistola alema­na Mauser, unas armas grandes, pesadas y difíciles de manejar. Quienes las detentaban eran considerados muy viriles. Stalin, además, mezclaba en su personalidad el carácter clandestino de sociedad secreta rusa con la tra­dición del bandidismo caucasiano. Junto a su banda se dedicaban a asaltar bancos para financiar la acción revo­lucionaria con los botines obtenidos”.

Stalin era un tipo feroz que vivía en tiempos feroces, un capo de matones, alguien que se caracterizaba por la ausencia de límites morales y por una tremenda rigidez mental. Por desgracia, la gente se sien­te atraída por personalidades como éstas, que ofrecen respuestas simples a problemas complejos. Esta característica, unida al narcisismo propio de los sicópatas, hace de ellos desenfrenados coleccionistas de amantes.

Las amantes de Stalin fueron innumerables en esa pri­mera época de pistolero, militante clandestino, asaltante de bancos desterrado en siete ocasiones a Siberia. Fue un tiempo de mujeres e hijos no reconocidos, que quedaron desperdigados por la historia.

Destaca entre ellas Ludmila Stal, una revoluciona­ria muy aguerrida seis años mayor que Stalin, a quien la policía zarista señalaba como bolchevique peligrosa. Sta­lin estaba tan impresionado con ella que tomó su nom­bre: En ruso, Stal significa “acero”, por lo que “Stalin” sería “el hombre de acero”.


Al igual que Hitler, Stalin era un psicópata incapaz de condolerse por el prójimo. Y su sentido del amor era perverso. Para él las mujeres eran simplemente un espe­jo en el que mirarse para magnificar su propia imagen. Necesitaba verse como un héroe y reforzar así su narci­sismo. Y ellas se adaptaban a ese papel porque ese era un mundo en el que cultivar afanes y ambiciones personales resultaba difícil. Así, muchas decidían acercarse a la luz de un gran hombre para vivir su existencia.

Aunque Stalin era de estatura baja y tenía un brazo deforme y la cara picada de viruela, no carecía de atracti­vo para ellas, quizá por su aire de guerrillero aguerrido, de pistolero autor de atentados, o tal vez simplemente por su brutalidad, porque hay mujeres que sufren el es­pejismo de creer que, debajo de toda esa ferocidad, se halla escondido un ser tierno y, lo que es peor, incluso que ellas podrán rescatarlo.

Según Olga Romanovna, directora del Museo de la Casa del Malecón, Stalin les gustaba mucho a las muje­res, sabía aparentar y echar humo con un tono romántico de hombre sufrido. 'Uh, pobre, fue presidiario, pasó su vida en cárceles', 'En algún lado tiene un pequeño hijito en Georgia', 'Su mujer Ekaterina Svanidze falleció muy joven'. Todo un bandolero, un héroe romántico medie­val. Y eso les gustaba.

El elevado narcisismo del sicópata hace que no pueda ver en la mujer más que un ser inferior destinado solo a satisfacer sus deseos en diversas áreas. De ahí el elevado número de amantes que suelen tener y de ahí también la opinión sobre ellas.

Cabe recordar aquí la opinión de otro narcisista: Benito Mussolini. Mussoli­ni sostenía que el papel femenino por excelencia consis­tía en “cuidar la casa, tener niños y portar los cuernos”.


O bien, consideremos a Adolf Hitler quien, en 1923 decía a un amigo: ¿Sabes que el público de un circo es exactamente como una mujer? Quien no comprenda el carácter intrínsecamente femenino de las masas jamás será un orador eficaz. Y luego agregó: Pregúntate a ti mismo, ¿Qué espera una mujer de un hombre? Claridad, decisión, fuerza y acción; igual que las masas. La multi­tud no es sólo como la mujer, sino que éstas constituyen el elemento más importante de un auditorio. Las mujeres toman la iniciativa: Les siguen los hijos, y al final la fami­lia arrastra al padre.

Ellas veían a Hitler como un ser providencial, un su­perhombre, un héroe. En sus veinte años de política ac­tiva recibió más de 150.000 cartas de sus admiradoras, quienes las remitían dispuestas a entregar todo lo que tuvieran y muchas incluso deseaban tener un hijo suyo 0 fantaseaban con su amor.

Hitler —escribió la historiadora Hanfstaengl,— era un tipo narcisista, para quien la multitud representaba un sustituto de la mujer que parecía incapaz de encontrar. Para él hablar era una forma de satisfacer un deseo violento y agota­dor. Así, el fenómeno de su elocuencia se me hizo más comprensible. Los ocho o diez minutos de un discurso parecían un orgasmo de palabras.


Pero, volvamos a Iósif Vissariónovich. Como muestra de su carencia de sentimientos por los demás, es ilustrativa la anécdota con su hijo Jacob, nacido de su unión con su primera esposa Ekaterina Svanitze. A su hijo Jacob —explica Reyes Blanc— lo abando­nó primero en manos de su madre y, cuando muere ella, lo deja con sus tías y sus abuelos. Es su segunda mujer, Nadia, la que le dice a Stalin cuando forman un hogar: 'Vamos a traernos a tu hijo'. Si no hubiera sido por Nadia, Jacob nunca habría ido a vivir al Kremlin con su padre, a quien prácticamente no había visto nunca. Así llega a Moscú un chico cuyo carácter suave y tranquilo era herencia materna. En un momento Jacob intenta sui­cidarse y se pega un tiro, pero no muere. Stalin lo mira con desprecio y le dice: “No has sido capaz ni de matarte, ni siquiera sabes pegarte un tiro”.

Y, quizás una muestra más categórica, no podemos dejar de lado el Holodomor (“Matar de hambre”) al que sometió al pueblo ucraniano que significó la muerte de entre dos y cuatro millones de ucranianos entre 1932 y 1933.

El punto de partida –la condena– fue el proceso de colectivización del campo: El despojo de las tierras que aún conservaban algunos dueños desde los tiempos del zarismo.

Cínico, Stalin atribuyó la letal hambruna a una serie de malas cosechas. Falso. La producción ucraniana de granos llegó en 1933 a un récord de 22 millones de toneladas: Más que en 1931, mucho más que en 1932…


Según varios historiadores, “fue un acto de exterminio intencional de Stalin contra la nacionalidad ucraniana por oscuras razones nunca aclaradas. Es cierto, sí, que la apropiación de las tierras y las cosechas por parte del Estado soviético propició otras hambrunas, pero ninguna tan cruel y criminal como la lanzada contra Ucrania”.

La colectivización –el despojo, en verdad– fue decidida por el Comité Central del Partido Comunista en diciembre de 1929: Una guerra declarada, abierta y total contra los campesinos… ¡el 82 por ciento de la población del bloque de naciones sometidas por el régimen!

Por cierto, esa política de tabla rasa desató protestas, disturbios y revueltas en todo el territorio: Más de tres millones dispuestos a impedir el despojo. Pero el Ejército Rojo se encargó de extinguir esos fuegos, arrestó a miles de intelectuales ucranianos bajo falsos cargos de conspirar contra el Estado, los condenó a las prisiones siberianas, y muchos fueron fusilados…

Pero, la masacre por hambre, el Holodomor –unos 25 mil muertos por día– fue objeto de discusión durante décadas. Si bien la condena fue unánime (o casi), quince países admitieron que la hambruna 1932–1933 fue sin lugar a dudas un genocidio contra el pueblo ucraniano. Pero apenas cinco le negaron su carácter de genocidio, reduciendo el Holodomor a sólo “un acto criminal del régimen estalinista”. Esos países son Estados Unidos, la República Checa, Eslovaquia, Chile y la Argentina.


En el gran mausoleo de la Plaza Roja descansan los restos de Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, el padre de la revolución bolchevique quien, tras su muerte, en 1924, había dejado las manos libres a Stalin para que se adueñara del poder absoluto y del control del país. Lenin había intentado impedir el ascenso del georgiano con ayuda de su mujer, Nadezhda Krupskaya, pero fue imposible porque Stalin astutamente recluyó a la pareja en una dacha muy lejos de Moscú. El resultado fue que los camaradas de la cú­pula bolchevique nunca se enteraron de que Lenin no quería a Stalin.

En una carta que escribió desde la silla de ruedas don­de estaba paralizado y que quería mandar al XIII Con­greso del Partido, Lenin decía entre otras cosas que Sta­lin había aumentado demasiado su poder y que no se sentía seguro de que lo utilizara con prudencia. Y pro­ponía sustituirlo por alguien más tolerante y menos ca­prichoso.

No estuvieron libres de la brutalidad de Stalin ni sus seres más cercanos. Sus amigos íntimos, incluso sus fa­miliares, todos cayeron bajo la represión que repartía sin ninguna piedad.

Los primeros investigadores en intentar contar la cantidad de personas que murieron a causa del régimen de Stalin se vieron obligados a recurrir en gran medida a las pruebas anecdóticas. Sus estimaciones variaban de 3 a algo más de 50 millones. Después de la disolución de la Unión Soviética en 1991, las evidencias de los archivos soviéticos se hicieron disponibles. De acuerdo con los registros, alrededor de 800.000 presos fueron ejecutados por el régimen de Stalin por delitos políticos o penales, mientras que alrededor de 1,7 millones murieron en gulags y unos 390.000 perecieron durante reasentamientos forzosos, un total de alrededor de 3 millones de víctimas. Según ciertas fuentes, durante el mandato de Stalin cerca de 5 millones de personas fueron encarceladas u obligadas a trabajos forzados, un millón habían sido ejecutados y 2 millones perecieron en trabajos forzados. ​Todo esto sin contar el Holodomor.


Sin embargo, algunos historiadores creen que el archivo contiene cifras poco fiables.​ Por ejemplo, se cree que los muchos sospechosos torturados hasta la muerte mientras estaban en «custodia de investigación» es probable que no se hayan contado entre los ejecutados.​ Asimismo, existen categorías de víctimas que no fueron registradas de forma correcta por los soviéticos, como las víctimas de las deportaciones étnicas, o transferencias de población alemana después de la Segunda Guerra Mundial.

Entre 1919 y mediados de los años 1950 fueron deportadas más de seis millones de personas, casi el doble que los ciudadanos soviéticos deportados por el Tercer Reich durante la Gran Guerra Patria para realizar trabajos forzados.​ De estos, un millón a un millón y medio habrían muerto directamente a causa del traslado.

Así, mientras que algunos investigadores han estimado el número de víctimas de las represiones de Stalin en un total de 4 millones más o menos, otros creen que el número es considerablemente superior. El escritor ruso Vadim Erlikman, por ejemplo, hace las siguientes estimaciones: Ejecuciones, 1,5 millones; gulags, 5 millones; deportaciones, 1,7 millones a 7,5 millones de deportados y prisioneros de guerra y civiles alemanes, 1 millón, lo que hace un total de alrededor de 9 millones de víctimas de la represión. 


Hay autores para los que un mínimo de alrededor de 10 millones de muertos —4 millones por la represión y 6 por el hambre— son atribuibles al régimen; algunos libros de reciente publicación sugieren un probable total de alrededor de 20 millones.​ Por ejemplo, agregar 6-8 millones de víctimas de la hambruna por encima de las estimaciones de muertes directas, daría un total de entre 15 y 20 millones de víctimas. El investigador Robert Conquest, mientras tanto, ha revisado su estimación inicial de hasta 30 millones de víctimas a 20 millones.​ Otros siguen considerando que sus anteriores estimaciones, mucho más altas, son correctas.

Como puede apreciarse, un individuo que mandó a la muerte a millones de sus conciudadanos no puede decirse que tuviera conciencia ética o moral. Claramente también, para él sus víctimas fueron números, renglones en una hoja, objetos y no personas con sentimientos. ¿Narcisista y egocéntrico? Desde luego, impulsó el culto a sí mismo. Y fue tan ingenioso y manipulador que, cuando murió, largas colas de dolientes rusos desfilaron frente a su cadáver momificado. ¡Había muerto “el padrecito”!

El padrecito era un sicópata asesino que había mandado a matar a millones de rusos…, ¡pero era un macho alfa!

No quisiera abandonar a Stalin sin recordar la anécdota que se le atribuye que, a fuer de ser sincero no sé si es cierta o no, pero, en cualquier caso, es válida.


La anécdota narra que, en una reunión del Politburó, mandó traer una gallina, la cargó amorosamente por toda la habitación, le habló bonito, exaltó sus virtudes y belleza, se la mostró y presumió a los asistentes y repentinamente cambió su actitud con ella y la tomó del cogote y la golpeó, la desplumó y la pateó hasta casi matarla, sin importarle por un segundo las muestras de dolor emitidas por el ave.

Un momento después sacó de su bolsillo unos pocos granos de maíz y se los fue dando uno a uno a la gallina y, para sorpresa de todos los presentes, la moribunda ave, como pudo, desplumada y maltrecha, lo persiguió por toda la habitación agradeciendo cada uno de los pocos granos de maíz que le daba el dictador, que finalmente la levantó y la abrazó y les dijo: Así se gobierna a los estúpidos, el pueblo es como la gallina.

Stalin explicó que exactamente así es el pueblo, hay que crearle problemas, llevarlo al límite, ponerlo de rodillas y después darles unos pocos granos, que sientan que tú eres el único que les puede salvar y te amarán, porque su memoria es corta, olvidan fácilmente como la gallina y sus necesidades son largas, nunca se acaban y siempre buscan un padre que les premie o les castigue, siempre desean tener a alguien al que le profesen más temor que amor, un Dios que castiga más de lo que bendice.

¡Aleccionador! ¿Verdad?


Evidencia número 3. Jim Jones.

A tanto llega la entrega del seguidor que es capaz de obedecer al macho alfa aún ante órdenes aberrantes. Recordemos, a guisa de botón de muestra, al líder del, así llamado, Templo del Pueblo, Jim Jones, quien, el 18 de noviembre del año 1978, ordenó a sus seguidores que cometieran suicidio colectivo. Jones les dijo que «la muerte solo era el tránsito a otro nivel» y «esto no es un suicidio, sino un acto revolucionario». La mayoría de sus seguidores se envenenaron con cianuro (algunos pocos, temerosos de la muerte, quisieron negarse y fueron asesinados) y, en medio de la «histeria suicida», Jones ―en lugar de suicidarse― le pidió a uno de sus seguidores que lo asesinase. Jim Jones fue encontrado muerto de una herida de escopeta en la cabeza, entre los 912 cadáveres hallados en Jonestown, Guyana.

Y hablando de esto, cabe la pregunta: ¿Será la búsqueda del macho alfa lo que dio origen a las decenas de miles de dioses que el hombre ha inventado a lo largo de la historia? ¡Qué mejor macho alfa que un dios!


En cuanto a la molicie o haraganería para tomar las riendas de la propia vida basta recordar frases que todos hemos escuchado como: Y, es la voluntad de Dios. O sea, no es producto, lo que ha sucedido, de mis errores o inacciones, es la voluntad de Dios.

Nos decía Immanuel Kant que resulta muy cómodo que alguien decida por nosotros y nos guíe de forma paternalista. Kant denomina a esa opción “culpable minoría de edad”. Pero rendir cuentas de nuestros actos es lo que nos hace propiamente humanos. No asumir esa carga significa dimitir moralmente de nuestra humanidad. Según esto, me pregunto: De los ocho mil millones del género homo que habitamos el planeta Tierra, ¿Cuántos son realmente humanos?

Y en cuanto a la haraganería en Política tenemos las frases que hemos condenado desde este foro: No, yo no me meto en Política, (sin entender que, meterse es una obligación cívica), o la Política no es para mí.

¿Y qué es “meterse en Política”?

Es, por ejemplo, (y no es lo único, obviamente), afiliarse a un partido político, ir a sus reuniones, votar a sus representantes y candidatos y hacer oir la voz de uno. ¿Y quién hace esto? ¡Una absoluta minoría!

No señores del jurado, la democracia no es para el humano porque la democracia exige “participación” y eso es lo que el humano no hace: participar.

Y, aprovechando el televisor del juzgado, les traigo también unos videos que agregan más a lo visto. El primero de ellos muestra el poder de la dinastía Kim en la dictadura de Corea del Norte.

Evidencia número 4.

https://www.youtube.com/watch?v=T2uXfeNUN5g

Evidencia número 5.

El caso de Traudl Junge, la principal secretaria de Hitler, que años después de finalizada la II Guerra Mundial seguía rindiéndole culto al macho alfa, a pesar de que ya se habían difundido las atrocidades que había cometido el régimen nazi.

https://www.youtube.com/watch?v=IOyXEmkxtkk

Evidencia número 6.

Aquí les muestro las actitudes payasescas de Benito Mussolini para impresionar a la masa que lo admira. Es el discurso contra Hitler en Bari, el 6 de septiembre de 1934

https://www.youtube.com/watch?v=dN1naRJs4Dg

Evidencia número 7.

Bien, señores del Jurado, para redondear mi presentación voy a traer al estrado a notables personajes del pasado por medio de sus declaraciones que ha recogido la Historia.

Comencemos con una frase tremenda que debemos al preclaro pensador romano del siglo I antes de nuestra era, Cayo Salustio Crispo:

Son pocos los que prefieren la libertad,
la mayoría prefiere un amo justo.

Es lo que he venido exponiendo de que el humano busca un macho alfa que conduzca su vida porque, ya sea por holgazanería o sumisión, es incapaz de hacerlo él.

Y la frase de Salustio se enlaza con la de Julio César, que nos dijo:

…la propia naturaleza ha creado siempre hombres para mandar y hombres para obedecer.

Es decir que César también pensaba que había una predisposición a ser macho alfa o miembro de la manada.

Luego tenemos la respuesta de Voltaire sobre por qué la abundancia de dictadores si la gente dice preferir la democracia. Parece tomada de Salustio:

…la verdadera razón se encuentra en que raramente los hombres son dignos de gobernarse por sí mismos.

Ahora bien, volviendo a la pregunta, ¿Por qué la mayoría de los hombres no querría la libertad?, podemos comenzar por escuchar al moralista y pensador francés Michel de Montaigne quien nos advierte que:

…estoy convencido que es más fácil y más satisfactorio seguir que conducir…

Esto explica dos cosas:


1.- La aparición del líder. Su figura canaliza la insuficiencia de los que no saben conducir su propia vida. Es como si el seguidor dijera: Toma mi vida, que yo no sé qué hacer con ella. Y, como contraparte, el líder dijera: Dame tu vida, que yo te diré qué hacer con ella.

2.- La haraganería en el trabajo de participar en la democracia. Es más fácil que otros hagan el trabajo mientras yo como un asadito en casa con los amigos y familia.


Bien, señores del jurado, después de toda esta argumentación, que en modo alguno agota todas las pruebas disponibles, el Ministerio Público solicita de ustedes que fallen diciendo que la democracia no es un sistema de gobierno que pueda ser aplicado al ser humano.

¡Gracias!

Y ahora llegamos, queridos amigos, a la parte donde les recuerdo que, si tienen un hijo, sobrino, nieto, o ustedes mismos a quien tienen que agasajar, qué mejor que regalarle mi libro de El Ajedrez de la B a la Q, Tomo I, que podrán encontrar en Mi Librería:

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Bueno, queridos amigos, llegados a este punto, me despido con un sonoro:

¡Hasta la próxima!


 

 

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