Les
cuento, queridos amigos, que huroneando en mi biblioteca di con un libro del
inefable Isaac Asimov que yo comprara en la ya lejana década de 1980.
(a.n.e. = antes de nuestra era)
Los cometas fueron considerados, generalmente, como prenuncios de desastres, y, cuando aparecía uno en el cielo, todo el mundo estaba seguro de que algo terrible iba a suceder. Y no se veían defraudados, porque siempre ocurría algo terrible| Desde luego, siempre ocurre algo terrible, aunque no haya ningún cometa en el cielo, pero nadie prestaba atención a esto. Prestársela habría sido algo racional, y, ¿quién quiere ser racional?
La clase de desastre augurado por un cometa solía ser la muerte de algún caudillo reinante (aunque, habida cuenta del carácter y de las virtudes de la mayoría de los caudillos, sigue siendo un misterio por qué se consideraba aquello tan desastroso).
Así, en el Julio César de Shakespeare, Calpurnia advierte a César de los malos presagios del cielo, y le dice:
el cielo brilla cuando
muere un príncipe.
No obstante, la caída de Constantinopla no pareció un desastre oficial hasta que apareció el cometa. Entonces se surgió el pánico, y se produjo un incesante toque de campanas y rezo de oraciones.
La siguiente aparición, la n.* 27 se produjo en 1532 cuando, por primera vez, fue saludado por algo más que gritos de pánico. Un astrólogo italiano, Girolamo Fracastoro (1483-1553) y un astrónomo austríaco, Peter Apiano (1495-1552) advirtieron que la cola del cometa apuntaba en dirección contraria al Sol. Cuando pasó por delante de éste, la cola cambió de dirección, pero siguió apuntando en dirección contraria al Sol. Fue la primera observación científica que consta en relación con los cometas.
¿No podía explicar también el movimiento de los cometas, y sus aparentemente imprevisibles y erráticas apariciones, y eliminar de una vez y para siempre los irracionales pánicos engendrados por tales apariciones?
Halley siguió cuidadosamente el curso tomado en el cielo por el cometa de 1682, y lo comparó con los seguidos por otros cometas, según las informaciones que se habían conservado. En 1705 había establecido el curso de unas dos docenas de cometas, y le llamó la atención el hecho de que los de 1456, 1532, 1607 y 1682 hubiesen seguido aproximadamente el mismo curso y aparecido a intervalos de unos setenta y cinco años.
Pero Halley tenía razón. El día de Navidad de 1758, pudo verse un cometa que se acercaba y, a primeros de 1759, resplandeció sobre el cielo de la Tierra. A partir de entonces fue conocido como el cometa de Halley, o el cometa Halley, y ésta fue su aparición nº 30.
Pero no fue así. Resultó que los astrónomos pensaron que el cometa Halley se acercaría lo bastante a la Tierra para que Ésta pasase a través de su cola, e inmediatamente un número increíble de almas sencillas puso el grito en el cielo creyendo que la Tierra sería destruida. Al menos — insistían— los gases nocivos de la cola del cometa envenenarían la atmósfera terrestre.
Sin embargo, era inútil tratar de explicarlo, porque con ello se apelaba a aquella vieja y horrible condición de racionalidad. Además, los malos vientos soplan bien para algunos. Muchos truhanes emprendedores ganaron bonitas sumas vendiendo a los peatones «píldoras contra el cometa», diciéndoles que les protegería contra todos los efectos perniciosos del cometa. En cierto modo no hubo engaño, pues los que compraron las píldoras no sufrieron daño alguno a causa del cometa. (Naturalmente, tampoco lo sufrieron los que no lo hicieron.)
Ahora se acerca la aparición n. 33, y estoy completamente convencido de que, antes de que llegue el cometa, se producirán las acostumbradas predicciones de que California será engullida por el mar, por lo cual muchas personas buscarán tierras más altas.
Si un cometa, como el de Halley, gira alrededor del Sol obedeciendo la ley de la gravedad y completando una órbita cada setenta y cinco o setenta y seis años (*), ¿por qué es sólo visible durante un corto período de aquel tiempo? Los planetas, en cambio, son visibles en todas sus órbitas.
(*) Hay algunas variaciones en el intervalo de regreso, porque la influencia de las atracciones planetarias al pasar los cometas puede reducir o acelerar la velocidad de sus movimientos y, de este modo, variar un tanto sus órbitas. Hay ocasiones en que una mayor aproximación de un cometa a un planeta —en particular a Júpiter— puede cambiar radicalmente la órbita de aquél.
En primer lugar, los planetas viajan alrededor del Sol en órbitas elípticas, casi circulares, de poca excentricidad. Esto significa que su distancia del Sol (y también de la Tierra) no varía demasiado al moverse a lo largo de sus órbitas. Si son visibles en parte de su órbita, lo serán también en toda ella.
En cambio, un cometa como el Halley se mueve en una elipse de gran excentricidad, casi en forma de cigarro. En un extremo de su órbita, está muy cerca del sol (y de la Tierra), mientras que en el otro está, ciertamente, muy lejos. Como es un cuerpo pequeño, incluso un excelente telescopio sólo lo descubrirá cuando esté en aquella parte de la órbita más próxima al Sol («perihelio»). Fuera de esta región se pierde completamente de vista.
Más aún, un cometa es un pequeño cuerpo helado que, al acercarse al Sol, se calienta. El hielo de la superficie se evapora, soltando un polvo fino que estaba atrapado en aquél. Por consiguiente, el pequeño cometa está rodeado de un gran volumen de polvo brumoso que brilla a la luz del Sol, y el viento solar barre este polvo formando una larga cola. Lo visible es, más que el propio cometa, este polvo, y sólo aparece cuando el cometa está cerca del perihelio. Al apartarse el cometa del Sol, se hiela de nuevo. El halo de polvo desaparece, y sólo queda un pequeño cuerpo sólido, totalmente invisible. (Un cometa que haya gastado todos o la mayor parte de sus gases en apariciones previas puede haber quedado reducido a un núcleo rocoso, y ser muy poco visible incluso en el perihelio.)
En su perihelio, el cometa Halley está a sólo 87.700.000 km del Sol. En este momento está más cerca del Sol que el planeta Venus. En su «afelio», cuando está más lejos del Sol, halla a 5.280.000.000 km de éste, mucho más lejos que el planeta Neptuno. En tales condiciones, ¿cómo comparar la dimensión de una órbita cometaria con las de otros objetos que giran alrededor del Sol? Una simple enumeración de las distancias no es bastante, ya que éstas varían muchísimo en el caso de los cometas.
Podemos considerar las áreas encerradas por las órbitas. Entonces tendremos una noción de tamaño relativo, con independencia de la excentricidad.
Así, el área encerrada por la órbita de la Luna al girar ésta alrededor de la Tierra es de unos 456.000.000.000 km2 y, para evitar los ceros, diremos que tal magnitud es igual a «1 área orbital lunar», o «AOL».
El satélite con área orbital más grande es J-IX, el satélite más externo de Júpiter. Su área orbital es de 59,5 AOL, o sea, unas 99.000 veces mayor que la de Fobos. Hay, pues, diferencias de cinco órdenes de magnitud entre los satélites.
Pero, ¿qué puede decirse acerca de las áreas orbitales planetarias?
La más pequeña conocida es la de Mercurio. Su órbita delimita un área de casi exactamente 23.000 AOL, lo cual significa que el área orbital planetaria es 386 veces mayor que la del satélite más grande. Está claro que la AOL no es una unidad conveniente para las áreas orbitales planetarias.
La Tierra describe una órbita cuya área es igual a unos 70.000.000.000.000.000 km2, de manera que un área orbital terrestre (AOT) es igual a poco más de 150.000 AOL.
Si empleamos el AOT como unidad, podemos fijar sin grandes dificultades las áreas orbitales de todos los planetas. Serían éstas:
Planeta AOT
Mercurio
0,15
Venus
0,52
Tierra
1,00
Marte
2,32
Júpiter
27,0
Saturno
91,0
Urano
368
Neptuno
900
Plutón
1.560
Ahora bien, podemos abordar los cometas desde la misma base, teniendo en cuenta las excentricidades orbitales, que son demasiado grandes para prescindir de ellas en el caso de los cometas. Consideremos, por ejemplo, el cometa Encke, que, de todos los conocidos, es el que tiene la órbita más pequeña.
En su perihelio, el cometa Encke está a sólo 50.600.000 km del Sol, bastante más cerca de éste que Mercurio en su distancia media. En el afelio está a 612.000.000 km del Sol, casi tan lejos de éste como Júpiter. Si calculamos el área orbital del cometa Encke, resulta ser de 2,61 AOT.
Dicho en otras palabras: el cometa Encke tiene un área orbital sólo ligeramente mayor que la de Marte. Aunque puede llegar a estar casi tan lejos del Sol como Júpiter, su órbita tiene la forma de un cigarro grueso en comparación con la circular de Júpiter, de modo que el área orbital del cometa Encke es sólo una décima parte de la de Júpiter.
Su área orbital resulta ser de 82,2 AOT, casi como la de Saturno.
Comparemos ahora las elipses. Toda elipse tiene un diámetro más largo, el «eje mayor», que va desde el perihelio al afelio pasando por el centro de la elipse. Tiene también el diámetro más corto, el «eje menor», que pasa por el centro en ángulo recto con el eje mayor.
El eje mayor del cometa Halley tiene una longitud de 5.367.800.000 km, o sea, 8,1 veces más largo que el del cometa Encke (que tiene sólo 662.600.000 km). El eje menor del cometa Halley es de 1.368.800.000 km, o sea, 3,9 veces más largo que el del cometa Encke (que tiene 352.000.000 de km de longitud).
Adviértase que el eje mayor del cometa Halley es 39 veces más largo que su eje menor, mientras que el cometa Encke tiene un eje mayor que es sólo 1,88 veces más largo que el eje menor. Las proporciones de la órbita del primero son las de una elipse más alargada —un cigarro más largo y más delgado— que la del cometa Encke. Ésta es otra manera de decir que el cometa Halley tiene una excentricidad orbital mayor que la del cometa Encke. La excentricidad orbital del cometa Encke es de 0,847, mientras que la del cometa Halley es de 0,967.
Aunque el cometa Halley tiene una órbita que se estira hasta más allá de Neptuno, y a pesar de que necesita setenta y cinco años para girar alrededor del Sol, puede decirse que es un «cometa de período corto». Relativamente hablando, se acerca mucho al Sol y gira rápidamente a su alrededor.
Hay cometas que están mucho más lejos del Sol que el cometa Halley; cometas que están a distancias de un año luz o más del Sol y tardan un millón de años o más en completar una órbita. Todavía no hemos visto estos cometas tan lejanos, pero los astrónomos están razonablemente seguros de que existen.
Sin embargo, era un cometa notable por su enorme órbita, la más grande de cualquier objeto conocido y observado en el sistema solar.
Cuando está más cerca del Sol, se encuentra a una distancia de tan sólo 37.600.000 km, o sea, más cerca del astro rey que Mercurio. Sin embargo, se aleja a una distancia de aprorimadamente 1/18 de año luz en el afelio, o sea, 75 veces más lejos que Plutón cuando este se encuentra a la mayor distancia del Sol.
Pero este eje menor parece corto en comparación con la todavía más grande longitud del eje mayor, que es de 538.200.000.000 km.
El eje mayor de la elipse que dibuja la órbita del cometa Kohoutek es 81,8 veces más largo que el del Halley, mientras que el eje menor de aquél es sólo unas cinco veces más largo que el de éste. Esto evidencia que la excentricidad orbital del cometa Kohoutek es mucho más grande que la del Halley. La excentricidad orbital del cometa Kohoutek es de 0,99993, mucho mayor que la medida en cualquier otro cuerpo del sistema solar.
Se plantea otra pregunta: ¿Cuál es el área orbital del cometa Kohoutek? Respuesta: Aproximadamente 120.000 AOT o sea, unas 77 veces el área orbital de Plutón. Realmente enorme… pero, representa solo una pequeña fracción de las áreas orbitales de los cometas verdaderamente lejanos que giran alrededor del Sol a distancias de años luz.
Y: ¿Cuánto tiempo tarda el cometa Kohoutek en efectuar una órbita? Ateniéndonos a la tercera ley de Kepler, encontramos que el cometa Kohoutek visita el espacio próximo al Sol una vez cada 216.500 años.
Lo cual explica por qué se sorprendieron los astrónomos de la opacidad del cometa Kohoutek. No podían guiarse por el igualmente lamentable espectáculo de su anterior aparición, ya que, esta sólo los primitivos neandertahles pudieron observarla.
Y cuando aparezca la próxima vez, ¡quién sabe si habrá algún ser humano para verlo o, en caso de que lo haya, ¡si se habrán conservado documentos del año 1973!
Pero imaginemos que hay en el cometa Kohoutek seres vivas y lo bastante inteligentes como para darse cuenta de que hay una estrella en el cielo mucho más brillante que las otras y que, sin embargo, no es más que una estrella.
Durante muchos miles de años seguiría siendo «sólo una estrella», sin que se alterase su brillo de un modo perceptible. Y entonces llegaría un tiempo en que los astrónomos especializados en cometas podrían advertir que la estrella parecería aumentar ligeramente, muy ligeramente, su brillo. Éste aumento de resplandor continuaría. Empezaría a parecer que el aumento seguiría un ritmo ligeramente acelerado.
Si imaginamos que aquellos seres vivos sobrevivieran, advertirían que aquella bola de luz y de calor alcanzaría un máximo, se encogería después rápidamente y seguiría encogiéndose con más y más lentitud, hasta convertirse de nuevo en una estrella brillante. La estrella palidecería durante cien mil años; después cobraría, lentamente, nuevo brillo durante otros cien mil años, hasta que, una vez más, volvería a producirse aquella loca llamarada de luz y calor.
Bien, hasta aquí el artículo de Asimov. Espero que haya sido del gusto de ustedes y bueno, me despido… ¡Ah!, no quisiera olvidarme de aclarar que el Halley volverá a hacer su aparición en 2061, de modo que los convoco para que nos reunamos todos para recibirlo.
¿Y hubo hechos importantes anunciados por él ese año, Martín?
Pues, juzguen ustedes:
La
Selección Argentina gana en México su segundo Mundial de Fútbol, con Diego
Maradona como figura excluyente. El presidente Raúl Alfonsín propone trasladar
la Capital Federal a Viedma. Se produce una explosión nuclear en la planta de
Chernóbil, Ucrania.
Y ahora sí, ¡Hasta la próxima!
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