El 25 de julio de 306, estimados amigos, Flavio Valerio Constantino (272 - 337) fue proclamado emperador romano por sus tropas y gobernó exitosamente un próspero Imperio romano hasta su muerte. Se le conoce también como Constantino I, Constantino el Grande o, en la Iglesia ortodoxa, las Iglesias ortodoxas orientales y la Iglesia católica bizantina griega, como San Constantino.
Constantino pasó a la Historia por ser el primer
emperador romano que autorizó el culto cristiano. Los historiadores cristianos
desde Lactancio se decantan por un Constantino que adopta el
cristianismo como sustituto del paganismo oficial romano. El historiador y
filósofo Voltaire, no obstante, aseguró que «Constantino no era cristiano» y
«no sabía qué partido tomar ni a quién perseguir».
Después de estudiar el incremento del número de
cristianos entre los siglos I a III, se ha sugerido que el edicto de Milán,
con el cual detuvo la persecución de los cristianos y dio libertad de culto
en el Imperio romano, no fue la causa del triunfo del cristianismo, sino una
respuesta astuta de Constantino frente al crecimiento exponencial del número de
cristianos en el Imperio, que habría pasado de aproximadamente 40.000
(0,07 % de la población del Imperio) en el año 150 a casi 6.300.000
(10,5 %) en el año 300.
Muchos historiadores actuales rechazan la
conversión de Constantino al cristianismo y consideran, más bien, que se trató
de una hábil maniobra política con la cual se legalizaba la situación de gran
cantidad de ciudadanos romanos y se adquiría el status de líder muy popular.
De hecho, Constantino no sería bautizado hasta
hallarse en su lecho de muerte y, hasta el final de sus días mantuvo su
adoración a los dioses romanos tanto como al dios cristiano.
Constantino es conocido también por haber
refundado la ciudad de Bizancio (actual Estambul, en Turquía),
llamándola «Nueva Roma» o Constantinopla (Constantini-polis; la
ciudad de Constantino).
Sin embargo, como buen político que era,
Constantino consideró oportuno establecer claramente cual debía ser el credo en
el que debían creer los cristianos y no dejar que la doctrina cristiana
creciera anárquicamente. Así pues, convocó al Concilio de Nicea en 325,
que produjo la declaración de la creencia cristiana conocida como el Credo
de Nicea. No sería raro que los obispos allí reunidos recibieran precisas
instrucciones de Constantino respecto de qué debían mantener y qué debían
rechazar pues, en aquellas primeras épocas, había una gran diversidad entre lo
que creía un grupo de cristianos (y en que escritos se basaban) y lo que creía
otro.
Fue en este concilio donde la ortodoxia cristiana
fijó cuáles eran los evangelios “aprobados” y cuáles no. Y es importante notar
que había varios más.
Y así llegamos, queridos amigos, al nudo de esta
nota.
¿De qué se trata?
Pues, se trata de una nota aparecida, hace unos
cuatro años, en la revista National Geographic que versa sobre… ¡El Evangelio
de Judas!, que, obviamente, fue uno de los que el concilio no aprobó.
Los dejó, pues, con la mencionada nota con la
seguridad de atrapará su poderosa atención de ustedes (para usar la forma
antigua).
Con un leve temblor parkinsoniano en las manos, el profesor Rodolphe Kasser cogió el antiguo texto y empezó a leer en voz clara y resonante: «pe-di-a-kan-aus ente pla-nei». Las extrañas palabras eran copto, la lengua hablada en Egipto en los albores del cristianismo. Nadie había vuelto a oírlas desde que la primitiva Iglesia cristiana prohibió a sus adeptos la lectura de aquel documento.
De algún modo este
ejemplar sobrevivió, oculto durante siglos en el desierto egipcio. Finalmente
fue descubierto a fines del siglo XX, para luego desvanecerse en el submundo de
los traficantes de antigüedades, uno de los cuales lo abandonó durante
dieciséis años en la cámara acorazada de un banco de Hicksville, en Nueva York.
Cuando llegó a manos de Kasser, el papiro (una especie de papel hecho
con plantas acuáticas secas) se estaba desintegrando, y su mensaje estaba a
punto de perderse para siempre.
El cristianismo no sería el mismo sin su traidor, Judas Iscariote. Según los textos bíblicos lo vendió por 30 monedas de plata. Así lo plasmó Fra Angelico a principios del siglo XV.
El erudito de 78 años,
uno de los expertos en copto más acreditados del mundo, terminó la lectura y
depositó con cuidado la hoja sobre la mesa. «Es una lengua preciosa, ¿verdad?
Egipcio escrito en caracteres griegos.» Sonrió. «Es un pasaje en el que Jesús
explica a los discípulos que están yendo por el mal camino». Kasser está
entusiasmado con el texto, y con razón. La línea inicial de la primera página
reza: «Crónica secreta de la revelación hecha por Jesús en conversación con
Judas Iscariote...». Después de casi 2.000 años, el hombre más odiado de la
historia vuelve a aparecer.
Una exposición llevada a cabo en la National Geographic Society de Washington mostraba todos los pormenores de la historia del Evangelio de Judas, uno de los descubrimientos religiosos más importantes de los últimos años.
Hay un trasfondo
siniestro en las representaciones tradicionales de Judas. A medida que el
cristianismo se distanciaba de sus orígenes como secta judía, los pensadores
cristianos fueron encontrando cada vez más conveniente culpar al pueblo judío
del arresto y la ejecución de Cristo, y presentar a Judas como el arquetipo de
judío. Los cuatro Evangelios, por ejemplo, son indulgentes con Poncio
Pilatos, el procurador romano de Judea, pero condenan a Judas y a los
sumos sacerdotes judíos.
La «crónica secreta»
nos presenta un Judas muy distinto. En esta versión, es un héroe. A diferencia
de los otros discípulos, comprende verdaderamente el mensaje de Cristo. Al
entregar a Jesús a las autoridades de Roma, no hace más que cumplir el mandato
de su líder, plenamente consciente del destino que le espera. Jesús le
advierte: «Te maldecirán».
Esta afirmación resulta suficientemente sorprendente como para levantar sospechas de fraude, algo habitual en las supuestas antigüedades bíblicas. Por ejemplo, una urna vacía de piedra caliza que, según se dijo, había contenido los huesos de Santiago, hermano de Jesús, atrajo gran cantidad de público cuando fue expuesta en 2002, pero pronto se descubrió que se trataba de una ingeniosa falsificación.
Esta pintura mural de Leonardo da Vinci nombrada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1980 muestra a los 12 apóstoles en la Última Cena. Entre ellos se encuentra el amigo dilecto de Jesús, Judas Iscariote, que según los textos bíblicos lo vendió por 30 monedas de plata, señalándolo con un beso. Más tarde, enloquecido por el remordimiento, se ahorcó.
Un Evangelio de
Judas resulta mucho más tentador que una caja vacía, pero hasta el
momento todas las pruebas realizadas confirman su antigüedad. National
Geographic Society, que contribuye a financiar la restauración y la traducción
del manuscrito, ha encargado a un importante laboratorio de datación por
carbono 14 de la Universidad de Arizona el análisis del códice que contiene el
evangelio. El análisis de cinco muestras distintas del papiro y la cubierta de
cuero fijan la fecha del códice en algún momento entre los años 220 y 340 d.C.
La tinta parece ser una antigua receta: una combinación de sulfato ferroso,
tanino, goma arábiga y agua, mezclada con tinta de negro de humo. Además, según
los expertos en copto, el evangelio contiene giros reveladores que
indican que fue traducido del griego, el idioma original de la mayoría de los
textos cristianos escritos durante los siglos I y II. «Todos
coincidimos en situar esta copia en el siglo IV», asegura un experto.
Otra confirmación nos
llega del pasado. Hacia el año 180 d.C., Ireneo, obispo de Lyon en la Galia
romana, escribió un tratado titulado Contra las herejías. El libro era un
ataque feroz a todos aquellos cuyos puntos de vista sobre Jesús y su mensaje se
apartaban de la ortodoxia de la Iglesia. Entre los blancos de sus críticas
había un grupo que veneraba a Judas, «el traidor», y que había producido una
«historia falsa», que «llaman el Evangelio de Judas». Al parecer, varios
decenios antes de que se escribiera el manuscrito que Kasser tiene en sus
manos, el colérico obispo ya tenía noticias del texto original griego.
Ireneo tenía un montón de herejías contra las cuales luchar. En los primeros siglos del cristianismo, lo que para nosotros es la Iglesia, que funcionaba con una jerarquía de sacerdotes y obispos, era sólo uno de los numerosos grupos inspirados en Jesús. El experto en la Biblia Marvin Meyer, de la Universidad Chapman, que ha colaborado con Kasser en la traducción del evangelio, resume aquella situación como «el cristianismo en busca de su estilo».
En el año 313, el emperador Constantino legalizó el cristianismo con el Edicto de Milán, pero solo aceptaba a la Iglesia organizada. Aquellos herejes, cristianos que no aceptaban las doctrinas oficiales, no contaban con ningún apoyo, eran penalizados y finalmente se les prohibió que siguieran reuniéndose.
Seguidores de un cristianismo primitivoMuchos de esos grupos
eran gnósticos, seguidores de la misma línea del cristianismo primitivo
recogido en el Evangelio de Judas.
«Gnosis significa
“conocimiento” en griego –explica Meyer–. Los gnósticos creían en un principio
supremo de bondad, entendida como una mente divina, más allá del universo
físico. El ser humano posee una chispa de ese poder divino, pero está
aislado de la divinidad por el mundo material que le rodea». Para los
gnósticos, un mundo defectuoso, obra de un creador inferior y no del Dios
supremo.
Mientras que los
cristianos como Ireneo sostenían que sólo Jesús, el hijo de Dios, era a la vez
humano y divino, los gnósticos creían que la gente corriente podía estar
conectada con Dios. La salvación se alcanzaba despertando la esencia divina del
espíritu humano y conectándola con Dios. Para eso se precisaba la guía de un
maestro, y tal era, según los gnósticos, la función de Cristo. Aquellos que
interiorizaban su mensaje podían ser tan divinos como el propio Cristo.
De ahí la hostilidad de
Ireneo. «Esos grupos eran místicos –dice Meyer–. Los místicos siempre
han desatado las iras de la religión institucionalizada. Oyen la voz de
Dios en su interior y no necesitan sacerdotes intermediarios».
Ireneo comenzó su libro
al regresar de un viaje y encontrarse a sus fieles soliviantados por un
predicador gnóstico llamado Marcos, que animaba a sus iniciados a demostrar su
contacto directo con la divinidad mediante profecías.
El documento fue descubierto a fines del siglo XX, pero luego pasó muchos años vagando entre traficantes de antigüedades.
Hasta hace pocas
décadas, tales doctrinas se conocían básicamente a través de las críticas
hechas por líderes ortodoxos como Ireneo. Pero en 1945, cerca de la localidad
egipcia de Nag Hammadi, unos campesinos hallaron dentro de una tinaja de barro
un conjunto de textos gnósticos que llevaban siglos perdidos. Entre ellos había
más de una docena de versiones inéditas de las enseñanzas de Cristo, incluidos
los Evangelios de Tomás y de Felipe, y el Evangelio de la Verdad. Ahora tenemos
el Evangelio de Judas.
En el pasado, algunas
de estas versiones pudieron haber tenido mayor circulación que los cuatro
Evangelios más conocidos. «La mayoría de los manuscritos o fragmentos del siglo
II que hemos hallado son copia de otros libros cristianos», afirma Bart Ehrman,
profesor de estudios religiosos de la Universidad de Carolina del Norte. Una
faceta del cristianismo primitivo oculta desde hace tiempo está emergiendo.
La idea de que existan
«evangelios» que contradigan a los cuatro canónicos del Nuevo Testamento
resulta muy inquietante para algunos, como pude
comprobar cuando comí con Meyer en un restaurante de Washington, D.C. «Es
apasionante –exclamó–. El manuscrito explica por qué Jesús distinguió a Judas
como el mejor de sus discípulos. Los otros no lo entendieron».
El restaurante se había
vaciado y estábamos solos, perdidos en el siglo II, cuando el maître le entregó
dubitativamente una nota a Meyer. El texto rezaba: «Dios habló a través de un
libro». Al parecer, alguien sentado cerca de nuestra mesa había interpretado
que Meyer ponía en tela de juicio que la Biblia fuera la palabra de Dios.
De hecho, no está claro
si los autores de los evangelios –ni siquiera los de los cuatro más conocidos–
presenciaron los sucesos que narran. Craig Evans, estudioso bíblico del Acadia
Divinity College, de confesión evangélica, opina que los Evangelios
canónicos acabaron por eclipsar a los otros. «Los primeros grupos de cristianos
por lo general eran pobres. Sólo tenían medios para encargar la copia de unos
pocos libros, de modo que sus miembros dirían “yo quiero el Evangelio del
apóstol Juan”, y así sucesivamente –argumenta–. Los Evangelios
canónicos son los que ellos mismos consideraban más auténticos». O quizá
las alternativas fueron sencillamente derrotadas en la batalla del pensamiento
cristiano.
El Evangelio de Judas
es un vívido reflejo de la lucha librada hace mucho tiempo entre los gnósticos
y la Iglesia jerárquica. Ya al inicio del texto, Jesús se ríe de sus discípulos
por rezar a «vuestro dios», refiriéndose al dios demiurgo que creó el mundo.
Compara a sus discípulos con un sacerdote del templo (casi con certeza una
referencia a la ortodoxia de la Iglesia), a quien tilda de «maestro de
falsedades» y acusa de «sembrar árboles infructíferos, en mi nombre, de manera
vergonzosa». Exhorta a los discípulos a mirarlo y comprender quién es él
realmente, pero ellos vuelven la vista.
El pasaje clave viene
cuando Jesús le dice a Judas: «Tú sacrificarás el cuerpo en el que vivo». Esto
significa, en pocas palabras, que Judas va a matar a Jesús y que así le hará un
favor. «El hombre en el que vive no es Jesús en absoluto –dice Meyer–. Por fin
podrá deshacerse de su cuerpo, de su parte material, liberando así al Cristo
verdadero, al ser divino que existe en su interior».
El hecho de que la tarea
le sea confiada a Judas es un signo de su estatus especial. «Levanta los ojos y
mira la nube con luz en su interior y las estrellas que la rodean –le insta
Jesús–. La estrella que indica el camino es tu estrella». Al final, Judas tiene
una revelación e ingresa en una «nube luminosa». La gente en la tierra oye una
voz que sale de la nube, aunque puede que nunca sepamos lo que dice, a causa de
un desgarro en el papiro.
El evangelio termina
bruscamente, con una breve nota en la que se cuenta que Judas «recibió algo de
dinero» y entregó a Jesús a los soldados que habían ido a arrestarlo.
Para Craig Evans, este
relato es una invención sin sentido escrita hace mucho tiempo. «No hay nada en
el Evangelio de Judas que nos diga algo históricamente verosímil», afirma.
Pero otros estudiosos
lo consideran una nueva e importante aportación al estudio del
pensamiento de los primeros cristianos. «Esto cambia la historia del
cristianismo en sus inicios –asegura Elaine Pagels, catedrática de religión en
la Universidad de Princeton–. Nosotros no buscamos en los Evangelios
información histórica, sino los fundamentos de la fe cristiana».
«Es un hallazgo muy
importante –conviene Bart Ehrman–. Muchos se sentirán molestos».
Un texto que tumbaría a
un cura
El padre Ruwais Antony
es uno de ellos. Desde hace 27 años el venerable monje vive en el monasterio de
San Antonio, un refugio aislado en el desierto oriental de Egipto. En una
visita al lugar le pregunté qué la parecía la idea de que Judas hubiese
entregado a Jesús actuando a petición suya, y que por lo tanto fuese un hombre
bueno. Ruwais se sintió tan turbado ante esa idea que casi perdió el equilibrio
y tuvo que apoyarse en la puerta. Después, sacudió la cabeza con disgusto,
murmurando: «Nada recomendable».
Antes, el padre Ruwais me había llevado a la iglesia de los Apóstoles. Bajo nuestros pies se hallaban las celdas originales, sepultadas durante mucho tiempo y excavadas recientemente. Aquellas celdas habían sido construidas por el mismísimo San Antonio cuando fundó la comunidad a principios del siglo IV.
Pocos años después de
aquel acontecimiento, un escriba anónimo cogió su cálamo de junco y una hoja de
papiro y empezó a copiar: «Crónica secreta...». El amanuense no pudo estar muy
lejos, ya que el área donde supuestamente fue hallado el códice se encuentra a
65 kilómetros al oeste. Puede que hasta fuera un monje, pues se sabe de algunos
monjes que veneraban los textos gnósticos y los conservaban en sus bibliotecas.
Sin embargo, a finales
del siglo IV no era muy prudente poseer ese tipo de libros. En el año 313, el
emperador Constantino había legalizado el cristianismo, pero su tolerancia sólo
incluía a la Iglesia organizada, sobre la cual hizo llover riquezas y
privilegios, por no mencionar las exenciones de impuestos. Los herejes,
cristianos que no aceptaban las doctrinas oficiales, no contaban con ningún
apoyo, eran penalizados y finalmente se les prohibió que siguieran reuniéndose.
Ireneo ya había
señalado los cuatro Evangelios de San Mateo, San Lucas, San Marcos y
San Juan como los únicos que los cristianos debían leer, y su lista acabó
por convertirse en política oficial de la Iglesia. En el año 367, Atanasio,
influyente obispo de Alejandría y gran admirador de Ireneo, emitió una orden
que debía ser acatada por todos los cristianos de Egipto en la que enumeraba 27
textos, entre ellos los cuatro Evangelios actuales, como los únicos libros del
Nuevo Testamento que podían considerarse sagrados. La lista se mantiene hasta
hoy.
No podemos saber
cuántos libros se perdieron mientras la Biblia cobraba forma, pero sabemos que
algunos fueron ocultados. Los libros hallados en Nag Hammadi fueron escondidos
en el interior de una sólida tinaja, alta hasta la cintura, tal vez por monjes
del cercano monasterio de San Pacomio. Uno de ellos habría podido
esconder el Evangelio de Judas, que apareció junto con otros tres textos
gnósticos.
Los documentos
sobrevivieron durante siglos de guerras y catástrofes. Nadie los leyó hasta
mayo de 1983, cuando Stephen Emmel, que realizaba en Roma su trabajo de
posgrado, recibió la llamada de un colega pidiéndole que viajara a Suiza para
analizar unos documentos coptos que una misteriosa fuente había puesto en
venta. En Ginebra, Emmel y otros dos expertos fueron conducidos hasta la
habitación de un hotel donde se reunieron con otros dos hombres: un egipcio que
no hablaba inglés y un griego que hacía de intérprete.
«Nos concedieron una
media hora para estudiar el contenido de lo que resultaron ser tres cajas de
zapatos, en cuyo interior había unos papiros en-vueltos en papel de periódico
–recuerda Emmel–. No nos permitieron hacer fotografías ni tomar notas». El
papiro estaba empezando a desintegrarse, por lo que no se atrevió a tocarlo con
las manos. Arrodillado junto a la cama, levantó cautelosamente algunas hojas
con unas pinzas y entrevió el nombre de Judas. Supuso erróneamente que sería
una referencia a Judas Tadeo, otro de los apóstoles, pero aun así comprendió
que estaba ante una obra totalmente inédita y de gran importancia.
Uno de los colegas de
Emmel pasó al cuarto de baño para negociar un trato. Emmel no estaba autorizado
a ofrecer más de 50.000 dólares (42.000 euros de hoy), pero los traficantes
pedían 3 millones (2,5 millones de euros), ni un centavo menos. «Era impensable
pagar tanto dinero», dice Emmel, hoy profesor en la Universidad de Münster,
Alemania. Emmel recuerda con pesar el «hermoso» papiro y lamenta lo mucho que
se ha deteriorado desde entonces. Mientras las dos partes de la negociación
almorzaban, él se escabulló y anotó frenéticamente todo lo que pudo recordar.
Ésa fue la última vez que un estudioso vio el documento en 17 años.
Según los actuales
propietarios del Evangelio de Judas, el egipcio de aquel hotel de Ginebra era
un comerciante de antigüedades de El Cairo llamado Hanna que había comprado el
manuscrito a un traficante local, que a su vez se ganaba la vida localizando
piezas de ese tipo. No se sabe exactamente cómo ni dónde encontró la colección
el traficante. Ahora está muerto, y sus familiares del distrito de Maghagha, a
150 kilómetros al sur de El Cairo, son extrañamente reticentes a revelar el
sitio del hallazgo.
Poco después de que
Hanna adquiriera el manuscrito y antes de poder sacarlo del país, toda su
mercancía fue objeto de un robo. Según la versión de Hanna, los objetos robados
fueron sacados ilegalmente del país y acabaron en manos de otro anticuario.
Posteriormente, Hanna logró recuperar parte del botín, incluido el evangelio.
En el pasado, pocos se
habrían preguntado cómo salió de su país de origen una valiosa antigüedad. Pero
hoy, los países ricos en patrimonio tienen una actitud más proteccionista:
prohíben la propiedad privada de piezas antiguas y controlan rigurosamente su
exportación. Los compradores respetables, como son los museos, intentan asegurarse
de que la procedencia de una pieza sea legítima, estableciendo que no ha sido
robada ni exportada ilegalmente.
A principios de los
años ochenta, cuando se produjo el robo de la colección de Hanna, ya era ilegal
en Egipto poseer antigüedades sin registrar o exportarlas sin permiso oficial.
No están claros los efectos de esas leyes sobre el códice, como tampoco lo está
su procedencia.
Aun así, Hanna estaba
decidido a sacarle el mayor beneficio posible. Los expertos en Ginebra le
confirmaron que era valioso, de modo que el comerciante viajó a Nueva York en
busca de un comprador con dinero de verdad. La incursión no dio los frutos
esperados, por lo que el egipcio regresó a El Cairo. Pero antes de partir de
Nueva York alquiló una caja de caudales en una sucursal del Citibank en
Hicksville, Long Island, donde depositó el códice y otros papiros antiguos.
Allí permanecieron, intactos y enmoheciendo, mientras Hanna hacía varias
tentativas de venta. El precio siempre era demasiado alto.
Finalmente, en abril de
2000, cerró un trato. La compradora fue Frieda Nussberger-Tchacos, una griega
nacida en Egipto que triunfó en el negocio de antigüedades tras cursar estudios
de egiptología en París. Ella no está dispuesta a revelar lo que pagó, pero
admite que la rumoreada cifra de 300.000 dólares (250.000 euros de hoy) «no es
la correcta, pero se le acerca». Pensando que la Biblioteca Beinecke de Libros
Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale podía estar interesada, dejó su
mercancía en manos de uno de los expertos de la biblioteca, el profesor Robert
Babcock.
Al cabo de unos días,
cuando salía de Manhattan para coger un avión de regreso a su casa de Zurich,
el profesor la llamó al móvil. Sus noticias eran explosivas, pero lo que mejor
recuerda Frieda Tchacos es su exaltación: «Me decía: “Es un material increíble;
creo que se trata del Evangelio de Judas Iscariote”, pero yo sólo oía la
emoción que vibraba en su voz». Únicamente más tarde, durante las largas horas
de vuelo a través del Atlántico, Tchacos comenzó a asimilar que verdaderamente
era la propietaria del legendario Evangelio de Judas.
Los griegos creen en el
destino, o moira, y durante los meses siguientes Frieda Tchacos comenzó a
sentir que su moira se había entrelazado de un modo fatídico con Judas, «como
una maldición». La Biblioteca Beinecke retuvo el documento durante cinco meses,
pero al final declinó comprarlo, pese al entusiasmo del profesor Babcock, sobre
todo por abrigar dudas acerca de su procedencia. Así pues, Tchacos renunció a
Yale y a otras prestigiosas universidades y decidió poner rumbo a Akron, Ohio,
para entrevistarse con Bruce Ferrini, un ex cantante de ópera dedicado a la
venta de manuscritos antiguos.
Si el rechazo de Yale
había sido descorazonador para la anticuaria, el viaje a Akron resultó ser una
auténtica pesadilla. «Mi vuelo desde el aeropuerto Kennedy fue cancelado y tuve
que viajar desde LaGuardia en una avioneta. Tenía el material cuidadosamente
guardado en cajas negras, pero no me dejaron subirlo conmigo a la cabina».
Judas viajó a Ohio en la bodega. A cambio del manuscrito de Judas y otros
documentos, Ferrini entregó a Tchacos un contrato de compraventa con una de sus
empresas llamada Nemo, y dos cheques posdatados de 1,25 millones de dólares (un
millón de euros) cada uno.
Ferrini no ha respondido
a las numerosas llamadas telefónicas realizadas por National Geographic para
conocer su versión de los hechos, pero algunas personas que vieron el
manuscrito de Judas cuando estaba en su poder aseguran que cambió el orden de
las páginas. «Quería que pareciera más completo», señala el experto en copto
Gregor Wurst, que está ayudando a restaurarlo. Se estaban desprendiendo más
fragmentos.
Tchacos empezó a dudar
del trato a los pocos días de volver a casa. Su recelo aumentó cuando un amigo
llamado Mario Roberty le recordó que nemo significa en latín «nadie».
Roberty, un ingenioso
abogado suizo, conoce el mundo de los anticuarios y dirige una fundación
dedicada al arte antiguo. Según dice, quedó «fascinado» por la historia de
Tchacos y se ofreció gustoso a ayudarla a recuperar el manuscrito de Judas.
Los sustanciosos
talones de Ferrini vencían a comienzos de 2001. Para presionarlo a devolver el
códice, Roberty se alió con un crack del sector de las antigüedades, un ex
marchante llamado Michel van Rijn que dirige desde Londres un influyente portal
web desde el cual fustiga sin compasión a sus numerosos enemigos en el mundo de
los anticuarios. Informado por Roberty, Van Rijn reveló la noticia de la
existencia del evangelio y añadió que se encontraba «en las garras del
comerciante de manuscritos Bruce P. Ferrini», quien estaba atravesando «graves
problemas financieros». Después, con absoluta crudeza, advertía a los posibles
compradores: «Si lo compran, si lo tocan... ¡se las verán con la justicia!».
Recuperación del códice
de Judas
Para Roberty, reclutar
a Van Rijn «fue decisivo». En febrero de 2001, Tchacos recuperó el códice de
Judas y lo llevó a Suiza, donde cinco meses más tarde se reunió con Kasser.
En ese momento, declara
Tchacos, Judas pasó de ser una maldición a una bendición. Mientras
Kasser comenzaba a descifrar laboriosamente el significado de los fragmentos
del códice, Roberty ideó una ingeniosa solución al problema de la procedencia:
vender los derechos de difusión y traducción del material, prometiendo a la vez
el retorno del documento original a Egipto. La fundación de Roberty, que
actualmente controla el manuscrito, ha firmado un acuerdo con National
Geographic Society.
Liberada de las
preocupaciones de marketing, Tchacos ha empezado a hablar un poco como los
místicos. «Todo está predestinado –murmura–. Yo estaba predestinada por Judas a
rehabilitar su nombre».
A orillas del lago
Ginebra, en la planta de arriba de un edificio anónimo, un especialista
deposita con sumo esmero un diminuto fragmento del papiro en el lugar que le
corresponde, y parte de una antigua frase se recupera.
Judas, renacido, está a
punto de salir a la luz.
Bien, y ahora, antes de despedirme, ¡La buena nueva!:
La dirección electrónica desde donde podrán bajar el nuevo número del Boletín de Novedades en la Ciencia y en la Tecnología, el 158.
https://www.dropbox.com/scl/fi/q1e5pfsf4po57s5pm59e6/CyT-158.docx?dl=0&rlkey=njzuws7zu7eiwn7vul3bhxbqm
Recuerden que, la manera de operar es copiando el enlace y pegándolo en la ranura de direcciones, luego Enter.
El número 158 del Boletín trae artículos muy interesantes, como:
AGRICULTURA - Siempre nos quedarán las arañas
ASTRONOMÍA - Seis galaxias con una masa imposible para su época
BIOLOGÍA - Desvelando secretos del gusano al que le puede volver a crecer
cualquier parte de su cuerpo
BIOLOGÍA - La
técnica del bebé con tres padres podría crear bebés con riesgo de enfermedad
grave
MEDICINA - Desarrollan un test de sangre que detecta el cáncer de próstata
con una precisión del 94%
NEUROLOGÍA - Expertos de Harvard alertan sobre las devastadoras
consecuencias de no dormir lo suficiente
...y muchos más. ¡Disfrútenlo y hasta la próxima!
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