Lloyd Cassel Douglas, estimados amigos, nació el 27 de agosto de 1877, en Indiana, Estados Unidos y murió el 13 de febrero de 1951 en Los Ángeles, California.
Algunos de
ustedes, seguramente, lo recuerdan por sus obras, algunas de las cuales fueron
llevadas al cine con buen éxito. Lloyd Douglas fue un escritor y, entre
sus obras más recordadas se encuentran Sublime obsesión, (Magnificent
Obsession) y El manto sagrado, (The Robe), ambas tuvieron su versión
cinematográfica. La primera, un largometraje de 1954, contó con
la actuación de Jane Wyman, Rock Hudson, Barbara Rush y Agnes
Moorehead. Algunos de ustedes recordarán a Agnes por su papel de madre de
Samantha en la serie Hechizada, emitida desde 1964 a 1972.
En cuanto a El manto sagrado, se llevó al cine en
1953 basada en la novela
histórica que Douglas
había publicado en 1942. Fue protagonizada por Richard Burton, Jean
Simmons y Victor Mature en los papeles principales.
Como dato de color, digamos que fue la primera película exhibida
en Cinemascope.
Las novelas de Douglas tienen un notable tono
moral, didáctico y religioso, probablemente heredado del hecho de que su padre
era un pastor luterano y él mismo fue educado para sacerdote en el seminario de Springfield, Ohio. Fue ordenado y sirvió como pastor
en Indiana.
De 1911 a 1915 se
desempeñó como capellán y director de asuntos religiosos en la Universidad
de Illinois. Más tarde se incorporó a la Iglesia congregacional y
continuó su labor como pastor en iglesias en Estados Unidos y Canadá.
En 1933 se retiró de su
labor religiosa y se dedicó exclusivamente a la profesión de escritor. Su
última novela El gran pescador (The Big Fisherman) fue
publicada en 1948 y sería llevada al cine en 1959.
Su autobiografía Tiempo de recordar (Time to Remember) publicada en 1951, fue continuada por sus dos hijas, Virginia Douglas Dawson y Betty Douglas Wilson.
Lo que si es cierto es que la nota de hoy la inspiró un pasaje del libro El manto sagrado que estoy releyendo, en la actualidad, por cuarta o quinta vez (sí, me gusta mucho).
De modo que, me parece
oportuno comenzar por ver el pasaje de marras y luego ir a los análisis
correspondientes. Sin embargo, para ello es necesario una muy breve
introducción: El esclavo Demetrio charla con su amigo, el también griego, Stéfanos
y con Roda, sobrina y enamorada de este, acerca de las reuniones para cenar de los
primeros cristianos donde cada uno compartía lo que tenía sin miramientos.
Demetrio
encontró que su curiosidad iba en aumento con respecto a estas cenas
cotidianas.
—¿Cuánta
gente va? —preguntó.
—Te sorprenderás. ¡Trescientos o más! —respondió Roda—Muchos se han deshecho de sus propiedades rurales y ahora están viviendo aquí; es una colonia completa. Por lo menos cien toman sus comidas en la ekklesia.
—¿La
ekklesia? —repitió Demetrio—, ¿Es así como la llaman? Eso es griego, ¿sabes? La
mayoría de vosotros sois judíos; ¿no es así? ¿Cómo fue que llamasteis a vuestro
lugar de reunión ekklesia?
—Stéfanos
—contestó orgullosamente Roda— dijo que era un nombre adecuado para asambleas
así. Además, la tercera parte de los cristianos son griegos.
—Bien,
es confortante ver a judíos y griegos luchando juntos por algo —observó
Demetrio—. Toda una familia grande y feliz, ¿eh? —añadió con cierto recelo.
—Por
lo menos grande. ¡No hay cuestión sobre eso! —murmuró Roda. Y en seguida,
haciendo una rápida enmienda a su comentario, continuó:
—La
mayoría es profundamente sincera. Pero hay bastantes de la otra clase como para
echarlo a perder.
—Pelean,
¿no? Temo que no llegarán muy lejos con esta nueva concepción de que lo que el
mundo necesita es buena voluntad.
—¡Eso
mismo dice Stéfanos! —aprobó Roda—. Está bastante desilusionado. Piensa que
todo este asunto, de mantener juntos a los cristianos es un error. Cree que
debieron haber quedado en sus casas, continuando la labor diaria.
—¿Y
qué es lo que origina las bataholas? —Demetrio no pudo evitar la pregunta.
—¡Oh... siempre es la misma historia! —suspiró Roda—. Vosotros los griegos sois
avaros, suspicaces y supersensibles en lo atañe a vuestros derechos y..,
—Y
vosotros los judíos sois voraces y engañadores —interrumpió Demetrio con una
sonrisa burlona.
—¡No
somos ni voraces ni engañadores! —exclamó Roda con. altivez.
—¡Y
nosotros, los griegos, no somos avaros! —replicó Demetrio. Ambos rieron.
—Ésta
es una buena pintura, en pequeño, de las peleas —dijo Roda—. ¡Pobre Simón!
¡Tenía tan grandes esperanzas en la ekklesia!... La otra noche sentí tanta
pena por él, que estuve a punto de echarme a llorar. Después de la cena nos
habló seriamente, repitiendo algunas de las palabras de Jesús sobre eso de
amarnos los unos a los otros, aun a los que nos maltratan, y de cómo somos
todos hijos de Dios, iguales ante su vista, prescindiendo de nuestra raza. Y
puedes creerme: precisamente mientras Simón estaba hablando, un anciano llamado
Ananís, ¡se levantó y se fue!
Demetrio
no pudo encontrar un comentario apropiado. Le daba un sentimiento de pesar el
ver cómo tan elevada concepción había caído en tal descrédito, en manos de
gente débil. Roda advirtió su desilusión,
—Pero,
por favor, no creas que a Simón se le trata sin consideración —prosiguió—.
¡Tiene mucha influencia! ¡La gente cree en él! Cuando va por las calles,
ancianos y ancianas sentadas detrás de sus ventanas le piden que se detenga y
converse con ellos, Stéfanos dice que hasta sacan a sus enfermos en camillas
para que él pueda tocar sus frentes cuando pasa. Y... Demetrio... ¡es
maravilloso ver lo que piensan también de Stéfanos! A veces reflexiono que si
alguna vez le pasara algo a Simón... —Roda titubeó.
—
...¿Stéfanos podría ser el jefe? —prosiguió Demetrio.
—¡Es
grande como para eso! —declaró ella cándidamente—. Pero no le cuentes que te lo
he dicho —añadió—. Sería una gran desgracia si algo le ocurriera a Simón.
Se
acercaban al viejo bazar. Algunas mujeres entraban con sus cestos y unos
hombres vigilaban la puerta. No se veía ningún legionario. Al parecer, los
cristianos tenían libertad de ir y venir a su placer. Roda lo condujo a través
de la habitación desnuda, grande y pobremente iluminada, colmada de hombres,
mujeres y niños, esperando detrás de las largas mesas donde la comida había
sido distribuida. Stéfanos avanzó con una sonrisa de bienvenida.
—¡Hermano
Demetrio! —exclamó extendiendo ambas manos—. ¿Dónde lo encontraste, Roda?
—Te
andaba buscando —contestó ella con ternura y familiaridad. —Ven, entonces
—dijo—. Simón querrá verte... Estás delgado, amigo mío. ¿Qué te han hecho?
Demetrio saltó involuntariamente cuando Stéfanos le tomó del brazo.
—Un
pequeño accidente —explicó—. No está completamente curado.
—¿Cómo
te lo hiciste? —preguntó Roda—. Tienes un tajo en la muñeca también. ¡Y
bastante malo!
Demetrio
procuraba evitar de contestar. Stéfanos vino en su ayuda con una pequeña
pantomima de labios fruncidos y movimientos de cabeza dedicados a Roda.
—
¡Creo que has estado peleando! —susurró ella con una sonrisa de reproche—. Ya
sabes que los cristianos no pelean.
Plegando
los labios en una traviesa sonrisa significativa para Stéfanos, agregó:
—Ni
siquiera se irritan ante las cosas.
Stéfanos,
preocupado, no prestó atención a aquella salida e hizo señas a Demetrio para
que lo siguiera. La conversación en el camino de vuelta fue forzada y
fragmentaria. Juan Marcos y su madre caminaban adelante. Los altos griegos los
seguían, uno a cada lado de Roda, quien se sentía empequeñecida y sin
importancia, pues era evidente, dada su taciturnidad, que ellos deseaban estar
a solas. No se resentía por eso. Estaba tan profundamente enamorada de Stéfanos
que todo lo que él hacía era para ella completamente correcto, aun cuando
resultaba violento que la excluyera de su camaradería con Demetrio.
Después
de un rápido "¡buenas noches!", a la entrada de la casa de Marcos,
los griegos prosiguieron lentamente por las calles hacia sus alojamientos,
silenciosos al principio, esperando cada uno que hablara el otro. Los pasos de
Stéfanos se fueron haciendo más lentos.
—Bueno...
¿Que piensas de esto? —preguntó lisa y llanamente—- Dímelo con toda sinceridad.
—No
estoy aún seguro —contemporizó Demetrio.
—¡Debes
estarlo! —espetó Stéfanos—. Has visto a nuestra ekklesia cristiana en acción.
¡Si no estás muy seguro, significa que piensas que hemos tomado el camino
errado!
—Muy
bien —asintió Demetrio, con sonrisa indulgente—. Si eso es lo que yo pienso,
¿por qué no sigues y me cuentas qué opinas tú? Has tenido mejores oportunidades
para formarte una opinión. Todavía no he visto hacer a vuestra ekklesia nada
más que comer... ¿Para qué más es buena? Me animaría a decir, Stéfanos, que sí
yo estuviera seleccionando un grupo de gente para comprometerlas en una tarea
peligrosa, que requiera coraje y fe ilimitada, hubiera descartado a unos
cuantos de los presentes esta noche.
—¡Ahí
está! —se lamentó Stéfanos—. ¡Eso es lo que me perturba! Jesús nos ordenó
continuar con su trabajo, sin reparar en privaciones, penas y azares; y todo lo
que según parece llegamos a hacer es una casa de holganza para cualquiera que
diga: "yo creo".
—Sin
duda las intenciones de Simón eran buenas —observó Demetrio, advirtiendo que
esperaba su comentario.
—
¡Excelentes! —asintió Stéfanos—. Si todos los, que están en conexión con la
ekklesia tuvieran la firmeza y la bondad de Simón Pedro, la institución
adquiriría un gran poder... Mira, al comienzo, lo que él deseaba era un grupo
selecto de hombres que dedicaran todo su tiempo a este trabajo. Pensó que
viviendo juntos se inspirarían unos a otros. ¿Recuerdas cómo era en la tienda,
Demetrio?: los discípulos gastaban horas en sus amistosas conferencias. Pues
Simón deseaba aumentar ese círculo, buscando otros hombres devotos, y
reuniéndolos en espíritu y propósitos...
—...Y
el círculo resultó demasiado grande —sugirió Demetrio.
Stéfanos
hizo un alto y negó tristemente con la cabeza
—Todo
el plan careció de solidez —dijo desconsoladamente—. Simón anunció que
cualquier cristiano podría vender su propiedad y traer su producto a la
ekklesia, bajo la promesa de que su subsistencia sería asegurada.
—¿Sin
importar que tuviera mucho o poco?
—¡Exacto!
Si tenías un viñedo o una granja la vendías, probablemente con sacrificio, y le
traías el dinero a Simón. Si no tenías más que unos cuantos pollos, una cabra y
un asno, venias con el dinero que habías conseguido por eso. Y todos vivirían
juntos en amor fraternal.
Con
tristeza Stéfanos relató las desventuras del infeliz experimento.
—Circuló
rápidamente la versión de que toda la familia cristiana podía asegurar su
manutención uniéndose a la ekklesia. No escasearon los aspirantes. Simón estaba
entusiasmado al ver el gran número de gente que se confesaba cristiana. En unas
de las conferencias de todas las noches, en la tienda de Benyosef, estuvo fuera
de sí de felicidad. ¡El reino crecía! Aquella noche — continuó Stéfanos— se
decidió que Simón quedara en Jerusalén para supervisar nuestra ekklesia, los
otros apóstoles irían a ver si se podían poner en práctica proyectos similares
con los cristianos de Jope, Cesárea, Antioquía... —Stéfanos hizo un gesto que
incluía a todos los demás—. Tú sabes que Simón es impetuoso. Cuando captura una
idea, la ensilla, le pone bridas... ¡y cabalga a todo galope! —¡Y la ekklesia
creció! —¡En número, sí! Grandes familias sin nada que hacer, se lanzaron a
vivir en la holganza, cantando himnos y fervientes oraciones, pero casi sin
conocer qué significaba todo aquello, excepto que tenían tres comidas al día y
muy buena compañía.
—¿Y
qué le pareció a la otra gente, la que había poseído considerables bienes?
—Bueno.
...Ése fue otro problema. Comenzó a experimentar cierta superioridad sobre los
indigentes. Cuanto mayor era el dinero con que habían contribuido a la
ekklesia, tantos más derechos creyeron tener para dictar las normas de la
institución. — Stéfanos sonrió tristemente—. Sin ir más lejos, esta mañana, un
arrogante anciano se puso en contra de algo que Simón había dicho y se mostró
defraudado de la ekklesia. Cuando Simón le increpó, se enfureció tanto que le
dio un ataque y murió. Y Simón probablemente será culpado por eso.
—¡Esto
es como para descorazonar a cualquiera!
—¡Eso
no es todo! —suspiró Stéfanos—. ¡Con esa cena diaria! Muchos mercaderes van
ahora a las reuniones llevando, su comida; ello sería muy loable, pero
claramente patrocinan la ekklesia por razones comerciales. En resumen: la
ekklesia se está volviendo muy popular, ¡demasiado popular!
—¿Qué
se puede hacer para remediarlo? Stéfanos marchaba lentamente, moviendo la
cabeza.
—Demetrio,
antes de que la ekklesia empezara a extender sus fronteras, la comunidad
cristiana era una fuerza apreciable. Los hombres se dedicaban a sus ocupaciones
habituales, cuidadosos de tratar a todos con honestidad, ansiosos de vivir de
acuerdo con los mandamientos de Jesús y hablando de su manera de vivir a
cuantos pudieran encontrar... Por las noches se reunían, para el ágape y para
infundirse valor unos a otros. Simón se ponía de pie y los instaba a realizar
mayores esfuerzos. Repetía las palabras de Jesús y renovaba sus energías. ¡Era
magnífico! —Stéfanos se detuvo nuevamente y miró a su amigo con amargura—. Lo
has oído esta noche derrochando sus espléndidas exhortaciones a seres egoístas
y pendencieros para que olviden sus rencillas y terminen de hostigarse unos a
otros. ¿Notaste acaso la sonrisa con que los instaba a ser más generosos en sus
regalos a la ekklesia? ¡Bueno, aquél para mí no era Simón! ¡Aquél no era el
Simón que encendía los corazones de los hombres que solían encontrarse por las
noches para mantenerse unidos todos en la causa de Cristo!... ¡Es una
desgracia! —Stéfanos cruzó ambas manos sobre su cabello recortado y sacudió la
cabeza con desaliento. —¿Y para esto —gimió— sufrió Jesús en la cruz, murió y
resurgió del sepulcro?
—¿Has
conversado con Simón de todo esto? —preguntó Demetrio después de un discreto
intervalo.
—Últimamente
no. Hace un par de semanas, cuando ya era evidente que iba a haber una ruptura
entre judíos y griegos, varios de nosotros le preguntamos si podíamos ayudarle
en algo; entonces él nombró a siete para que supervisáramos la justa
distribución de alimentos y ropas; pero, Demetrio, el sentimiento por Jesús y
su legado al mundo es una especie de pasión exaltada ¡y no puede rebajarse a
reparar en las desagradables pendencias sobre por qué le dieron a Rubén Isacar
una túnica mejor que al pequeño Nicolás Timenodes!
Demetrio
tuvo una expresión de disgusto y aconsejó a su amigo que desechara tales
preocupaciones.
Y hasta aquí el pasaje que les decía.
¿Que qué fue lo que me sugirió?
Pues, lo endeble de la naturaleza humana. Fíjense
ustedes que un grupo de cristianos reunidos siguiendo las indicaciones de
Jesús, a quien todos admiran y siguen, terminan en inútiles rencillas que
muestran lo poco permeables que han sido al mensaje de Este.
—¡Pero, Martín, se trata
solo de una novela! —Me dirán ustedes.
Si, es una novela, pero pinta una realidad
absolutamente posible y que podemos ver en muchos campos de la actividad
humana. Es más, me pregunto si el origen del tal pasaje no estuvo en el
contacto que Douglas tuvo con su feligresía cuando fue predicador.
Y, precisamente, uno de los campos de la actividad humana donde podemos ver este tipo de actitud es en la vida pública bajo un régimen democrático. Ya hemos charlado, en las notas que mencioné más arriba que la gran mayoría de los ciudadanos no participa de la vida política de su comunidad, no se informa de las iniciativas en curso; no solicita citas con sus representantes para pedirle explicaciones o sugerirles medidas a tomar; no se ofrece para voluntariados y no se afilia a un partido político para trabajar desde allí por su comunidad. Solo se limita a votar cada cierto tiempo, ¡y porque es obligatorio! Eso sí, si las cosas van mal se queja a voz en cuello, pero participar para que las cosas funcionen, ¡Ah, no, eso no! ¡Es mucho trabajo!
En las notas que mencioné más arriba reflexiono
sobre una posible solución a este problema de la inconsistente naturaleza
humana. Sin embargo, hoy quiero detenerme sobre una posibilidad que no hemos
analizado en profundidad. Para ello, rescataré dos frases del artículo De
conductores y conducidos. Son las siguientes:
Michel de Montaigne nos
advierte que:
…estoy
convencido que es más fácil y más satisfactorio seguir que conducir…
Y, por su parte, Julio
César:
…la propia
naturaleza ha creado siempre hombres para mandar y hombres para obedecer.
Y con estas frases en mente y el pasaje de El manto
sagrado, me puse a pensar que: ¿Qué pasa si aceptamos que el hombre es así,
como dicen Montaigne, César y Douglas? ¿Qué tal si dejamos de pedirle cosas que
no va a cumplir, como que sea un buen ciudadano? ¿Qué tal si aceptamos que hay
humanos que quieren ser conducidos y no ser ellos quienes gobiernen su propio
destino?
¡Ah, pero eso tiene un costo! ¡Tiene un corolario
inmediato!
—¿Y cuál es ese costo Martín?
—¡Ah, no, Martín! ¡Yo conozco mis derechos y eso
los vulnera!
—¡Mentira ciudadano! ¡Usted no conoce sus derechos
y muchísimo menos sus obligaciones!
Y, nuevamente, queridos amigos, resuenan en nuestros oídos los nombres de Orwell (1984) o Huxley (Un mundo feliz) y tantos otros. Es decir, por un lado, reconocemos como ciertas las frases de Montaigne y de César, pero, por otro lado, le decimos al ciudadano que quiere ser conducido: ¡Liberté, égalité, fraternité! Por un lado reconocemos que muchos no tienen condiciones para ser ciudadanos y, por el otro, los animamos a serlo. ¿No será que estamos encarando mal las cosas?
¿Habrá que caer a un Gran Hermano?
Ya ven ustedes a qué me llevó el pasaje de El Manto sagrado.
Y ya sobre el final, les traigo, como es habitual, esta noticia: La dirección electrónica desde donde podrán bajar el Boletín de Novedades en la Ciencia y en la Tecnología 156.
Hela aquí: https://www.dropbox.com/scl/fi/5a6vqk25e1fz8lfwijfc4/CyT-156.docx?dl=0&rlkey=vam0mbyvzc8hnmogg3duscyfl
Recuerden que, la manera de operar es copiando el enlace y pegándolo en la ranura de direcciones, luego Enter.
El número 156 del Boletín trae artículos muy interesantes, como:
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