domingo, 29 de enero de 2023

Del fracaso de la democracia - 2

   Lloyd Cassel Douglas, estimados amigos, nació el 27 de agosto de 1877, en Indiana, Estados Unidos y murió el 13 de febrero de 1951 en Los Ángeles, California.

 Algunos de ustedes, seguramente, lo recuerdan por sus obras, algunas de las cuales fueron llevadas al cine con buen éxito. Lloyd Douglas fue un escritor y, entre sus obras más recordadas se encuentran Sublime obsesión, (Magnificent Obsession) y El manto sagrado, (The Robe), ambas tuvieron su versión cinematográfica. La primera, un largometraje de 1954, contó con la actuación de Jane Wyman, Rock Hudson, Barbara Rush y Agnes Moorehead. Algunos de ustedes recordarán a Agnes por su papel de madre de Samantha en la serie Hechizada, emitida desde 1964 a 1972.

En cuanto a El manto sagrado, se llevó al cine en 1953 basada en la novela histórica que Douglas había publicado en 1942. Fue protagonizada por Richard Burton, Jean Simmons y Victor Mature en los papeles principales. Como dato de color, digamos que fue la primera película exhibida en Cinemascope.

 Las novelas de Douglas tienen un notable tono moral, didáctico y religioso, probablemente heredado del hecho de que su padre era un pastor luterano y él mismo fue educado para sacerdote en el seminario de Springfield, Ohio. Fue ordenado y sirvió como pastor en Indiana.

De 1911 a 1915 se desempeñó como capellán y director de asuntos religiosos en la Universidad de Illinois. Más tarde se incorporó a la Iglesia congregacional y continuó su labor como pastor en iglesias en Estados Unidos y Canadá.

En 1933 se retiró de su labor religiosa y se dedicó exclusivamente a la profesión de escritor. Su última novela El gran pescador (The Big Fisherman) fue publicada en 1948 y sería llevada al cine en 1959.

Su autobiografía Tiempo de recordar (Time to Remember) publicada en 1951, fue continuada por sus dos hijas, Virginia Douglas Dawson y Betty Douglas Wilson.


  Bien, se preguntarán ustedes, queridos amigos, si, con esta introducción, estaré a punto de recomendarles uno de los libros de Lloyd. No, no es esa mi intención. Es más, el tema que les propongo para el análisis en esta nota no es otro que una continuación de las notas anteriores Del fracaso de la democracia, publicada en este foro el 25 de abril de 2022, y De conductores y conducidos, publicada el 31 de enero de 2022.

Lo que si es cierto es que la nota de hoy la inspiró un pasaje del libro El manto sagrado que estoy releyendo, en la actualidad, por cuarta o quinta vez (sí, me gusta mucho).

De modo que, me parece oportuno comenzar por ver el pasaje de marras y luego ir a los análisis correspondientes. Sin embargo, para ello es necesario una muy breve introducción: El esclavo Demetrio charla con su amigo, el también griego, Stéfanos y con Roda, sobrina y enamorada de este, acerca de las reuniones para cenar de los primeros cristianos donde cada uno compartía lo que tenía sin miramientos.

 

Demetrio encontró que su curiosidad iba en aumento con respecto a estas cenas cotidianas.

—¿Cuánta gente va? —preguntó.

—Te sorprenderás. ¡Trescientos o más! —respondió RodaMuchos se han deshecho de sus propiedades rurales y ahora están viviendo aquí; es una colonia completa. Por lo menos cien toman sus comidas en la ekklesia.

—¿La ekklesia? —repitió Demetrio—, ¿Es así como la llaman? Eso es griego, ¿sabes? La mayoría de vosotros sois judíos; ¿no es así? ¿Cómo fue que llamasteis a vuestro lugar de reunión ekklesia?

—Stéfanos —contestó orgullosamente Roda— dijo que era un nombre adecuado para asambleas así. Además, la tercera parte de los cristianos son griegos.

—Bien, es confortante ver a judíos y griegos luchando juntos por algo —observó Demetrio—. Toda una familia grande y feliz, ¿eh? —añadió con cierto recelo.

—Por lo menos grande. ¡No hay cuestión sobre eso! —murmuró Roda. Y en seguida, haciendo una rápida enmienda a su comentario, continuó:

—La mayoría es profundamente sincera. Pero hay bastantes de la otra clase como para echarlo a perder.

—Pelean, ¿no? Temo que no llegarán muy lejos con esta nueva concepción de que lo que el mundo necesita es buena voluntad.

—¡Eso mismo dice Stéfanos! —aprobó Roda—. Está bastante desilusionado. Piensa que todo este asunto, de mantener juntos a los cristianos es un error. Cree que debieron haber quedado en sus casas, continuando la labor diaria.

—¿Y qué es lo que origina las bataholas? —Demetrio no pudo evitar la pregunta.

—¡Oh... siempre es la misma historia! —suspiró Roda—. Vosotros los griegos sois avaros, suspicaces y supersensibles en lo atañe a vuestros derechos y..,

—Y vosotros los judíos sois voraces y engañadores —interrumpió Demetrio con una sonrisa burlona.

—¡No somos ni voraces ni engañadores! —exclamó Roda con. altivez.

—¡Y nosotros, los griegos, no somos avaros! —replicó Demetrio. Ambos rieron.

—Ésta es una buena pintura, en pequeño, de las peleas —dijo Roda—. ¡Pobre Simón! ¡Tenía tan grandes esperanzas en la ekklesia!... La otra noche sentí tanta pena por él, que estuve a punto de echarme a llorar. Después de la cena nos habló seriamente, repitiendo algunas de las palabras de Jesús sobre eso de amarnos los unos a los otros, aun a los que nos maltratan, y de cómo somos todos hijos de Dios, iguales ante su vista, prescindiendo de nuestra raza. Y puedes creerme: precisamente mientras Simón estaba hablando, un anciano llamado Ananís, ¡se levantó y se fue!

Demetrio no pudo encontrar un comentario apropiado. Le daba un sentimiento de pesar el ver cómo tan elevada concepción había caído en tal descrédito, en manos de gente débil. Roda advirtió su desilusión,

—Pero, por favor, no creas que a Simón se le trata sin consideración —prosiguió—. ¡Tiene mucha influencia! ¡La gente cree en él! Cuando va por las calles, ancianos y ancianas sentadas detrás de sus ventanas le piden que se detenga y converse con ellos, Stéfanos dice que hasta sacan a sus enfermos en camillas para que él pueda tocar sus frentes cuando pasa. Y... Demetrio... ¡es maravilloso ver lo que piensan también de Stéfanos! A veces reflexiono que si alguna vez le pasara algo a Simón... —Roda titubeó.

— ...¿Stéfanos podría ser el jefe? —prosiguió Demetrio.

—¡Es grande como para eso! —declaró ella cándidamente—. Pero no le cuentes que te lo he dicho —añadió—. Sería una gran desgracia si algo le ocurriera a Simón.

Se acercaban al viejo bazar. Algunas mujeres entraban con sus cestos y unos hombres vigilaban la puerta. No se veía ningún legionario. Al parecer, los cristianos tenían libertad de ir y venir a su placer. Roda lo condujo a través de la habitación desnuda, grande y pobremente iluminada, colmada de hombres, mujeres y niños, esperando detrás de las largas mesas donde la comida había sido distribuida. Stéfanos avanzó con una sonrisa de bienvenida.

—¡Hermano Demetrio! —exclamó extendiendo ambas manos—. ¿Dónde lo encontraste, Roda?

—Te andaba buscando —contestó ella con ternura y familiaridad. —Ven, entonces —dijo—. Simón querrá verte... Estás delgado, amigo mío. ¿Qué te han hecho? Demetrio saltó involuntariamente cuando Stéfanos le tomó del brazo.

—Un pequeño accidente —explicó—. No está completamente curado.

—¿Cómo te lo hiciste? —preguntó Roda—. Tienes un tajo en la muñeca también. ¡Y bastante malo!

Demetrio procuraba evitar de contestar. Stéfanos vino en su ayuda con una pequeña pantomima de labios fruncidos y movimientos de cabeza dedicados a Roda.

— ¡Creo que has estado peleando! —susurró ella con una sonrisa de reproche—. Ya sabes que los cristianos no pelean.

Plegando los labios en una traviesa sonrisa significativa para Stéfanos, agregó:

—Ni siquiera se irritan ante las cosas.

Stéfanos, preocupado, no prestó atención a aquella salida e hizo señas a Demetrio para que lo siguiera. La conversación en el camino de vuelta fue forzada y fragmentaria. Juan Marcos y su madre caminaban adelante. Los altos griegos los seguían, uno a cada lado de Roda, quien se sentía empequeñecida y sin importancia, pues era evidente, dada su taciturnidad, que ellos deseaban estar a solas. No se resentía por eso. Estaba tan profundamente enamorada de Stéfanos que todo lo que él hacía era para ella completamente correcto, aun cuando resultaba violento que la excluyera de su camaradería con Demetrio.

Después de un rápido "¡buenas noches!", a la entrada de la casa de Marcos, los griegos prosiguieron lentamente por las calles hacia sus alojamientos, silenciosos al principio, esperando cada uno que hablara el otro. Los pasos de Stéfanos se fueron haciendo más lentos.

—Bueno... ¿Que piensas de esto? —preguntó lisa y llanamente—- Dímelo con toda sinceridad.

—No estoy aún seguro —contemporizó Demetrio.

—¡Debes estarlo! —espetó Stéfanos—. Has visto a nuestra ekklesia cristiana en acción. ¡Si no estás muy seguro, significa que piensas que hemos tomado el camino errado!

—Muy bien —asintió Demetrio, con sonrisa indulgente—. Si eso es lo que yo pienso, ¿por qué no sigues y me cuentas qué opinas tú? Has tenido mejores oportunidades para formarte una opinión. Todavía no he visto hacer a vuestra ekklesia nada más que comer... ¿Para qué más es buena? Me animaría a decir, Stéfanos, que sí yo estuviera seleccionando un grupo de gente para comprometerlas en una tarea peligrosa, que requiera coraje y fe ilimitada, hubiera descartado a unos cuantos de los presentes esta noche.

—¡Ahí está! —se lamentó Stéfanos—. ¡Eso es lo que me perturba! Jesús nos ordenó continuar con su trabajo, sin reparar en privaciones, penas y azares; y todo lo que según parece llegamos a hacer es una casa de holganza para cualquiera que diga: "yo creo".

—Sin duda las intenciones de Simón eran buenas —observó Demetrio, advirtiendo que esperaba su comentario.

— ¡Excelentes! —asintió Stéfanos—. Si todos los, que están en conexión con la ekklesia tuvieran la firmeza y la bondad de Simón Pedro, la institución adquiriría un gran poder... Mira, al comienzo, lo que él deseaba era un grupo selecto de hombres que dedicaran todo su tiempo a este trabajo. Pensó que viviendo juntos se inspirarían unos a otros. ¿Recuerdas cómo era en la tienda, Demetrio?: los discípulos gastaban horas en sus amistosas conferencias. Pues Simón deseaba aumentar ese círculo, buscando otros hombres devotos, y reuniéndolos en espíritu y propósitos...

—...Y el círculo resultó demasiado grande —sugirió Demetrio.

Stéfanos hizo un alto y negó tristemente con la cabeza

—Todo el plan careció de solidez —dijo desconsoladamente—. Simón anunció que cualquier cristiano podría vender su propiedad y traer su producto a la ekklesia, bajo la promesa de que su subsistencia sería asegurada.

—¿Sin importar que tuviera mucho o poco?

—¡Exacto! Si tenías un viñedo o una granja la vendías, probablemente con sacrificio, y le traías el dinero a Simón. Si no tenías más que unos cuantos pollos, una cabra y un asno, venias con el dinero que habías conseguido por eso. Y todos vivirían juntos en amor fraternal.

Con tristeza Stéfanos relató las desventuras del infeliz experimento.

—Circuló rápidamente la versión de que toda la familia cristiana podía asegurar su manutención uniéndose a la ekklesia. No escasearon los aspirantes. Simón estaba entusiasmado al ver el gran número de gente que se confesaba cristiana. En unas de las conferencias de todas las noches, en la tienda de Benyosef, estuvo fuera de sí de felicidad. ¡El reino crecía! Aquella noche — continuó Stéfanos— se decidió que Simón quedara en Jerusalén para supervisar nuestra ekklesia, los otros apóstoles irían a ver si se podían poner en práctica proyectos similares con los cristianos de Jope, Cesárea, Antioquía... —Stéfanos hizo un gesto que incluía a todos los demás—. Tú sabes que Simón es impetuoso. Cuando captura una idea, la ensilla, le pone bridas... ¡y cabalga a todo galope! —¡Y la ekklesia creció! —¡En número, sí! Grandes familias sin nada que hacer, se lanzaron a vivir en la holganza, cantando himnos y fervientes oraciones, pero casi sin conocer qué significaba todo aquello, excepto que tenían tres comidas al día y muy buena compañía.

—¿Y qué le pareció a la otra gente, la que había poseído considerables bienes?

—Bueno. ...Ése fue otro problema. Comenzó a experimentar cierta superioridad sobre los indigentes. Cuanto mayor era el dinero con que habían contribuido a la ekklesia, tantos más derechos creyeron tener para dictar las normas de la institución. — Stéfanos sonrió tristemente—. Sin ir más lejos, esta mañana, un arrogante anciano se puso en contra de algo que Simón había dicho y se mostró defraudado de la ekklesia. Cuando Simón le increpó, se enfureció tanto que le dio un ataque y murió. Y Simón probablemente será culpado por eso.

—¡Esto es como para descorazonar a cualquiera!

—¡Eso no es todo! —suspiró Stéfanos—. ¡Con esa cena diaria! Muchos mercaderes van ahora a las reuniones llevando, su comida; ello sería muy loable, pero claramente patrocinan la ekklesia por razones comerciales. En resumen: la ekklesia se está volviendo muy popular, ¡demasiado popular!

—¿Qué se puede hacer para remediarlo? Stéfanos marchaba lentamente, moviendo la cabeza.

—Demetrio, antes de que la ekklesia empezara a extender sus fronteras, la comunidad cristiana era una fuerza apreciable. Los hombres se dedicaban a sus ocupaciones habituales, cuidadosos de tratar a todos con honestidad, ansiosos de vivir de acuerdo con los mandamientos de Jesús y hablando de su manera de vivir a cuantos pudieran encontrar... Por las noches se reunían, para el ágape y para infundirse valor unos a otros. Simón se ponía de pie y los instaba a realizar mayores esfuerzos. Repetía las palabras de Jesús y renovaba sus energías. ¡Era magnífico! —Stéfanos se detuvo nuevamente y miró a su amigo con amargura—. Lo has oído esta noche derrochando sus espléndidas exhortaciones a seres egoístas y pendencieros para que olviden sus rencillas y terminen de hostigarse unos a otros. ¿Notaste acaso la sonrisa con que los instaba a ser más generosos en sus regalos a la ekklesia? ¡Bueno, aquél para mí no era Simón! ¡Aquél no era el Simón que encendía los corazones de los hombres que solían encontrarse por las noches para mantenerse unidos todos en la causa de Cristo!... ¡Es una desgracia! —Stéfanos cruzó ambas manos sobre su cabello recortado y sacudió la cabeza con desaliento. —¿Y para esto —gimió— sufrió Jesús en la cruz, murió y resurgió del sepulcro?

—¿Has conversado con Simón de todo esto? —preguntó Demetrio después de un discreto intervalo.

—Últimamente no. Hace un par de semanas, cuando ya era evidente que iba a haber una ruptura entre judíos y griegos, varios de nosotros le preguntamos si podíamos ayudarle en algo; entonces él nombró a siete para que supervisáramos la justa distribución de alimentos y ropas; pero, Demetrio, el sentimiento por Jesús y su legado al mundo es una especie de pasión exaltada ¡y no puede rebajarse a reparar en las desagradables pendencias sobre por qué le dieron a Rubén Isacar una túnica mejor que al pequeño Nicolás Timenodes!

Demetrio tuvo una expresión de disgusto y aconsejó a su amigo que desechara tales preocupaciones.

Y hasta aquí el pasaje que les decía.

¿Que qué fue lo que me sugirió?

Pues, lo endeble de la naturaleza humana. Fíjense ustedes que un grupo de cristianos reunidos siguiendo las indicaciones de Jesús, a quien todos admiran y siguen, terminan en inútiles rencillas que muestran lo poco permeables que han sido al mensaje de Este.

¡Pero, Martín, se trata solo de una novela! Me dirán ustedes.

Si, es una novela, pero pinta una realidad absolutamente posible y que podemos ver en muchos campos de la actividad humana. Es más, me pregunto si el origen del tal pasaje no estuvo en el contacto que Douglas tuvo con su feligresía cuando fue predicador.

Y, precisamente, uno de los campos de la actividad humana donde podemos ver este tipo de actitud es en la vida pública bajo un régimen democrático. Ya hemos charlado, en las notas que mencioné más arriba que la gran mayoría de los ciudadanos no participa de la vida política de su comunidad, no se informa de las iniciativas en curso; no solicita citas con sus representantes para pedirle explicaciones o sugerirles medidas a tomar; no se ofrece para voluntariados y no se afilia a un partido político para trabajar desde allí por su comunidad. Solo se limita a votar cada cierto tiempo, ¡y porque es obligatorio! Eso sí, si las cosas van mal se queja a voz en cuello, pero participar para que las cosas funcionen, ¡Ah, no, eso no! ¡Es mucho trabajo!

En las notas que mencioné más arriba reflexiono sobre una posible solución a este problema de la inconsistente naturaleza humana. Sin embargo, hoy quiero detenerme sobre una posibilidad que no hemos analizado en profundidad. Para ello, rescataré dos frases del artículo De conductores y conducidos. Son las siguientes:

Michel de Montaigne nos advierte que:

 …estoy convencido que es más fácil y más satisfactorio seguir que conducir…

Y, por su parte, Julio César:

 …la propia naturaleza ha creado siempre hombres para mandar y hombres para obedecer.

Y con estas frases en mente y el pasaje de El manto sagrado, me puse a pensar que: ¿Qué pasa si aceptamos que el hombre es así, como dicen Montaigne, César y Douglas? ¿Qué tal si dejamos de pedirle cosas que no va a cumplir, como que sea un buen ciudadano? ¿Qué tal si aceptamos que hay humanos que quieren ser conducidos y no ser ellos quienes gobiernen su propio destino?

¡Ah, pero eso tiene un costo! ¡Tiene un corolario inmediato!

—¿Y cuál es ese costo Martín?

  Pues, el costo es que ese tipo de individuo ya no puede vivir en democracia, sino en sistemas autocráticos, si el poder y la toma de decisiones se centran en una sola figura o aristocráticos si se centran en un grupo de personas.

  En dichos sistemas de gobierno, el o los mandatarios no tienen el deber de responder de sus acciones ante ningún tipo de control o mecanismo político y social.

—¡Ah, no, Martín! ¡Yo conozco mis derechos y eso los vulnera!

—¡Mentira ciudadano! ¡Usted no conoce sus derechos y muchísimo menos sus obligaciones!

Y, nuevamente, queridos amigos, resuenan en nuestros oídos los nombres de Orwell (1984) o Huxley (Un mundo feliz) y tantos otros. Es decir, por un lado, reconocemos como ciertas las frases de Montaigne y de César, pero, por otro lado, le decimos al ciudadano que quiere ser conducido: ¡Liberté, égalité, fraternité! Por un lado reconocemos que muchos no tienen condiciones para ser ciudadanos y, por el otro, los animamos a serlo. ¿No será que estamos encarando mal las cosas?

¿Habrá que caer a un Gran Hermano?

Ya ven ustedes a qué me llevó el pasaje de El Manto sagrado.

 Me permito recomendarles, estimados amigos, que relean o lean, según el caso, las notas que he mencionado, (y agrego la nota ¿Liberté, égalité, fraternité? del 8 de agosto de 2022) de modo que puedan juzgar el tema con una visión holística.

 Y ya sobre el final, les traigo, como es habitual, esta noticia: La dirección electrónica desde donde podrán bajar el Boletín de Novedades en la Ciencia y en la Tecnología 156.

 Hela aquí: https://www.dropbox.com/scl/fi/5a6vqk25e1fz8lfwijfc4/CyT-156.docx?dl=0&rlkey=vam0mbyvzc8hnmogg3duscyfl
 Recuerden que, la manera de operar es copiando el enlace y pegándolo en la ranura de direcciones, luego Enter.

  El número 156 del Boletín trae artículos muy interesantes, como:

  CIENCIA DE LOS MATERIALES - Una aleación simple reclama la corona del material más resistente jamás registrado

  OBSTETRICIA - Útero con vista: la granja de bebés EctoLife elimina el embarazo y el parto

  MEDICINA - La leucemia "incurable" de un adolescente se cura con una nueva terapia génica de edición básica

  INTELIGANCIA ARTIFICIAL - ¿Qué sigue para la IA?

  MEDICINA - "Horquillas" hechas de ADN artificial sujetan y matan el cáncer

  AUTOMOTORES - Bertone resurge con un hipercoche de 1.100 CV alimentado con residuos plásticos

...y muchos más. ¡Disfrútenlo y hasta la próxima!

 

 

 

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