Gayo o Cayo Plinio Segundo (23 - 25 de agosto de 79),
estimados amigos, fue un escritor y
militar romano del siglo i, conocido por el nombre de Plinio el Viejo para
diferenciarlo de su sobrino e hijo adoptivo Plinio el Joven. Perteneció al orden
ecuestre y ejerció cargos administrativos y financieros en la Galia y en Hispania. Hizo estudios e
investigaciones en fenómenos naturales, etnográficos y geográficos recopilados
en su obra Historia natural, obra de referencia hasta mediados del
siglo xvii cuando fue sustituida
por investigaciones basadas en el método científico y el empirismo moderno. Su obra fue
usada por muchos exploradores occidentales de los siglos XVI y XVII.
Murió por la inhalación de gases tóxicos durante
la erupción del Vesubio que arrasó Pompeya.
Debemos
a Plinio el Joven la siguiente descripción de su tío: Comenzaba a trabajar
al salir el día.... No leía nada sin hacer un resumen porque decía que no había
libro, por malo que fuese, que no contuviera algún valor. Estando en casa, sólo
excluía la hora del baño para estudiar. Cuando viajaba, y había sido descargado
de otras obligaciones, se consagraba únicamente al estudio. En una palabra,
consideraba como perdido el tiempo que no podía dedicar al estudio.
Y
esta frase de Plinio el Viejo (no hay libro malo del que no se pueda obtener
algo bueno), rescatada por su sobrino, fue lo que vino inmediatamente a mi
mente cuando leí la siguiente declaración de la recientemente fallecida
activista política argentina Hebe de Bonafini.
Veamos
la tal declaración:
¡He aquí la perla!
En cuanto al cubo de arena, basta con leer las restantes declaraciones
de Bonafini…
O sea:
1.- Yo no sabía muchas cosas. No me interesaban. La cuestión económica, la situación política de mi país me eran totalmente ajenas, indiferentes.
2.- Ahora me voy dando cuenta que todas esas cosas de las que mucha gente todavía no se preocupa son importantísimas, porque de ellas depende el destino de un país entero; la felicidad o la desgracia de muchísimas familias.
Y la política es, estimados amigos, una de esas cosas de las que
mucha gente no se ocupa. ¡Cuántas veces hemos escuchado, No, yo no me
meto en política, no me interesa!
Ahora bien, estimados amigos, no solo escuchamos ¡no me interesa la
política!, también escuchamos ¡yo conozco mis derechos!, lo cual es,
claramente, una falacia, ¡muy pocos conocen sus derechos!
¡Y muchos menos conocen sus obligaciones!
Y aquí hemos llegado al meollo de la cuestión: Vivimos en una república
(recordemos, del latín res publica = cosa pública) y nos encontramos con
dos graves problemas:
1.- A muchos de los ciudadanos no les interesa la cosa pública (no me
interesa la política, o sea, se desentienden del manejo del sistema dentro
del cual viven.
2.- No conocen los derechos y las obligaciones que el manejo de la cosa
pública otorga y exige.
Al respecto es aleccionador el ¿chiste? que ha circulado por las redes
últimamente y que reproduzco a continuación:
O, también, el muchacho y la jujeña que viéramos
en los videos de la nota De drogas, su consumo y consecuencias, del 31
de octubre de 2022. Ellos solo estaban preocupados por “que les dieran”, y nada
más. Es más, el muchacho del video, ni trabajaba ni estudiaba.
Parece muy atractivo, n’est-ce pas?
Pero, veamos algunos artículos en detalle, por
ejemplo:
Artículo 6.-
La ley es la expresión de la voluntad general. Todos los ciudadanos tienen el
derecho de participar personalmente o por medio de sus representantes en su
formación. Debe ser la misma para todos, tanto si protege como si castiga.
Todos los ciudadanos, al ser iguales ante ella, son igualmente admisibles a
todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según su capacidad y sin otra
distinción que la de sus virtudes y la de sus talentos.
O
sea que, como era dable esperar en una res publica, el ciudadano tiene
derecho a participar en la confección de las leyes. Ahora, me pregunto, el
muchacho del video que ni estudia ni trabaja, ¿con qué conocimientos, o con qué
experiencia podría participar en la dicha confección?
Se podrá argüir que, si él no está capacitado, que
lo haga su representante. De nuevo me pregunto, ¿se encuentra él capacitado
para seleccionar a un representante? ¿pensará en el bien común al buscarlo, o
solo votará por el que le promete subsidios?
El artículo dice, también: Todos los ciudadanos,
al ser iguales ante ella, son igualmente admisibles a todas las dignidades,
puestos y empleos públicos, según su capacidad y sin otra distinción que la de
sus virtudes y la de sus talentos.
Nótese que el artículo prioriza a los que tienen “virtudes
y talentos”. Ahora, ¿Qué virtudes o talentos puede exhibir una persona que no
estudia ni trabaja y solo aspira a ser mantenido?
Veamos otro artículo:
Artículo 14.-
Todos los ciudadanos tienen el derecho de verificar por sí mismos o por sus
representantes la necesidad de la contribución pública, de aceptarla
libremente, de vigilar su empleo y de determinar la cuota, la base, la
recaudación y la duración.
Verificar, vigilar, determinar, ¿puede encargarse
de ello un cabeza de termo, como se ha dado en llamar, en Argentina, a
las personas con poca capacidad de razonamiento?
Volviendo a lo que decía en la nota antes
mencionada, Ramsés II, por ejemplo, no tenía que convencer a los egipcios de
las medidas que tomaba. Su palabra era ley y el pueblo no tenía ninguna
posibilidad de corregirla o siquiera debatirla. Dicho sea de paso y como dato de color, digamos que, para los egipcios, el faraón era un dios, ¿y cómo no creer que Ramsés II lo fuera si, en una época en la que la expectativa de vida era de unos 35 años él vivió 90, con unos 66 de reinado? ¡Claramente, para los egipcios fue un dios!
Pero, volviendo a lo nuestro: ¿Qué le importa a la jujeña del video de la tal
nota que los políticos roben? O, incluso, que arruinen el país. Nada,
mientras yo tenga, fue su respuesta.
En
mayo, en el discurso que pronunció en la ceremonia de graduación de la Academia
Naval de Estados Unidos, el presidente Biden contó lo que le
dijo el presidente de China, Xi Jinping, al felicitarlo en 2020 por su victoria
electoral: “Dijo que las democracias no se pueden sostener en el siglo XXI, que
las autocracias gobernarán el mundo. ¿Por qué? Las cosas están cambiando muy rápidamente.
Las democracias requieren consenso, y eso lleva tiempo, y no se tiene el
tiempo”.
Pues, no estoy de acuerdo con Xi Jinping: El tema no pasa por lo del consenso que dice el chino. El tema pasa por el hecho de que las democracias requieren un sustrato de gente pensante, de gente preparada para ejercer los derechos que ella le brinda.
Veamos, que opinarían ustedes si, para decidir el tratamiento por obesidad de un paciente, llevamos a cabo una encuesta en una esquina importante de la ciudad donde vivimos, preguntando, a cada transeúnte, si al paciente debemos efectuarle un bypass gástrico o un tubo gástrico, para decidir, en función de lo más votado, qué hacer.No creo que ustedes otorgaran mucho crédito al
procedimiento. Sin embargo, llevamos a cabo una encuesta en escuelas de todo el
país donde cada transeúnte decide cuál será la política a aplicar en el país en
las distintas áreas de gobierno.
¿Esto quiere decir que solo deben votar los que
tienen estudios?
Bueno, la respuesta a esta pregunta ya la traté en
la nota de este blog del 31 de enero de 2022, titulada De conductores y
conducidos. No voy a repetir aquí lo que allí decía para no hacer muy larga
esta nota; pero los invito a leerla, si aún no lo han hecho.
Y, antes de finalizar, quiero dejar planteada la disyuntiva actual de la política:
1.- En general, el ciudadano no se preocupa por la cosa pública, no participa en el armado de su república, del lugar donde vive y del régimen bajo el cual vive.
2.- El político, entonces, sufre una severa tentación de aplicar regímenes populistas que dejen al ciudadano fuera del control de la república y a él, con las manos libres de hacer lo que desee.
3.- Un opción al punto número 2 es, por ejemplo, el sistema chino. Una autocracia que eleve al conductor a la categoría de faraón y al pueblo a la de una masa amorfa que solo está para ser conducida de la nariz.
Obsérvese que, tanto el punto 2 como el 3 reducen el rol del ciudadano a su mínima expresión. Y esto obedece a dos cosas:
1.- Al propio ciudadano que no participa y deja a otros la tarea de conducir, y
2.- A los gobiernos populistas o autocráticos que promueven la ignorancia y, en consecuencia, el crecimiento del punto 1.
¿Hay otras alternativas?
¡Si! Las encontrarán en la mencionada nota De conductores y conducidos.
Bien, así las cosas, me despido: ¡Hasta la próxima!
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