domingo, 27 de noviembre de 2022

Una perla en un cubo de arena

 

Gayo o Cayo Plinio Segundo (23 - 25 de agosto de 79), estimados amigos, fue un escritor y militar romano del siglo i, conocido por el nombre de Plinio el Viejo para diferenciarlo de su sobrino e hijo adoptivo Plinio el Joven. Perteneció al orden ecuestre y ejerció cargos administrativos y financieros en la Galia y en Hispania. Hizo estudios e investigaciones en fenómenos naturales, etnográficos y geográficos recopilados en su obra Historia natural, obra de referencia hasta mediados del siglo xvii cuando fue sustituida por investigaciones basadas en el método científico y el empirismo moderno. Su obra fue usada por muchos exploradores occidentales de los siglos XVI y XVII.

Murió por la inhalación de gases tóxicos durante la erupción del Vesubio que arrasó Pompeya.

Plinio el Viejo


Debemos a Plinio el Joven la siguiente descripción de su tío: Comenzaba a trabajar al salir el día.... No leía nada sin hacer un resumen porque decía que no había libro, por malo que fuese, que no contuviera algún valor. Estando en casa, sólo excluía la hora del baño para estudiar. Cuando viajaba, y había sido descargado de otras obligaciones, se consagraba únicamente al estudio. En una palabra, consideraba como perdido el tiempo que no podía dedicar al estudio.

Y esta frase de Plinio el Viejo (no hay libro malo del que no se pueda obtener algo bueno), rescatada por su sobrino, fue lo que vino inmediatamente a mi mente cuando leí la siguiente declaración de la recientemente fallecida activista política argentina Hebe de Bonafini.

Veamos la tal declaración:

  Antes de que fuera secuestrado mi hijo, yo era una mujer del montón, un ama de casa más. Yo no sabía muchas cosas. No me interesaban. La cuestión económica, la situación política de mi país me eran totalmente ajenas, indiferentes. Pero desde que desapareció mi hijo, el amor que sentía por él, el afán por buscarlo hasta encontrarlo, por rogar, por pedir, por exigir que me lo entregaran; el encuentro y el ansia compartida con otras madres que sentían igual anhelo que el mío, me han puesto en un mundo nuevo, me han hecho saber y valorar muchas cosas que no sabía y que antes no me interesaba saber. Ahora me voy dando cuenta que todas esas cosas de las que mucha gente todavía no se preocupa son importantísimas, porque de ellas depende el destino de un país entero; la felicidad o la desgracia de muchísimas familias. 
  Hebe de Bonafini en octubre de 1982, en una iglesia de Legazpi (Madrid).

¡He aquí la perla!

En cuanto al cubo de arena, basta con leer las restantes declaraciones de Bonafini…

 Y aquí se ve por qué de algo malo se puede obtener algo bueno, la declaración de Bonafini contiene una verdad de a puño en política que ya, para variar, nos había adelantado Platón: el precio por desentenderse de la política es el ser gobernado por los peores hombres.

O sea:

1.- Yo no sabía muchas cosas. No me interesaban. La cuestión económica, la situación política de mi país me eran totalmente ajenas, indiferentes.

2.- Ahora me voy dando cuenta que todas esas cosas de las que mucha gente todavía no se preocupa son importantísimas, porque de ellas depende el destino de un país entero; la felicidad o la desgracia de muchísimas familias.

Y la política es, estimados amigos, una de esas cosas de las que mucha gente no se ocupa. ¡Cuántas veces hemos escuchado, No, yo no me meto en política, no me interesa!

Y, justamente, de esa ignorada política depende la felicidad o la desgracia de muchísimas familias.

Ahora bien, estimados amigos, no solo escuchamos ¡no me interesa la política!, también escuchamos ¡yo conozco mis derechos!, lo cual es, claramente, una falacia, ¡muy pocos conocen sus derechos!

¡Y muchos menos conocen sus obligaciones!

Y aquí hemos llegado al meollo de la cuestión: Vivimos en una república (recordemos, del latín res publica = cosa pública) y nos encontramos con dos graves problemas:

1.- A muchos de los ciudadanos no les interesa la cosa pública (no me interesa la política, o sea, se desentienden del manejo del sistema dentro del cual viven.

2.- No conocen los derechos y las obligaciones que el manejo de la cosa pública otorga y exige.

Al respecto es aleccionador el ¿chiste? que ha circulado por las redes últimamente y que reproduzco a continuación:

 

O, también, el muchacho y la jujeña que viéramos en los videos de la nota De drogas, su consumo y consecuencias, del 31 de octubre de 2022. Ellos solo estaban preocupados por “que les dieran”, y nada más. Es más, el muchacho del video, ni trabajaba ni estudiaba.

  Ahora bien, en dicha nota, yo mencionaba que los primeros imperios de la historia no debieron preocuparse por ejercer el populismo puesto que el rey o emperador tenía el mando absoluto y la plebe no tenía derechos. Sin embargo, con el correr de los siglos la dicha plebe comenzó a adquirirlos y se transformó en una molestia para los gobernantes que ya no podían hacer lo que desearan sin dar explicaciones. Es así que, en el Imperio Romano, vemos florecer el más rancio populismo, ejemplificado por el famoso dictum panen et circenses, como hemos tenido oportunidad de discutir en estas páginas. 

  Y resulta que después de la Revolución Francesa, se inició un movimiento que culminó con la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Un documento elaborado por representantes de todas las regiones del mundo con diferentes antecedentes jurídicos y culturales, la Declaración fue proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, el 10 de diciembre de 1948 en su (Resolución 217 A (III)) como un ideal común para todos los pueblos y naciones. La Declaración establece, por primera vez, los derechos humanos fundamentales que deben protegerse en el mundo entero y ha sido traducida a más de 500 idiomas. La DUDH es ampliamente reconocida por haber inspirado y allanado el camino para la adopción de más de setenta tratados de derechos humanos, que se aplican hoy en día de manera permanente a nivel mundial y regional (todos contienen referencias a ella en sus preámbulos).

Parece muy atractivo, n’est-ce pas?

Pero, veamos algunos artículos en detalle, por ejemplo:

  Artículo 6.- La ley es la expresión de la voluntad general. Todos los ciudadanos tienen el derecho de participar personalmente o por medio de sus representantes en su formación. Debe ser la misma para todos, tanto si protege como si castiga. Todos los ciudadanos, al ser iguales ante ella, son igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según su capacidad y sin otra distinción que la de sus virtudes y la de sus talentos.

O sea que, como era dable esperar en una res publica, el ciudadano tiene derecho a participar en la confección de las leyes. Ahora, me pregunto, el muchacho del video que ni estudia ni trabaja, ¿con qué conocimientos, o con qué experiencia podría participar en la dicha confección?

Se podrá argüir que, si él no está capacitado, que lo haga su representante. De nuevo me pregunto, ¿se encuentra él capacitado para seleccionar a un representante? ¿pensará en el bien común al buscarlo, o solo votará por el que le promete subsidios?

El artículo dice, también: Todos los ciudadanos, al ser iguales ante ella, son igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según su capacidad y sin otra distinción que la de sus virtudes y la de sus talentos.

Nótese que el artículo prioriza a los que tienen “virtudes y talentos”. Ahora, ¿Qué virtudes o talentos puede exhibir una persona que no estudia ni trabaja y solo aspira a ser mantenido?

Veamos otro artículo:

  Artículo 14.- Todos los ciudadanos tienen el derecho de verificar por sí mismos o por sus representantes la necesidad de la contribución pública, de aceptarla libremente, de vigilar su empleo y de determinar la cuota, la base, la recaudación y la duración.

Verificar, vigilar, determinar, ¿puede encargarse de ello un cabeza de termo, como se ha dado en llamar, en Argentina, a las personas con poca capacidad de razonamiento?

Volviendo a lo que decía en la nota antes mencionada, Ramsés II, por ejemplo, no tenía que convencer a los egipcios de las medidas que tomaba. Su palabra era ley y el pueblo no tenía ninguna posibilidad de corregirla o siquiera debatirla. Dicho sea de paso y como dato de color, digamos que, para los egipcios, el faraón era un dios, ¿y cómo no creer que Ramsés II lo fuera si, en una época en la que la expectativa de vida era de unos 35 años él vivió 90, con unos 66 de reinado? ¡Claramente, para los egipcios fue un dios!

Pero, volviendo a lo nuestro: ¿Qué le importa a la jujeña del video de la tal nota que los políticos roben? O, incluso, que arruinen el país. Nada, mientras yo tenga, fue su respuesta.

En mayo, en el discurso que pronunció en la ceremonia de graduación de la Academia Naval de Estados Unidos, el presidente Biden contó lo que le dijo el presidente de China, Xi Jinping, al felicitarlo en 2020 por su victoria electoral: “Dijo que las democracias no se pueden sostener en el siglo XXI, que las autocracias gobernarán el mundo. ¿Por qué? Las cosas están cambiando muy rápidamente. Las democracias requieren consenso, y eso lleva tiempo, y no se tiene el tiempo”.

Pues, no estoy de acuerdo con Xi Jinping: El tema no pasa por lo del consenso que dice el chino. El tema pasa por el hecho de que las democracias requieren un sustrato de gente pensante, de gente preparada para ejercer los derechos que ella le brinda. 

  Veamos, que opinarían ustedes si, para decidir el tratamiento por obesidad de un paciente, llevamos a cabo una encuesta en una esquina importante de la ciudad donde vivimos, preguntando, a cada transeúnte, si al paciente debemos efectuarle un bypass gástrico o un tubo gástrico, para decidir, en función de lo más votado, qué hacer.

No creo que ustedes otorgaran mucho crédito al procedimiento. Sin embargo, llevamos a cabo una encuesta en escuelas de todo el país donde cada transeúnte decide cuál será la política a aplicar en el país en las distintas áreas de gobierno.

¿Esto quiere decir que solo deben votar los que tienen estudios?

Bueno, la respuesta a esta pregunta ya la traté en la nota de este blog del 31 de enero de 2022, titulada De conductores y conducidos. No voy a repetir aquí lo que allí decía para no hacer muy larga esta nota; pero los invito a leerla, si aún no lo han hecho.

Y, antes de finalizar, quiero dejar planteada la disyuntiva actual de la política:

1.- En general, el ciudadano no se preocupa por la cosa pública, no participa en el armado de su república, del lugar donde vive y del régimen bajo el cual vive.

2.- El político, entonces, sufre una severa tentación de aplicar regímenes populistas que dejen al ciudadano fuera del control de la república y a él, con las manos libres de hacer lo que desee.

3.- Un opción al punto número 2 es, por ejemplo, el sistema chino. Una autocracia que eleve al conductor a la categoría de faraón y al pueblo a la de una masa amorfa que solo está para ser conducida de la nariz.

Obsérvese que, tanto el punto 2 como el 3 reducen el rol del ciudadano a su mínima expresión. Y esto obedece a dos cosas:

1.- Al propio ciudadano que no participa y deja a otros la tarea de conducir, y

2.- A los gobiernos populistas o autocráticos que promueven la ignorancia y, en consecuencia, el crecimiento del punto 1.

¿Hay otras alternativas?

¡Si! Las encontrarán en la mencionada nota De conductores y conducidos.

Bien, así las cosas, me despido: ¡Hasta la próxima!


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