En esta nota y en la próxima, estimados amigos, deseo hacer honor al título de esta nota y realizar un estudio del populismo que nos muestre su estructura básica para que podamos reconocerlo donde quiera que se presente. Haré uso, para ello, de la vida y obra de uno de los tantos populistas que han poblado la faz de la Tierra. Me refiero al romano Publio Clodio, del siglo I antes de nuestra era.
La
fuente de la que he tomado la biografía de Publio Clodio es la National
Geographic Society.
PUBLIO
CLODIO
A mediados del siglo I a.n.e.., este político populista se ganó el favor de la empobrecida plebe y se rodeó de un poderoso ejército urbano que desató el terror en Roma. En una loca carrera por convertirse en amo y señor de la ciudad se enfrentó con los dos hombres más poderosos del momento, Julio César y Pompeyo Magno, llegando a enviar a su pandilla de matones a asesinar a Pompeyo.
Ya desde su juventud
Clodio destacó por sus infames hazañas, que le granjearon una cierta
reputación entre las clases más bajas de la ciudad. Su irreverencia y
atrevimiento lo convirtieron en una especie de noble renegado para el pueblo, y
por tanto afín a sus aspiraciones de conseguir una sociedad más justa.
El escándalo que le
permitió dar el salto a la fama fue la profanación de los ritos de la
Bona Dea. Estos estaban reservados a las mujeres de clase alta, pero con
ayuda de su hermana Clodio se infiltró en la ceremonia disfrazado de
flautista, sin embargo, el joven fue descubierto y echado a la calle. Esta
blasfemia causó una tremenda indignación entre los senadores, que lo
llevaron a los tribunales.
Durante el
proceso el famoso orador Marco Tulio Cicerón intervino en
contra de Clodio, tirando por los suelos su falsa coartada de que la noche
de los hechos no se encontraba en Roma. Si a eso añadimos que Cicerón justo
había rechazado la oferta de matrimonio de la hermana de Publio, resulta
comprensible que el amargado Publio jurara vengarse de él. Finalmente, el
disoluto patricio fue absuelto de toda culpa, gracias a los sobornos
repartidos entre el jurado por su protector Marco Licinio Craso.
Tras este suceso Clodio
intentó labrarse una carrera política pero sus escándalos y aventuras
le habían granjeado la enemistad del Senado, que cerró filas para impedirle
ascender en el escalafón. Sin embargo, aún le quedaba un camino alternativo:
renunciar a su apellido patricio para convertirse en plebeyo y poder así
acceder al Tribunado de la Plebe, magistratura en la que podría proponer
leyes para ganarse al pueblo y apoderarse de la ciudad. Siempre polémico,
Publio eligió a un hombre más joven que él para hacerle de “padre” adoptivo, y
se saltó la mayoría de requisitos legales ante la indignación de los senadores
más tradicionalistas.
TRIBUNO
DE LA PLEBE
Sabedor de que su
reputación no bastaría para atraerse a los votantes Clodio se alineó
con Cayo Julio César, quien necesitaba un tribuno que protegiera el
paquete de reformas que acababa de introducir mientras él se iba de campaña al
norte. Gracias al apoyo de César y los sobornos de Craso consiguió ser
elegido tribuno para el año 58 a.C.
Creados como
defensores del pueblo ante el Senado los tribunos se habían convertido en una
herramienta para manipular a la plebe en la lucha por el poder. Grabado
de Vecellio Cesare 1860.
Clodio pronto dio
muestras de su populismo radical. Primero compró al pueblo con la
entrega de grano gratuito a los ciudadanos pobres, medida inaudita y
ruinosa para el estado en un momento de subida de precios. Seguidamente, impulsó
en el Foro un paquete de medidas destinadas a coartar el poder del Senado.
Por un lado, impidió a los censores quitar el derecho de ciudadanía a nadie, y
por el otro negó a estos magistrados el derecho de expulsar a ningún senador de
la cámara, con lo que aseguraba su escaño ante futuras represalias de la élite.
Tras su
exitoso consulado del año 59 a.n.e. César marchó a la Galia para rehacer su
fortuna con la conquista de las actuales Suiza, Francia y Bélgica. Museos
Vaticanos.
Al mismo tiempo ofreció
al pueblo algo más de carnaza al anexionar a Roma por decreto la estratégica
isla de Chipre, con lo que engrandecía a su vez el Imperio y su propia
reputación. Finalmente, y a fin de consolidar el capital político que había
adquirido restauró los collegia, asociaciones populares que en
muchos casos eran la fachada legal de organizaciones criminales. Así tras
granjearse el favor de la plebe se rodeó de un poderoso ejército urbano con
el que controlar las votaciones futuras.
Mientras el demagogo
conquistaba al pueblo en el foro, otro movimiento similar ocurría en las altas
esferas de la política. Tres hombres (César, Pompeyo Magno y
Craso) se habían conjurado para hacerse con el control de la política,
uniendo sus recursos y popularidad para controlar votaciones y nombramientos.
Para no perder su recién adquirido poder el demagogo se alió con los nuevos
hombres fuertes de Roma, defendiéndolos de ataques políticos y proponiendo sus
leyes en la Asamblea. Así bloqueó los intentos senatoriales de derogar las
progresistas leyes de César, para luego enviar a Catón el Joven a
Chipre como su primer gobernador, privando a la oposición de su principal
líder.
VENGANZA
CONSUMADA
Tras convertirse en uno
de los principales agentes políticos de Roma Clodio pudo dedicarse a
acabar con Cicerón. Para ello llevó una nueva medida ante la asamblea
popular que condenaba al exilio a todo aquél que hubiera ejecutado a un
ciudadano romano sin juicio previo. Dado que el único caso reciente era
la sangrienta represión de la revuelta del patricio Lucio Sergio
Catilina, protagonizada por Cicerón, la medida era un ataque directo al
orador.
Para asegurarse de que
la ley saliera delante Clodio desplegó a sus matones, que zarandearon e
intimidaron a los ciudadanos durante toda la votación. Los otros tribunos
poco pudieron hacer al respecto, ya que su derecho al veto no servía de
nada frente a las dagas y garrotes de estos facinerosos a sueldo. De este
modo Cicerón fue condenado al exilio, y sus propiedades confiscadas y saqueadas
por la turba. Para echar sal en la herida Clodio convirtió la casa de
su enemigo en un tiempo a la diosa Libertad, convirtiéndola así en terreno
sagrado y público.
Ensombrecido
por los logros de César el prestigio de Pompeyo sufrió un nuevo revés cuando
fue sitiado en su propia casa por los matones de Clodio. Museo Arqueológico
Nacional Venecia.
Acosado por los
secuaces de Clodio Pompeyo se refugió en su casa, donde permaneció bajo asedio
durante meses. Allí creó su propia fuerza de choque callejera liderada
por uno de sus amigos, Tito Annio Milón. Las bandas de ambas facciones se
formaron con elementos muy heterogéneos: entre sus filas uno podía
encontrar esclavos, libertos, ciudadanos pobres o violentos y gladiadores,
que por su experiencia en combate solían ser los líderes de la cuadrilla.
Clodio se enfrentó a
continuación con César e intentó ilegalizar sus reformas con la excusa
de que iban contra la religión romana. Sin embargo y aunque se había
enemistado con dos de los triunviros, no mostró animadversión alguna hacia
Craso que seguía siendo su protector y financiero. De hecho, con Pompeyo
asediado y César luchando en la Galia,
Craso se convirtió ahora en el gobernante de facto de la ciudad, que controlaba
gracias a las bandas de Clodio.
EL
RETORNO DE CICERÓN
Decidido a recuperar su
prestigio Pompeyo acordó con César la rehabilitación de Cicerón. La
medida fue propuesta al pueblo, pero con las calles anegadas de sangre estaba
claro de que no se trataría de un proceso legislativo normal. Efectivamente, en
los días previos a la votación los esbirros de Clodio y Milón se enfrentaron
por el control del Foro. Las fuerzas de los triunviros lograron al fin la
victoria, y bajo su amenazadora mirada el pueblo votó a favor del
retorno del exiliado orador y de la restitución de su patrimonio, incluida
su casa que sería reconstruida con fondos públicos.
Agradecido, Cicerón
dedicó todos sus esfuerzos a la caída de Clodio. Por un lado, consiguió
que el Senado otorgara a Pompeyo el control de la distribución de grano durante
cinco años, y por el otro garantizó a César la inviolabilidad de sus
reformas. Al mismo tiempo arrinconó políticamente a Craso, castigándolo
por su traición y su apoyo al turbulento demagogo.
Naturalmente todas
estas medidas no hicieron sino acrecentar el odio que Publio sentía hacia
Cicerón, quien volvía a ser su peor enemigo en la lucha despiadada por el
poder. Así el orador tuvo que sufrir repetidos intentos de asesinato, la
interrupción de las obras de su casa por los facinerosos, y la quema de la
mansión de su hermano Quinto donde vivía temporalmente. Pese a ello el poder de
Clodio menguaba día a día, expulsado del Foro ya no podía influir en
las votaciones y además como su tribunado había llegado a su fin no
podía proponer nuevas leyes para conseguir capital político.
El golpe definitivo
llegó cuando Craso le retiró su apoyo, abandonando una causa perdida
para reconciliarse con César y Pompeyo, quienes lo recompensaron con
un mando extraordinario en la lejana provincia de Asia a fin de que probara
suerte contra los partos.
MUERTE DE UN DEMAGOGO
Aunque había caído en
desgracia Clodio mantuvo su lucha durante algunos años más, en los
que actuó como agente de la minoritaria oposición a los triunviros. Al ver
que la victoria por las armas no era factible, Publio intentó enjuiciar a
Milón con el ridículo pretexto de que era el responsable de iniciar la espiral
de violencia. A pesar de todo, el caso nunca llegó a los tribunales, dominados
por la influencia de Pompeyo y las amenazas de sus sicarios.
Muerte de Clodio a las afueras de Roma, Silvestre David Mirys
1809.
El
episodio final de la ajetreada vida de Clodio llegó el 18 de enero del 52 a.n.e. Ese
día, el populista político regresaba a Roma por la Vía Apia cuando se encontró
por casualidad con Milón. Los séquitos de ambos se enzarzaron
inmediatamente en una cruenta escaramuza, en el trans-curso de la cual un
lanzazo acertó a Publio. Al ver caer a su líder los esbirros del demagogo
huyeron y el antiguo tribuno fue rematado en el suelo, quizás por
el mismo Milón.
El
cadáver de Clodio fue llevado más tarde hasta su casa, donde su
histérica mujer Fulvia azuzó a lo que quedaba de sus seguidores para que lo
quemaran dentro de la Curia en la que se reunía el Senado. La muerte de
Publio se unía a la de Craso el año anterior, lo que dejaba la política romana
en manos dos hombres: César y Pompeyo, que se enfrentarían al cabo de pocos
años en una sangrienta guerra civil por el poder supremo.
Bien, como queda dicho, en
la próxima nota buscaremos los puntos en común que muestran todos los
populismos.
¡Hasta entonces!
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