domingo, 28 de agosto de 2022

Personajes bizarros de la historia.

 Bien, queridos amigos, hemos estado bastante ocupados con la consciencia (me siguen llegando requerimientos acerca de esas notas) de modo que es tiempo de hacer honor al título de este blog y cambiar de tema.

Y, repasando trabajos que realicé hace ya muchas lunas, me topé con uno que reclamó mi veleidosa atención: Se trata de la historia de una mujer cuyo nombre perdurará por siempre a la misma altura que la de un emperador romano aunque, quizás, por motivos non sanctos.

Su rostro, cuya reconstrucción artística vemos más abajo, era, a no dudarlo, el de una muy bella mujer. Su nombre, Valeria Mesalina (en latín: Valeria  Messalina) (25 d. C.-48 d. C.), la tercera esposa del emperador Claudio.

Fue célebre por su belleza y por las constantes infidelidades a su esposo, el emperador, con miembros de la nobleza romana, así como con soldados, actores, gladiadores y otros.

Mesalina tuvo gran influencia política en las decisiones que tomó su marido durante gran parte de su período como emperador; en este sentido, se le ha comparado con otro personaje de la historia romana, Livia.

Fue la hija del cónsul Marco Valerio Mesala Barbado Mesalino y de Domicia Lépida. Tuvo un hermano llamado Marco Valerio Mesala Corvino, que fue cónsul, y un medio hermano menor llamado Fausto Cornelio Sila Félix.

Sin embargo, pese a estar emparentada con la familia imperial, Mesalina no gozaba de la condición económica que debía tener: Su hogar estaba en decadencia, su padre no era un político prominente y su madre era una mujer poco virtuosa que había derrochado la fortuna familiar.

Al no poseer una dote digna de atraer a un funcionario de renombre, Mesalina tuvo que conformarse con aceptar el cortejo del hazmerreír de la corte, Claudio, el tío del entonces emperador Calígula, cuya atención había captado con su juventud y belleza. Ella decía amarlo y esto bastó para que Claudio, quien había tenido dos fracasos conyugales anteriores, reconsiderara su posición respecto al matrimonio.

Así pues, se arregló el enlace que, a ojos de su madre Domicia, era ventajoso para su familia, en lo cual no se equivocó, pues después de la caída de Calígula, Claudio fue proclamado emperador por la guardia pretoriana, de modo que Mesalina y los suyos recobraron su posición social. Con Claudio, Mesalina tuvo dos hijos: Octavia, futura esposa de Nerón, y Británico.

Cuenta la historia que al estrechar por primera vez la mano de Claudio, la notó blanda y pegajosa y después, llegado el momento de la intimidad, la joven esposa descubriría el resto de fealdades de su esposo: su prominente cabeza calva y su enorme barriga adiposa,… entre otras.

Pero, esto no es todo, apenas Claudio cae en un sueño profundo, Mesalina abandona el lecho y sale al jardín a respirar el aire de la noche, descubriendo allí a un joven esclavo llamado Ithamar, de origen sirio. Sin dudarlo, se aproxima a él, desabrocha su túnica, y se ofrece a las caricias del muchacho. Su noche de bodas había tenido, al final, algún sentido.

Así es, queridos amigos, nuestra heroína jamás se privó de disfrutar todos los placeres del sexo, destacando en sus correrías su predilección por lo que, después, se llamaría masoquismo.

En efecto, en el mismo palacio imperial, además de recibir y disfrutar de sus amantes del momento, gozaba con los azotes que recibía (y a veces propinaba) como estímulo para conseguir un aún más alto grado de climax sensual.

El nuevo emperador, por su parte, estaba ciegamente enamorado de su esposa, lo que permitió que se dejara manipular por ella. Mesalina se valió de este poder que ejercía sobre su consorte para lograr sus objetivos personales, que iban desde simples caprichos hasta ejecuciones.

Y fue entonces, queridos amigos, cuando se hallaba en la cima de su poder, que Mesalina dio rienda suelta a su condición de ninfómana. Según narra nuestro conocido, el poeta Décimo Junio Juvenal, llegó a prostituirse en el barrio de Suburra bajo el apodo griego de Lycisca (mujer-loba).

Detalla el poeta que: "Tan pronto como creía que su marido estaba dormido esta prostituta imperial vestía la capa que llevaba por las noches y salía de la casa acompañada de una esclava, puesto que prefería un lecho barato a la cama real". 

Y es que la ninfomanía de Mesalina es un tema que se ha tratado tanto en la literatura como en el arte. "Disimulaba su cabello negro con una peluca rubia y se dirigía al lupanar de tapicerías gastadas, donde tenía reservada una cámara. Entonces tomaba su puesto, desnuda y con sus pezones dorados, atendiendo al nombre de Lyscisca...", añadía Juvenal.

Y así llegamos a la anécdota más famosa de Mesalina. Según Plinio el Viejo, Mesalina, orgullosa de su legendaria lascivia, lanzó un reto al gremio de las prostitutas de Roma: Las instaba a participar en una competición, que ella organizaría en palacio, aprovechando la ausencia de su esposo, quien estaba en Britania.

Dicho desafío consistía en saber quién podía atender a más hombres en una noche. El certamen daría inicio al anochecer y, a él, asistirían muchos hombres importantes de la corte, además de otras damas a las cuales Mesalina había convencido de participar. Las prostitutas aceptaron el reto y enviaron a una representante, la prostituta más famosa de Roma, una siciliana llamada Escila, cuyo nombre era el mismo que el del monstruo femenino citado por Homero en La Odisea, el cual se tragaba enteros a los hombres que tripulaban los barcos que pasaban por el estrecho de Mesina, Italia. El apodo, obviamente, era una clara alusión a la capacidad sexual de la prostituta.

Aquella noche, después de haber sido poseída por 25 hombres, Escila se rindió y Mesalina salió victoriosa, pues superó la cifra al llegar al amanecer y seguir compitiendo. Según se dice, aun después de haber atendido a 70 hombres no se sentía satisfecha, llegando hasta la increíble cifra de 200 hombres. Cuando Mesalina pidió a Escila que regresara, esta se retiró diciendo: «Esta infeliz tiene las entrañas de hierro».

¡Es verdaderamente asombroso hasta qué extremo puede llegar el humano!

Ahora bien, desde su adolescencia, Mesalina estuvo enamorada de Cayo Apio Junio Silano, sin embargo, pese a sus múltiples insinuaciones este jamás le correspondería. Una vez convertida en emperatriz, Mesalina convenció a su esposo de hacer regresar a Silano a Roma desde Hispania, adonde había sido relegado por sus opiniones políticas. Para tenerlo más cerca aún, Mesalina persuadió a Claudio de casar a Silano con Domicia, la propia madre de la emperatriz. Aun así, su flamante padrastro no cedió, por lo que Mesalina, viéndose despreciada, tramó una conspiración que terminó en el año 42 con Silano ejecutado por traición.

Mesalina deseaba igualmente al actor Mnéster de lo que hablaremos más adelante; también envidiaba los magníficos jardines de Lúculo, propiedad de Décimo Valerio Asiático, así que, para satisfacer ambos caprichos, acusó falsamente a Popea de ser amante de Asiático; esta infamia provocaría el suicidio de los dos infelices y el logro de sus objetivos.

Sin intentar hacer una lista exhaustiva, he aquí algunos nombres de sus parejas sexuales: Narciso, por ejemplo, fue el amante de una sola noche, pero esas horas serían suficientes para que la Emperatriz se burlara de él y propagara ante todos su desdicha como macho, lo que provocaría en el aludido un odio casi eterno que tendría importancia en el futuro.

También se entregó a Lucio Vitelio, y tampoco le satisfizo por la excesiva humillación de este ante ella, idolatría que evidenciaba constantemente exhibiendo ante todo el mundo una sandalia usada por Mesalina colgada de su cuello que nunca se quitaba porque aquel calzado había ceñido uno de los pies de la emperatriz.

Se interesó asimismo por Palas (y se acostó con él) por una razón tan simple y evidente como la de que era administrador de las arcas del Imperio, puesto en el que había robado tanto, que era una de las mayores fortunas de Roma.

¿Les suena?

Y ya lanzada en el desenfreno, pasaron por sus brazos un forzudo jefe de gladiadores cuyo nombre no ha quedado en los anales; Vinicio, sobrino de su marido, el Emperador; Sabino, al que se aficionó por su hermosísima cabellera y sus penetrantes perfumes; además de varios desconocidos que gozaron de la Emperatriz por hechos tan inefables como tener unos ojos de un color irresistible, porque tenían las manos calientes, por estar cubiertos de vello en todo el cuerpo o, en fin, porque eran dueños de una piel lisa y suave como el terciopelo.

Tuvo relaciones con un atractivo joven llamado Tito, un absoluto capricho de la Emperatriz que se aficionó a sus encantos y su vigor de casi adolescente. Tenía quince años, pero ¡Ay, la juventud!, el favorecido de Mesalina resultó un jactancioso que se puso a propagar a los cuatro vientos sus aventuras amatorias con Mesalina.

La Emperatriz, avisada por su amiga la envenenadora Locusta, preparó la pócima que impediría al quinceañero llegar a la madurez.

Ahora bien, deseando rodear sus aventuras galantes de una más sólida discreción, recibía a sus visitantes en una casita de las afueras que aparentemente pertenecía a su sirvienta Livia.

Fue allí donde entró en contacto con aquel primer Mnéster, que ahora descubrió que no sentía una atracción excesiva por el sexo opuesto. Sin embargo, a Mesalina no le importó compartir con él la inauguración de la casita, asumiendo el desinterés que despertaba en su visitante, pero sonsacándole noticias y chismes sobre el sexo de los romanos, de lo cual estaba muy enterado el actor.

Aunque en una dirección diferente, Mnéster tenía fama de ser maestro en lascivias, y sería este compartido interés el que provocaría que dos seres opuestos y diferentes llegaran a ser grandes amigos y confidentes. Y, sobre todo, su nuevo amigo se convirtió muy pronto en proveedor exclusivo de carne joven para la Emperatriz que tenía la seguridad de que los envíos de Mnéster tenían garantías suficientes para satisfacer su apetito venéreo.

El escenario más frecuente de sus pecados era, sin dudas, la Suburra (el barrio más miserable y peligroso de Roma), excursiones y estancias en aquel lugar que escandalizaron incluso a sus contemporáneos y que fue una idea brillante más de su consejero de placeres, Mnéster, el actor.

Al caer la noche, la Emperatriz abandonaba el palacio y se dirigía, oculta por una peluca y los senos apenas cubiertos por panes de oro, a un conocido lupanar donde ocupaba un aposento y recibía a los clientes.

Estos la preferían, además de por su belleza, porque no exigía juventud ni apariencia y sí tan sólo potencia viril la tuviera quien la tuviera, aunque fuese un sucio mozo de caballos.

No dejó de recibir Mesalina a ninguno, y según el mismo Juvenal, cuando hubo de regresar a palacio se entristeció, al marcharse al lecho imperial aún insatisfecha.

No se ponen de acuerdo los historiadores sobre si la prostitución de la Emperatriz fue continua o excepcional.

Juvenal, Tácito y Josefo se apuntan a la primera, y Dion a la segunda.

Pero sea una u otra, parece que Mesalina recibió con agrado la idea de Mnéster porque ello le iba a proporcionar el honor de imitar a una reina que era su ídolo: Cleopatra.

La Reina egipcia, durante su estancia en Roma, había visitado también aquel barrio del vicio, adonde solía trasladarse, eso sí, del brazo de Marco Antonio, al que parecía gustarle el juego.

Orgullosa de su belleza y de su dominio total sobre el hombre, la esposa de Claudio decidió superar con creces a la desgraciada faraona, y saciar así de una vez el apetito voraz de su carne.

Una anécdota cuenta que en un amanecer en el que regresaba de sus aventuras de meretriz, saludó al entrar en palacio a un soldado de la guardia pretoriana que estaba de centinela preguntándole si sabía quién era ella.

El interrogado, sin reconocerla, contestó que, por la vestimenta, sería una prostituta de burdel. Mesalina asintió con la cabeza y preguntó al soldado cuánto dinero llevaba encima.

Al responderle el soldado que sólo dos óbolos, Mesalina dijo que era suficiente, entró en la garita, y coronó su último encuentro de la noche. Una vez con los dos óbolos en la faltriquera, los guardó en una cajita de oro en recuerdo de aquel breve pero intenso encuentro.

Ya en la pendiente resbaladiza de sus caprichos y en constante búsqueda de nuevas sensaciones, decidió un día casarse con algunos de sus amantes, por ejemplo, con Cayo Silio, un joven cónsul, apuesto y varonil, de familia patricia, del que estaba locamente enamorada.

Los nuevos esposos concibieron la idea de organizar un complot para asesinar a Claudio y coronar a Silio como nuevo emperador.

Pero, ¡Ay! ¡Nunca falta un buey corneta! Uno de los ayudantes del emperador se lo comunicó a Claudio que, viendo peligrar su corona organizó la represión, ordenando matar a los amantes de su mujer. Y el primero fue Silio

Mesalina, muerta de miedo, intentó ver a su esposo; estaba segura de que, si lo veía, éste se ablandaría y la volvería a perdonar, como siempre, pero se le adelantó el liberto Narciso, quien dio orden a la guardia en nombre del Emperador de acabar con la vida de Mesalina, era el año 48.

  También otros conspiradores fueron arrestados y sentenciados a muerte y ejecutado por orden del emperador.

Los escritores romanos, Juvenal en sus Sátiras (110-130 d.C.) y Tácito en sus Anales (ca. 150 d. C.), escribieron sobre ella tratándola como un fenómeno real, cuya escandalosa vida sexual obligó a su marido a matarla.

Claudio, debido a la humillación que había sufrido, tras su muerte decretó que el nombre y efigies de la que había sido su esposa fuesen retirados de todos los lugares públicos y privados en los que se le hacía alusión, por el alto rango que había ostentado.

Incluso ordenó a su guardia pretoriana que lo matara si se volvía a casar, promesa que no cumplió, ya que contrajo matrimonio con su sobrina Agripina la Menor, siendo este su último matrimonio. Esta conspiró en contra de los hijos de Mesalina; puso en duda (con sobrados motivos) la paternidad de Británico, siendo este desheredado en favor de Nerón, el hijo de Agripina, quien después de la muerte de Claudio lo sucedería como emperador.

En principio Mesalina era la forma femenina del nombre Mesala, pero debido a esta emperatriz romana y su fama, el nombre de Mesalina adquirió etimológicamente un nuevo significado: Llegó a representar la idea de mujer muy libidinosa, hasta ser usado como un sinónimo de prostituta, similar a adjetivos como «ramera» o «meretriz». Esto en alusión a las anécdotas de la legendaria lujuria que de ella se contaban.

Según el Diccionario de la Lengua Española (Real Academia Española): «Mesalina. (Por alus. a Mesalina, esposa de Claudio, emperador romano). f. Mujer poderosa o aristócrata y de costumbres disolutas».

 

Bien, hasta aquí nuestra historia de Mesalina que, como habrán podido apreciar, representa un extremo de la sexualidad humana. ¡Seguramente tendremos la oportunidad de hablar del otro extremo!

¡Ah! No quiero olvidarme de aclarar un punto que, a no dudarlo, habrá llamado la poderosa atención de muchos de ustedes, doctos amigos.

El adjetivo bizarro significa en español gallardo, valiente, en cambio, en inglés, significa raro, extraño. Ahora bien, dada la penetración cultural del macho alfa americano, los hisponoparlantes han comenzado a usarlo con la significación del inglés y la RAE (Real Academia Española de la lengua), rápidamente le ha agregado otra acepción al término que ahora, en español también significa raro, extraño.

Y, ahora sí, hasta la próxima!

 

Fuente Consultada: Los Seres Mas Crueles y Siniestros de la Historia de José M. López Ruiz

 

 

 

 

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