Bien, queridos amigos, hemos estado bastante ocupados con la consciencia (me siguen llegando requerimientos acerca de esas notas) de modo que es tiempo de hacer honor al título de este blog y cambiar de tema.
Y, repasando trabajos que realicé hace ya muchas
lunas, me topé con uno que reclamó mi veleidosa atención: Se trata de la
historia de una mujer cuyo nombre perdurará por siempre a la misma altura que
la de un emperador romano aunque, quizás, por motivos non sanctos.
Su rostro, cuya
reconstrucción artística vemos más abajo, era, a no dudarlo, el de una muy
bella mujer. Su nombre, Valeria Mesalina (en latín: Valeria Messalina)
(25 d. C.-48 d. C.), la tercera esposa del emperador
Claudio.
Fue célebre por su belleza y por las constantes infidelidades a su esposo, el emperador, con miembros de la nobleza romana, así como con soldados, actores, gladiadores y otros.
Mesalina tuvo gran influencia política en las
decisiones que tomó su marido durante gran parte de su período
como emperador; en este sentido, se le ha comparado con otro personaje de
la historia romana, Livia.
Fue la hija del cónsul Marco Valerio Mesala Barbado Mesalino y de Domicia Lépida. Tuvo un hermano llamado Marco Valerio Mesala Corvino, que fue cónsul, y un medio hermano menor llamado Fausto Cornelio Sila Félix.
Sin embargo, pese a estar emparentada con la
familia imperial, Mesalina no gozaba de la condición económica que debía tener:
Su hogar estaba en decadencia, su padre no era un político prominente y su
madre era una mujer poco virtuosa que había derrochado la fortuna familiar.
Al no poseer una dote digna de atraer a un
funcionario de renombre, Mesalina tuvo que conformarse con aceptar el cortejo
del hazmerreír de la corte, Claudio, el tío del entonces emperador Calígula, cuya atención había captado con su juventud y
belleza. Ella decía amarlo y esto bastó para que Claudio, quien había tenido
dos fracasos conyugales anteriores, reconsiderara su posición respecto al
matrimonio.
Así pues, se arregló el enlace que, a ojos de su
madre Domicia, era ventajoso para su familia, en lo cual no se equivocó, pues
después de la caída de Calígula, Claudio fue proclamado emperador por la
guardia pretoriana, de modo que Mesalina y los suyos recobraron su posición
social. Con Claudio, Mesalina tuvo dos hijos: Octavia, futura esposa de Nerón,
y Británico.
Cuenta la historia que al estrechar por primera vez la mano de
Claudio, la notó blanda y pegajosa y después, llegado el momento de la
intimidad, la joven esposa descubriría el resto de fealdades de su esposo: su
prominente cabeza calva y su enorme barriga adiposa,… entre otras.
Pero, esto no es todo, apenas Claudio cae en un sueño profundo, Mesalina abandona
el lecho y sale al jardín a respirar el aire de la noche, descubriendo allí a
un joven esclavo llamado Ithamar,
de origen sirio. Sin dudarlo, se aproxima a él, desabrocha su túnica, y se
ofrece a las caricias del muchacho. Su noche de bodas había tenido, al final,
algún sentido.
Así es, queridos amigos, nuestra heroína jamás se privó de disfrutar
todos los placeres del sexo, destacando en sus correrías su predilección por lo
que, después, se llamaría masoquismo.
En efecto, en el mismo palacio imperial, además de recibir y
disfrutar de sus amantes del momento, gozaba con los azotes que recibía (y a
veces propinaba) como estímulo para conseguir un aún más alto grado de climax
sensual.
El nuevo emperador, por su parte, estaba
ciegamente enamorado de su esposa, lo que permitió que se dejara manipular por
ella. Mesalina se valió de este poder que ejercía sobre su consorte para lograr
sus objetivos personales, que iban desde simples caprichos hasta ejecuciones.
Y fue entonces, queridos amigos, cuando se hallaba
en la cima de su poder, que Mesalina dio rienda suelta a su condición de ninfómana.
Según narra nuestro conocido, el poeta Décimo Junio Juvenal, llegó a prostituirse en
el barrio de Suburra bajo el apodo griego de Lycisca (mujer-loba).
Detalla el poeta que:
"Tan pronto como creía que su marido estaba dormido esta prostituta
imperial vestía la capa que llevaba por las noches y salía de la casa
acompañada de una esclava, puesto que prefería un lecho barato a la cama real".
Y es que la ninfomanía
de Mesalina es un tema que se ha tratado tanto en la literatura como en el
arte. "Disimulaba su cabello negro con una peluca rubia y se dirigía al
lupanar de tapicerías gastadas, donde tenía reservada una cámara. Entonces tomaba su puesto, desnuda y con sus pezones dorados,
atendiendo al nombre de Lyscisca...", añadía Juvenal.
Y así llegamos a la anécdota más famosa de
Mesalina. Según Plinio el Viejo, Mesalina, orgullosa de su legendaria
lascivia, lanzó un reto al gremio de las prostitutas de Roma: Las instaba a
participar en una competición, que ella organizaría en palacio, aprovechando la
ausencia de su esposo, quien estaba en Britania.
Dicho desafío consistía en saber quién podía
atender a más hombres en una noche. El certamen daría inicio al anochecer y, a
él, asistirían muchos hombres importantes de la corte, además de otras damas a
las cuales Mesalina había convencido de participar. Las prostitutas aceptaron
el reto y enviaron a una representante, la prostituta más famosa de Roma, una
siciliana llamada Escila, cuyo nombre era el mismo que el
del monstruo femenino citado por Homero en La Odisea, el
cual se tragaba enteros a los hombres que tripulaban los barcos que pasaban por
el estrecho de Mesina, Italia. El apodo, obviamente, era una clara alusión a la
capacidad sexual de la prostituta.
Aquella noche, después de haber sido poseída por 25
hombres, Escila se rindió y Mesalina salió victoriosa, pues superó la cifra al
llegar al amanecer y seguir compitiendo. Según se dice, aun después de haber
atendido a 70 hombres no se sentía satisfecha, llegando hasta la increíble cifra
de 200 hombres. Cuando Mesalina pidió a Escila que regresara, esta se retiró
diciendo: «Esta infeliz tiene las entrañas de hierro».
¡Es verdaderamente asombroso hasta qué extremo
puede llegar el humano!
Ahora bien, desde su adolescencia, Mesalina estuvo
enamorada de Cayo Apio Junio Silano, sin embargo, pese a sus múltiples
insinuaciones este jamás le correspondería. Una vez convertida en emperatriz,
Mesalina convenció a su esposo de hacer regresar a Silano a Roma desde Hispania, adonde había sido relegado
por sus opiniones políticas. Para tenerlo más cerca aún, Mesalina persuadió a
Claudio de casar a Silano con Domicia, la propia madre de la emperatriz. Aun
así, su flamante padrastro no cedió, por lo que Mesalina, viéndose despreciada,
tramó una conspiración que terminó en el año 42 con Silano ejecutado por
traición.
Mesalina deseaba igualmente al actor Mnéster de lo que hablaremos más adelante; también
envidiaba los magníficos jardines de Lúculo, propiedad de Décimo Valerio Asiático, así que, para satisfacer
ambos caprichos, acusó falsamente a Popea de ser amante de Asiático; esta
infamia provocaría el suicidio de los dos infelices y el logro de sus
objetivos.
Sin intentar hacer una lista exhaustiva, he aquí algunos nombres
de sus parejas sexuales: Narciso, por
ejemplo, fue el amante de una sola noche, pero esas horas serían suficientes
para que la Emperatriz se burlara de él y propagara ante todos su desdicha como
macho, lo que provocaría en el aludido un odio casi eterno que tendría
importancia en el futuro.
También se entregó a Lucio Vitelio, y
tampoco le satisfizo por la excesiva humillación de este ante ella, idolatría
que evidenciaba constantemente exhibiendo ante todo el mundo una sandalia usada
por Mesalina colgada
de su cuello que nunca se quitaba porque aquel calzado había ceñido uno de los
pies de la emperatriz.
Se interesó asimismo por Palas (y
se acostó con él) por una razón tan simple y evidente como la de que era
administrador de las arcas del Imperio, puesto en el que había robado tanto,
que era una de las mayores fortunas de Roma.
¿Les suena?
Y ya lanzada en el desenfreno, pasaron por sus brazos un forzudo
jefe de gladiadores cuyo nombre no ha quedado en los anales; Vinicio, sobrino de su marido, el
Emperador; Sabino, al que se
aficionó por su hermosísima cabellera y sus penetrantes perfumes; además
de varios desconocidos que gozaron de la Emperatriz por hechos tan inefables
como tener unos ojos de un color irresistible, porque tenían las manos
calientes, por estar cubiertos de vello en todo el cuerpo o, en fin, porque eran
dueños de una piel lisa y suave como el terciopelo.
Tuvo relaciones con un atractivo joven llamado Tito, un absoluto capricho de la Emperatriz que
se aficionó a sus encantos y su vigor de casi adolescente. Tenía quince años,
pero ¡Ay, la juventud!, el favorecido de Mesalina resultó un jactancioso
que se puso a propagar a los cuatro vientos sus aventuras amatorias con Mesalina.
La Emperatriz, avisada por su amiga la envenenadora Locusta,
preparó la pócima que impediría al quinceañero llegar a la madurez.
Ahora bien, deseando rodear sus aventuras galantes de una más sólida
discreción, recibía a sus visitantes en una casita de las afueras que
aparentemente pertenecía a su sirvienta Livia.
Fue allí donde entró en contacto con aquel primer Mnéster, que ahora descubrió que no sentía una
atracción excesiva por el sexo opuesto. Sin embargo, a Mesalina no le
importó compartir con él la inauguración de la casita, asumiendo el desinterés
que despertaba en su visitante, pero sonsacándole noticias y chismes sobre el sexo
de los romanos, de lo cual estaba muy enterado el actor.
Aunque en una dirección diferente, Mnéster tenía fama de
ser maestro en lascivias, y sería este compartido interés el que provocaría que
dos seres opuestos y diferentes llegaran a ser grandes amigos y confidentes. Y,
sobre todo, su nuevo amigo se convirtió muy pronto en proveedor exclusivo de
carne joven para la Emperatriz que tenía la seguridad de que los envíos de Mnéster tenían garantías suficientes para satisfacer su apetito venéreo.
El escenario más frecuente de sus pecados era, sin dudas, la Suburra (el barrio más miserable y
peligroso de Roma), excursiones y estancias en aquel lugar que escandalizaron
incluso a sus contemporáneos y que fue una idea brillante más de su consejero
de placeres, Mnéster, el actor.
Al caer la noche, la Emperatriz abandonaba el palacio y se
dirigía, oculta por una peluca y los senos apenas cubiertos por panes de oro, a
un conocido lupanar donde ocupaba un aposento y recibía a los clientes.
Estos la preferían, además de por su belleza, porque no exigía
juventud ni apariencia y sí tan sólo potencia viril la tuviera quien la tuviera,
aunque fuese un sucio mozo de caballos.
No dejó de recibir Mesalina a ninguno, y según el mismo Juvenal,
cuando hubo de regresar a palacio se entristeció, al marcharse al lecho
imperial aún insatisfecha.
No se ponen de acuerdo los historiadores sobre si la prostitución
de la Emperatriz fue continua o excepcional.
Juvenal, Tácito y Josefo se apuntan a la primera, y Dion a la
segunda.
Pero sea una u otra, parece que Mesalina recibió
con agrado la idea de Mnéster porque ello le iba a proporcionar el honor
de imitar a una reina que era su ídolo: Cleopatra.
La Reina egipcia, durante su estancia en Roma, había visitado
también aquel barrio del vicio, adonde solía trasladarse, eso sí, del brazo
de Marco Antonio, al que parecía gustarle el juego.
Orgullosa de su belleza y de su dominio total sobre el hombre, la
esposa de Claudio decidió superar con creces a la desgraciada faraona, y saciar
así de una vez el apetito voraz de su carne.
Una anécdota cuenta que en un amanecer en el que regresaba de sus
aventuras de meretriz, saludó al entrar en palacio a un soldado de la guardia
pretoriana que estaba de centinela preguntándole si sabía quién era ella.
El interrogado, sin reconocerla, contestó que, por la vestimenta,
sería una prostituta de burdel. Mesalina asintió con la cabeza y preguntó al
soldado cuánto dinero llevaba encima.
Al responderle el soldado que sólo dos óbolos, Mesalina dijo
que era suficiente, entró en la garita, y coronó su último encuentro de la
noche. Una vez con los dos óbolos en la faltriquera, los guardó en una cajita
de oro en recuerdo de aquel breve pero intenso encuentro.
Ya en la pendiente resbaladiza de sus caprichos y en constante
búsqueda de nuevas sensaciones, decidió un día casarse con algunos de sus
amantes, por ejemplo, con Cayo Silio, un joven cónsul, apuesto y varonil,
de familia patricia, del que estaba locamente enamorada.
Los nuevos esposos concibieron la idea de organizar un complot
para asesinar a Claudio y coronar a Silio como nuevo emperador.
Pero, ¡Ay! ¡Nunca falta un buey corneta! Uno de los ayudantes del
emperador se lo comunicó a Claudio que, viendo peligrar su corona organizó la
represión, ordenando matar a los amantes de su mujer. Y el primero fue Silio.
Mesalina, muerta de miedo, intentó ver a su esposo; estaba segura
de que, si lo veía, éste se ablandaría y la volvería a perdonar, como siempre,
pero se le adelantó el liberto Narciso, quien dio orden a la guardia en nombre
del Emperador de acabar con la vida de Mesalina, era el año 48.
Los escritores romanos,
Juvenal en sus Sátiras (110-130 d.C.) y Tácito en
sus Anales (ca. 150 d. C.), escribieron sobre ella tratándola como un
fenómeno real, cuya escandalosa vida sexual obligó a su marido a matarla.
Claudio, debido a la humillación que había
sufrido, tras su muerte decretó que el nombre y efigies de la que había sido su
esposa fuesen retirados de todos los lugares públicos y privados en los que se
le hacía alusión, por el alto rango que había ostentado.
Incluso ordenó a su guardia pretoriana que
lo matara si se volvía a casar, promesa que no cumplió, ya que contrajo
matrimonio con su sobrina Agripina la Menor, siendo este su último
matrimonio. Esta conspiró en contra de los hijos de Mesalina; puso en duda (con
sobrados motivos) la paternidad de Británico, siendo este desheredado en favor
de Nerón, el hijo de Agripina, quien después de la muerte de Claudio lo
sucedería como emperador.
En principio Mesalina era la forma femenina del
nombre Mesala, pero debido a esta emperatriz romana y su fama, el nombre de
Mesalina adquirió etimológicamente un
nuevo significado: Llegó a representar la idea de mujer muy libidinosa, hasta
ser usado como un sinónimo de prostituta, similar a adjetivos como «ramera» o «meretriz».
Esto en alusión a las anécdotas de la legendaria lujuria que
de ella se contaban.
Según el Diccionario de la Lengua Española (Real
Academia Española): «Mesalina. (Por alus. a Mesalina, esposa de Claudio,
emperador romano). f. Mujer poderosa o aristócrata y de costumbres disolutas».
Bien, hasta aquí nuestra historia de Mesalina que,
como habrán podido apreciar, representa un extremo de la sexualidad humana.
¡Seguramente tendremos la oportunidad de hablar del otro extremo!
¡Ah! No quiero olvidarme de aclarar un punto que, a no dudarlo, habrá llamado la poderosa atención de muchos de ustedes, doctos amigos.
El adjetivo bizarro significa en español gallardo, valiente, en cambio, en inglés, significa raro, extraño. Ahora bien, dada la penetración cultural del macho alfa americano, los hisponoparlantes han comenzado a usarlo con la significación del inglés y la RAE (Real Academia Española de la lengua), rápidamente le ha agregado otra acepción al término que ahora, en español también significa raro, extraño.
Y, ahora sí, hasta la próxima!
Fuente Consultada: Los Seres Mas Crueles y
Siniestros de la Historia de José M. López Ruiz
No hay comentarios:
Publicar un comentario