domingo, 15 de mayo de 2022

Punto de encuentro. T01 – E03

¡Buenas noches, queridos amigos de Punto de Encuentro!

Nos encontramos nuevamente, en el marco de nuestro programa, para charlar hoy de dos personas, un hombre y una mujer, que, con distinta fortuna, atravesaron una experiencia que, por su similitud, los transformó, inmediatamente, en habitantes de Punto de Encuentro.

Comencemos por la mujer: Nació en Alemania el 14 de octubre de 1906, aunque, más tarde, se nacionalizo estadounidense. De religión judía fue una escritora dedicada a la filosofía y a la política.

Su Alemania natal cayó bajo el régimen nazi, con la consiguiente privación de derechos y persecución de los judíos, a partir de 1933. Esto le acarreó un breve encarcelamiento ese mismo año, convenciéndola de que era oportuno emigrar. El régimen nacionalsocialista le retiró la nacionalidad en 1937, transformándola en una apátrida, hasta que consiguió la nacionalidad estadounidense en 1951.

Trabajó, entre otras cosas, como periodista y maestra de escuela superior. Publicó obras importantes sobre filosofía política, pero rechazaba ser clasificada como «filósofa» y también se distanciaba del término «filosofía política»: Prefería que sus publicaciones fueran clasificadas dentro de la «teoría política». En cuanto a las formas de gobierno, descreía de la democracia representativa y prefería un sistema de consejos o formas de democracia directa.

Sus obras abarcan discusiones críticas de filósofos como Sócrates, Platón, Aristóteles, Immanuel Kant, Martin Heidegger y Karl Jaspers, además de representantes importantes de la filosofía política moderna como Maquiavelo y Montesquieu.

A la edad de 47 años, en 1953, consiguió una cátedra temporal en el Brooklyn College de Nueva York, en parte gracias al éxito conseguido en EE. UU. Por un libro suyo sobre el totalitarismo. En Nueva York trabajó, junto con otros, por la fundación del Leo Baeck Institut, un centro de documentación e investigación de la historia de los judíos de habla alemana.



Nuestro hombre, Otto Adolf, por su parte, también era alemán, nacido en Solingen, el 19 de marzo también del año de 1906. Fue el mayor de cinco hijos en una familia protestante calvinista.​ Sus padres fueron Adolf Karl, un contable, y Maria (nacida con el apellido Schefferling), ama de casa.​ El padre se trasladó a Linz, Austria, en 1913 tomar un puesto como gerente comercial de la Compañía de Tranvías y Electricidad de Linz y su familia se trasladó con él un año después. Después de la muerte de María en 1916, Adolf Karl se casó con María Zawrzel, una protestante devota con dos hijos.

Otto fue a la escuela estatal secundaria (Staatsoberrealschule) Kaiser Franz Joseph en Linz, el mismo instituto al que Adolf Hitler había asistido 17 años antes.​ Tocaba el violín y participó en deportes y clubes, incluyendo un grupo de artesanos y exploradores Wandervogel que incluía a algunos muchachos mayores que eran miembros de varias milicias derechistas.​ Su bajo rendimiento escolar dio lugar a que su padre lo retirara de la "Realschule" y lo inscribiera en la universidad vocacional "Höhere Bundeslehranstalt für Elektrotechnik, Maschinenbau und Hochbau".​ Se fue sin obtener un título y se unió a la nueva empresa de su padre, la Compañía Minera de Untersberg, donde trabajó durante varios meses.​ De 1925 a 1927 trabajó como empleado de ventas para la compañía de radio Oberösterreichische Elektrobau AG. Posteriormente, entre 1927 y comienzos de 1933, trabajó en la Alta Austria y en Salzburgo como agente de distrito para la Compañía Petrolera Vacuum AG. ​​

Durante esta época, se unió a la Jungfrontkämpfervereinigung, la sección juvenil de la Hermann Hiltl, un movimiento de veteranos de derechas, y empezó a leer periódicos publicados por el Partido Nazi (NSDAP).​ En la ideología del partido estaba la República de Weimar en Alemania, el rechazo de los términos del Tratado de Versalles, el antisemitismo radical y el antibolchevismo.​ Prometían un gobierno central fuerte, incrementar el Lebensraum (espacio vital) para los pueblos germánicos, la formación de una comunidad basada en la raza y la limpieza racial mediante la activa supresión de los judíos, que serían despojados de su ciudadanía y de sus derechos civiles.

Por consejo del amigo de la familia y líder local de las SS, Otto se unió a la rama austríaca del Partido Nazi el 1 de abril de 1932.​ Su membresía en las SS fue confirmada siete meses después.​ Su regimiento era SS-Standarte 37, responsable de proteger la sede del partido en Linz y proteger a los oradores del partido en las manifestaciones, que a menudo se volvían violentas. Otto realizaba actividades del partido en Linz los fines de semana mientras continuaba en su puesto en la empresa Vacuum en Salzburgo. ​

Unos meses después de la toma del poder nazi en Alemania en enero de 1933, Otto perdió su trabajo debido a los recortes de personal en Vacuum. El partido nazi fue prohibido en Austria aproximadamente al mismo tiempo. Estos eventos fueron factores en su decisión de regresar a Alemania.

La Alemania nazi usó la violencia y la presión económica para animar a los judíos a dejar Alemania por propia voluntad;​ 250,000 de los 437,000 judíos del país emigraron entre 1933 y 1939.​ Otto viajó a la Palestina bajo mandato británico con su superior Herbert Hagen en 1937 para evaluar la posibilidad de que los judíos de Alemania emigrasen voluntariamente a ese país, desembarcando con credenciales de prensa falsas en Haifa, desde donde viajaron a El Cairo en Egipto. Allí se encontraron con Feival Polkes, un agente de la Haganá, con quien no pudieron llegar a un acuerdo.​ Polkes sugirió que se debería permitir que más judíos se fueran bajo los términos del Acuerdo Haavara, pero Hagen se negó, suponiendo que una fuerte presencia judía en Palestina podría conducir a la fundación de un estado independiente, lo que sería contrario a la política del Reich.



Alcanzando el rango de Obersturmbannführer de las Schutzstaffel (SS), fue fichado por Reinhard Heydrich por su facilidad en el manejo de la logística de la deportación en masa de los judíos a los guetos y campos de exterminio en los países del este de Europa ocupados por los nazis durante la guerra. 

Con el tiempo, Otto alcanzó el rango de coronel de las SS y estuvo a cargo de la logística de envío de judíos a los campos de concentración.

Estimo que muchos de ustedes habrán colegido que Otto era Adolf Eichmann y efectivamente, estimados amigos, era él: Otto Adolf Eichmann. ¿Y nuestra mujer filósofa? Pues ella era Hannah Arendt, nacida Johanna Arendt.
¿Y cuál pudo haber sido el punto de encuentro de estos dos personajes?

Pues, para descubrirlo, debemos seguir un poco la historia de Eichmann. Finalizada la guerra, y luego de varias peripecias, Adolf Eichmann vino a dar con sus huesos a una Argentina germanófila que, en época de Juan Perón, lo acogió a él y a varios fugitivos nazis.

En este país se mantuvo, bajo la falsa identidad de Ricardo Klement, hasta 1960, año en que un grupo de agentes del Mossad lo secuestró y lo trasladó solapadamente hasta Israel donde fue llevado a juicio por crímenes contra la humanidad.

¿Y quién asistió persistentemente a las sesiones del tribunal?

Si, efectivamente, Hannah Arendt.

Y así pues, mis queridos amigos, queda claro cuál es el punto de encuentro de estas dos personalidades.

A partir de esta fugaz coincidencia en el espacio-tiempo, los destinos de Arendt y Eichmann divergieron grandemente:

Eichmann alegó en su defensa que todas sus acciones respondían a la obediencia debida a sus superiores y que estos se aprovecharon de esta circunstancia. Sin embargo, el jurado lo declaró culpable de genocidio.

La sentencia, dictada el 15 de diciembre de 1961, lo condenó a morir en la horca por crímenes contra la Humanidad. Este juicio también está considerado como la gran causa judicial del Estado de Israel. La sentencia se cumplió la madrugada del 31 de mayo de 1962 en la prisión de Ramla.

Por su parte, la filósofa Hannah Arendt hizo un ya clásico estudio del personaje y sus obras a raíz del juicio, titulado Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. En él defiende que el hombre que pasaba por ser el mayor asesino de Europa no era ningún "genio del mal", trazando en ese texto la tesis de la banalidad del mal. Defiende que lo preocupante de la existencia del mal entre nosotros es que cualquier hombre, en determinadas circunstancias, puede reaccionar como Eichmann y realizar actos tremendamente malvados e inhumanos porque cree que es «su obligación» o «su trabajo». Señaló, además, que las acciones de Eichmann bien pudieron haber sido fruto de la subordinación de la cual es víctima un individuo dentro de un régimen totalitario.

Sin embargo, aunque algunos vieron en sus palabras una justificación de las acciones de Eichmann, Arendt no defiende la inocencia del acusado ni cuestiona la condena a muerte final; más bien cree que el planteamiento por el cual Eichmann fue presentado por la Fiscalía como un supervillano no obedecía a la verdad, sino más bien a intereses personales de los acusadores (crear un "caso estrella"), políticos (mostrar al mundo que el Estado de Israel, excluido de los Juicios de Núremberg, podía también juzgar a sus verdugos) y sobre todo sociales (un Israel que había ganado en el campo de batalla cierta seguridad militar, estaba pasando por una cierta crisis existencial y necesitaba un punto en torno al cual pudieran unirse las nuevas generaciones postHolocausto).

Hannah Arendt creía, sin embargo, que Eichmann merecía la condena a muerte, pero no por haber organizado ningún plan maestro, o por haber participado físicamente en la muerte de judíos, sino por no haberse opuesto a los crímenes y por haber colaborado eficientemente en el exterminio, incluso excediendo las órdenes de sus superiores directos.

Si los jueces hubieran absuelto libremente a Eichmann de estas acusaciones, estrechamente relacionadas con los espeluznantes relatos de los innumerables testigos que ante ellos comparecieron, no por ello hubieran llegado a un fallo distinto con respecto a la culpabilidad del acusado, quien, en modo alguno, hubiera escapado a la pena capital.
Hanna Arendt

Por último, digamos que Arendt vivió hasta los 69 años y murió en Nueva York, el 4 de diciembre de 1975.

Soy Martín Ignacio NIEVA y esto fue: Punto de Encuentro.
¡Hasta nuestro próximo episodio!

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