domingo, 1 de mayo de 2022

Ciencias Políticas

 Supongamos, estimados amigos, que asistimos a un turno con el cardiólogo. Mientras el hombre nos toma los datos, se establece un diálogo entre ambos y, en un momento dado, le preguntamos de que universidad es egresado con el título de médico. El hombre nos contesta que, en realidad, él no es médico, es escribano. Como se dice en italiano: C’è qualcosa che non va!

Asombrados, le preguntamos que cómo entonces desempaña la función de médico. Muy suelto de cuerpo, nuestro hombre nos contesta que lo hace porque siempre le gustó la cardiología y ha leído bastante al respecto…

Creo no equivocarme mucho al pensar que casi inmediatamente abandonaríamos su “consultorio”.

Y qué tal si asistimos a un estudio de abogados por un caso que nos atañe y nos atiende un profesional que se presenta y nos invita a que narremos el motivo que nos lleva a consultarlo. Mientras charlamos, vemos un diploma de cocinero, emitido por la prestigiosa academia Le cordon bleu, colgando primorosamente de la pared. Con una sonrisa comentamos que, ya que está exhibido el diploma de cocinero, ¿Dónde está el de abogado? Muy suelto de cuerpo, nuestro hombre nos contesta que, en realidad, él es cocinero, no abogado.

Creo no equivocarme mucho al pensar que casi inmediatamente abandonaríamos su “estudio”.

Y ustedes se preguntarán: ¿A qué viene este introito?

Pues, viene a lo siguiente: En una sociedad donde, por ejemplo, para sacar la licencia de conducir hay que hacerse exámenes y rendir una prueba de manejo, no existe cosa similar para algo mucho más importante como es ser legislador de la nación e, incluso, presidente. ¡Cualquiera puede serlo! Así es como hemos tenido en la Cámara de Diputados de la Nación a un Herminio Iglesias, de infausta memoria. Por poner solo un ejemplo.

Y esta, queridos amigos, es otra diferencia que explica el fracaso de la democracia, cuyo análisis iniciáramos en la nota anterior.

Y hay que aclarar algo importante: Alguien podría argüir que, si en la democracia de las ciudades estado griegas, cualquier ciudadano de más de veinte años podía ocupar cargos de gobierno, por qué no podría hoy ser lo mismo. La respuesta es simple, pero categórica: Porque los problemas que aquejan a una sociedad moderna son enormemente más complejos que aquellos que debían enfrentar los griegos de hace dos mil trecientos años. Y, es claro que, problemas más complejos exigen actores más preparados. Ya no basta la buena voluntad de querer solucionar problemas. Es necesario tener los conocimientos de cómo hacerlo.

Esto (y la corrupción) explica por qué los legisladores, en Argentina, tienen un promedio de 20 asesores cada uno (con el consiguiente gasto para el estado): ¡Porque no tienen los conocimientos necesarios para desempeñar sus funciones!

¿Y entonces? ¿Qué proponés vos Martín?

Yo propongo que, al igual que en el caso de la licencia de conducir, quien desee seguir la carrera política con ambiciones de ocupar cargos como legislador, ministro, presidente, etc., deba aprobar un curso previo de, podríamos llamarlo, Ciencias Políticas, donde deberá cursar materias tales como Economía, Geopolítica, Educación, Salud Pública, Mecánica de las Instituciones Políticas, etc. El curso se podría dar en los propios partidos políticos que proponen al candidato, pero la evaluación será independiente, a cargo de un organismo a designar.

Por supuesto que no se pretende que el candidato se convierta en un economista, por ejemplo. Pero, sí que tenga el background suficiente como para saber de qué se está hablando y poder opinar y discutir al respecto.


Por más argentinos que seamos, es hora de comprender que no cualquiera sirve para cualquier cosa…

Ustedes, ¿Qué opinan?

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Del odio entre clanes

En 1945, el general Dwight D. Eisenhower, comandante supremo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, al encontrar a las víctimas de los...