Supongamos, estimados amigos, que asistimos a un turno con el cardiólogo. Mientras el hombre nos toma los datos, se establece un diálogo entre ambos y, en un momento dado, le preguntamos de que universidad es egresado con el título de médico. El hombre nos contesta que, en realidad, él no es médico, es escribano. Como se dice en italiano: C’è qualcosa che non va!
Asombrados, le
preguntamos que cómo entonces desempaña la función de médico. Muy suelto de
cuerpo, nuestro hombre nos contesta que lo hace porque siempre le gustó la
cardiología y ha leído bastante al respecto…
Creo no equivocarme
mucho al pensar que casi inmediatamente abandonaríamos su “consultorio”.
Y qué tal si asistimos
a un estudio de abogados por un caso que nos atañe y nos atiende un profesional
que se presenta y nos invita a que narremos el motivo que nos lleva a
consultarlo. Mientras charlamos, vemos un diploma de cocinero, emitido por la
prestigiosa academia Le cordon bleu, colgando primorosamente de la pared.
Con una sonrisa comentamos que, ya que está exhibido el diploma de cocinero,
¿Dónde está el de abogado? Muy suelto de cuerpo, nuestro hombre nos contesta
que, en realidad, él es cocinero, no abogado.
Creo no equivocarme
mucho al pensar que casi inmediatamente abandonaríamos su “estudio”.
Y ustedes se
preguntarán: ¿A qué viene este introito?
Pues, viene a lo
siguiente: En una sociedad donde, por ejemplo, para sacar la licencia de
conducir hay que hacerse exámenes y rendir una prueba de manejo, no existe cosa
similar para algo mucho más importante como es ser legislador de la nación e,
incluso, presidente. ¡Cualquiera puede serlo! Así es como hemos tenido en la
Cámara de Diputados de la Nación a un Herminio Iglesias, de infausta memoria.
Por poner solo un ejemplo.
Y esta, queridos
amigos, es otra diferencia que explica el fracaso de la democracia, cuyo
análisis iniciáramos en la nota anterior.
Y hay que aclarar algo
importante: Alguien podría argüir que, si en la democracia de las ciudades
estado griegas, cualquier ciudadano de más de veinte años podía ocupar cargos
de gobierno, por qué no podría hoy ser lo mismo. La respuesta es simple, pero
categórica: Porque los problemas que aquejan a una sociedad moderna son
enormemente más complejos que aquellos que debían enfrentar los griegos de hace
dos mil trecientos años. Y, es claro que, problemas más complejos exigen
actores más preparados. Ya no basta la buena voluntad de querer solucionar
problemas. Es necesario tener los conocimientos de cómo hacerlo.
Esto (y la corrupción)
explica por qué los legisladores, en Argentina, tienen un promedio de 20
asesores cada uno (con el consiguiente gasto para el estado): ¡Porque no tienen
los conocimientos necesarios para desempeñar sus funciones!
¿Y entonces? ¿Qué
proponés vos Martín?
Yo propongo que, al
igual que en el caso de la licencia de conducir, quien desee seguir la carrera
política con ambiciones de ocupar cargos como legislador, ministro, presidente,
etc., deba aprobar un curso previo de, podríamos llamarlo, Ciencias Políticas,
donde deberá cursar materias tales como Economía, Geopolítica, Educación, Salud
Pública, Mecánica de las Instituciones Políticas, etc. El curso se podría dar
en los propios partidos políticos que proponen al candidato, pero la evaluación
será independiente, a cargo de un organismo a designar.
Por supuesto que no se
pretende que el candidato se convierta en un economista, por ejemplo. Pero, sí
que tenga el background suficiente como para saber de qué se está
hablando y poder opinar y discutir al respecto.
Por más argentinos que seamos, es hora de comprender que no cualquiera sirve para cualquier cosa…
Ustedes, ¿Qué opinan?
No hay comentarios:
Publicar un comentario