domingo, 24 de abril de 2022

Del fracaso de la democracia

¿Fracaso de la democracia? ¿Es que acaso ha fracasado? ¿Se puede afirmar tal cosa?

Bueno, en realidad, desde aquella prístina democracia griega a las actuales, ciertamente los inconvenientes han ido apareciendo en este sistema de gobierno hasta llegar a sugerir el mentado fracaso.

Pero, para entender cuáles son las causas que han conspirado contra un buen funcionamiento de la democracia, consideremos los siguientes factores:

1.- La democracia original, la de las ciudades-estado griegas, se daba en territorios pequeños con una reducida cantidad de habitantes. Por ejemplo, Atenas, cuyo gobierno es especialmente importante, en parte porque es el mejor conocido, pero, sobre todo, porque fue objeto de especial atención por uno de los más grandes filósofos griegos. Atenas, digo, era, aproximadamente, del tamaño de la ciudad de San Luis, en Argentina y contaba con unos trescientos mil habitantes en su época de esplendor. Tal organización de un pequeño territorio dominado por una sola ciudad era típica de la ciudad-estado.

Por el contrario, las democracias actuales rigen, típicamente, sobre territorios mucho más vastos, con poblaciones mucho mayores.

Téngase en cuenta, además, que la población de Atenas se hallaba dividida en tres estamentos política y jurídicamente distintos. En el grado más bajo de la escala social se encontraban los esclavos. Recordemos que, la esclavitud era una institución ampliamente aceptada en el mundo antiguo. Alrededor de una tercera parte de los habitantes de Atenas eran esclavos y se debe notar que, políticamente, no contaban en la ciudad-estado.

Por encima de los esclavos se encontraba la clase de los extranjeros residentes en Atenas. Eran los llamados metecos. Está claro que, en un polo comercial como era Atenas, no deben haber sido pocos. Los metecos eran hombres libres y no se los discriminaba. Sin embargo, no participaban en la vida política de la ciudad. Es interesante el hecho de que la residencia permanente en la ciudad-estado, aún por varias generaciones, no los hacía salir de su condición de metecos.

Por último, encontramos la clase de los ciudadanos. Estos eran considerados miembros de la polis, lo que les confería el derecho a tomar parte en su vida política. Pero, lo que se debe resaltar es que, para un griego, la ciudadanía significaba siempre la participación en la vida política de la ciudad. Por lo pronto, y dejando de lado otros cargos posibles, todo ciudadano varón formaba la asamblea o ecclesia, a la que tenía derecho a asistir a partir de sus veinte años. Esta asamblea se reunía, en forma ordinaria o extraordinaria, para tratar asuntos de importancia pública.

De modo que, si descontamos a los esclavos, metecos, mujeres y varones menores de veinte años, llegamos a la conclusión de que Atenas tenía una asamblea de unos cincuenta mil hombres. Algo bastante diferente a los millones que tiene cualquier democracia moderna y que llevó a la aparición de la así llamada “democracia representativa” en lugar de la democracia directa de los griegos.

Este es un primer motivo para entender por qué las democracias actuales no son comparables a aquella que les dio origen.

Se me podrá decir que hoy existe el plebiscito, que es una forma de constituir una asamblea. Más considerando el uso de Internet que facilita grandemente las cosas. Pero, aquí es donde aparece el segundo problema.

2.- Al no inculcarle al ciudadano el orgullo, la necesidad y la obligatoriedad de su participación en la gestión de la cosa pública (la Res Pûblica de los romanos) sucede que este se va apartando de dicha gestión con excusas tales como: A mí, no me interesa la política, o bien, la política no es para mí. Y así, el ciudadano no ocupa el puesto que debe en la sociedad y lo deja en manos de otros, quizás más ambiciosos. La dura sentencia de Platón condena esa conducta:

"El precio de desentenderse de la política,
es el ser gobernado por los peores hombres".
Platón.

Hay que entender que la Res Pûblica es de todos, nos atañe a todos y, por lo tanto, no ocuparse de ella es como no ocuparse de la casa de uno, de las finanzas de uno, de la familia, etc.

Y en este Universo, estimados amigos, el lugar que algo o alguien no ocupa es ocupado por otro algo u otro alguien. Y siguiendo este hilo de pensamiento, terminamos en la sentencia de Platón.

Y así llegamos al tercer problema de la democracia. Al cáncer de la democracia: El populismo.

3.- El populismo no es otra cosa que la droga con la que se embrutece al votante que elige a los representantes del pueblo de modo tal que vote al que provee la droga, indefinidamente.

Esto no es nuevo, ya alrededor del año 100 de nuestra era el agudo pensador y poeta latino Juvenal, en su Sátira X, criticaba duramente a sus conciudadanos romanos por haber olvidado su derecho (y su deber) de nacimiento a involucrarse en la política diciéndoles que, en lugar de ello, preferían panem et circenses («pan y espectáculos del circo»).

El que ostenta el poder pretende conservarlo indefinidamente y “compra” los votos (y las voluntades) de los votantes otorgándoles, a cambio, estrictamente pan, como hacían los romanos que repartían una o dos hogazas de pan (la llamada annona) todos los días y diversión con los juegos de circo o sus equivalentes.

Por ejemplo, el gobierno de Néstor Kirchner, en Argentina, repartía la annona no de pan, sino de subsidios monetarios y los juegos de circo que fue distribuir gratis el programa televisivo Fútbol para todos, que, hasta entonces, era pago.

Una grave y mortal metástasis del populismo es que le conviene que sus votantes se encuentren lo más embrutecidos posible, de modo que no sean capaces de elaborar ningún planteamiento ni ninguna amenaza. Para ello, reducen o suprimen o banalizan la educación. El populista no quiere votantes cultos. Viene a cuento de ello la siguiente historia:


Dijo el Maestro:
- El secreto de la vida es este, muchacho: La vaca no da leche.
- ¿Qué dices, maestro?, preguntó incrédulo el muchacho.
- Como lo oyes, hijo. La vaca no da leche, hay que ordeñarla. Hay que levantarse a las 4 de la mañana, ir al campo, caminar por el corral lleno de excrementos, atar la cola y las patas de la vaca, sentarse en el banquito, colocar el balde y hacer los movimientos adecuados.
Este es el secreto de la vida: La vaca, la cabra o la llama no dan leche. Las ordeñas o no tienes leche.
Hay toda una generación que piensa que las vacas dan la leche. Que las cosas son automáticas, fáciles y gratis: Deseo, pido y obtengo. Pero, la realidad es que la felicidad es el resultado del esfuerzo y que la ausencia de esfuerzo genera frustración e ignorancia.

“Os daré todo fácil, gratis y sin esfuerzo y os transformaré en frustrados e ignorantes esclavos”.

Quizás sea tiempo, queridos amigos, de pensar en sistemas alternativos a la democracia o, como planteé en la nota De conductores y conducidos, de educar al ciudadano para la participación en la gestión de la Res Pûblica.

Por último, para los que lo deseen, transcribo la Sátira X de Juvenal donde, además de la frase panem et circenses, se encontrarán ustedes con otra frase famosa: Mens sana in corpore sano. ¡Un pensador recomendable Juvenal!



Sátira X

Pocos son capaces de apartar la niebla del error y distinguir entre los bienes verdaderos y sus opuestos. Pues, ¿qué tememos o deseamos juiciosamente? ¿Qué concibes con tan buen pie que no te arrepientas del intento o del deseo realizado? Los dioses han echado por tierra casas enteras al atender las plegarias de sus propios dueños. Pedimos lo que nos hará daño en la vida civil, lo que nos hará daño en la militar; para muchos es mortal un copioso torrente de palabras y su propia elocuencia; y hubo quien murió confiado en sus fuerzas y en sus admirables músculos; pero a muchos más los ahoga el dinero amontonado con excesivo celo. […] Y así, en tiempos funestos y por orden de Nerón, una cohorte completa puso cerco a la casa de Longino y a los extensos jardines del riquísimo Séneca y asedió la excelsa mansión de los Lateranos […]. Aunque al ponerte en camino de noche lleves solo unos pocos vasitos de plata pura, tendrás miedo de la espada y la pértiga y te echarás a temblar cuando se mueva la sombra de una caña a la luz de la luna […]. Las peticiones de riqueza son casi siempre las primeras y las más conocidas en todos los templos: que aumenten los caudales, que nuestra arca sea la más grande de todo el foro. […]

Entonces, ¿es superfluo o dañino lo que pedimos?

[…] A algunos los precipita a la ruina el poder sujeto a gran envidia, los hunde una larga y distinguida hoja de servicios. Sus estatuas bajan del pedestal y van tras la cuerda, luego, hasta a las ruedas de los carros las golpea y rompe el hacha y a los caballos que no tienen ninguna culpa les quiebran las patas. Ya crepitan las llamas, ya al soplo de los fuelles arde en el horno la cabeza venerada por el pueblo y cruje un Sejano enorme, luego, del rostro que fue el segundo en el mundo entero se hacen ollas, fuentes, sartenes, orinales. […] A Sejano lo arrastran con un garfio para que lo vea todo el mundo, todos se alegran. «¡Qué hocicos, qué cara tenía! Si quieres creerme, nunca me gustó este individuo. Pero, ¿bajo qué acusación ha caído? ¿Quién ha sido el delator? […]». Pero ¿qué hace la chusma de Remo? Le sigue la corriente a la Fortuna, como siempre, y odia a los condenados. […] Hace ya tiempo, desde que no le vendemos los votos a nadie, el pueblo se ha deshecho de preocupaciones; pues el que en otro tiempo otorgaba el mando, las fasces, las legiones, todo, ahora se aguanta y solo desea con ansia dos cosas, pan y juegos de circo. […] Seguro que quieres lanzas, cohortes, jinetes distinguidos y un cuartel en casa; ¿por qué no desear todo esto? Incluso quienes no quieren matar a nadie quieren poder hacerlo, pero ¿qué distinciones y prosperidad valen tanto cuando la medida de las desgracias iguala a las alegrías? ¿Qué preferirías? ¿Tomar la praetexta de este que van arrastrando o ser una autoridad de Fidenas y Gabios y dictar justicia sobre las medidas, romper unos jarros más pequeños de lo justo como edil zarraspastroso en la despoblada Ulubras? Reconoces, entonces, que Sejano no supo qué era lo que había que codiciar; pues quien codiciaba honores excesivos y pedía excesivas riquezas estaba levantando las numerosas plantas de una elevada torre, desde donde más grande sería la caída y enorme el batacazo del vertiginoso hundimiento. ¿Qué fue lo que derribó a los Crasos, a los Pompeyos y a aquel que puso bajo su látigo a los quirites domados? Sin duda su elevada posición, buscada con todo tipo de medios, y sus grandes ambiciones escuchadas por dioses malignos. […]

[…] Es mucho más grande la sed de fama que la de virtud. Pues ¿quién abraza la virtud en sí si le quitan los premios? Sin embargo, alguna vez la gloria de unos pocos ha aplastado a la patria, y el afán de elogios y de honores que graba en las lápidas guardianas de sus cenizas […] puesto que también a los propios sepulcros les ha sido asignado un fatal destino. […] Solo la muerte pone de manifiesto qué poca cosa son los cuerpecitos de los hombres.

[…] «Dame larga vida, Júpiter, dame muchos años». Esto pides con semblante saludable, solo esto pides también con el macilento pero ¡de cuántos y cuán persistentes males está llena una larga vejez! Contempla, ante todo, el rostro deformado y horrible, tan diferente del que fue, un pellejo deforme y las mejillas fláccidas donde antes hubo piel […]. Muchas son las diferencias entre los jóvenes, aquel es más guapo que este y de rasgos diferentes, este es mucho más fuerte que aquel. Uno solo es el aspecto de los viejos: les tiemblan la voz y los miembros y tienen la cabeza ya calva y las narices mojadas como las de los niños. […]. Aquel anda delicado de la espalda; este, de los riñones; este otro, de la rabadilla; aquel otro ha perdido los dos ojos y envidia a los tuertos; los labios pálidos de este otro reciben la comida de dedos ajenos y por su parte él, que solía sonreír a la vista de la comida, solo la abre como un polluelo de golondrina, hacia el que vuela con el pico lleno su madre en ayunas. Pero peor que cualquier pérdida de facultades físicas es la demencia, que ni recuerda los nombres de los esclavos ni reconoce la cara del amigo con el que cenó la noche anterior ni a los hijos que ha engendrado, a los que ha educado.

Cuando ve un templo de Venus, una madre ansiosa pide belleza para sus hijos con plegaria a media voz, en voz más alta la pide para sus hijas hasta llegar a las más refinadas peticiones. […]. Por otra parte, un hijo de cuerpo distinguido tiene siempre a sus padres atormentados e inquietos: hasta tal punto es rara la alianza de la belleza y el pudor.

[…] «Entonces, ¿no van a pedir nada los hombres?». Si quieres un consejo, deja a los propios dioses ponderar qué nos conviene y es útil a nuestros intereses; pues, en vez de las cosas más agradables, los dioses nos darán las más apropiadas. Más quieren ellos al hombre que este a sí mismo. Nosotros, llevados por el impulso de nuestros espíritus y por un ciego y desmedido deseo, les pedimos el matrimonio y el parto de nuestra esposa, pero ellos saben cómo van a ser los hijos y la esposa. De todas formas, en caso de que les pidas algo y les ofrendes en un pequeño santuario las vísceras y los divinos sesos de un blanco lechoncillo, debes rogar que te concedan una mente sana en un cuerpo sano. Pide un espíritu fuerte libre del miedo a la muerte, que ponga el último estadio de la vida entre los regalos de la naturaleza, que pueda soportar cualquier tipo de fatigas, que no sepa encolerizarse, que nada anhele y que considere las penas y los crueles trabajos de Hércules mejores que el placer del amor, los banquetes y las plumas de Sardanapalo. Te indico lo que tú puedes darte a ti mismo; ciertamente la única senda a una vida tranquila se abre a través de la virtud. Si la sensatez existiera, tú no tienes ningún poder divino: nosotros, Fortuna, nosotros te hacemos diosa y te colocamos en el cielo.

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