domingo, 9 de enero de 2022

Los últimos días de Enrico Caruso

 

Siempre me gustó la traducción. La tarea de buscar la forma en que el texto traducido refleje fielmente el original y de la manera más elegante posible. Recuerdo que una de mis primeras traducciones, del inglés en este caso (también las he hecho del francés), se trató de un libro de programación de la Empresa Digital Co. Y también muy temprano en mi andar traductor se sitúa esta otra traducción de la que quiero hablarles. Integraba yo por aquel entonces (década del 70), el Coro Universitario de Mendoza y un día le comenté a la preparadora vocal del coro (y excelente cantante lírica), Fenicia Malgiolo de Cangemi, que estaba leyendo un libro, en inglés, que incluía un capítulo sobre Enrico Caruso. La Pepa (así llamábamos a Fenicia) me aleonó para que lo tradujera y así, joven y con ínfulas, me aboqué a la tarea. El libro era 13 famosos pacientes del médico Noah Daniel Fabricant. Al cabo de un lapso del que no recuerdo la duración, tuve lista la traducción. Recuerdo la fruición con que lo leyó la Pepa y su agradecimiento por mi labor.
Luego, las arenas del tiempo fueron cubriendo el episodio y, finalmente, no recordé más el tema. Pasaron décadas y, hace no muchos días, revisando papeles viejos, ¡Oh, sorpresa! ¡Apareció el original de la traducción (escrita en una Lexicon 80 y de la que di a Pepa una copia al carbónico)! Contento con el regreso del hijo pródigo decidí que, además de los diez bueyes que sacrifiqué para festejarlo, sería oportuno remozar la traducción y compartirla con todos ustedes (que no han podido asistir a los bueyes). De modo que aquí la tienen, ¡Disfrútenla!




La fama de Enrico Caruso, el más grande tenor dramático de las primeras dos décadas del siglo XX, creció durante su vida hasta tan grandes alturas que incluso aquellos que sabían muy poco de ópera conocían su nombre. Hoy, más de un siglo después de su muerte, Caruso continúa deleitando a los amantes de la música de todo el mundo gracias a la rica herencia de sus registros fonográficos.

Caruso 1873 - 1921

Mucha gente cree todavía que cuando Caruso sangró por la boca, durante su actuación del 11 de diciembre de 1920, fue debido a un incipiente cáncer localizado en su laringe, lengua o pulmones. Esta fue, inclusive, la errónea culminación del argumento del filme El gran Caruso, de hace varios años. La realidad, en cuanto a los hechos médicos concierne, es que la enfermedad final de Caruso y su muerte difieren grandemente de la leyenda popular.

Enrico Caruso nació en Italia el 27 de febrero de 1873. Fue un hombre saludable la mayor parte de su vida. Un hombre simple y pacífico. Medía alrededor de 1,75 metros y pesaba 80 kilos; peso que disminuía alrededor de 1,5 kilos después de cada actuación. En lo que hace a sus hábitos personales, se puede acotar que Caruso era un empedernido fumador de cigarrillos egipcios, no así, en cambio, de mucho comer. Ya en la ópera, tenía por costumbre cambiar de camisa en los entreactos, aprovechando esas oportunidades para perfumarse con agua de colonia. La noche anterior a cantar bebía alrededor de media botella de magnesia potenciada Henri disuelta en agua, antes de retirarse a dormir sus ocho horas habituales.

En forma rutinaria todas las mañanas, alrededor de las nueve, su valet le preparaba un baño de sales y disponía lo necesario para las acostumbradas inhalaciones de vapor que diariamente realizaba Caruso. Su joven esposa americana Dorothy comentaba: Enrico no cantaba durante su baño. Luego de su inhalación, que le ocupaba cerca de media hora, fijaba un espejo contra la ventana, abría ampliamente la boca e introducía un espejo de dentista bien adentro de su garganta para poder examinar sus cuerdas vocales. Si las encontraba enrojecidas las trataba con una solución especial. Por problemas de nariz o garganta Enrico se hacía tratar por el médico Holbrock Curtis, pero de sus cuerdas vocales siempre se hizo cargo él mismo.

Sigue el comentario de la Sra. Caruso: Siempre se dijo que Caruso no se ponía nervioso antes de una actuación. Esto es absolutamente falso pues siempre se ponía extremadamente nervioso y no trataba de disimularlo, incluso solía decir “Claro que estoy nervioso. Cada vez que tengo que actuar siento como si alguien estuviera acechándome para destruirme y debo luchar como un toro para mantenerme. El artista que alardea de no estar nunca nervioso no es un artista, es un mentiroso o un tonto”.

En septiembre de 1919 estaba programada la aparición de Caruso en la ciudad de Méjico, para una temporada de ópera, cobrando la más alta remuneración hasta ese momento pagada a un artista, 15.000 dólares la actuación. Su esposa no lo acompañó porque estaba embarazada. Caruso sufría desde hacía varios años fuertes dolores de cabeza que, en Méjico se tornaron más violentos. Puede verse lo penoso que eran en las cartas que escribió a su esposa en ese período. Estas cartas, siempre mal escritas, son una mezcla de ternura y humor. En una de ellas, escrita el 22 de septiembre de 1919, dice: Luego de terminar de escribir esta tarde tuve más entrevistas con el empresario, señor Rivera, hasta las ocho. A esa hora me encontraba muy cansado y mi cabeza me daba bastantes problemas por lo que me excusé y me retiré a mi dormitorio. Una vez allí me tomé tres aspirinas con un vaso de leche, tras lo cual pude dormir. Los dolores de cabeza continuaron acosando a Caruso, el 26 de septiembre de 1919, escribía: Queridísima Doro, ¡Qué día el de hoy! ¡Ni siquiera tus dos telegramas fueron capaces de aliviar mi dolor! ¡Es terrible! No sé qué es lo que puedo hacer. Tengo miedo que algo me pueda suceder pues realmente me duele mucho. Imagínate que durante la noche tuve la idea de cortarme la cabeza y desangrarme. No sé si este dolor tan fuerte es debido al clima o a que estoy inficionado del tren. Nunca fue como ahora. El dolor es continuo y nada parece aliviarlo. Mi vida es tan regular que no veo razones para estar en tan malas condiciones. De modo que, si me siento mejor, cantaré; si no, no.

El riesgo ocupacional de los cantantes, la laringitis, es una permanente amenaza para el artista que persiste en la tradición teatral de que el espectáculo debe continuar. Forzar la voz a través de la laringe inflamada y congestionada exacerba la condición y puede incluso obligar al cantante a adoptar una técnica artificial que puede, a su cez, distorsionar el patrón vocal. Otra de las cosas que puede causar estragos en un cantante es la ansiedad, el estado de inquietud, ya que desbarata el ritmo respiratorio, tensa las cuerdas vocales y seca las membranas mucosas de las que depende la calidad de la voz. Así las cosas, es fácil entender el estado de ánimo de Caruso cuando, el 9 de octubre de 1919, le escribió a su esposa: Anoche, en el ensayo, no pude sacar bien ningún sonido y esta mañana, antes del aseo, cuando miré mis cuerdas las encontré muy rojas. ¡Puedes imaginarte mi estado de nervios! Luego de tomar un baño volví a la cama y dormí, no muy plácidamente, hasta las doce... Volví a mirar mi garganta para ver si la medicación que me había administrado había sido efectiva y sí, las cuerdas estaban un poco mejor.

Durante el resto del mes, Caruso continuó refiriéndose al estado de su salud. Las cartas a su mujer enfatizan su angustia. Así, el 16 de octubre, decía: ¡Ah Doro mia[1]! No sé qué es lo que puedo hacer. Tengo miedo. No quiero permanecer más tiempo en este país. Quiero morir en tu compañía. Lloro por mi sufrimiento y porque te hago sufrir a ti. ¿Por qué debo sufrir este castigo si no hago nada malo? Me encuentro aquí, pálido y sin aliento, como los muertos. Dos veces he sido atacado por esta desgracia. Pocos días después escribía: ...fui al teatro en muy malas condiciones. Una vez allí, aquieté un poco mis nervios, pero el dolor seguía en mi nuca.

El siguiente día, 19 de octubre, continúa Caruso: Estoy en cama, sufriendo, desde que te dejé anoche. El dolor me ha atacado toda la noche, cariño, y esta mañana creí que me volvía loco. Hace tres días que estoy sufriendo terriblemente y nada es bueno para aliviarme... ¡Imagínate con qué espíritu iré a cantar Sansón dentro de dos horas! Sin aliento, con un nudo en el estómago y todos los nervios del cuello y nariz atacados. En la coronilla siento como si hubiera un incendio permanente. Mis ojos están hinchados... ¡Ah, mi Dios! ¿Qué es lo que he hecho? Ciertamente esto es un castigo. Esa noche Caruso cantó Sansón en el Teatro Toreo. Se había puesto bálsamo de Benjuí en la nariz y se había restregado con él la cabeza y el cuello, luego de lo cual, sin probar la voz, fue a cantar. Para su gran sorpresa todo fue perfecto hasta el final.

A fines de abril de 1920, Caruso partió para Cuba para una temporada de dos meses en La Habana. Su esposa no pudo acompañarlo pues la pequeña hija del matrimonio era muy pequeña para viajar. En las siguientes semanas, las cartas de Caruso a su esposa relataban las dificultades que fue enfrentando en La Habana. Escasamente dormía pues el calor era agobiante y, por primera vez en su vida se vio afectado por un dolor de muelas. En una ocasión le había dicho a su esposa: Sansón era fuerte por sus cabellos, yo lo soy por mis dientes. Cuando uno de ellos caiga, yo caeré con él y Caruso habrá terminado. La observación fue profética.

En el otoño de 1920 Caruso encaraba la temporada de ópera considerablemente cansado. Había llevado a cabo una de las giras más largas y duras, en el lapso de un mes había estado en Montreal, Toronto, Chicago, Saint Paul, Denver, Omaha, Tulsa, Fort Worth, Charlotte y Norfolk. En camino de Montreal a Toronto contrajo un resfrío que lo afectó a todo lo largo de la gira. El 9 de octubre de 1920 escribió a su esposa desde Denver: Ha sido realmente desafortunado comenzar la gira con este terrible resfrío. Lo siento en mi pecho y pienso que tardará bastante en irse.

Caruso regresó sumamente cansado a Nueva York a fines de octubre. La gira había resultado más pesada de lo que él había calculado y, para colmo, su infección respiratoria, en lugar de desaparecer, le había tomado el pecho. Esta condición lo mantenía despierto por las noches por lo que, finalmente, decidió consultar a su médico. No sé quién recomendó a este Dr. H, comenta la señora de Caruso, Enrico había consultado a neurólogos, quiroprácticos y osteópatas, incluso a simples practicantes, pero todos habían fallado en descubrir la causa de sus dolores de cabeza. Por alguna razón particular, pensó que el Dr. H tendría éxito.

La señora de Caruso dudaba seriamente de los conocimientos y honestidad del Dr. H., Lo había visto, el año anterior, dar tratamientos ridículos a Enrico para los dolores de cabeza. Lo recostaba sobre una mesa metálica y colocaba sobre su estómago platos de zinc que llevaban por encima bolsas de arena. Luego hacía circular una corriente eléctrica por los platos, afirmando que el movimiento espasmódico de las bolsas iba a eliminar la gordura y a curar los dolores de cabeza. A continuación, lo sometía a un tratamiento de deshidratación, al cabo del cual había perdido algunos cientos de gramos que recuperaba rápidamente al llegar a casa con sólo beber un poco de agua. Desde luego que sus dolores de cabeza continuaron. Dado que no lo había prevenido al buscar a este médico no dije nada de mi escepticismo, ni protesté cuando un crudo día del mes de noviembre partió para verlo y recibir, por un catarro de pecho, el mismo tratamiento que para un dolor de cabeza.

A principios de diciembre, Caruso sufrió un fuerte enfriamiento mientras paseaba por el parque. Insistió en ir a ver a su médico antes de regresar a su casa; éste le prescribió el mismo tratamiento que para el dolor de cabeza. Así, con los poros abiertos, Caruso volvió al helado aire invernal. Esa noche empezó a quejarse de un dolor sordo en el costado izquierdo del pecho a la vez que comenzó a toser. Para la siguiente semana estaba programada Pagliacci y, aun cuando su tos aumentaba día a día, Caruso insistió en cantar. Cuando cantó el la agudo del aria Vesti la giubba, su voz se quebró. Entonces, mientras se retiraba vacilante por bambalinas, se bajó la cortina y se interrumpió la representación. Es el dolor en mi costado, explicó Caruso. Cuando llegó el Dr. H., lo fajó a la altura del pecho con una cinta adhesiva mientras indicaba: Nada serio, es sólo un pequeño ataque de neuralgia intercostal. Ahora puede continuar.

Tres días más tarde, Caruso apareció en L’elisir d’amore, en la Academia de Música de Brooklyn. Su médico le había dicho que estaba en condiciones para cantar. Antes de la actuación, la señora de Caruso notó que el agua que su marido usaba para enjuagarse la boca tenía un color rosado y se iba tornando cada vez más roja. Durante la primer aria comenzaron a aparecer manchas rojas, brillantes, de sangre en la pechera de su camisa. Desde bambalinas, un ayudante le alcanzó una toalla, Caruso la tomó, limpió sus labios y siguió cantando. Varias toallas le fueron pasadas, pero, finalmente, cuando completó el aria, la perfomance tuvo que ser abandonada. Mientras tanto, el Dr. H. explicó que se ha roto una pequeña vena en la base de la lengua. Por primera vez en su vida, Caruso no protestó cuando la audiencia fue despachada.

Al día siguiente, al sentirse mejor, Caruso rehusó permanecer en la cama. Su médico insistía aun en que no era nada, salvo una neuralgia intercostal y, para aliviarle el dolor, agregó más cinta adhesiva al vendaje del pecho. Los días 13 y 16 de diciembre, aun embutido en un corset de cinta adhesiva tan duro como una cota de malla, el tenor regresó a sus actuaciones. El 21 de diciembre tenía que cantar nuevamente L’Elisir, pero esa mañana el dolor fue tan agudo que la propia señora de Caruso mandó a buscar al Dr. H. Éste cambió las cintas adhesivas y les aseguró a los Caruso que con un descanso de tres días el cantante estaría en condiciones aceptables para su actuación, durante la noche de Navidad, en La Juive. En el racconto, cabe consignar que ésta fue la última perfomance de una larga carrera que incluyó, por ejemplo, 607 apariciones en la Metropolitan Opera House.

En la mañana de Navidad, mientras tomaba un baño, Caruso, de repente, se puso a gritar. El dolor se había tornado tan fuerte que prácticamente enloqueció y tuvo que ser obligado a acostarse. Se requirió inmediatamente al médico del hotel, Dr. Francis Murray, quien le administró un narcótico que lentamente lo fue calmando. Dado que el Dr. H. no pudo ser encontrado, se llamó a un distinguido clínico de la ciudad de Nueva York, el médico Evan Evans. Su diagnóstico fue pleuresía aguda, probable derivación en neumonía. Al día siguiente se consultó a otros tres médicos y la coincidencia fue completa, con el agregado de que la pleuresía sí había derivado en neumonía. En cuestión de días se llevó a cabo un cultivo de los microorganismos obtenidos del esputo del tenor en los laboratorios de la Universidad de Columbia.

Cuenta la señora de Caruso que, tres días después, de improviso, la cara de Enrico se puso de color pizarra mientras respiraba en forma entrecortada. Había sobrevenido un cuadro de disnea y cianosis. Uno de los médicos, Antonio Stella, acertó a entrar en el cuarto cuando se producía el episodio. Rápidamente extrajo una cánula del maletín y la introdujo en la espalda del cantante. A medida que empezó a drenar el líquido, Caruso empezó a respirar libremente.

Para prevenir una repetición del episodio, los médicos intervinientes decidieron que era necesaria una operación. Se llamó al médico John F. Erdmann, eminente profesor de cirugía de la Universidad de Columbia. De la noche a la mañana la suite del Hotel Vanderbilt, donde se alojaba Caruso, fue transformada en sala de operaciones. Se extrajo una gran cantidad de líquido del pecho del paciente que salió a chorros por una incisión intercostal y se dejó puesta una sonda drenadora. Dos días después, la temperatura de Caruso era normal y había desaparecido el dolor. Luego de unas pocas semanas, en las cuales su salud y ánimo mejoraron, Caruso despertó una semana de febrero con mucha fiebre que, por la noche, era de 40°C. Volvieron a reunirse los médicos y uno de ellos explicó: El drenaje es imperfecto por lo que el Dr. Erdmann deberá operar nuevamente mañana.

En la nueva operación, el 12 de febrero de 1921, el médico Erdmann le extrajo 10 cm de una costilla para tener acceso al interior del pecho. Su comentario fue: Cuando el pecho fue abierto salieron chorros del pus más pestilente que yo creo haber visto u olido. En los siguientes días, la condición general de Caruso fue pobre, pero mejoró lo suficiente como para que se le pudieran tomar unas placas de su pecho con rayos X. Las mismas mostraron que el pulmón izquierdo se había contraído. Desde temprana etapa de su convalescencia, Caruso se quejaba de una parestesia en su mano derecha. ¿Qué le sucede a mis dedos?, preguntaba a sus médicos siento en ellos la misma sensación que en los pies cuando se duermen. A la aparición de esta sensación siguió una visible atrofia de los músculos de la mano. Sus dedos pulgar e índice se tornaron débiles, lo que le hizo cada vez más difícil poder escribir. Si bien no se han podido encontrar datos de exámenes neurológicos de Caruso, se puede suponer que su plexo braquial derecho, la intrincada cadena de nervios localizada en la axila, fue dañado de alguna manera, quizás cuando estaba bajo los efectos de la anestesia.

Y entonces, una tarde, escribe la señora de Caruso, se acercó la nurse con el termómetro en la mano.... ¿Cuánto? le pregunté... 38,6°C.... mandé llamar a los médicos. El examen del médico Erdmann reveló que se había formado un absceso profundo entre la cadera y las costillas. Tuvo que ser abierto y drenado, pero esta vez sin anestesia general. En 24 horas su temperatura era normal relató la señora Caruso pero, en una semana se había formado otro absceso lo que provocó otra operación y a los diez días todo el horrible procedimiento tuvo que repetirse otra vez... El cuarto absceso no pudo localizarse... La mañana siguiente el médico localizó el absceso, por fin. Pero, aun cuando drenó perfectamente, la debilidad de Enrico continuó y algunos días después se decidió hacerle una transfusión de sangre. En definitiva, se le drenaron cinco abscesos en la misma área general y se le administraron dos transfusiones de sangre. Aun cuando Caruso mejoró considerablemente luego de las transfusiones, estaba sumamente preocupado por algunos otros posibles efectos. Ya no tengo más mi pura sangre italiana, decía, ¿Qué es lo que soy ahora?

Con la autorización de los médicos, la familia Caruso decidió partir para Italia, en mayo de 1921, a los efectos de tomar un prolongado período de recuperación. El día antes de partir Caruso salió a dar un paseo, a lo largo del mismo se detuvo a pagar un dinero que aun debía por las placas de rayos X. En la oficina del radiólogo se le informó de la remoción de los 10 cm de costilla mostrándole la placa correspondiente. Ante esta revelación quedó absolutamente horrorizado pues la opinión prevaleciente en esa época era que perder una costilla era perder la voz. Muy deprimido, decidió suspender el paseo y regresar a su departamento. Le dijo a su acompañante que no se molestara en empacar sus partituras pues ya nunca podría volver a cantar. Este fue, en definitiva, el triste adiós de Caruso a los Estados Unidos.

En Italia, los Caruso alquilaron una suite en el Hotel Vittoria de Sorrento, un lugar de veraneo desde el cual se domina la bahía de Nápoles en la que pudieron nadar y descansar. Aquí se le administró a Caruso una fisioterapia para su mano derecha. Consistía en introducir el brazo en un tubo con cieno caliente que era traído todas las mañanas en barco desde Agnano. Caruso aumentó de peso y su condición general mejoró. Incluso un día cantó, un poco inadvertidamente, en el curso de una entrevista informal acordada a un muchacho. A fines de julio, al regresar de la playa una mañana, la señora Caruso se encontró a un médico viejo, el que había atendido a la madre de Caruso en su enfermedad final, explorando una pequeña área infectada en la última incisión que se le había practicado al cantante. A la mañana siguiente, la temperatura de Caruso era de 38,3 °C.

Se mandó a llamar desde Roma a los médicos Bastianelli, Raffaele, cirujano y Giuseppe, un clínico. Ambos eran profesores altamente entrenados de la Escuela de Medicina de Roma. Dado que ambos estaban casados con mujeres americanas, la señora Caruso pudo relatarles la historia clínica de su marido en inglés. Los Bastianelli no estuvieron de acuerdo con el relato que les hizo acerca de la enfermedad de Caruso, pero decidieron no hacer comentarios sobre el caso. Lo que sigue está basado en los dichos de la señora Caruso y en los reportes de los diarios de la época. Uno de ellos me dijo: No se preocupe señora, pero a su marido hay que extraerle un riñón... Debe venir a nuestra clínica en Roma para la operación... Los Bastianelli creían que el cantante padecía de un absceso subrenal que probablemente envolvía el riñón izquierdo, por lo cual lo mejor sería extraerlo.

Se hicieron los preparativos para hacer el viaje a Nápoles por barco y de allí en tren a Roma. Caruso arribó a Nápoles, su ciudad natal, el 31 de julio de 1921; ya nunca más la abandonaría. En la mañana del 1 de agosto, un feriado napolitano, un agudísimo dolor anunció que el estado de Caruso era crítico. Dadas las condiciones, fue sumamente difícil localizar a un médico, sólo después de un buen número de horas arribó uno al hotel. Lo primero que hizo fue administrarle un narcótico que le aliviara el dolor y le permitiera administrarle otras necesarias atenciones. Posteriormente se reunió a varios médicos en consulta, estos coincidieron en que Caruso tenía un absceso subfrénico (debajo del diafragma) complicado con peritonitis. No se dispuso una intervención quirúrgica y, en definitiva, no se practicó ninguna. Sobre los médicos napolitanos la señora de Caruso hizo el siguiente agrio comentario: Su ignorancia del caso y la eminencia del paciente los amedrentaron de tal forma que no se atrevieron a responsabilizarse por las consecuencias de una operación de urgencia. Temprano en la mañana del 2 de agosto de 1921 moría Enrico Caruso.

Presumiblemente no se llevó a cabo una autopsia. Visto desde la distancia de varias décadas, podría concluirse que Caruso padeció neumonía, enfisema pulmonar (acumulación de pus en los pulmones), numerosos abscesos satélites en los tejidos y músculos del costado izquierdo del pecho, un absceso subfrénico, un absceso al riñón y, al final, peritonitis generalizada.

Si alguna moraleja puede extraerse de la experiencia de Caruso, es esta: De tiempo en tiempo, famosos personajes tienen dificultades en obtener atención médica apropiada debido a que tienden a contratar médicos de moda y no médicos competentes. Durante la mayor parte de su vida Caruso estuvo libre de un asesoramiento médico incompetente, no así en el último año de su vida en el cual flirteó varias veces con él.

En descargo de sus médicos cabe decir que Caruso parece haber tenido inicialmente un tipo de afección muy resistente que afectó una zona del cuerpo difícil de drenar quirúrgicamente.

Por último, consignemos que si Enrico Caruso hubiera vivido en la época actual (o en la segunda mitad del siglo XX), los antibióticos y las sulfamidas hubieran curado su infección original en menos de una semana y su voz de oro hubiera seguido deleitando a sus admiradores en los años subsiguientes.

[1] En italiano en el original.

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