domingo, 3 de octubre de 2021

El Doctor Carl Sagan

En la nota anterior, me referí al astrónomo Carl Sagan como el filósofo Carl Sagan. Habrá quien piense, ¿Es un astrónomo o es un filósofo? Pues, de profesión era un astrónomo, pero en su accionar era un filósofo. Para convencernos de ello, veamos dos cosas:

1. ¿A qué se dedica un filósofo? En esencia, un filósofo se dedica a dudar sobre el mundo que nos rodea y se pregunta sobre el sentido de la vida. Desde la antigüedad, las preguntas fundamentales son: ¿Por qué estamos vivos?, ¿Cómo se mide el tiempo?, ¿Qué son las cosas?, ¿Hay vida después de la muerte?, ¿Qué es la realidad?

2. Y ahora veamos qué cosas preocupaban a Sagan, en sus propias palabras: Durante toda mi vida me he preguntado sobre la posibilidad de que exista la vida en otras partes. ¿Qué forma tendría? ¿O de qué estaría hecha? Todos los seres vivos de nuestro planeta están constituidos por moléculas orgánicas: Arquitecturas microscópi­cas complejas en las que el átomo de carbono juega un papel cen­tral. Hubo una época, anterior a la vida, en la que la Tierra era es­téril y estaba absolutamente desolada. Nuestro mundo rebosa ahora de vida. ¿Como llegó a producirse? ¿Cómo se constituye­ron, en ausencia de vida, moléculas orgánicas basadas en el carbo­no? ¿Cómo nacieron los primeros seres vivos? ¿Evolucionó la vida hasta producir seres tan elaborados y complejos como nosotros, capaces de explorar el misterio de nuestros orígenes?


¿Hay vida también sobre los incontables planetas que puedan girar alrededor de otros soles? De existir la vida extraterrestre, ¿Se basa en las mismas moléculas orgánicas que la vida de la Tie­rra? ¿Se parecen bastante los seres de otros mundos a la vida de la Tierra? ¿O presentan diferencias aturdidoras, con otras adapta­ciones a otros ambientes? ¿Qué otras cosas son posibles? La na­turaleza de la vida en la Tierra y la búsqueda de vida en otras par­tes son dos aspectos de la misma cuestión: La búsqueda de lo que nosotros somos.


Y Sagan comparte con nosotros el curso de sus pensamientos en la búsqueda de las respuestas a estas cuestiones que lo preocupan: En las grandes tinieblas entre las estrellas hay nubes de gas, de polvo y de materia orgánica. Los radiotelescopios han descubier­to docenas de tipos diferentes de moléculas orgánicas. La abun­dancia de estas moléculas sugiere que la sustancia de la vida se encuentra en todas partes. Quizás el origen y la evolución de la vida sea una inevitabilidad cósmica, si se dispone de tiempo sufi­ciente. En algunos de los miles de millones de planetas de la gala­xia Vía Láctea es posible que la vida no nazca nunca. En otros la vida puede nacer y morir más tarde, o bien no superar en su evolu­ción las formas más sencillas. Y en alguna pequeña fracción de mundos pueden desarrollarse inteligencias y civilizaciones más avanzadas que la nuestra.

En ocasiones alguien señala hasta que punto es afortunada la coincidencia de que la Tierra este perfectamente adaptada a la vi­da: Temperaturas moderadas, agua líquida, atmósfera de oxíge­no, etc. Pero esto supone confundir, por lo menos en parte, causa y efecto. Nosotros, habitantes de la Tierra, estamos supremamen­te adaptados al medio ambiente de la Tierra porque crecimos aquí. Las formas anteriores de vida que no estaban perfectamen­te adaptadas murieron. Nosotros descendemos de organismos que prosperaron. No hay duda de que los organismos que evo­lucionan en un mundo muy diferente también cantarán sus ala­banzas.


Toda la vida en la Tierra se encuentra estrechamente relacionada. Te­nemos una química orgánica común y una herencia evolutiva co­mún. Como consecuencia de esto los biólogos humanos se ven pro­fundamente limitados. Estudian solamente un único tipo de bio­logía, un tema solitario en la música de la vida. ¿Es, acaso, este tono agu­do y débil la única voz en miles de años luz? ¿O es más bien una especie de fuga cósmica, con temas y contrapuntos, disonancias y armonías, con mil millones de voces distintas tocando la música de la vida a lo largo de la galaxia?

Y para mostrarnos cómo es que estamos hoy aquí, tan bien adaptados al mundo en el que vivimos, Sagan nos cuenta lo que yo llamaría “la parábola de los cangrejos samuráis”. Dejémosle la palabra al Dr. Sagan: Permitid que cuente una historia sobre una pequeña frase en la música de la vida sobre la Tierra. En el año 1185 el emperador del Japón era un niño de siete años llamado Antoku. Era el jefe nominal de un clan de samuráis llamados los Heike, que estaban empeñados en una guerra larga y sangrienta con otro clan de sa­muráis, los Genji. Cada clan afirmaba poseer derechos ancestrales superiores al trono imperial. El encuentro naval decisivo, con el emperador a bordo, ocurrió en Danno-ura en el mar Interior del Japón el 24 de abril de 1185. Los Heike fueron superados en número y en táctica. Muchos murieron a manos del enemigo. Los supervivientes se lanzaron en gran número al mar y se ahogaron. La Dama Nii, abuela del emperador, decidió que ni ella ni Antoku tenían que caer en manos del enemigo. La Historia de los Heike cuenta lo que sucedió después:

“El emperador había cumplido aquel año los siete de edad, pero parecía mucho mayor. Era tan hermoso que parecía emitir un resplandor brillante y su pelo negro y largo le col­gaba suelto sobre la espalda. Con una mirada de sorpresa y de ansiedad en su rostro preguntó a la Dama Nii:”

—"¿Dónde vas a llevarme?”

“Ella miró al joven soberano mientras las lágrimas roda­ban por sus mejillas y... lo consoló, atando su largo pelo en su vestido de color de paloma. Cegado por las lágrimas el niño soberano juntó sus bellas manitas. Se puso primero cara al Este para despedirse del dios de Ise y luego de cara al Oeste para repetir el Nembutsu [una oración al Buda Amida]. La Dama Nii lo agarró fuertemente en sus brazos y mientras decía "en las profundidades del océano esta nuestro capitolio", se hundió finalmente con el debajo de las olas.”

Toda la flota Heike quedó destruida. Solo sobrevivieron cuarenta y tres mujeres. Estas damas de honor de la corte imperial fueron obligadas a vender flores y otros favores a los pescadores cercanos al escenario de la batalla. Los Heike desaparecieron casi totalmente de la historia. Pero un grupo formado por las antiguas damas de honor y su descendencia con los pescadores fundó un festival para conmemorar la batalla. Se celebra hasta hoy el 24 de abril de cada año.

Los pescadores descendientes de los Heike visten de cáñamo con tocado negro y desfilan hasta el santuario de Akama que contiene el mausoleo del emperador ahogado. Allí asisten a una representación de los acontecimientos que siguieron a la batalla de Danno-ura. Durante siglos la gente imaginó que podía distinguir ejércitos fantasmales de samuráis esforzándose vanamente en achicar el mar para lavarlo de sangre y eliminar su humillación.

Los pescadores dicen que los samuráis Heike se pasean todavía por el fondo del mar Interior, en forma de cangrejos. Y sucede que, hoy en día, se puede encontrar en este mar cangrejos con curiosas señales en sus lomos, formas y señales que se parecen asombro­samente al rostro de un samurái. Cuando se pesca un cangrejo de estos, no se lo come, sino que se le devuelve al mar para conmemorar los tristes acontecimientos de Danno-ura.


Este proceso plantea un hermoso problema. ¿Cómo se con­sigue que el rostro de un guerrero aparezca grabado en el caparazón de un cangrejo? La sorprendente respuesta es que fueron los propios pescadores quienes esculpieron la cara.

Veamos: Las formas en los caparazones de los cangrejos son heredadas. Pero entre los cangrejos, como entre las personas, hay muchas líneas hereditarias diferentes. Suponga­mos que entre los antepasados lejanos de los cangrejos surgiera casualmente uno con una forma que semejara, aunque fuera ligeramente, un rostro humano. Incluso antes de la batalla de Danno-ura los pescadores pueden haber sentido escrúpulos para comer un cangrejo así. Y, entonces, al devolverlo al mar pusieron en marcha un proceso evolutivo: Si eres un cangrejo y tu caparaz6n es corriente, los hombres te comerán y tu linaje dejará pocos descendientes. Si tu caparazón se parece un poco a una cara, te echaran de nuevo al mar. Podrás dejar más descendientes. Los cangrejos tenían un valor considerable invertido en las formas grabadas en sus caparazones. A medida que pasaban las generaciones, tanto de cangrejos como de pescadores, los cangrejos cuyas formas se parecían más a una cara de samurái sobrevivían preferentemente, hasta que al final se obtuvo no ya una cara humana, no solo una cara japonesa, sino el rostro de un samurái feroz y enfadado. Todo esto no tiene nada que ver con lo que los cangrejos desean. La selección viene impuesta desde el exterior. Cuanto más uno se parece a un samurái mejores son sus probabilidades de sobrevivir. Al final se obtiene una gran abundancia de cangrejos samurái.

Este proceso se denomina selección artificial. En el caso del cangrejo de Heike, lo efectuaron de modo más o menos cons­ciente los pescadores y, desde luego, sin que los cangrejos se lo propusieran seriamente. Pero los hombres han seleccionado deliberadamente durante miles de arios, las plantas y animales que han de vivir y las que merecen morir. Desde nuestra infancia nos rodean animales, frutos, árboles y verduras familiares, cultivados y domesticados. ¿De dónde proceden? ¿Vivían antes libremente en el mundo silvestre y se les indujo luego a seguir una forma de vida menos dura en el campo? No, la realidad es muy distinta. La mayoría de ellos los hicimos nosotros.

Hace diez mil arios no había vacas lecheras, ni perdigueros ni espigas grandes de trigo. Cuando domesticamos a los ante­pasados de estas plantas y animales —a veces seres que pre­sentaban un aspecto muy distinto— controlamos su crianza. Procuramos que algunas variedades cuyas propiedades con­siderábamos deseables se reprodujeran con preferencia a las demás. Cuando deseamos un perro que nos ayudara a controlar un rebano de ovejas, seleccionamos razas que eran inteligentes, obedientes y que mostraban un cierto talento previo con el rebaño, talento que es útil para los animales que cazan en jaurías. Las ubres enormemente dilatadas del ganado lechero son el resultado del interés del hombre por la leche y el queso. Nuestro trigo o nuestro maíz se ha criado durante diez mil generaciones para que sea más gustoso y nutritivo que sus escuálidos antepasados; ha cambiado tanto que sin la intervención humana no pueden ni reproducirse.

La esencia de la selección artificial —tanto de un cangrejo de Heike, como de un perro, una vaca o una espiga de trigo— es esta: Muchos rasgos físicos y de comportamiento de las plantas y de los animales se heredan. Se reproducen enteros. Los hombres, por el motivo que sea, apoyan la reproducción de algunas variedades y reprimen la reproducción de otras. La variedad que se ha seleccionado se reproduce de modo preferente; llega a ser abundante; la variedad desechada se hace rara y quizás llega a extinguirse.


Con esta bella parábola, Sagan nos explica que, lo mismo que los pescadores descendientes de los Heike hicieron con los cangrejos, la Madre Naturaleza hizo con nosotros los hombres (y con todo lo que puebla la faz de la Tierra). A eso lo llamamos selección natural y es el motor que moviliza la Teoría de la Evolución de Darwin. La única diferencia es que la selección natural es ciega, mientras que la artificial es orientada. Si estamos aquí hoy, no es porque fuéramos el objetivo de la evolución, sino que somos el resultado de las condiciones reinantes a lo largo de nuestra historia y de los accidentes que pudieron ocurrir (por ejemplo, el asteroide que extinguió los dinosaurios permitiendo que prosperaran nuestros antepasados mamíferos).
¿Verdad que se entiende claramente? Ese era un mérito del Dr. Sagan: La claridad de exposición. Por eso es recomendable, para quien no ha tenido contacto con su obra, leerla o ver los videos hechos con ella.

¿Y qué pensaba Sagan acerca de Dios y de la vida después de la muerte? Eso, queridos amigos, eso... será motivo de otra nota.

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