Es necesario que, ante todo, comencemos por aclarar ciertas dificultades para poder comprender mejor el objeto de estudio de esa ciencia, su utilidad y la problemática que encierra. Para ello debe considerarse primeramente el concepto de filosofía, estudiando su etimología y su definición real; en segundo lugar, se debe ubicarla entre las demás ciencias, para lo cual habrá que distinguir los diversos órdenes de conocimiento: vulgar, científico y filosófico, y, por último, establecer cuáles son los principales problemas que ha tratado la filosofía, y, en consecuencia, las partes en que se divide o clasifica esta ciencia.
Definición
La palabra filosofía está compuesta de dos palabras de origen griego: filos, amigo o amante de, y sofia, sabiduría, es decir, "amante de la sabiduría". Es, pues, la ciencia de aquellos que tienden a la sabiduría y que primeramente se llamaron "sabios", pero que luego prefirieron esta nueva denominación de "filósofos", más acorde con la humildad y limitación de la sabiduría humana, pues "sabio", para los antiguos, era solamente uno, Dios, y la "sabiduría" era también una, la ciencia de Dios.
Escribe Cicerón en las Cuestiones Tusculanas: "Los que se dedicaban a la contemplación de la naturaleza eran considerados y llamados "sabios" (sofoi), y así se les llamó hasta Pitágoras, el cual, como escribe el discípulo de Platón, Heráclides del Ponto, varón doctísimo, vino a Fliunte (ciudad del Peloponeso) y disertó docta y elocuentemente en presencia de Leonte, príncipe de los fliuntinos; admirado éste de su ingenio y elocuencia, le preguntó qué arte profesaba, a lo cual respondió que él no sabía arte alguna, sino que era filósofo". Lo que hace el filósofo, por tanto, no es la sabiduría, sino tender a ella. En el significado de la palabra filosofía pueden hallarse dos notas esenciales del filosofar: la contemplación de la verdad o búsqueda de las causas de las cosas, y el deseo de una vida honesta, o sea, la consecución de la verdadera felicidad. Esta diversidad lo era para los antiguos y aún persiste en el concepto, según expresa Maurice Blondel: "En este concepto (el de filosofía) parecen aún implicados dos elementos distintos y solidarios: el conocimiento especulativo de la verdad y la solución práctica y firme del problema del destino humano; en una palabra: reglas de vida y de carácter, fundadas sobre un pensamiento cierto".
Aunque los problemas básicos de la filosofía son tan antiguos como el hombre que se los plantea, la filosofía como tal, es decir, como forma específica de pensamiento inconfundible con otras actividades del espíritu humano, nace en Grecia, en Mileto, ciudad de Jonia, en las colonias griegas del Asia Menor.
Ahora bien, ordenar cronológicamente el pensamiento filosófico ha conducido a distinguir períodos según los cuales este pensamiento se ha ido desarrollando; así, se habla de una filosofía antigua, que comprende desde los siglos VI-V antes de nuestra era (a.n.e.) hasta el I de nuestra era (n.e.), o, según algunos autores, hasta el 529 de n.e., año en que se clausuran las escuelas de filosofía de Atenas; se habla de una filosofía medieval, que se desarrolla hasta aproximadamente el siglo XVI; de una filosofía moderna, cuya vigencia alcanza hasta comienzos del siglo XIX, y de una filosofía contemporánea, que se despliega hasta la actualidad. Aunque aceptable en líneas generales, esta división tiene sólo valor didáctico.
Para acercarse del modo más adecuado al pensamiento filosófico griego, es necesario tener presente cuál fue el problema que preocupó primordialmente a los filósofos de Jonia. Toda la filosofía griega, por lo menos hasta Aristóteles, se nutre de un estado de ánimo fundamental que es el asombro. No un asombro circunstancial o fortuito causado por hechos aislados, sino el asombro fundamental y universal ante el cambiante y variado espectáculo del mundo. En efecto: la realidad exterior, que envuelve y en ocasiones presiona al hombre, es un proceso ininterrumpido en el cual las cosas que la componen aparecen, se alteran, crecen, desaparecen, para dar lugar a otras. En términos filosóficos, es una realidad que "es" lo que "es", y al mismo tiempo "no es" lo que "es": más que algo terminado, parece ser un proceso de transformaciones constantes. Nadie dudaría, por ejemplo, de que el agua de un río o del mar es precisamente agua; pero ocurre que esta agua sufre alteraciones y cambios, en cuanto el río se hiela o el calor la evapora. Ciertamente el hielo y el vapor son ambos agua; pero bajo un aspecto y con calidades tales y tan diferentes, que resulta por lo menos justificado plantearse el problema de si se trata de una sola cosa o de tres cosas diferentes. El asombro que hechos como éste causaron a los primeros filósofos griegos los llevó naturalmente a buscar una explicación, no sólo del proceso mismo del cambio, sino de la que parece ser característica fundamental del mismo, a saber, que hay algo o debe haber algo permanente, estable, inmutable, que le sirve de base.
Pero, veamos a los protagonistas:
Tales de Mileto
Anaximandro. El segundo nombre ilustre —para algunos el primero— de la filosofía jónica es Anaximandro (610-547 a.n.e.), también de Mileto. Anaximandro parece haber partido de la idea de que si lo originario, lo que "es" verdaderamente, es una cosa real cualquiera de las que encontramos en torno nuestro, necesariamente el proceso que ella explica tendría que terminarse alguna vez, porque ninguna de tales cosas es inagotable. Pero la terminación de tal proceso significaría la destrucción y aniquilamiento del mundo; y esta idea es impensable para los griegos, formados en convicciones religiosas y míticas centradas en la idea de un mundo que "ha sido" y "será" siempre. En consecuencia, Anaximandro propone como ente, como lo que es, lo que él llama lo Indefinido o lo Ilimitado, que no puede ser ninguna de las cosas reales existentes, todas definidas o finitas y limitadas. Precisamente estas cosas han llegado a "ser" lo que "son" en el momento en que "son", en la medida en que han conseguido diferenciarse, adquirir caracteres que las definan y distingan de todas las otras cosas; y por la misma razón volverán a sumirse en ese indefinido del cual han surgido, para dar lugar a nuevas cosas y asegurar así la continuidad de un proceso que no puede interrumpirse. En esta solución hay un elemento importante: lo Ilimitado no es ninguna sustancia o cosa real, sino que es una "idea", un concepto.
Anaximandro
Anaxímenes. El tercer gran pensador de la escuela jónica es Anaxímenes (siglo VI a.n.e.), para quien lo que "es" verdaderamente es el aire. Pero, siguiendo en esto la enseñanza de su maestro Ánaximandro, Anaxímenes llama a este aire "indefinido"; lo cual hace sospechar que no se trata del aire común que respiramos, aunque cumple con una función similar. Justamente este aire, dice Anaxímenes, "mantiene la unidad del mundo", como a nosotros mismos nos mantiene en unidad el aire que respiramos. Evidentemente, lo que mantiene nuestra unidad orgánica es el aire que respiramos; cuando dejamos de hacerlo, es decir, al morir —al exhalar el último suspiro, que es aire—, esa unidad orgánica se rompe, y el cuerpo, precisamente, se corrompe o descompone. Esta idea implica la de que el mundo es algo orgánico, algo así como un ser vivo, similar al ser orgánico del hombre; y especialmente en este caso, como quiera que el hombre es el único ente capaz de penetrar los secretos del mundo, -ocupa en éste un lugar destacado: es un microcosmos, un mundo en pequeño, dentro del macrocosmos o conjunto de todas las cosas que "son". Esta concepción se ha mantenido en muchas de las llamadas filosofías orientales, y está muy próxima a la concepción del animismo primitivo, en el sentido de ver en todo cuanto se mueve o transforma una fuerza sobrenatural o divina; esto es lo que más tarde se llamó el alma.
Anaxímenes
Jenófanes. El principio es para Jenófanes (nacido en 536? a.n.e.) la Divinidad, cuya unidad alcanza un carácter espiritual por la forma en que la opone a la concepción religiosa politeísta vigente en su época. Esta divinidad es inmóvil, eterna, inalterable: en una palabra, no es afectada por ninguna de las posibles formas de cambio; pero al mismo tiempo intenta ser una explicación de este cambio, originado en ella. Esto significa que el principio del cambio y el cambio mismo aparecen separados de un modo terminante; y con esto se va haciendo cada vez más difícil explicar racionalmente el cambio a partir de un principio que parece ser precisamente su contrario. Esta dificultad abre el camino a los dos pensadores capitales de la filosofía presocrática: Heráclito de Éfeso y Parménides de Elea.
Jenófanes
Heráclito. Éste filósofo griego, que vivió en los siglos VI-V a.n.e., parte de la afirmación categórica de lo que se halla al alcance de la experiencia inmediata de cualquiera: "todo cambia, todo deviene". En forma poética, ejemplifica este principio en un pasaje en el que se refiere a las aguas del río, pasaje conocido en su versión corriente en la forma "nunca nos bañaremos dos veces en el mismo río". Así como un río nunca es el mismo porque sus aguas corren y son siempre otras, todas las cosas del mundo cambian constantemente y nunca son las mismas. Esto se explica porque en cada cosa actúan en forma simultánea dos principios contrarios: lo joven y lo viejo, lo húmedo y lo seco, lo frío y lo caliente, etcétera; el predominio de un principio sobre su contrario es lo que causa precisamente el cambio de las cosas en que actúan. El cambio es entonces él resultado de una oposición, de una lucha; y en este sentido declara Heráclito que "la discordia es padre de todas las cosas". En esto se advierte otra vez que la discordia, principio del cambio, no cambia ella misma, es decir, que por debajo del proceso de todas las transformaciones hay algo que permanece inalterable. Por otra parte, si bien Heráclito insiste en el fluir constante de las cosas, también destaca que este fluir obedece a leyes, que es un proceso ordenado, regular y armónico, nociones todas que se vinculan estrechamente con la de permanencia. Esta armonía es ejemplificada por Heráclito en el arco y la lira. El arco es el resultado de dos tensiones, la de la cuerda y la de la madera; si ambas tensiones se equilibran o armonizan, la flecha está quieta; pero al soltarse la cuerda, una de las tensiones predomina sobre la otra y la flecha se mueve, es decir, cambia, en este caso, de lugar. En la lira, la tensión de la madera y la de las cuerdas se oponen; pero sólo si están en equilibrio —armonizadas— el instrumento suena agradablemente. La armonía que produce la lira no es más que un caso particular de la que existe entre todas las cosas, por debajo de los procesos de cambio que sufren. Esta armonía, que en cierto modo limita los alcances de la discordia, explica que el cambio no opere al azar ni en forma brusca; por el contrario, ocurre según un plan, un orden, una razón; "todo ha sido hecho conforme a la razón". La encarnación sensible de esta razón es el fuego; por eso el mundo "es fuego siempre vivo", y como el alma del hombre está hecha de fuego ("de luz seca"), resulta mantenida la idea de que el hombre es parte integrante, como mundo en pequeño, del mundo que lo rodea.
Heráclito
Parménides. Este filósofo, que vivió en el siglo V a.n.e., parte de la afirmación categórica de la constancia, permanencia e invariabilidad del ser: el "ser" es. Lo primero que se desprende es que el "no ser" no es; por lo tanto, no puede siquiera ser pensado, ya que para que algo sea pensado necesita antes "ser". Pensar el "no ser" resulta, por lo tanto, contradictorio; y con ello se comprende por qué Parménides identifica el "ser" con el pensar. Aquí aparece una nueva dualidad: el "ser" se opone al "no ser". Y esta dualidad es decisiva para las cosas, por cuanto éstas, respecto de su "ser", no tienen más que dos posibilidades: "son" o "no son". Estos tres principios se han incorporado desde Parménides a los campos de la metafísica, la ontología y la lógica, como principios fundamentales.
Con Parménides hace crisis el problema de la explicación del cambio de las cosas. Este cambio es pensado por los griegos como un movimiento, pero en un sentido más amplio que el que se da actualmente a tal concepto. No sólo es movimiento el de traslación o local; es también movimiento la alteración cualitativa y la alteración cuantitativa; y, sobre todo, es movimiento el cambio sustancial, según el cual las cosas "llegan a ser" o "dejan de ser". Cabe notar, de paso, que estas expresiones —"llegar a ser", "dejar de ser"—, corrientes en nuestro lenguaje, llevan todavía asociada la idea de un movimiento. Este problema del cambio sustancial, dentro de los límites de la filosofía de Parménides, es inexplicable. En efecto, habría que entenderlo como un tránsito del "no ser" al "ser", o del "ser" al "no ser". Pero para pensar este tránsito habría antes que pensar el "no ser", lo cual es imposible. En consecuencia, el movimiento es impensable; y por extensión lógica resulta impensable en cualquiera de sus cuatro formas fundamentales. Sobre esta base, Parménides descubre las notas fundamentales del "ser" tal y como él lo interpreta:
1. El "ser" no puede tener principio ni fin; es eterno.
2. Es imposible que el "ser" se altere o se transforme en otra cosa; es inmutable.
3. No puede haber dos "seres", porque si hubiera dos "seres", entre ellos habría el "no ser"; pero para que haya el "no ser", el "no ser" debe "ser", lo cual es imposible; es único.
4. Por la misma razón no es limitado, ya que si lo fuera, más allá de sus límites habría o sería el "no ser", lo cual es imposible; es infinito.
En resumen: pensar que el ser cambia, es decir, pensar que existe el movimiento, es contradictorio. Pero ello no quiere decir que Parménides niegue la existencia del movimiento: esto cualquiera puede comprobarlo sin más esfuerzo que hacer uso normal de sus sentidos. Lo que ocurre es que precisamente captamos mediante los sentidos lo que cambia, lo que deviene, lo que fluye, en una palabra, lo que "es", pero impropiamente, porque "es" y al mismo tiempo "no es". Sin embargo, lo que las cosas "son" de una vez para siempre, lo inmutable de las cosas, lo que ellas "son" realmente, lo captamos por medio del pensar, identificado, en forma expresa, con el "ser". Por eso distingue Parménides dos vías o caminos que llevan al conocimiento de las cosas: la de la opinión, que se detiene en el "ser" aparencial de las mismas; y la de la verdad, que es capaz de penetrar en su última esencia. De este modo, mientras Heráclito insiste en la idea de la permanencia del cambio, Parménides separa de un modo radical el cambio de lo permanente; y con esto declara insoluble el problema del movimiento, aunque no llegue a declarar inexistente el movimiento mismo.
Parménides
Zenón. Esta imposibilidad de resolver el problema del movimiento es recogida e ilustrada por la escuela eleática, especialmente por Zenón (nacido hacia 490 a.n.e.), de quien se han hecho clásicas las paradojas que propone a éste respecto. Si Aquiles, dice Zenón, corre una carrera con una tortuga dándole una ventaja inicial cualquiera, nunca podrá alcanzarla. Es evidente que esto no ocurre en la realidad; pero la realidad es materia de conocimiento sensible, y por lo mismo inseguro. El conocimiento verdadero conduce a pensar que si la distancia inicial que separa a Aquiles de la tortuga, la ventaja, está formada por infinitos puntos, y como quiera que moverse es ir de un punto a otro, Aquiles, para recorrer infinitos puntos, necesita infinito tiempo, de donde se sigue que nunca llegará adonde está la tortuga. El movimiento existe, pues, pero es contradictorio, paradójico.
Zenón
Pitágoras. Se atribuye a Pitágoras (siglo V a.n.e.) la fundación de la escuela filosófica llamada pitagórica, que, más que una escuela, parece haber sido una asociación religiosa en la que con el tiempo se llegó incluso a adorar a su fundador como un dios. De aquí deriva el carácter marcadamente práctico de la escuela, para la cual la filosofía no es asunto de pensamiento, sino primordialmente un ideal de vida. Para realizar este ideal es necesario vivir una vida contemplativa o teorética, lo cual supone la necesidad de superar lo que se opone a ello, en primer lugar, el cuerpo, fuente de las necesidades materiales, llamado "tumba del alma" por los pitagóricos. Pero el desarrollo ulterior de la escuela la lleva a abordar problemas teóricos, especialmente el de determinar qué es lo que verdaderamente "es". Las soluciones que la filosofía jónica había dado a este problema estaban centradas en elementos o entes reales, por mucho que tuvieran una proyección metafísica: el agua, el aire, la tierra, el fuego. Los pitagóricos descubren que hay otros entes, los números, que también "son", y que incluso "son" en un sentido más radical que las cosas reales, por cuanto las relaciones que se establecen entre ellos no pueden ser modificadas a voluntad; en consecuencia, tienen carácter de permanentes. A esta idea parece haberlos llevado la comprobación de que los tonos de la lira guardan una relación numérica con la longitud de las cuerdas; de este modo, la armonía total de la lira podría ser expresada mediante relaciones numéricas. Tal vez basados sobre el pensamiento de Heráclito, concluyeron que, de la misma manera, la transformación o el cambio de la realidad se lleva a cabo de un modo armónico y ordenado porque está regido por una relación numérica, pensable o racional. Pero por otro lado, los números y sus relaciones, que explicarían el proceso del cambio, no cambian ellos mismos; y en esto hay una evidente similitud con el pensamiento de Parménides. Por esta razón se considera al pitagorismo como una "filosofía de conciliación" entre los pensamientos aparentemente opuestos de Heráclito y Parménides.
Pitágoras
Precisamente en Parménides, como queda dicho, hace crisis el problema del movimiento, en cuanto se lo declara insoluble. La razón de la dificultad es clara: se trata de explicar una realidad múltiple y móvil por medio de un principio único e inmóvil; y sobre la base de notas tan heterogéneas parece imposible lograr que ambas cosas se concilien. Para que esta conciliación sea viable, es necesario asignar al principio del cambio algunas de las notas que tiene el cambio mismo; y de modo señalado, la multiplicidad y la movilidad.
Esto es lo que intentan Anaxágoras, Empédocles y el atomismo, como se podrá comprobar a continuación.
Anaxágoras y Empédocles y el Atomismo. Común a estas tres concepciones es la idea de que generación (llegar a ser) y corrupción (dejar de ser) son nombres que no corresponden a ningún proceso real. Lo que ocurre en realidad es un proceso de mezcla o de separación de elementos originarios, que Empédocles (490?-435 a.n.e.) llama raíces; /Anaxágoras (500-428 a.n.e.), homeomerías, y el atomismo, átomos. En esta tendencia se advierte un desarrollo de complejidad creciente; las raíces de Empédocles son cuatro: agua, tierra, aire, fuego; las homeomerías son en cambio en número infinito, e infinitamente divisibles, mientras que los átomos son también en número infinito, pero indivisibles. Mas mientras Empédocles recurre al Amor y al Odio como fuerzas míticas que operan la unión y separación —respectivamente— en que se originan las cosas, Anaxágoras atribuye esta función a un principio racional, la Inteligencia, que reúne las homeomerías en configuraciones inteligibles; gracias a esto, las distintas partes de las cosas y de los organismos guardan entre sí una relación armónica. Los atomistas, en cambio, explican la unión y separación de los átomos sobre la base de afinidades existentes entre ellos en virtud de su composición material; de modo que las diferencias de cualidades que existen entre las cosas no se deben a la intervención de ningún principio superior, ni mítico ni espiritual, sino a la mayor o menor cantidad de átomos reunidos. Es ésta, podría decirse, la primera metafísica materialista de la historia.
Bien, hasta aquí esta primera entrega. No tan fácil de digerir, ¿verdad? Pero, ¡nadie dijo que lo fuera!
Seguiremos este minitour en próximas notas. Por el momento, les digo:
¡Hasta entonces!
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