domingo, 7 de agosto de 2022

¿Liberté, égalité, fraternité?

 Quisiera comenzar esta nota, estimados amigos, recordando algunas frases con las que ya nos topáramos en una nota anterior. Se trata de la nota: De conductores y conducidos del 31 de enero de 2022.

Veamos, las frases en cuestión eran las siguientes:

Comencemos con la que nos legó el agudo historiador latino del siglo I antes de nuestra era (a.n.e.), Cayo Salustio Crispo:

“Son pocos los que prefieren la libertad, la mayoría prefiere un amo justo”. 

¿Y por qué las traes nuevamente a colación, Martín?

Pues, porque me propongo, en esta nota reflexionar sobre la validez, los límites, los peligros de luchar denodadamente por la libertad, la igualdad y la fraternidad. Liberté, égalité, fraternité, como reza el lema oficial de la República Francesa y de la República de Haití.

Y, entonces, ya nos choca la frase de Salustio que nos dice que ese valor tan preciado, la libertad, no es la aspiración de la mayoría.

¿Pero, cómo puede ser?, preguntamos alarmados. Y la respuesta va de la mano de esta otra frase, en este caso del también agudo pensador François-Marie Arouet,Voltaire. Dijo el francés:

“...encuentro que todo está al revés entre los hombres, que nadie conoce sus derechos ni sus deberes (...)”.

Voltaire nos da aquí una pista de por qué son pocos los que prefieren la libertad: Porque hay que conocer los derechos y los deberes y eso implica trabajo, dedicación, y participación. Recuérdese que la voz república proviene del latín y significa “cosa pública”, es decir, el que vive en una república vive bajo un régimen que le exige prepararse, conocer derechos y obligaciones y participar en la vida pública activamente. No participar en ella es como no participar en el sostenimiento y progreso de la casa en que se vive. Y, sin embargo, queridos amigos, ¿Cuántas veces escuchamos decir:

-No, yo en política no me meto.

- A mi no me interesa la política.

Mucho más cómodo es quedarse en la casa de uno o ir de farra con amigos. ¡Y que otro se haga cargo de la difícil tarea de conducir los destinos de la República!

Al respecto, considero aleccionador el siguiente video:

Y aquí calza otra de las frases que he rescatado para hoy, esta vez a cargo del moralista y pensador francés Michel de Montaigne quien nos advierte que:

 …estoy convencido que es más fácil y más satisfactorio seguir que conducir…

¡Claro que es más fácil! ¡Es mucho más fácil apoltronarse en un palco y ver a los actores desarrollar la obra, mientras se come pochoclo, y no participar en ella con todo el trabajo que exige!

Esto último nos recuerda la tan famosa frase del poeta latino Juvenal, autor de las Sátiras, panem et circenses, “pan y juegos de circo”. Esta frase se origina en la Roma del 100 a.n.e., en la Sátira X del poeta. En su contexto, la frase en latín panem et circenses es dada como una queja contra el pueblo romano, quien había olvidado su derecho de nacimiento a involucrarse en la política. Juvenal muestra su desprecio por la decadencia de sus contemporáneos.

Los políticos romanos visualizaron un plan en 140 a.n.e. para ganar los votos de los pobres; al regalar comida barata y entretenimiento, comprendieron que esta política de «pan y circo» sería la forma más efectiva de subir al poder.

Juvenal hace referencia a la práctica romana de proveer trigo gratis a los ciudadanos romanos (la llamada annona) así como costosas representaciones circenses y otras formas de entretenimiento como medio para ganar poder político a través del populismo. Julio César mandaba distribuir el trigo gratuitamente, o venderlo muy barato, a los más pobres, unos 200.000 beneficiarios. Tres siglos más tarde, Aureliano continuaría la costumbre repartiendo a 300.000 personas dos panes gratuitos por día.

Dice Juvenal: …desde hace tiempo —exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto— este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin todo, ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos cosas: pan y juegos de circo.

 

Y, entonces, queridos amigos, si son pocos los que prefieren la libertad y, peor aún, son muchos los que no saben qué hacer con ella, ¿A qué diantres luchar por ella? ¿En qué queda el famoso lema del título de esta nota?

Más aún, otorgar la libertad a quien no sabe qué hacer con ella conlleva riesgos como los que ilustra la siguiente nota de la española Patricia Peiró, del 12 de junio de 2022.


Las bandas juveniles por dentro: “Te enseñan a apuñalar sin miedo a las consecuencias”

Dos menores hablan desde el centro en el que están ingresados sobre cómo fueron sus inicios en grupos violentos, qué misiones les exigen y a qué se debe el aumento de su agresividad

Los dos adolescentes protagonistas de esta historia cuentan los días para recuperar su libertad. Ambos están en un centro de menores de la Agencia para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor de Madrid por robos con violencia. Uno con condena firme, el otro, en situación provisional. Tienen 17 años, pero conocen los calabozos del Grupo de Menores de la Policía (Grume) desde los 13. A uno le faltan 48 días para salir, los tendrá que pasar en régimen cerrado después de haberse escapado en una de sus últimas salidas. Al otro le queda un poco más. Los dos conocen bien la realidad de las bandas juveniles.

Uno da el nombre de Ramiro. Ramiro reconoce abiertamente su pertenencia a una de las dos bandas juveniles mayoritarias en Madrid (Dominican Don’t Play y Trinitarios). El otro, que da el nombre de Manuel, sostiene que simpatizaba con integrantes de una de las minoritarias (Blood y Forty Two). Este año, las disputas de estos grupos enfrentados han dejado en Madrid cuatro muertos y más de un centenar de heridos.

Pocas veces existe la oportunidad de escuchar a los protagonistas de este juego macabro en el que cada vez intervienen agresores más y más jóvenes. Esta vez, ellos pueden explicar qué es lo que les lleva a formar parte de un grupo que los maltrata cuando no cumplen sus exigencias y en el que pueden llegar a perder la vida sin haber cumplido los 18. Lo explican por separado, pero sus relatos se entrelazan.

El inicio

A los 14 años, ambos habían dejado atrás el colegio y el instituto. Pasaban el día en la calle o en casas de otros amigos. “Mi madre se iba a trabajar temprano, me levantaba, pero yo le decía que noi ría al instituto. Ya había visto a mi hermano dejar de ir y yo quería hacer lo mismo. Ella no podía obligarme”, cuenta Ramiro. Ahora reflexiona en voz alta sobre algo que en ese momento ni se planteaba: “Me sentía solo, pero no porque mis padres no estuvieran, sino porque me sentía así y ya está”. Se pasaba el día en casa fumando porros. Sus padres también eran consumidores.

La historia de Manuel es idéntica: “Dejé de ir a clase muy pronto, sentí que tampoco le importaba mucho a nadie que dejara de ir. Te vas perdiendo”. En ese momento, él jugaba al fútbol y fue en las canchas donde conoció a los miembros de la banda dominante en la zona en la que él ha crecido. “Me dijeron que si me quería unir. Dos o tres veces. Yo siempre dije que no, que iba con ellos pero, no iba a hacer ninguna de las pruebas que me pedían. No sé en qué consistían, pero no serían nada bueno”, dice con una voz casi susurrante.

Ramiro ingresó en esa época en un centro público especializado en trastornos de conducta. Para entonces ya consumía LSD, éxtasis y tranquilizantes. En ese momento conoció a su “mayor”. Un miembro de la banda a la que luego se unió. “Mi mayor es el que me fue enseñando. Él no me dijo que me metiera a la banda, pero yo le dije que quería porque allí me sentía querido, tenía todo lo que me daba la gana y quería ganarme mi respeto”, cuenta.

 

Y aquí ya tenemos material para reflexionar. Vemos a un par de muchachos que, ni pidieron la libertad, ni saben qué hacer con ella. Por eso mismo es que los embarga la soledad, hay libertad para hacer cosas, pero no saben qué hacer. Y, entonces, caen en la solución “fácil”: las drogas, el alcohol. Algunos se pierden en ese mundo, otros siguen buscando un norte para su vida, pero han abandonado la escuela, la instrucción y, en un mundo cada vez más demandante, no encuentran dónde ir a dar con sus huesos. Y allí es donde aparecen las bandas juveniles, siempre ansiosas de reclutar adeptos, y les ofrecen lo que más están buscando: Un lugar en el mundo. Él no me dijo que me metiera a la banda, pero yo le dije que quería porque allí me sentía querido, tenía todo lo que me daba la gana y quería ganarme mi respeto.

 Fernando es el director del centro de menores en el que están ambos y reflexiona: “Un chico de 12 o 13 años no anticipa las consecuencias”. Desde su experiencia, asegura que los motivos por los que entran son siempre los mismos: necesidad de protección, búsqueda de una identidad y la pertenencia a un grupo. “Te pongo un ejemplo: un perfil muy común de estos chicos es el típico que de pequeño era gordito y se metían con él”, explica. “De repente aparece la banda y se dan cuenta de que adelgazan, los protegen y encima es él quien se pone a hacer lo mismo que le hacían a él”.

 ¿Qué falló aquí y qué se puede hacer para solucionarlo?

Claramente, la falla se encuentra en hacer salir a un jugador a la cancha sin la debida preparación, sin que conozca claramente las reglas del juego ni sepa qué le espera en el campo de juego… ¡y pretender que lo haga bien!

Hay sociedades que marcan, para cada uno de sus integrantes, un camino determinado, de modo que no quede al arbitrio de ellos decidir qué hacer. Esto no aparenta ser muy bueno porque cercena las libertades individuales,… ¡pero, ordena la sociedad! Otras sociedades dan una libertad total, solo restringida por el derecho de los demás. Esas sociedades son las que originan a los Ramiro y Manuel.

¿Hay, entonces, otra alternativa?

Si, la hay. Y, como era dable esperar, pasa por la educación. Hay que preparar a los jóvenes para el uso correcto de su libertad. Hay que enseñarles los peligros de manejarla incorrectamente. Hay que enseñarles lo mucho de bueno que tiene poseerla y lo mucho de malo que tiene perderla. Y todo esto desde su más tierna infancia. No se puede permitir que un humano se descubra a sí mismo jugando un partido de un juego del que no conoce ni las reglas.

Esta educación es de la mayor importancia y trasciende el aprender Matemática, Lengua, Historia, etc. que también hay que enseñar.

¡Hay que educar el soberano!

Y hay que educarlo para que sea capaz de manejar esa poderosa herramienta que es la libertad. De lo contrario el sujeto caerá en manos de dictadores que le dirán: ¡Ven, que yo te diré que hacer con tu vida!, lo que, normalmente, no acarreará beneficios para el “conducido”.

Hay que aprender a conducir la propia vida. Y nadie nace sabiendo, de modo que se deberá instruir a cada uno en cómo manejarse para ser un individuo pleno.

 

En cuanto a la “égalité”, es pertinente la frase que Julio César dijera a sus legionarios, que nos ha llegado a través del historiador, político y militar romano del siglo II de n.e. Dion Casio. Dijo César:

 …la propia naturaleza ha creado siempre hombres para mandar y hombres para obedecer.

Con lo cual, César remarca que no somos iguales y que la “égalité”, por lo tanto, es solo una ilusión (por más que todo el mundo use trajes Mao).

Al respecto, pergeñé en una oportunidad la risueña anécdota siguiente: Consideremos a los primeros cristianos, los que se reunían en las catacumbas de Roma y compartían alimentos, vestiduras, doctrina, etc. Si hacía mucho frío, el que tenía una capa la dividía en dos y la compartía con el que no tenía una. ¿Y qué sucedió? Que, al cabo de un tiempo, hubo uno que se ocupó de pedir muchas mitades de capa… ¡y puso una tienda de venta de ellas!

No somos iguales, queridos amigos, y partir de esa base es equívoco. Siguiendo el estilo del Eclesiastés les diré: Hay hombres para mandar y otros para obedecer, los hay para ser teóricos y los hay para ser prácticos, los hay para producir y los hay para vender lo que se produce, los hay para cultivar la tierra y los hay para cocinar lo que se cultiva… y así siguiendo.

La “égalité” es, entonces, solo una idealidad…

 

Queda, nomás, la “fraternité” que es, quizás, el objetivo más alcanzable por el humano; aunque solo por algún tiempo y en comunidades no muy grandes.

 

De modo que poco es lo que queda del lema de marras cuando se lo analiza con detenimiento. Y lo que sí emerge claramente es la enorme necesidad de preparar al individuo para el uso responsable y fructífero de su libertad.

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