domingo, 28 de agosto de 2022

Personajes bizarros de la historia.

 Bien, queridos amigos, hemos estado bastante ocupados con la consciencia (me siguen llegando requerimientos acerca de esas notas) de modo que es tiempo de hacer honor al título de este blog y cambiar de tema.

Y, repasando trabajos que realicé hace ya muchas lunas, me topé con uno que reclamó mi veleidosa atención: Se trata de la historia de una mujer cuyo nombre perdurará por siempre a la misma altura que la de un emperador romano aunque, quizás, por motivos non sanctos.

Su rostro, cuya reconstrucción artística vemos más abajo, era, a no dudarlo, el de una muy bella mujer. Su nombre, Valeria Mesalina (en latín: Valeria  Messalina) (25 d. C.-48 d. C.), la tercera esposa del emperador Claudio.

Fue célebre por su belleza y por las constantes infidelidades a su esposo, el emperador, con miembros de la nobleza romana, así como con soldados, actores, gladiadores y otros.

Mesalina tuvo gran influencia política en las decisiones que tomó su marido durante gran parte de su período como emperador; en este sentido, se le ha comparado con otro personaje de la historia romana, Livia.

Fue la hija del cónsul Marco Valerio Mesala Barbado Mesalino y de Domicia Lépida. Tuvo un hermano llamado Marco Valerio Mesala Corvino, que fue cónsul, y un medio hermano menor llamado Fausto Cornelio Sila Félix.

Sin embargo, pese a estar emparentada con la familia imperial, Mesalina no gozaba de la condición económica que debía tener: Su hogar estaba en decadencia, su padre no era un político prominente y su madre era una mujer poco virtuosa que había derrochado la fortuna familiar.

Al no poseer una dote digna de atraer a un funcionario de renombre, Mesalina tuvo que conformarse con aceptar el cortejo del hazmerreír de la corte, Claudio, el tío del entonces emperador Calígula, cuya atención había captado con su juventud y belleza. Ella decía amarlo y esto bastó para que Claudio, quien había tenido dos fracasos conyugales anteriores, reconsiderara su posición respecto al matrimonio.

Así pues, se arregló el enlace que, a ojos de su madre Domicia, era ventajoso para su familia, en lo cual no se equivocó, pues después de la caída de Calígula, Claudio fue proclamado emperador por la guardia pretoriana, de modo que Mesalina y los suyos recobraron su posición social. Con Claudio, Mesalina tuvo dos hijos: Octavia, futura esposa de Nerón, y Británico.

Cuenta la historia que al estrechar por primera vez la mano de Claudio, la notó blanda y pegajosa y después, llegado el momento de la intimidad, la joven esposa descubriría el resto de fealdades de su esposo: su prominente cabeza calva y su enorme barriga adiposa,… entre otras.

Pero, esto no es todo, apenas Claudio cae en un sueño profundo, Mesalina abandona el lecho y sale al jardín a respirar el aire de la noche, descubriendo allí a un joven esclavo llamado Ithamar, de origen sirio. Sin dudarlo, se aproxima a él, desabrocha su túnica, y se ofrece a las caricias del muchacho. Su noche de bodas había tenido, al final, algún sentido.

Así es, queridos amigos, nuestra heroína jamás se privó de disfrutar todos los placeres del sexo, destacando en sus correrías su predilección por lo que, después, se llamaría masoquismo.

En efecto, en el mismo palacio imperial, además de recibir y disfrutar de sus amantes del momento, gozaba con los azotes que recibía (y a veces propinaba) como estímulo para conseguir un aún más alto grado de climax sensual.

El nuevo emperador, por su parte, estaba ciegamente enamorado de su esposa, lo que permitió que se dejara manipular por ella. Mesalina se valió de este poder que ejercía sobre su consorte para lograr sus objetivos personales, que iban desde simples caprichos hasta ejecuciones.

Y fue entonces, queridos amigos, cuando se hallaba en la cima de su poder, que Mesalina dio rienda suelta a su condición de ninfómana. Según narra nuestro conocido, el poeta Décimo Junio Juvenal, llegó a prostituirse en el barrio de Suburra bajo el apodo griego de Lycisca (mujer-loba).

Detalla el poeta que: "Tan pronto como creía que su marido estaba dormido esta prostituta imperial vestía la capa que llevaba por las noches y salía de la casa acompañada de una esclava, puesto que prefería un lecho barato a la cama real". 

Y es que la ninfomanía de Mesalina es un tema que se ha tratado tanto en la literatura como en el arte. "Disimulaba su cabello negro con una peluca rubia y se dirigía al lupanar de tapicerías gastadas, donde tenía reservada una cámara. Entonces tomaba su puesto, desnuda y con sus pezones dorados, atendiendo al nombre de Lyscisca...", añadía Juvenal.

Y así llegamos a la anécdota más famosa de Mesalina. Según Plinio el Viejo, Mesalina, orgullosa de su legendaria lascivia, lanzó un reto al gremio de las prostitutas de Roma: Las instaba a participar en una competición, que ella organizaría en palacio, aprovechando la ausencia de su esposo, quien estaba en Britania.

Dicho desafío consistía en saber quién podía atender a más hombres en una noche. El certamen daría inicio al anochecer y, a él, asistirían muchos hombres importantes de la corte, además de otras damas a las cuales Mesalina había convencido de participar. Las prostitutas aceptaron el reto y enviaron a una representante, la prostituta más famosa de Roma, una siciliana llamada Escila, cuyo nombre era el mismo que el del monstruo femenino citado por Homero en La Odisea, el cual se tragaba enteros a los hombres que tripulaban los barcos que pasaban por el estrecho de Mesina, Italia. El apodo, obviamente, era una clara alusión a la capacidad sexual de la prostituta.

Aquella noche, después de haber sido poseída por 25 hombres, Escila se rindió y Mesalina salió victoriosa, pues superó la cifra al llegar al amanecer y seguir compitiendo. Según se dice, aun después de haber atendido a 70 hombres no se sentía satisfecha, llegando hasta la increíble cifra de 200 hombres. Cuando Mesalina pidió a Escila que regresara, esta se retiró diciendo: «Esta infeliz tiene las entrañas de hierro».

¡Es verdaderamente asombroso hasta qué extremo puede llegar el humano!

Ahora bien, desde su adolescencia, Mesalina estuvo enamorada de Cayo Apio Junio Silano, sin embargo, pese a sus múltiples insinuaciones este jamás le correspondería. Una vez convertida en emperatriz, Mesalina convenció a su esposo de hacer regresar a Silano a Roma desde Hispania, adonde había sido relegado por sus opiniones políticas. Para tenerlo más cerca aún, Mesalina persuadió a Claudio de casar a Silano con Domicia, la propia madre de la emperatriz. Aun así, su flamante padrastro no cedió, por lo que Mesalina, viéndose despreciada, tramó una conspiración que terminó en el año 42 con Silano ejecutado por traición.

Mesalina deseaba igualmente al actor Mnéster de lo que hablaremos más adelante; también envidiaba los magníficos jardines de Lúculo, propiedad de Décimo Valerio Asiático, así que, para satisfacer ambos caprichos, acusó falsamente a Popea de ser amante de Asiático; esta infamia provocaría el suicidio de los dos infelices y el logro de sus objetivos.

Sin intentar hacer una lista exhaustiva, he aquí algunos nombres de sus parejas sexuales: Narciso, por ejemplo, fue el amante de una sola noche, pero esas horas serían suficientes para que la Emperatriz se burlara de él y propagara ante todos su desdicha como macho, lo que provocaría en el aludido un odio casi eterno que tendría importancia en el futuro.

También se entregó a Lucio Vitelio, y tampoco le satisfizo por la excesiva humillación de este ante ella, idolatría que evidenciaba constantemente exhibiendo ante todo el mundo una sandalia usada por Mesalina colgada de su cuello que nunca se quitaba porque aquel calzado había ceñido uno de los pies de la emperatriz.

Se interesó asimismo por Palas (y se acostó con él) por una razón tan simple y evidente como la de que era administrador de las arcas del Imperio, puesto en el que había robado tanto, que era una de las mayores fortunas de Roma.

¿Les suena?

Y ya lanzada en el desenfreno, pasaron por sus brazos un forzudo jefe de gladiadores cuyo nombre no ha quedado en los anales; Vinicio, sobrino de su marido, el Emperador; Sabino, al que se aficionó por su hermosísima cabellera y sus penetrantes perfumes; además de varios desconocidos que gozaron de la Emperatriz por hechos tan inefables como tener unos ojos de un color irresistible, porque tenían las manos calientes, por estar cubiertos de vello en todo el cuerpo o, en fin, porque eran dueños de una piel lisa y suave como el terciopelo.

Tuvo relaciones con un atractivo joven llamado Tito, un absoluto capricho de la Emperatriz que se aficionó a sus encantos y su vigor de casi adolescente. Tenía quince años, pero ¡Ay, la juventud!, el favorecido de Mesalina resultó un jactancioso que se puso a propagar a los cuatro vientos sus aventuras amatorias con Mesalina.

La Emperatriz, avisada por su amiga la envenenadora Locusta, preparó la pócima que impediría al quinceañero llegar a la madurez.

Ahora bien, deseando rodear sus aventuras galantes de una más sólida discreción, recibía a sus visitantes en una casita de las afueras que aparentemente pertenecía a su sirvienta Livia.

Fue allí donde entró en contacto con aquel primer Mnéster, que ahora descubrió que no sentía una atracción excesiva por el sexo opuesto. Sin embargo, a Mesalina no le importó compartir con él la inauguración de la casita, asumiendo el desinterés que despertaba en su visitante, pero sonsacándole noticias y chismes sobre el sexo de los romanos, de lo cual estaba muy enterado el actor.

Aunque en una dirección diferente, Mnéster tenía fama de ser maestro en lascivias, y sería este compartido interés el que provocaría que dos seres opuestos y diferentes llegaran a ser grandes amigos y confidentes. Y, sobre todo, su nuevo amigo se convirtió muy pronto en proveedor exclusivo de carne joven para la Emperatriz que tenía la seguridad de que los envíos de Mnéster tenían garantías suficientes para satisfacer su apetito venéreo.

El escenario más frecuente de sus pecados era, sin dudas, la Suburra (el barrio más miserable y peligroso de Roma), excursiones y estancias en aquel lugar que escandalizaron incluso a sus contemporáneos y que fue una idea brillante más de su consejero de placeres, Mnéster, el actor.

Al caer la noche, la Emperatriz abandonaba el palacio y se dirigía, oculta por una peluca y los senos apenas cubiertos por panes de oro, a un conocido lupanar donde ocupaba un aposento y recibía a los clientes.

Estos la preferían, además de por su belleza, porque no exigía juventud ni apariencia y sí tan sólo potencia viril la tuviera quien la tuviera, aunque fuese un sucio mozo de caballos.

No dejó de recibir Mesalina a ninguno, y según el mismo Juvenal, cuando hubo de regresar a palacio se entristeció, al marcharse al lecho imperial aún insatisfecha.

No se ponen de acuerdo los historiadores sobre si la prostitución de la Emperatriz fue continua o excepcional.

Juvenal, Tácito y Josefo se apuntan a la primera, y Dion a la segunda.

Pero sea una u otra, parece que Mesalina recibió con agrado la idea de Mnéster porque ello le iba a proporcionar el honor de imitar a una reina que era su ídolo: Cleopatra.

La Reina egipcia, durante su estancia en Roma, había visitado también aquel barrio del vicio, adonde solía trasladarse, eso sí, del brazo de Marco Antonio, al que parecía gustarle el juego.

Orgullosa de su belleza y de su dominio total sobre el hombre, la esposa de Claudio decidió superar con creces a la desgraciada faraona, y saciar así de una vez el apetito voraz de su carne.

Una anécdota cuenta que en un amanecer en el que regresaba de sus aventuras de meretriz, saludó al entrar en palacio a un soldado de la guardia pretoriana que estaba de centinela preguntándole si sabía quién era ella.

El interrogado, sin reconocerla, contestó que, por la vestimenta, sería una prostituta de burdel. Mesalina asintió con la cabeza y preguntó al soldado cuánto dinero llevaba encima.

Al responderle el soldado que sólo dos óbolos, Mesalina dijo que era suficiente, entró en la garita, y coronó su último encuentro de la noche. Una vez con los dos óbolos en la faltriquera, los guardó en una cajita de oro en recuerdo de aquel breve pero intenso encuentro.

Ya en la pendiente resbaladiza de sus caprichos y en constante búsqueda de nuevas sensaciones, decidió un día casarse con algunos de sus amantes, por ejemplo, con Cayo Silio, un joven cónsul, apuesto y varonil, de familia patricia, del que estaba locamente enamorada.

Los nuevos esposos concibieron la idea de organizar un complot para asesinar a Claudio y coronar a Silio como nuevo emperador.

Pero, ¡Ay! ¡Nunca falta un buey corneta! Uno de los ayudantes del emperador se lo comunicó a Claudio que, viendo peligrar su corona organizó la represión, ordenando matar a los amantes de su mujer. Y el primero fue Silio

Mesalina, muerta de miedo, intentó ver a su esposo; estaba segura de que, si lo veía, éste se ablandaría y la volvería a perdonar, como siempre, pero se le adelantó el liberto Narciso, quien dio orden a la guardia en nombre del Emperador de acabar con la vida de Mesalina, era el año 48.

  También otros conspiradores fueron arrestados y sentenciados a muerte y ejecutado por orden del emperador.

Los escritores romanos, Juvenal en sus Sátiras (110-130 d.C.) y Tácito en sus Anales (ca. 150 d. C.), escribieron sobre ella tratándola como un fenómeno real, cuya escandalosa vida sexual obligó a su marido a matarla.

Claudio, debido a la humillación que había sufrido, tras su muerte decretó que el nombre y efigies de la que había sido su esposa fuesen retirados de todos los lugares públicos y privados en los que se le hacía alusión, por el alto rango que había ostentado.

Incluso ordenó a su guardia pretoriana que lo matara si se volvía a casar, promesa que no cumplió, ya que contrajo matrimonio con su sobrina Agripina la Menor, siendo este su último matrimonio. Esta conspiró en contra de los hijos de Mesalina; puso en duda (con sobrados motivos) la paternidad de Británico, siendo este desheredado en favor de Nerón, el hijo de Agripina, quien después de la muerte de Claudio lo sucedería como emperador.

En principio Mesalina era la forma femenina del nombre Mesala, pero debido a esta emperatriz romana y su fama, el nombre de Mesalina adquirió etimológicamente un nuevo significado: Llegó a representar la idea de mujer muy libidinosa, hasta ser usado como un sinónimo de prostituta, similar a adjetivos como «ramera» o «meretriz». Esto en alusión a las anécdotas de la legendaria lujuria que de ella se contaban.

Según el Diccionario de la Lengua Española (Real Academia Española): «Mesalina. (Por alus. a Mesalina, esposa de Claudio, emperador romano). f. Mujer poderosa o aristócrata y de costumbres disolutas».

 

Bien, hasta aquí nuestra historia de Mesalina que, como habrán podido apreciar, representa un extremo de la sexualidad humana. ¡Seguramente tendremos la oportunidad de hablar del otro extremo!

¡Ah! No quiero olvidarme de aclarar un punto que, a no dudarlo, habrá llamado la poderosa atención de muchos de ustedes, doctos amigos.

El adjetivo bizarro significa en español gallardo, valiente, en cambio, en inglés, significa raro, extraño. Ahora bien, dada la penetración cultural del macho alfa americano, los hisponoparlantes han comenzado a usarlo con la significación del inglés y la RAE (Real Academia Española de la lengua), rápidamente le ha agregado otra acepción al término que ahora, en español también significa raro, extraño.

Y, ahora sí, hasta la próxima!

 

Fuente Consultada: Los Seres Mas Crueles y Siniestros de la Historia de José M. López Ruiz

 

 

 

 

domingo, 21 de agosto de 2022

¿Somos conscientes? Addendum 2.



Bueno, queridos amigos, parece que las notas acerca de si somos conscientes no cesan de provocar respuestas y preguntas de parte de ustedes. Y una pregunta recurrente es: En qué lugar queda el alma en la hipótesis vertida en ellas. De manera que me decidí, un poco en contra de la filosofía de policromiadeideas, a otorgarle al tema una nota más, en la que me referiré, ya que estamos, al alma y al lugar que ocupa en la hipótesis de las notas.

Comencemos por reconocer que es un tema que ha ocupado al humano desde siempre y mucho se ha dicho al respecto, por ejemplo:

* El alma es inmortal y migra pasando de una forma de vida a otra. Pitágoras. Uno se pregunta cómo habrá hecho Pitágoras para llegar a semejante contundencia.

* He diseccionado muchos cadáveres y nunca he hallado un alma. Rudolf Virchow, médico, 1821 - 1902. ¡Prudente el empirista! Ni afirma ni niega, aporta un dato de su experiencia.

* Mi alma, por la cual soy lo que soy, es enteramente distinta de mi cuerpo. René Descartes. René, por su parte, se decanta porque sí existe un alma ¡y gracias a ella él es lo que es! Nuevamente, uno se asombra de la contundencia con que se proclama la idea.

* La Metafísica y la Teología tratan de demostrar la existencia del alma; sin embargo, la hipótesis de una unidad esencial de ese tipo resulta irrelevante para la Psicología. William James, filósofo y psicólogo, 1842 - 1910. ¡Otra postura, la hipótesis es irrelevante!

¿Y será como pinta la obra de Shakespeare Much ado about nothing? ¿O no será así y el alma es ese hálito inmortal que refieren las religiones?

Se puede apreciar que el tema presenta las más variadas aristas y que lejos se está de llegar a un punto en común.

Así pues, me decidí a motorizar una búsqueda de lo que se ha dicho y se dice acerca del alma, para luego establecer qué lugar ocupa en la hipótesis vertida en ¿Somos conscientes?

Y comenzaré, con la ayuda de Steve Ayan, redactor de la revista científica Gehirn und Geist, a estructurar la siguiente breve historia del concepto de alma:
 

La idea de una esencia humana imperecedera es más antigua que la filosofía occidental. Ya en las pinturas de las cuevas de Lascaux, situadas al sudoeste de Francia y que datan de hace más de 15.000 años, el alma de los muertos se re­presentaba como un pájaro. El fi­lósofo naturalista y místico de los números Pitágoras de Samos (ha­cia 570-510 a.n.e.) fue uno de los primeros pensadores occidentales en formular una teoría de la reen­carnación y el renacimiento, la cual ya contaba con una larga tra­dición budista e hinduista. Los pensadores de la Grecia clásica ha­blaban de la psique, derivada de la palabra en griego antiguo psyché («aliento»). En español, la palabra alma proviene del latín anima, en referencia a un «soplo vital». Por ello, exhalarlo implicaba la muer­te. A diferencia del alemán, que utiliza la misma palabra para refe­rirse al alma y a la mente (Geist), el español usa un vocablo para cada concepto. Las connotaciones de ambos son dispares, a pesar del origen conceptual que puedan compartir.

En su diálogo Fedón o Sobre el alma, Platón (hacia 428-348 antes de nuestra era) describe cómo su mentor Sócrates (469-399 a.n.e.) argumenta en pro de la inmortalidad e incorporeidad del alma después de beberse un vaso con la mortal cicuta. El idealismo platónico se caracteriza por una representación del alma que incluye la capacidad cognitiva: De esta ma­nera, los humanos solo tienen acce­so a la esfera de las «ideas puras» a través de ella.

Por el contrario, Aristóteles (384-322 a.n.e.), discípulo de Platón, se re­fería a la psique como «principio vi­tal», diferenciándola del intelecto, de la mente (nous). La sede del alma solía atribuirse al corazón (siguiendo en esto la tradición egipcia). Solo el médico Alcmeón (finales del siglo VI - principios del siglo V antes de nuestra era) reco­noció el cerebro como órgano responsable del alma.

En la Edad Moderna influyó sobre todo René Descartes (1596-1650) con sus enseñanzas sobre dos sustancias: la corporal (res extensa) y la cognitiva (res cogitans). Esta doctrina se conoce como dualismo sustancial. Un enfoque actual y extendido de esta idea es el dualismo de propiedades, según el cual lo mental consiste en un pro­ducto o efecto secundario de los procesos neuronales. El filósofo australiano David Chalmers es el principal representante de esta perspectiva.

La contracorriente más relevan­te del dualismo es el monismo. Esta doctrina argumenta que todo es cuerpo y que el alma constituye otra manera (subjetiva) de descri­birlo. El filósofo Daniel Dennett es un representante destacado de este enfoque.

En todas las variantes de repre­sentación del alma que se han dado a lo largo de diferentes épocas y culturas, ha predominado la idea de una esencia inmortal en el concepto del sí mismo humano. Es ahora cuando más pensadores se alejan de ella.



Interesante, ¿Verdad? Volveré, más adelante, sobre un concepto allí vertido.

Sin embargo, no contento con ello, decidí ampliar el tema con el auxilio de dos interesantes pensadores contemporáneos: Christof Koch, presidente y director científico del Instituto Allen de Ciencias del Cerebro, en Seattle y con la filósofa Katja Crone.

Lo que obtuve fue lo siguiente:


«A diferencia de cualquier otra entidad empírica de la Naturaleza, la presencia de la mente le resulta inmediatamente obvia a sí misma, pero le es opaca a todos los observadores externos.»

—George Makari, Soul Machine, 2015

En contraste con entes materiales como un huevo, un perro o el cerebro, consciencia, mente y alma son constructos históricos dotados de un universo de significados religiosos, metafísicos, culturales y cien­tíficos y acompañados de una batería de presunciones subyacentes, algunas enunciadas con claridad, pero otras ignoradas por completo. Estos significados se van adap­tando a los tiempos a causa de guerras y revoluciones, catástrofes, comercio y tratados, inventos y descubrimien­tos. Christof Koch nos cuenta que George Makari, psiquiatra e historiador, se propone arrojar luz sobre esta evolución histórica. En su libro Soul machine: The invention of the modern mind, publicado en noviembre de 2015, describe cuán elusivas resultan las nociones de consciencia, mente y alma, las cuales filósofos, teólogos, estudiosos y médicos buscan domeñar con conceptualizaciones, definiciones, cosificaciones, negando o redefiniendo estos términos a través de los tiempos para enfrentarse con el misterio de nues­tra vida interior.

Descartes, Locke y Hobbes

La búsqueda sistemática de respuestas se remonta a Aristóteles (384-322 a.n.e.), considerado el primero de los biólogos, taxonomistas, embriólogos y evolucionistas. En su Acerca del alma (De Anima) ofrece una clasificación de los seres vivos y expone su noción del alma (psyché), que significa, para él, la esencia de una cosa. Un organismo es definido por su alma. Todos los seres vivos poseen almas, de cualidades peculiares. El alma vegetativa da cuerpo a la fuerza vital, que diferencia la materia viva (ya se trate de plantas, animales o personas) de la inanimada (las piedras, por ejemplo). El alma vegetativa es sostén de la nutrición, el crecimiento y la reproducción. El alma sen­sitiva, en cambio, faculta la percepción a través de los sentidos, del dolor y del placer, de la memoria, la imagi­nación y la emoción. Es común en los animales y los hu­manos. Tanto el alma vegetativa como la sensitiva son corpóreas y, por consiguiente, mortales. El alma racional, exclusiva de los humanos, es responsable del intelecto, el pensamiento y el razonamiento. El alma racional consti­tuye la esencia del ser humano. Para Aristóteles, aunque el alma racional es inmaterial, no puede existir con independencia del cuerpo. Es sabido que Sócrates y Platón diferían de Aristóteles en este punto, pues abogaban por la inmortalidad del alma una vez fallecido el cuerpo.

Tomás de Aquino (1225-1274), fraile dominico y filó­sofo escolástico, volcó estas ideas clásicas griegas en moldes acordes con las doctrinas cristianas, tesis que ejercieron una gran influencia durante toda la Edad Media. Según Aquino, todo individuo humano se encuentra integrado por una terna de almas: un alma nutriente, común a todos los organismos; un alma sensible (o apetitiva), característica de los animales y las personas, y un alma racional, la cual es inmortal, depositaria de los rasgos divinos de la humanidad y que eleva a la persona sobre el mundo natural, material. El alma ra­cional no podía enfermar, por su cualidad de inmaterial, pero sí ser poseída por el Diablo o algunos de sus demo­níacos servidores. La medicina no podía sanar a los que sufrían esa fatalidad; en cambio, la autoridad eclesiásti­ca sí sabía ayudarlos. Salvaba las almas inmortales de un modo u otro, como demuestra la muerte en la hoguera de decenas de miles de brujas y brujos.

Esta filosofía tomista constituyó durante cuatro siglos la narrativa intelectual dominante en la cristiandad, tan­to de nobles como de campesinos. Ofrecía alivio al fati­gado y consuelo al moribundo; justificaba el derecho divino y el poder absoluto de la monarquía. Sin embargo, las encarnizadas guerras de religión entre cristianos que acontecieron durante la primera mitad del siglo XVII, en nombre de la «única fe verdadera», llevaron a una gene­ralizada crítica de estas verdades recibidas.

Filósofos, sabios, médicos, escritores y revolucionarios de la Ilustración inglesa, escocesa, francesa y alemana metamorfosearon a lo largo de dos siglos el alma racional hacia un ente mecanicista, natural y desacralizado, des­cribe Makari. Este proceso engendró la psicología, la neurología y la psiquiatría, así como nuestro conocimien­to actual de que hemos evolucionado desde los simios.

Todo comenzó con René Descartes (1596-1650), un francés solitario, y Thomas Hobbes (1588-1679), un inglés radical y sin pelos en la lengua. Descartes es uno de los padres de la ciencia moderna: Vinculó el álgebra y la geometría, con lo que nos legó las coordenadas cartesia­nas. Sustituyó las apolilladas formas y causas finales de los escolásticos («la madera arde porque existe en ella una forma inherente que busca arder») y las sustituyó por causas mecánicas. En concreto, sostuvo que las ac­ciones y los movimientos de los animales y los humanos se deben a partículas de diversas formas que chocan y se empujan entre sí y se mueven de un lado a otro. Nada más y nada menos.

Descartes postulaba que todo cuanto existe bajo el sol está formado por una de dos sustancias. Lo tangible y dotado de extensión espacial es res extensa («sustancia extensa»). Lo intangible, lo que no puede verse y no posee extensión, es cosa pensante, res cogitans. Solo la sustancia pensante faculta a los humanos para razonar, hablar y decidir libremente. El dualismo cartesiano dividía al mundo en dos magisterios. Uno, el mecanicista, debía ser el campo de juego de los filósofos experimentales, los precursores de los científicos y clínicos modernos. El otro, el teológico, estaba destinado al dominio del alma inmortal e inmaterial. De este modo, el filósofo francés ampa­raba el dogma cristiano y la autoridad eclesiástica.

Esa dicotomía le supuso a Descartes la enemistad de Hobbes, autor del famoso Leviatán, un osado manifiesto materialista que se considera el fundamento de la filosofía política occidental. Para Hobbes, todo estaba formado por materia. No había necesidad alguna de una sustancia pensante especial. La materia podía pensar. El grueso del Leviatán es un argumento en pro de la monarquía abso­luta y no tanto de la autoridad religiosa, para prevenir la sangría de las guerras de religión europeas (entre 1524 y 1648). No obstante, Hobbes fue tenido por blasfemo y sus libros, quemados.


John Locke (1632-1704), filósofo y médico inglés, atri­buyó al alma racional un carácter más natural todavía en su Ensayo sobre el entendimiento humano. Lo escribió en Holanda, durante el exilio, y se publicó por vez prime­ra en una edición abreviada en francés. El empirismo de Locke contribuyó a convertir el alma en algo más cercano a la mente moderna, el escenario de nuestra experiencia subjetiva. La mente se encuentra poblada de ideas que proceden del exterior, de las sensaciones, puesto que, al fin y al cabo, la mente al nacer es una hoja en blanco, una tabula rasa. Las ideas de Dios, de la justicia, de las mate­máticas o la idea del propio ser o de los objetos cotidianos, trátese de útiles, máquinas, animales o personas, no son innatas. Por el contrario, se aprenden por experiencia, por reflexión y por asociación. El modo en que la mente podía llevar a cabo tales tareas constituía para Locke un misterio, como también lo fue para Descartes, Hobbes y para todos los demás. A la luz de la mecánica y la química de su época, resultaba inexplicable que la mera materia cerebral pudiera pensar, razonar o hablar. Locke postuló que Dios había implantado fuerzas activas en la materia cerebral.

John Locke

Descartes, Hobbes, Locke, Baruch Spinoza y otros pensadores radicales compartían el desprecio por la su­perstición. Makari cita una entrada del diario de Locke: «Las tres grandes cosas que gobiernan la humanidad son la razón, la pasión y la superstición. La primera rige solo a unos pocos; las dos últimas las comparte la mayoría de la humanidad y la poseen en sus cambios. Pero la supers­tición, con más poder, produce el mayor daño». El «gran inquisidor», de Fyodor Dostoievski, a dos siglos de dis­tancia, comprendía perfectamente esta disposición mental: «Las tres únicas fuerzas capaces de conquistar y conservar cautivas para siempre las conciencias de estos débiles rebeldes, para su propia felicidad... son el milagro, el misterio y la autoridad». Dos siglos después, en nues­tros días, la humanidad sigue combatiendo estas fuerzas.

En las postrimerías del siglo XVII, la mente había perdido muchos de sus atributos celestiales y pasado a formar parte de la naturaleza. Ahora podía sufrir las corrupciones que padece todo lo material, podía volverse disfuncional, enfermar o sufrir melancolía (una dolencia de amplia difusión). También podía ser falible y formar asociaciones equivocadas que conducían a errores de cognición, lo que explicaría la creciente marea de fanáticos, entusiastas y profetas religiosos: anabaptistas, metodistas, adventistas, cuáqueros y otros autoproclamados mensajeros de la di­vinidad, que recorrían el mundo predicando su especial interpretación de Dios y de la Biblia. Quizá no era Dios quien hablaba por su boca, sino que, sencillamente, se engañaban. De igual manera, tal vez los brujos no estuvie­ran posesos; tal vez solo fuesen enfermos o locos. Y no tendrían que haber sido quemados.

Si las mentes de las personas podían desequilibrarse, ¿sería posible devolverles el equilibrio? ¿Podrían curarse? ¿De qué modo? ¿Encerrándolas en manicomios? ¿Cómo distinguir a los locos de los excéntricos? Estas preguntas apasionaron al Reino Unido a causa del estrafalario comportamiento del rey Jorge III, el soberano que perdió las colonias americanas y cuya salud mental provocó una crisis política por su locura y por el debate sobre cómo podría devolvérsele el juicio. Todavía hoy suenan los ecos de estas controversias sobre quién ha de ser culpado de los atentados en masa: los individuos perturbados, la posesión de armas o los factores culturales.

Siempre muy lentamente, con un sinfín de pasos atrás, conforme los decenios sumaban un siglo y luego dos, las explicaciones religiosas de comportamientos idiosincrá­sicos se convirtieron en explicaciones clínicas, con sus asilos mentales concomitantes y sus médicos especialis­tas para tratar a los afectados, quienes ya no eran consi­derados diablos ni seres tocados por Dios, sino pacientes que necesitaban ayuda.

El astrónomo y filósofo prusiano Immanuel Kant (1724-1804) hizo más que ningún otro para sondear y delimitar lo que la mente puede conocer y lo que la razón puede deducir sobre el mundo. Con precisión de bisturí, sostuvo que nuestra mente no podrá jamás penetrar la auténtica naturaleza de las cosas.

De espíritus y profanos

Las posesiones y los exorcismos habían servido de prue­ba visible de la realidad del mundo espiritual. Si estas materias eran de carácter profano, sujetas a la medicina y la razón, ¿dónde quedaría la justificación divina de los derechos absolutos de la monarquía?

Makari concluye a mediados del siglo XIX, con una semblanza de los médicos Franz Joseph Gall (1758-1828) y su ayudante Johann Spurzheim (1776-1832). Gall, ba­sándose en la disección sistemática de cerebros humanos y de animales, formuló una descripción materialista, concienzudamente fundamentada, en la que el cerebro era en exclusiva el órgano de la mente; un órgano que no es homogéneo, sino un agregado de partes y, en consecuencia, de diferentes «funciones». Sostenía que su número era 27, asignadas una por una a distintas regiones del cerebro. Cada individuo hereda un conjunto peculiar de órganos, al­gunos más pequeños, otros más grandes, lo cual explica las diferencias entre unos y otros. Estas teorías, que veían en el cerebro una máquina para producir pensamientos y recuerdos, chocaban con los sentimientos religiosos y la moralidad pública de su tiempo. Al final, el médico tuvo que abandonar su Viena natal y establecerse en el París posrevolucionario.

Gall y Spurzheim aseguraban que a partir de los de­talles de curvatura, forma y tamaño del cráneo podían inferir el tamaño e importancia del órgano subyacente y diagnosticar el carácter mental del individuo examina­do. Su método frenológico adquirió una inmensa popu­laridad, pues era del agrado de la creciente clase media gracias a su apariencia científica, refinada y moderna. La frenología se empleó para clasificar a criminales, lunáti­cos y eminencias; también a los famosos (o infames). No obstante, la técnica acabó sin el prestigio de un método científico serio; poco a poco fue languideciendo hasta comienzos del siglo XX.

Aunque no existe relación discernible entre la mor­fología externa del cráneo y el tamaño y la función del tejido neural subyacente, la insistencia de Gall sobre la ubicación de funciones cognitivas específicas en la corteza cerebral encontró apoyo en 1848, en los trabajos del neurólogo parisino Paul Broca (1824-1880). Este médico expuso un caso de referencia: un paciente in­capaz de hablar, con la curiosa excepción de que solo podía pronunciar la sílaba tan. Se demostró que el ce­rebro del enfermo (quien se acabaría conociendo en la literatura médica como «Tan-Tan») había sufrido una lesión en el lóbulo frontal izquierdo. Broca dedujo que la función del habla se encontraba en estrecha relación con dicha región. El análisis de un segundo paciente reforzó su convicción de que un área circunscrita a la corteza cerebral (la tercera circunvolución del lóbulo frontal inferior izquierdo, hoy llamada área de Broca) era responsable del habla productiva, la conducta humana por excelencia.

De Descartes al paradigma computacional

Las ideas cartesianas arraigaban en la incapacidad del filósofo francés para concebir procedimientos y meca­nismos que explicasen la inteligencia, el razonamiento y el lenguaje. Nadie en el siglo XVII podía soñar que la aplicación automática («sin mente») de una infinidad de instrucciones, minuciosamente detalladas y ejecutadas paso a paso (lo que ahora llamamos un algoritmo pu­diera conseguir que una máquina computadora jugase al ajedrez, reconociese rostros, etiquetase fotografías o tradujese páginas de Internet. Descartes tuvo que apelar a una sustancia misteriosa, etérea, que, de alguna nebu­losa manera, efectuaba el pensar y el razonar.

En la moderna concepción de la mente computacional, todo contenido sobrenatural ha sido lixiviado por el baño ácido de la Ilustración: si no hay cerebro, no hay mente. No obstante, nuestra comprensión del entramado de consciencia, mente y alma no ha alcanzado en absoluto su definitivo apogeo. Seguirá evolucionando a la par que científicos, clínicos y filósofos, a quienes recientemente se han sumado ingenieros, buscan una talla cada vez más precisa de sus articulaciones naturales, por usar una hermosa metáfora platónica.

Makari describe cómo estos conceptos se han ido formando y determinando por contingencias históricas y culturales, según modos que la ciencia, normalmente, opta por dejar de lado.


Nuevamente: Muy interesante, ¿Verdad?

Sin embargo, queda la duda acerca de qué tiene que decir la Filosofía sobre el alma. Para averiguarlo, dirijámonos a Dortmund para entrevistar a Katja Crone, profesora de Filosofía en la Universidad TU de Dortmund. Principalmente trabaja en temas relacionados con la Filosofía de la Mente. Su investigación se centra en la autoconciencia, la identidad personal, la cognición social y la intencionalidad colectiva. También ha trabajado en la filosofía de Kant y Fichte.  Veamos:

— ¿Qué papel desempeña el alma en el pen­samiento contemporáneo?

— Ninguno. Este término prácticamente ha desaparecido de la filosofía actual. Aunque el concepto de alma cuen­ta con una larga historia, a lo largo de ese recorrido ha emergido de muy diversas maneras, hasta que hoy en día ya ha pasado de moda.

— ¿No existe ningún argumento para que aceptemos la esencia inmortal del ser humano?

— De manera aislada, todavía pueden encontrarse posicio­nes emparentadas con el concepto tradicional de alma. Principalmente el sustancialismo. No obstante, en la actualidad resulta raro toparse con un enfoque que de­fienda la existencia de un mundo espiritual junto al corporal, de un ámbito para el ser inmaterial. De haber­lo, el alma casi ni aparece, porque se trata de un concep­to sobrecargado de creencias.

— No obstante, en el pensamiento cotidiano el alma se halla tan presente como antes. ¿Por qué nos cuesta tanto abandonar la idea de que los humanos poseemos una parte inmortal?

— Como es natural, la separación entre cuerpo y mente nos parece, en principio, plausible. Si indago los orígenes de mis distintos estados mentales, no me parece que tengan nada de corporal per se; los percibo como algo subjetivo. Sin embargo, los conocimientos de la neurociencia cognitiva y las reflexiones filosóficas nos están llevando cada vez más hacia un cambio de planteamiento.

— ¿En qué sentido?

— Hoy sabemos con mayor precisión que el cerebro lleva a cabo funciones mentales y cómo lo hace. Ese conoci­miento repercute en la manera en la que reflexionamos sobre los procesos de nuestra mente. La idea de que más allá de esos mecanismos neurofisiológicos pueda existir algo puramente espiritual e inmaterial resulta difícil de argumentar. Incluso el hecho de que las personas interactuemos no significa de ninguna manera que el alma se encuentre flotando en algún lugar entre nosotros o que sea capaz de sobrevivir a la muerte del cerebro.

Tales creencias pueden resultar interesantes desde un punto de vista intuitivo, lo que no implica que no se puedan modificar.

— ¿Deberían cambiar?

— En mi opinión, la idea de un alma es del todo prescin­dible. Nos las podemos arreglar perfectamente sin ella. Por supuesto que la visión dualista cuenta con una larga historia y hemos aprendido, tanto cultural como individualmente, a pensar así. Pero la idea del alma también se ha ido transformando una y otra vez en el pasado.

— ¿Qué cambios ha sufrido con el tiempo?

— En un inicio, el alma era mucho más que la consciencia. En la antigua Grecia, en la época de Aristóteles, no abarcaba simplemente funciones mentales como la percepción, los sentimientos, el pensamiento y la volun­tad, sino que comprendía un principio vital general, precisamente aquello que nos convierte en seres vivos. Desde entonces, hemos obtenido muchos más conoci­mientos sobre la fisiología del cuerpo y ya no necesitamos el constructo del alma para explicar las funciones vitales.

Y es obvio que el concepto de alma continuará transfor­mándose.

— Usted habla de transformación, no de desaparición.

— Creo que expulsar este término del lenguaje cotidiano no va a resultar tan fácil, así que continuaremos dispo­niendo de un concepto de alma. Solo que nos referimos a una cosa distinta a la de antes.

— ¿A qué?

— Actualmente ya empleamos esta palabra de manera simi­lar a psique, como resumen de todo tipo de rendimientos mentales, o bien en sentido figurado. Si hablo de «un evento sin alma», me refiero a un acontecimiento insípi­do, impersonal. Ello guarda poca relación con lo extrasensorial.

— ¿Cómo plantean los filósofos actuales el concepto clásico de alma?

— Los filósofos hablamos de la consciencia como una cua­lidad determinada de los estados mentales. Sin embargo, el modo en que el cerebro los lleva a cabo y, por ejemplo, cómo se originan las circunstancias vitales subjetivas, como los qualia, representan aún hoy uno de los grandes retos de la neurociencia. Sin embargo, estoy convencida de que podremos resolverlos algún día. Para ello, las neurociencias no podrán prescindir de la filosofía, pues­to que esta pone a su disposición explicaciones concep­tuales y argumentos. El conocimiento de que existe una base física de los procesos de la consciencia debería convertirse, poco a poco, en un bien común de la sociedad.

— ¿No necesitamos una instancia mental que nos confiera identidad?

— Tradicionalmente, el alma también representaba aquello que nos hace individuos, como el núcleo de nuestra autoconsciencia. Cada persona posee una representación de sí misma como unidad personal con características deter­minadas. Ello nos es necesario para tener capacidad de acción. Sin embargo, esta instancia no se halla oculta y desunida de nuestros procesos corporales, sino que es una parte o un producto de los mismos.

— Con frecuencia se afirma que el yo es una ilusión.

— Esa afirmación la encuentro exagerada. Si digo «yo», me refiero a mí misma como persona, y esta persona es real. Lo que me distingue como persona puede ser más flexi­ble, cambiante y polifacético de lo que a mí me parece, pero eso no lo convierte en una ilusión. Resulta más apropiado hablar de una construcción del cerebro.

— ¿Reflexionar sobre el cuerpo, el yo y la conscien­cia no nos involucra en un continuo de contra­dicciones?

— No podemos separar nuestros pensamientos de nuestra consciencia. Todo lo que pienso y quiero hacer forma parte de lo mismo. Dicho de otro modo, sus fuentes no se pueden reconocer de manera subjetiva. El primer motor inmóvil se remonta a Aristóteles. El filósofo creía que debía existir un núcleo completamente libre e incon­dicional en nosotros. Pero estamos imbuidos en una comunidad, interiorizamos reglas y desarrollamos pre­ferencias, de manera que nuestra voluntad siempre se encuentra enclavada en un contexto social y cultural. El libre albedrío puede interpretarse como que el mundo se halla determinado de manera causal pero que nosotros aún somos libres. Es lo que se denomina compatibilismo. Ser libre significa actuar de acuerdo con las convicciones y los motivos propios. Por el contrario, la libertad total sería equiparable a la falta de libertad.

— Desde hace siglos, el alma cumple también una función moral. Debemos «hacer el bien» para que vaya al cielo o se reencarne. ¿Sería posible pensar en una convivencia pacífica sin esa con­vicción?

— Curiosamente, Immanuel Kant ya se oponía a la exis­tencia de un alma en su Crítica de la razón pura. Sos­tenía que considerar la posibilidad de una sustancia inmaterial constituía una conclusión errónea de nues­tro razonamiento. Por el contrario, en su filosofía práctica, la ética del deber, sostenía que la ley moral entrañaba la existencia de una vida tras la muerte. Kant veía en ella un postulado necesario. Y si Kant podía vivir con esa contradicción, quizá nosotros también podamos.

— Pero, ¿se puede respetar un principio del que no se está convencido?

— En la actualidad nos ocurre algo similar con el libre al­bedrío. Su existencia también es teóricamente controver­tida, sin embargo, resulta indispensable en la práctica de la vida cotidiana.

— ¿Quedará el alma cada vez más arrinconada al ámbito de la fe a medida que se avance en el estu­dio del funcionamiento del cerebro?

— Lo está desde hace tiempo. El alma inmortal es un con­cepto teológico. Hay personas que se aferran al alma porque así lo quieren o porque les hace sentir bien. Creer o no en ella no puede fundamentarse de manera conclu­yente solo con argumentos.

— Algunas personas consideran la imagen neurocientífica del ser humano como algo desilusionan­te, incluso como una amenaza. ¿Qué le parece?

— Seguro que llevará un largo proceso deshacerse de la creencia en un alma y el más allá. Pero nosotros ya estamos atrapados en ese proceso. Ello no significa que en una sociedad pluralista no puedan existir otros puntos de vista. La ciencia contribuye a sustituir viejos enfoques, a los que a menudo nos sentimos apegados, por otros nuevos que resultan más explicativos y evitan los problemas de los anteriores. Así funciona el avance. No hay que tener miedo de ello.



Bien, el recorrido ha sido sumamente interesante e instructivo y he rescatado una serie de afirmaciones que, me parece, ameritan que me extienda en ellas. Vamos con la número uno:

1.- Un enfoque actual y extendido de esta idea es el dualismo de propiedades, según el cual lo mental consiste en un pro­ducto o efecto secundario de los procesos neuronales. Tomado de nuestra charla con Steve Ayan.

¿Qué por qué llamó mi atención? Porque es, justamente, lo que se sigue de la hipótesis expresada en las notas ¿Somos conscientes? Es decir, la actividad mental, el raciocinio, no es producto de un alma que anima los cuerpos materiales. Es un epifenómeno de la complejidad de una red neuronal.

¿Y qué es un epifenómeno? Pues, Epifenómeno (del griego antiguo ἐπί “sobre, además, junto a” y Φαινόμενoν “fenómeno, evento observable”) en filosofía es un fenómeno secundario que acompaña o sigue a un fenómeno primario sin constituir parte esencial de él y sin que aparentemente ejerza influencia sobre el mismo. En otras palabras, dada una red neuronal con una estructura umbral, aparece, como consecuencia, la conciencia, sin que haya sido el objetivo primario de dicha red y sin modificarla.

Esto, claramente, es aplicando la navaja de nuestro amigo Okham. Si se puede explicar la conciencia sin necesidad de un alma, no hay que considerarla… ¡al menos inicialmente!

¿Pero, así y todo, puede existir el alma, Martín?

Si, puede existir. Sin embargo, al no ser necesaria, no se incluye en la hipótesis inicial. Como he dicho antes, si, más adelante, se hace necesaria, se la incluirá.

2.- Para Hobbes, todo estaba formado por materia. No había necesidad alguna de una sustancia pensante especial. La materia podía pensar. Tomado del libro de George Makari.

Es notable que, en pleno siglo XVII, Hobbes haya tenido este pensamiento absolutamente moderno.

3.- El empirismo de Locke contribuyó a convertir el alma en algo más cercano a la mente moderna, el escenario de nuestra experiencia subjetiva. La mente se encuentra poblada de ideas que proceden del exterior, de las sensaciones, puesto que, al fin y al cabo, la mente al nacer es una hoja en blanco, una tabula rasa.

Y esto es exactamente lo que yo decía en las notas mencionadas cuando referí que la red neuronal nace como una tabula rasa y solo al crecer y acumular experiencias configura una extensa base de datos que permiten la aparición de la consciencia.

4.- Descartes, Hobbes, Locke, Baruch Spinoza y otros pensadores radicales compartían el desprecio por la su­perstición. Makari cita una entrada del diario de Locke: «Las tres grandes cosas que gobiernan la humanidad son la razón, la pasión y la superstición. La primera rige solo a unos pocos; las dos últimas las comparte la mayoría de la humanidad y la poseen en sus cambios. Pero la supers­tición, con más poder, produce el mayor daño». El «gran inquisidor», de Fyodor Dostoievski, a dos siglos de dis­tancia, comprendía perfectamente esta disposición mental: «Las tres únicas fuerzas capaces de conquistar y conservar cautivas para siempre las conciencias de estos débiles rebeldes, para su propia felicidad... son el milagro, el misterio y la autoridad». Dos siglos después, en nues­tros días, la humanidad sigue combatiendo estas fuerzas.
Y no cabe duda de que la superstición está vastamente extendida.

5.- De igual manera, tal vez los brujos no estuvie­ran posesos; tal vez solo fuesen enfermos o locos. Y no tendrían que haber sido quemados.

En la nota De Conductores y Conducidos, mencioné la posibilidad de que Juana de Arco no haya sido ni una bruja, ni una santa, tan solo una esquizofrénica.

6.- Cada individuo hereda un conjunto peculiar de órganos, al­gunos más pequeños, otros más grandes, lo cual explica las diferencias entre unos y otros. Estas teorías, que veían en el cerebro una máquina para producir pensamientos y recuerdos, chocaban con los sentimientos religiosos y la moralidad pública de su tiempo.

Claramente, la idea de que fuera el cerebro y no el alma lo que nos permitiera pensar va en contra de las creencias religiosas. Fíjense, queridos amigos, que ya los egipcios, hace cuatro mil años creían en un alma o espíritu que animaba el cuerpo y que lo sobrevivía. Lo llamaban el ka.

7.- En la actualidad nos ocurre algo similar con el libre al­bedrío. Su existencia también es teóricamente controver­tida, sin embargo, resulta indispensable en la práctica de la vida cotidiana. Tomado de Katja Crone.

Efectivamente, en mi cuento Mizuki del 3 de enero de 2022 podrán ustedes ver que el libre albedrío no es tan libre, después de todo.

8.- Otra duda expresada por ustedes, queridos amigos, es qué sucede después de la muerte. Creo que si han llegado hasta aquí, les debe haber quedado claro que, si la consciencia es un epifenómeno de una red neuronal compleja, munida de una buena base de datos, al desaparecer dicha red neuronal, desaparece la consciencia y, simplemente, no hay mas nada…


Bien, hasta aquí la nota de hoy. Espero haber satisfecho su curiosidad de ustedes.

¡Hasta la próxima!

domingo, 14 de agosto de 2022

¿Somos conscientes? Addendum.

Al parecer, las notas que, bajo el título de ¿Somos conscientes?, publiqué el 20 y el 27 de junio pasados, provocaron una generalizada curiosidad entre todos ustedes respecto a si yo realmente creía en la hipótesis allí vertida acerca de cuál es el origen de la consciencia en el ser humano. Así me lo hicieron saber las muchas consultas que recibí al respecto.

Lo cierto es que, una hipótesis no es un teorema; entendiendo, por este último, una verdad demostrada. La hipótesis es el paso que antecede al teorema; es un enunciado que pretende serlo, pero aún no ha sido demostrado.

Y, si uno adhiere al método científico, como es mi caso, no reduce la verdad a solo “creer o no creer”, sino que pretende aceptar las verdades solo cuando han sido demostradas. Sin embargo, para llegar al teorema hay que partir de una posible explicación del hecho que a uno lo ocupa. Y esa es la hipótesis.

Desde luego que, para el planteo de la hipótesis, es de mucha utilidad la "navaja de Occam", puesto que lo lógico es empezar por lo más simple y solo escalar la complejidad si es necesario.

Así las cosas, digamos que lo enunciado en aquellas notas fue precisamente eso: Una posible explicación al fenómeno de la consciencia humana. Una hipótesis acerca de cómo surge la consciencia en nuestros cerebros, en nuestras redes neuronales.

Ahora bien, las mencionadas consultas de muchos de ustedes me llevan a ahondar sobre el tema aportando otras reflexiones sobre el mismo. Y, para comenzar, creo conveniente recordar cuál fue la hipótesis de marras. Dije en aquellas notas que:

La consciencia humana es en un todo similar a la que surge en las redes neuronales artificiales construidas por el hombre.

Y, el primer testigo que quiero llamar al estrado es Mizuki, ¿Remember Mizuki? En mi cuento del mismo nombre se entabla entre Mizuki y Martín san el siguiente diálogo acerca de las ECM, decía Mizuki:

 

- De modo que redes neuronales construidas a imagen y semejanza del cerebro, cuando son “desmontadas” paso a paso, “recuerdan” lo que primero aprendieron. Del mismo modo que un humano cercano a la muerte recuerda a seres queridos que ya no están como su madre, por ejemplo. Ahora bien, estimo que estarás de acuerdo conmigo, Martín san, en que las redes neuronales son sólo un artefacto electrónico, un robot, ¿Verdad?
- Pues,... si,... estoy de acuerdo.
- O sea que no está animado de ningún espíritu, o alma, o cosa que se le parezca, ¿Verdad?
- No, ciertamente no.
- Y entonces, Martín san, ¿Por qué estás dispuesto a aceptar que el humano es fundamentalmente distinto cuando su comportamiento es básicamente el mismo que el de una red neuronal artificial?

 

¡Y este es el punto! Si una red neuronal (similar a nuestro cerebro) se comporta de manera similar a nosotros mismos, ¿Por qué hemos de aceptar que ese comportamiento es de un origen fundamentalmente distinto al origen de nuestro propio comportamiento?

Y, más aún, resulta que ese comportamiento similar aparece en redes neuronales muy simples (comparadas con el cerebro humano). ¿Qué no esperar de futuras redes, mucho más complejas?

No dejo de ver que, la duda mayor que despierta esta hipótesis es la expresada por muchos de ustedes: Las redes neuronales artificiales creen tener consciencia, pero, en realidad, no la tienen. Es solo una cáscara de consciencia.

¿Y qué tal si nosotros también creemos tener consciencia, cuando, en realidad no la tenemos? ¿Qué tal si también vivimos una cáscara de consciencia? Desde luego que, una tremendamente poderosa red neuronal como es el cerebro, nos hace vivir esa ficción como si fuese una realidad aplastante.

¿Lo es realmente, estimados amigos?

 

Ahora bien, quisiera, antes de proseguir, detenerme en algunas consideraciones sobre el test de Turing. Recordemos, para los recién llegados, en qué consistía.

El inglés Alan Turing, uno de los padres de la computación, diseñó una prueba con el objeto de determinar la capacidad de una máquina para exhibir un comportamiento inteligente similar al de un ser humano o indistinguible de éste

Turing propuso que un humano evaluara conversaciones en lenguaje natural entre un él y un grupo de interlocutores entre los que hay una máquina diseñada para generar respuestas similares a las de un humano. El evaluador sabría que uno de los participantes de la conversación es una máquina y los intervinientes serían separados unos de otros. La conversación estaría limitada a un medio únicamente textual como un teclado de computadora y un monitor por lo que sería irrelevante la capacidad de la máquina de transformar texto en habla. En el caso de que el evaluador no pueda distinguir entre los humanos y la máquina acertadamente, la máquina habría pasado la prueba.

Turing propuso esta prueba en su ensayo “Computing Machinery and Intelligence” de 1950 mientras trabajaba en la Universidad de Mánchester. Inicia con las palabras: Propongo que se considere la siguiente pregunta, ¿Pueden pensar las máquinas?

Es interesante notar que, mientras se pensó que las máquinas nunca podrían pensar se tomó el test de Turing como muy bueno. Ahora, cuando han aparecido máquinas que pueden superarlo, se considera que no, no es tan decisivo ni importante.

¡Parece que el humano se niega a reconocer que no es algo maravilloso!

Ahora, me pregunto yo, si la conducta de un robot es indistinguible de la de un ser humano, si su desempeño es indistinguible del de un ser humano, si estamos construidos con el mismo modelo de red neuronal, ¿tiene sentido argumentar que no es consciente y nosotros sí? O, más bien, si ellos no son conscientes, ¿será que nosotros tampoco? O, si nosotros somos conscientes, ¿será que ellos también lo son?

………………………………….

Bien, a continuación, les dejo una serie de artículos sobre el tema, a favor y no tan a favor del mismo, para que puedan reflexionar sobre él. Y ya el primero nos da una pista de por qué somos inteligentes y por qué otros animales también los son (mal que le pese al finadito Descartes que opinaba que los animales no tienen mente).

¡Ah!, me olvidaba decirles, si al querer decir sus nombres… eeehhh, no, perdón,... digo que al final de esta nota hallarán dos links de videos donde les contarán acerca de Watson, la IA de IBM que, entre otros logros, ganó u$s 1.000.000 en el programa de preguntas y respuestas Jeopardy, de Estados Unidos. Y, como si esto fuera poco, los invito a buscar en Youtube el título Trailer Morgan y podrán ver la colilla de una película de terror, confeccionada totalmente por una IA.

Bien, ahora sí: ¡Hasta la próxima!

 

¿Por qué algunos animales

son más inteligentes que otros?

Descubre de dónde surge la capacidad de innovación y aprendizaje de los animales más inteligentes del planeta.

POR CRISTINA CRESPO GARAY
PUBLICADO 8 AGO 2022 12:05 GMT-3

Grajillas (Coloeus monedula) rompiendo una cáscara de nuez y arrojándola sobre el suelo; gorriones bloqueando los sensores de las puertas de supermercados para robar comida o herrerillos (Cyanistes caeruleus) abriendo los botes de leche que el repartidor deja a las puertas de las casas, estos animales (incluso con cerebros del tamaño de un fruto seco) logran comportamientos y aprendizajes que han sido objeto de estudio durante décadas.

Entre las aves, los cuervos se consideran los animales más inteligentes del mundo, superando incluso a algunos niños y primates. De hecho, diversos estudios han descubierto a lo largo de los últimos años que los cuervos elaboran y utilizan herramientas o resuelven acertijos, y otras especies, como los loros, cuentan con un vocabulario muy diverso.

La ciencia ya comprobó que estas aves aprovechan muy bien sus cavidades cerebrales y, de hecho, tienen más neuronas que muchos mamíferos. Pero, ¿qué es lo que hace entonces que algunos animales sean más inteligentes que otros?

Hace años se creía que la inteligencia estaba relacionada con el tamaño del cerebro. Esta teoría, llamada teoría de la encefalización, defiende que el tejido cerebral "extra" de un cerebro más grande permite dedicar más neuronas a tareas cognitivas, según explican los investigadores del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) de España.

Sin embargo, hasta ahora no se disponía de una evidencia científica debido, en parte, a la dificultad de contabilizar la densidad neuronal en distintas especies animales.

¿Tienen los animales capacidad para innovar?

Un trabajo reciente publicado en la revista Nature Ecology and Evolution demuestra, por primera vez, que un mayor número de neuronas está relacionado con una de las principales formas de inteligencia: la capacidad de innovar. A su vez, este número de neuronas está relacionado con un mayor cerebro, tanto en relación con el cuerpo, como en términos absolutos.

“Nuestros resultados sugieren que en córvidos y loros la acumulación de neuronas en el palio (un área del cerebro que se corresponde con funciones superiores como el aprendizaje, distintos tipos de memoria, inteligencia, emociones, lenguaje, etc) es el resultado de alargar el tiempo que necesita el pollo para desarrollarse, una vez salido del huevo”, afirma Daniel Sol, científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y del CREAF.

Por tanto, estos resultados demuestran que el número de neuronas en el palio son un predictor afinado de la capacidad cognitiva de una especie. Es decir, un mayor número de neuronas en esta zona cerebral implica una mayor capacidad de innovación. “Estos resultados son consistentes con la hipótesis de que la acumulación de neuronas en esta región tiene lugar en fases tardías del desarrollo”, explica Sol.

“A su vez, la acumulación de neuronas en el palio hace que el cerebro crezca tanto en términos absolutos como en términos relativos. Así pues, de entre todas las especies y linajes estudiados, los científicos destacan que son los córvidos y los loros las aves que tienen un cerebro mayor en relación al cuerpo y también más neuronas en el palio. Son también las que tienen un tiempo de maduración más largo”, explican.

En cambio, “en grupos como los faisanes y las palomas, la etapa de desarrollo postnatal es más corta, lo que no les permite acumular tantas neuronas en esa zona cerebral. Esto puede explicar por qué tienen un cerebro relativo pequeño y son poco innovadoras en su comportamiento”.

(Te puede interesar: ¿Cómo demuestran su inteligencia los pingüinos?)

Hacia un nuevo modelo evolutivo


Además, tanto córvidos como loros tienen una vida más larga. "Vivir más tiempo aumenta el valor de resolver problemas mediante la innovación porque el tiempo que dedicas a aprender un nuevo comportamiento se compensa si el comportamiento ofrece beneficios durante más tiempo". Hasta ahora, existía controversia sobre si era más importante el tamaño del cerebro en términos absolutos o en términos relativos.

"Los elefantes tienen un cerebro mayor que los humanos en términos absolutos", indica Louis Lefebvre, psicólogo de la McGill University (Montreal, Canadá) y co-líder del estudio; “¿quiere decir esto que son más inteligentes que los humanos? No necesariamente, si lo que más importa es el tamaño relativo del cerebro. El cerebro de los humanos contiene más neuronas en el palio, lo que hace que sea mayor en proporción a nuestro tamaño que el de los elefantes”.

Este nuevo hallazgo ha sido posible por el reciente desarrollo de un nuevo método para contar neuronas, el fraccionador isotrópico, que logra contar las neuronas de diversas especies de forma precisa, un descubrimiento de la neurobióloga Suzana Herculano-Houzel y su equipo. Los investigadores han partido de la estimación del número de neuronas en el telencéfalo palial, área cerebral de los pájaros donde tienen lugar funciones superiores (sensoriales, asociativas y pre-motoras) y que en los mamíferos correspondería al neocórtex.

Los investigadores han medido la densidad neuronal de 81 individuos de 46 especies, gracias a la participación de Pavel Němec, neurobiólogo de la Charles University de Praga, República Checa, que ha co-liderado el estudio y que es uno de los pocos expertos mundiales en la cuantificación de neuronas con la técnica del fraccionador isotrópico. Sumadas a las 65 especies medidas en estudios previos, el número total de especies analizadas llega hasta 111, lo que representa la mayor muestra de número de neuronas utilizada hasta ahora en un mismo estudio. 

Conoce a estos animales agricultores que “cultivan” antes que...

Los datos del número de neuronas han sido comparados con información de la capacidad de innovación basada en más de 4 000 observaciones, realizadas desde 1960 hasta 2020, que describen comportamientos innovadores de pájaros en sus hábitats naturales, tanto en la adopción de nuevos alimentos como en el uso de nuevas técnicas. 

Según Lefevbre, “nuestros resultados ayudan a unificar las medidas neuroanatómicas en múltiples niveles, reconciliando las opiniones contradictorias sobre el significado biológico de la expansión del cerebro”. "Los resultados también ponen de manifiesto el valor de la perspectiva de la historia vital para avanzar en nuestra comprensión de las bases evolutivas de las conexiones entre el cerebro y la cognición", concluye Sol.

¿Pueden los robots tener conciencia?


Barry C. Smith, director del Instituto de Filosofía
Para la BBC
13 septiembre 2011
Actualizado 18 septiembre 2011


Si se fabrica un robot que se comporte igual que nosotros en todo aspecto, incluyendo el pensamiento, ¿tiene conciencia o es sólo una máquina hábil?, se pregunta el profesor Barry C. Smith, director del Instituto de Filosofía.

Los seres humanos están hechos de carne y hueso, una masa envuelta en un intrincado arreglo de tejido nervioso. Pertenecen al mundo físico de la materia y la causalidad, y sin embargo tienen una propiedad notable: de tanto en tanto están conscientes.

La conciencia le proporciona a criaturas como nosotros una vida interior: un reino mental en el que pensamos y sentimos, percibimos imágenes y sonidos, sabores y olores, según los cuales hemos llegado a conocer el mundo que nos rodea.

¿Cómo puede la mera materia provocar experiencias conscientes?

El filósofo francés del siglo XVII René Descartes pensaba que no podía. Él suponía que además de nuestra configuración física, criaturas como nosotros teníamos una mente no material, o alma, en la que se daba el pensamiento.

Descartes negaba que los animales tuvieran mentes.

Para Descartes, la mente no material era excepcionalmente humana. Negaba que los animales tuvieran mentes. Cuando se quejaban, en su opinión no era más que aire escapándose de sus pulmones. Los animales eran sólo mecanismos.

Hoy en día, pocos niegan nuestra naturaleza animal o aceptan que todos los otros animales están desposeídos de consciencia. La idea de un alma inmaterial, además, hace difícil entender cómo el mundo mental puede tener algún efecto en el físico, por lo cual muchos filósofos contemporáneos rechazan la idea del dualismo mente-cuerpo.

¿Cómo algo que no existe en el mundo material puede mover nuestras extremidades y responder a estímulos físicos? Seguro que es el cerebro el responsable de controlar el cuerpo, así que debe ser el cerebro el germen de la consciencia y la toma de decisiones.

Y, sin embargo, muchos de los mismos pensadores concordarían con Descartes en lo que se refiere a la consciencia de las máquinas y de su posibilidad de tener experiencias como los seres humanos.

Criaturas de carbón

Descartes también decía que así lográramos crear una muñeca mecánica inteligente que replicara todos nuestros movimientos y reacciones, no sería capaz de pensar pues no tendría el poder de la palabra.

Pero ya no podemos depender de su criterio para determinar cuáles seres pueden pensar. Hoy en día, las computadoras usan la palabra y el lenguaje sintetizado mejora todo el tiempo.

Alan Turing

Turing se imaginó un test para probar si se podía confundir una máquina con un ser humano.

Fue el potencial de las computadoras de usar el lenguaje y responder apropiadamente a preguntas lo que llevó a Alan Turing, el matemático y descodificador de mensajes durante la guerra, a proponer un experimento para medir la inteligencia de las máquinas.

Turing se imaginó a una persona sentada en una habitación, comunicándose por vía de una pantalla de computador con otros dos en habitaciones distintas. La persona escribiría preguntas y recibiría respuestas, y si no era capaz de adivinar cuál de las dos era la máquina y cuál el ser humano, no tendría razón para no tratarlas igual.

Eso es lo que se conoce como la Prueba de Turing, y si la situación se organiza con cuidado, los programas de computador pueden pasarla.

La prueba original de Turing depende de no poder ver quién está enviando las respuestas a las preguntas, pero la robótica se ha desarrollado rápidamente en la última década y ahora vemos máquinas que se mueven y comportan como humanos.

¿Qué pasaría si ampliáramos el test e instaláramos un programa de computador en un robot con apariencia de ser humano? ¿Podrían el comportamiento adecuado y las respuestas apropiadas convencernos de que la máquina no sólo es inteligente sino también consciente?

En tal caso, habría que distinguir entre pensar que el robot tiene conciencia y que realmente la tenga.

El último misterio

Quienes estudian la consciencia de las máquinas están tratando de desarrollar sistemas autoorganizados que inicien acciones y aprendan de lo que los rodea. La esperanza es que, si logramos crear o reproducir la consciencia en una máquina, podremos aprender qué es lo que hace posible que exista.

Los investigadores están lejos de hacer de ese sueño realidad y un gran obstáculo se levanta en su camino... necesitan una respuesta a la siguiente pregunta: ¿podrá una máquina basada en silicio alguna vez producir consciencia, o son sólo las criaturas hechas de carbón con nuestra configuración material las que puede producir los resplandecientes momentos tecnicolor de la experiencia consciente?

La pregunta es si la consciencia es más cuestión de lo que hacemos o de lo que estamos hechos.

La consciencia posiblemente sea el último misterio que le quedará a la ciencia, pero hasta cierto punto ha sido destronada del rol central que antes ocupaba en el estudio de lo mental.

Gracias a la neurociencia y la neurobiología, cada vez entendemos mejor que mucho de lo que hacemos es el resultado de procesos y mecanismos inconscientes.

Y eso le añade un giro a la historia: si lográramos producir un robot que se comporte como uno de nosotros en todos los aspectos, eso podría llevar a comprobar no tanto que el robot tiene conciencia sino cuánto podemos hacer sin tenerla.



TECNOLOGÍA PILAR VARGAS

¿Pueden los robots ser más conscientes?

Un nuevo sistema de aprendizaje sensible al contexto logró que los robots adquieran mayor conciencia sobre sus compañeros de trabajo. Un reciente estudio mostró que estos eran capaces de comprender su entorno, medir distancias y reconocer el volumen corporal de las personas.

La inteligencia artificial sigue avanzando y en Suecia ya lograron que máquinas pudieran interactuar con sus pares humanos en el trabajo de manera más eficiente.

Este sistema de colaboración humano-robot puede identificar a cada humano con el que trabaja, así como el modelo de esqueleto de la persona, que es un resumen del volumen corporal, según dice el investigador del KTH Royal Institute of Technology, Hongyi Liu.

Según Liu, la capacidad de reconocer su entorno, le permite al robot tomar decisiones tomando en cuenta lo que sucede a su alrededor. Esta habilidad de reconocimiento de su entorno dota la máquina de un contexto del que debe ser consciente al interactuar.

La investigación publicada en Robotics and Computer-Integrated Manufacturing exhibió que un robot pudo moverse alrededor de un brazo que obstaculizó su trayecto repentinamente, prediciendo cuál sería el movimiento, teniendo en cuenta volumen, velocidad y distancia con el brazo del humano, es decir, el contexto.

Esta capacidad permite no sólo mayor eficiencia, sino que mayor seguridad para el desarrollo del trabajo, evitando una posible coalición y reconociendo la línea de montaje, comenta Liu.

Lo que hace posible que los robots tomen conciencia de su entorno es un sistema de aprendizaje automático llamado aprendizaje de transferencia. Es un tipo de inteligencia artificial que reutiliza el conocimiento desarrollado a través de la capacitación antes de adaptarse a un modelo operativo.

Liu compara el sistema de robot sensible al contexto con un automóvil autónomo que reconoce cuánto tiempo ha estado rojo un semáforo y anticipa moverse nuevamente. En lugar de frenar o reducir la marcha, comienza a ajustar su velocidad navegando hacia la intersección, evitando así un mayor desgaste de los frenos y la transmisión.

Los experimentos con el sistema demostraron que, con el contexto, un robot puede operar de manera más segura y eficiente sin ralentizar la producción, al ser más consciente de su entorno.

Revisa el artículo original Robots can be more aware of human co-workers, with system that provides context de Science Daily.



Crean el primer robot consciente de sí mismo

RedacciónT21

8 febrero, 2019

Investigadores estadounidenses han creado un robot consciente de sí mismo y capaz de simularse para adaptarse rápidamente a los cambios del entorno. Un primer paso para traducir la consciencia a algoritmos y mecanismos concretos.

Investigadores de la Universidad de Columbia en la Ciudad de Nueva York (Estados Unidos), han creado un robot capaz de aprender descubrirse a sí mismo desde cero. Esa autoconciencia la consigue sin ningún conocimiento previo de física, geometría o dinámica motora.

Al principio, el robot no sabe qué forma tiene. Pero, tras un breve período de «titubeo», y en aproximadamente un día de intensos cálculos, este robot es capaz de crear una auto-simulación, que puede usar internamente para contemplar y adaptarse a diferentes situaciones, realizar nuevas tareas y detectar y reparar daños en su propia fisonomía.

La simulación






Los seres humanos somos únicos en nuestra capacidad de imaginarnos a nosotros mismos, de imaginarnos en escenarios diferentes o futuros. También podemos aprender a través de las experiencias pasadas y reflexionando sobre lo que salió bien o mal.

La mayoría de los robots aún aprenden utilizando simuladores y modelos proporcionados por humanos, o mediante largas y laboriosas pruebas de ensayo y error. Los robots todavía no han aprendido a simularse como lo hacen los humanos.

«Si queremos que los robots se vuelvan independientes para adaptarse rápidamente a los escenarios imprevistos por sus creadores, es esencial que aprendan a simularse», señala Hod Lipson, profesor de ingeniería mecánica, en un comunicado.

Para el estudio, Lipson y el estudiante de doctorado Robert Kwiatkowski utilizaron un brazo robótico articulado. Inicialmente, el robot se movió al azar y realizó aproximadamente mil trayectorias. Luego, el robot utilizó el aprendizaje profundo, una técnica moderna de aprendizaje automático, para crear un modelo de sí mismo.

Los primeros “auto-modelos” eran bastante inexactos, y el robot no sabía qué era ni cómo estaban conectadas sus articulaciones. Pero después de menos de 35 horas de entrenamiento, el auto-modelo se volvió consecuente con el robot físico hasta unos cuatro centímetros.

El auto modelo realizó una tarea de “tomar y colocar” en un sistema de circuito cerrado que permitió al robot recalibrar su posición original a cada paso a lo largo de la trayectoria, basándose completamente en el simulador interno.

Con el sistema de control de bucle cerrado, el robot fue capaz de tomar objetos en lugares específicos en el suelo y depositarlos en un recipiente con un 100 por ciento de éxito.

Incluso en un sistema de bucle abierto, que implica realizar una tarea basada completamente en el modelo interno, sin ningún tipo de retroalimentación externa, el robot pudo completar la tarea de selección y colocación con una tasa de éxito del 44 por ciento. «Eso es como tratar de recoger un vaso de agua con los ojos cerrados, un proceso difícil incluso para los humanos», señala Kwiatkowski.

Para probar si el auto-modelo podía detectarse daño a sí mismo, los investigadores imprimieron en 3D una parte deformada para simular el daño y el robot pudo detectar el cambio y volver a entrenar su auto-modelo. El nuevo modelo propio permitió que el robot reanudara sus tareas con poca pérdida de rendimiento.

https://www.youtube.com/watch?v=iSYn9ienWF0

Rompiendo los límites

Lipson señala que la autoimagen es clave para permitir que los robots se alejen de los confinamientos de la llamada «Inteligencia Artificial estrecha«, que solo puede dirigirse a un objetivo, y conducirla hacia habilidades más generales. Sería un paso hacia la “Inteligencia Artificial fuerte”.

«Esto es quizás lo que hace un niño recién nacido en su cuna, ya que aprende lo que es», explica Lipson. “Suponemos que esta ventaja también puede haber sido el origen evolutivo de la autoconciencia en los humanos. Si bien la capacidad de nuestro robot para imaginarse a sí misma aún no es comparable a la de los humanos, creemos que esta habilidad está en el camino hacia la autoconsciencia de la máquina».

Lipson cree que la robótica y la inteligencia artificial pueden ofrecer una nueva ventana al viejo rompecabezas de la consciencia. «Los filósofos, los psicólogos y los científicos cognitivos han estado reflexionando sobre la autoconsciencia de la naturaleza durante milenios, pero han progresado relativamente poco», observa. «Todavía ocultamos nuestra falta de comprensión con términos subjetivos, pero los robots ahora nos obligan a traducir estas nociones vagas en algoritmos y mecanismos concretos».

Lipson y Kwiatkowski son conscientes de las implicaciones éticas. «La autoconsciencia conducirá a sistemas más resistentes y adaptativos, pero también implica cierta pérdida de control», advierten. «Es una tecnología poderosa, pero debe manejarse con cuidado».

Los investigadores ahora están explorando si los robots pueden modelar no solo sus propios cuerpos, sino también sus propias mentes. Es decir, si los robots pueden pensar en pensar.

Referencia

Task-agnostic self-modeling machines. R. Kwiatkowski and H. Lipson. Science Robotics, 30 January 2019. DOI: 10.1126/scirobotics.aau9354.


Acerca de Watson.

https://www.youtube.com/watch?v=g0S5yNR1q8I

https://www.youtube.com/watch?v=Fqd59j9x6Ag&t=284s

 


Conjeturas, hipótesis, teorías.

La especulación o conjetura, es una forma filosófica de pensar para ganar conocimiento yendo más allá de la experiencia o práctica tradicion...