domingo, 26 de diciembre de 2021

Punto de encuentro. T01 – E02

¡Buenas noches, queridos amigos de Punto de Encuentro!

Nos encontramos nuevamente, en el marco de nuestro programa, para charlar hoy de dos personas, un monje y un científico, que, hacia el final de sus vidas, atravesaron una experiencia que, por su similitud, los transformó, inmediatamente, en habitantes de Punto de Encuentro.

Comencemos por el monje.

Se hacía llamar "el Nolano", por haber crecido en Nola, una localidad italiana próxima a Nápoles. Pero ninguna ciudad ni ningún país lograron contener a quien fue uno de los espíritus más inquietos e indómitos de la Europa del siglo XVI. A los 15 años partió hacia Nápoles, donde intentó encauzar su exaltada religiosidad ingresando en un convento de la orden de los dominicos, pero muy pronto empezó a causar revuelo por su carácter indócil y sus actos de desafío a la autoridad. Por ejemplo, quitó de su celda los cuadros de vírgenes y santos y dejó tan sólo un crucifijo en la pared y, en otra ocasión, le dijo a un novicio que no leyera un poema devoto sobre la Virgen.

Tales gestos podían considerarse sospechosos de protestantismo, en unos años en que la Iglesia perseguía duramente en Italia a todos los seguidores de Lutero y Calvino. Nuestro hombre fue denunciado por ello a la Inquisición. La acusación, sin embargo, no tuvo consecuencias y pudo proseguir sus estudios. A los 24 años fue ordenado sacerdote y a los 28 obtuvo su licenciatura como lector de teología en su convento napolitano.

Parecía destinado a una tranquila carrera como fraile y profesor de teología, pero se atravesó de por medio su insaciable curiosidad. Se las arregló para leer los libros del humanista holandés Erasmo de Rotterdam, prohibidos por la Iglesia, que le mostraban que no todos los "herejes" eran ignorantes. También se interesó por la emergente literatura científica de su época, desde los alquimistas hasta la nueva astronomía de Copérnico.

De este modo fueron germinando en su mente ideas enormemente atrevidas, que ponían en cuestión la doctrina filosófica y teológica oficial de la Iglesia. Por ejemplo, rechazaba, como Copérnico, que la Tierra fuera el centro del cosmos; no sólo eso, llegó a sostener que vivimos en un universo infinito repleto de mundos donde seres semejantes a nosotros podrían rendir culto a su propio Dios. Kepler, por su parte, creía que todas las estrellas estaban confinadas en una distante concha (como una capa de cebolla) de tan solo tres kilómetros de espesor. En cambio, nuestro hombre, sugería que eran cuerpos como el Sol y se hallaban, por lo tanto, a enormes distancias de nosotros. Una visión absolutamente moderna.

Tenía también una concepción materialista de la realidad, según la cual todos los objetos se componen de átomos que se mueven por impulsos: No había diferencia, pues, entre materia y espíritu, de modo que la transmutación del pan en carne y el vino en sangre en la Eucaristía católica era, a sus ojos, una falsedad. Como no dudaba en mantener acaloradas discusiones con sus compañeros de orden sobre estos temas sucedió lo que cabía esperar: En 1575 fue acusado de herejía ante el inquisidor local. Sin ninguna posibilidad de enfrentarse a una institución tan poderosa, decidió huir de Nápoles.

A partir de ese momento, se convirtió en un fugitivo que iba de una ciudad a otra con la Inquisición pisándole los talones. En los siguientes cuatro años pasó por Roma, Génova, Turín, Venecia, Padua y Milán. La vida errante no era fácil, los viajes eran duros, las habitaciones para alguien sin recursos estaban sucias e infestadas de ratas, los asesinatos de viajeros eran frecuentes, y las enfermedades y epidemias constituían una amenaza que se sumaba a la de sus perseguidores.

Durante sus viajes, conoció a pensadores, filósofos y poetas que se sintieron atraídos por sus ideas y se convirtieron en verdaderos amigos, al tiempo que le ayudaron en la publicación de sus obras. Tras pasar un tiempo en Ginebra, Lyon y Toulouse, en 1581 llegó a París. Su fama le precedía y enseguida fue aceptado en grupos influyentes. El propio rey Enrique III se sintió atraído por sus disertaciones y, aunque no podía apoyar de manera abierta sus ideas heréticas, le extendió una carta de recomendación para que se trasladara a Inglaterra. En Londres, se alojó en la casa del embajador francés y fue presentado a la reina Isabel. Tras casi tres años en Inglaterra reanudó su vida itinerante, viajando a París, Wittenberg, Praga, Helmstedt, Fráncfort y Zúrich.

Hallándose en Frankfurt, recibió una carta de un noble veneciano, Giovanni Mocenigo, quien mostraba un gran interés por sus obras y le invitaba a trasladarse a Venecia para enseñarle sus conocimientos a cambio de grandes recompensas. Sus amigos le advirtieron de los riesgos de volver a Italia, pero el filósofo aceptó la oferta y se trasladó a Venecia a finales de 1591. Allí asistía a las sesiones de la Accademia degli Uranini, lugar donde se reunían ocultistas famosos, académicos e intelectuales liberales y daba clases en la Universidad de Padua.

En mayo de 1592 el filósofo decidió volver a Frankfurt para supervisar la impresión de sus obras. Mocenigo insistió en que se quedara y, tras una larga discusión, accedió a posponer su viaje hasta el día siguiente. Fueron sus últimos momentos en libertad. El 23 de mayo, al amanecer, Mocenigo entró en su habitación con algunos gondoleros, que sacaron al filósofo de la cama y lo encerraron en un sótano oscuro. Al día siguiente llegó un capitán con un grupo de soldados y una orden de la Inquisición Veneciana para arrestarlo y confiscar todos sus bienes y libros.

Tres días más tarde dio comienzo el juicio. El primero en hablar fue el acusador, Mocenigo, que trabajaba desde hacía algunos años para la Inquisición. Tras declarar que, efectivamente, había tendido una trampa a nuestro hombre, proporcionó una larga lista de ideas heréticas que había oído del acusado, muchas distorsionadas y algunas de su propia invención. Entre otras cosas, dijo que el acusado se burlaba de los sacerdotes y que sostenía que los frailes eran unos asnos y que Cristo utilizaba la magia. Cuando fue interrogado,
Bruno, pues, de él se trata, de Giordano Bruno, explicó que sus obras eran filosóficas y en ellas sólo sostenía que "el pensamiento debería ser libre de investigar con tal de que no dispute la autoridad divina".

Creía que podría convencer al tribunal de Venecia, una ciudad liberal dedicada al comercio, donde la Inquisición no actuaba con tanta dureza como en Roma. Pero en febrero de 1593 fue puesto en manos de la Inquisición Romana.

Giordano Bruno

En cuanto al científico, digamos que fue un astrónomo, filósofo, matemático, ingeniero y físico. Nacido en Pisa (Italia) el 15 de febrero de 1564 y fallecido el 8 de enero de 1642.

Nació, pues, en el Gran Ducado de Toscana (Pisa), como el mayor de siete hermanos e hijo de un músico y matemático. Provenía de la baja nobleza y fue educado desde los 10 años por un vecino religioso que consiguió que entrara en el convento de Santa María de Vallombrosa de Florencia. Allí se planteó una vida religiosa, momento en el que su padre le sacó del convento para que siguiera estudiando. Fue aceptado en la Universidad de Pisa donde estudió medicina, filosofía y matemáticas. A pesar de que el sueño de su padre es que fuera médico, fueron las matemáticas las que cautivaron la mente del italiano.

Aun siendo estudiante, descubre la ley de la isocronía del péndulo, el comienzo de lo que sería una nueva ciencia: La mecánica.

A pesar de no descansar en su tiempo universitario, abarcando varias disciplinas, vuelve sin título, pero con las ideas claras de que quiere seguir en el campo de la ciencia aplicando todos los conocimientos adquiridos.

Durante casi una década su actividad científica se desarrolla intensamente y comienza a demostrar muchos teoremas. De la misma forma, sigue con su faceta de inventor. Crea el pulsómetro, instrumento que permitía medir el pulso y aportar una escala de tiempo inexistente en la época. Descubre la cicloide, consistente en una curva descrita por un punto de la circunferencia al rotar esta, usado para dibujar arcos de puentes. Todos sus hallazgos e investigaciones le valen una cátedra de matemáticas en la Universidad de Pisa, lo que le permitía seguir con sus estudios además de percibir un sueldo.

En 1591 redacta su primera obra mecánica De motu.

En 1592 comienza en la Universidad de Padua como profesor de mecánica, geometría y astronomía. El cambio de ciudad le permite una gran libertad intelectual en comparación con los dirigentes que regían Pisa, mucho más conservadora.

Tras la muerte de su padre, se siente obligado a sustentar económicamente a su familia por lo que ocupa numerosas horas a la semana en ser profesor particular para estudiantes ricos que aloja en su propia casa. Es en estos tiempos cuando tiene tres hijos, dos niñas y un niño. Las hijas son enviadas a un convento al ser ilegítimas por no estar casado ni convivir con la madre de las mismas. Su hijo se queda bajo su cuidado.

Sin duda, ustedes ya habrán concluido que estamos hablando de Galileo Galilei. Y, efectivamente, él es nuestro científico.

En 1604 la fama de Galileo va en aumento debido a sus grandes descubrimientos: Probó su bomba de agua, descubrió la ley del movimiento uniformemente acelerado y publicó el Dialogo de Cecco da Ronchitti da Bruzene in perpuosito de la stella Nova. En ella, pone en duda las teorías de Aristóteles y apoya las del Copérnico. Quiere demostrar que el cielo sí es alterable al descubrir una nova. Recordemos que, según la Iglesia, el cielo de las estrellas era inmutable y sin cambios.

Su primer termoscopio lo construye en 1606, aparato capaz de comparar de manera objetiva el nivel del calor y frío.

Hasta 1609 se centra en el estudio de las estructuras de los imanes.

En 1609 recibe una carta que le hace tomar una nueva dirección. En la misma, uno de sus antiguos alumnos le informa de la existencia de un telescopio que permite ver los cuerpos a muchísima distancia. Galilelo se interesa en el tema y decide fabricar su propio telescopio. El mismo, mejora la versión existente al no deformar los objetos y aumentar seis veces el alcance. Además, la utilización de una lente divergente le permite ver la imagen derecha y no invertida. No contento con ello sigue fabricando más prototipos, que mejoran sus predecesores. El 21 de agosto de 1609 presenta un nuevo telescopio en el Senado de Venecia donde los asistentes son capaces de ver Murano que está a más de 2km.

Lega los derechos a la República de Venecia para su uso militar. A cambio, es confirmado de por vida como trabajador de la Universidad de Padua que le permite una estabilidad económica y dejar sus clases particulares. Por fin puede dedicarse solo a sus investigaciones y creaciones.

En 1610 Galileo consigue que el telescopio alcance un aumento de 20 veces y observa la Luna. Al ver que no era una esfera traslúcida y perfecta como decía la teoría aristotélica carga contra esta. Se aventuró incluso a realizar ilustraciones de las fases de la luna.

Tras este hito, descubrió la naturaleza de la Vía Láctea, cuenta las estrellas de Orión y que algunas de las estrellas visibles a simple vista son en realidad cúmulos de estrellas. Consigue observar los anillos de Saturno identificándolos como extraños apéndices. Descubre cuatro objetos que giran alrededor de Júpiter que aún hoy son llamados satélites galileanos: Ío, Europa, Ganímedes y Calixto.

Todos estos descubrimientos los agrupa en su publicación El mensajero de las estrellas.

Continúa con su cruzada en desestimar las afirmaciones de Aristóteles como, por ejemplo, que todos los cuerpos celestes giran alrededor de la Tierra. A pesar de que sus tendencias eran más copernicanas, también desestima la idea de que todos los cuerpos celestes giran alrededor del sol.

El 10 de abril de 1610 presenta todas sus investigaciones a la corte de Toscana, siendo todo un éxito.

A pesar de los consejos de sus colegas, deja la estabilidad de Venecia para volver a la Universidad de Pisa como Primer matemático. La Universidad le quería por su fama y sus investigaciones, liberándole de toda la carga docente.

Sigue investigando los planetas y sus primeros avistamientos sirvieron de base para otro gran astrónomo, Christiaan Hyugens.

Bajo el paraguas de Pisa prosigue sus estudios del universo y descubre las manchas solares, las fases de Venus y el argumento de las mareas.

En 1611 es nombrado sexto miembro de la Academia de los Linces, la academia de las ciencias italiana. Desde entonces todos sus estudios publicados tendrán en la portada el sello de la academia. Incluso el propio Colegio Romano da como válidas todas sus investigaciones.

Sin embargo, no todo es bienandanza, los seguidores de la teoría geocéntrica se alzan con ataques feroces sobre sus investigaciones. Los ataques se agudizan mediante la publicación de varios panfletos reivindicativos. Es entonces cuando los seguidores de Galileo también sacan las garras para defender las teorías de su líder. Durante años los ataques de varios seguidores son encarnizadas con publicaciones que rozan los ataques personales, dejando en ocasiones de lado las teorías científicas.

Tras la vuelta a Florencia de Galileo y siendo intocable en cuanto a su vertiente astronómica, sus detractores comienzan a criticar su teoría de los cuerpos flotantes. La lucha dura poco ya que sale victorioso del enfrentamiento durante el almuerzo en la mesa de Cosme II.

Poco después de la primera batalla, se pone en entredicho su hallazgo de las manchas solares. Galileo demuestra nuevamente que las manchas están sobre el sol y que no son conjuntos de estrellas situados frente al mismo.

Más tarde es su teoría de la rotación la protagonista. Vuelve a salir victorioso, pero, es el comienzo de los ataques religiosos, ataques que continuarían durante muchos años basándose en el Libro de Josué en el cual este detiene el movimiento del Sol y de la Luna, de lo que la Iglesia colegía que es el Sol el que se mueve y no la Tierra. Todos estos ataques y el hecho de haber escrito un libro (el famoso Diálogo sobre los principales sistemas del mundo), en el que ridiculizaba la posición de la Iglesia, provocan ser convocado por el Santo Oficio.

Galileo Galilei

Y así pues, mis queridos amigos, queda claro cuál es el punto de encuentro de estas dos notables personalidades.

¡Ambos enfrentaron un juicio por herejía ante el tribunal de la Santa Inquisición!

Detengámonos a considerar cuál fue la actitud de nuestros invitados de esta noche al enfrentar los juicios de marras. Comencemos por el Nolano:

Giordano Bruno pasó siete años en la cárcel de la Inquisición en Roma, junto al palacio del Vaticano. Sus mazmorras eran famosas y temidas. Se encerraba a los prisioneros en celdas oscuras y húmedas, desde las cuales se podían oír los gritos de los prisioneros torturados y donde el olor a cloaca era insoportable. Cuando compareció ante el tribunal, en enero de 1599, era un hombre delgado y demacrado, pero que no había perdido un ápice de su determinación: Se negó a retractarse y los inquisidores le ofrecieron cuarenta días para reflexionar. Éstos se convirtieron en nueve meses más de encarcelamiento.

El 21 de diciembre de 1599 fue llamado otra vez ante la Inquisición, pero él se mantuvo firme en su negativa a retractarse. El 4 de febrero de 1600 se leyó la sentencia. Giordano Bruno fue declarado hereje y se ordenó que sus libros fueran quemados en la plaza de San Pedro e incluidos en el Índice de Libros Prohibidos.

Al mismo tiempo, la Inquisición transfirió al reo al tribunal secular de Roma para que castigara su delito de herejía "sin derramamiento de sangre". Eufemismo para significar que debía ser quemado vivo. Tras oír la sentencia Bruno dijo: "Espero vuestra sentencia con menos miedo del que sentís vosotros al dictarla. Llegará el tiempo en el que todos veáis las cosas como yo las veo". Ese tiempo ha llegado ya, pero es probable que el martirio de Bruno sirviera de poco para lograr ese objetivo ya que significa responder a la emoción con la emoción y esta no es la esencia del pensamiento racional.

El 17 de febrero, a las cinco y media de la mañana, Bruno fue llevado al lugar de la ejecución, el Campo dei Fiore, en Roma. Los prisioneros eran conducidos en mula, pues muchos no podían mantenerse en pie a causa de las torturas; algunos eran previamente ejecutados para evitarles el sufrimiento de las llamas, pero Bruno no gozó de este privilegio. Para que no hablara a los espectadores le paralizaron la lengua con una brida de cuero, o quizá con un clavo. Cuando ya estaba atado al poste, un monje se inclinó y le mostró un crucifijo, pero Bruno volteó la cabeza. Las llamas consumieron su cuerpo y sus cenizas fueron arrojadas al Tíber.


En cuanto a Galileo, su libro Diálogo… estaba tan llanamente escrito y con una inclinación emocional tan grande hacia la teoría copernicana (en detrimento de la postura de la Iglesia), que su defensa tenía pocas probabilidades de triunfar. Y así se le hizo ver privadamente. Si quería evitar la tortura, la condena o la muerte, el único camino era reconocer su error, retractarse y pedir misericordia, lo que, como es bien sabido, fue lo que hizo.

El documento en el que se abjuró y maldijo sus “falsas” opiniones comienza diciendo:

Yo, Galileo, hijo del difunto Vinzenzo Galilei, florentino, con setenta años de edad, acusado ante este tribunal y arrodillado ante ustedes, Eminentísimos y Reverendísimos Señores Cardenales Inquisidores-Generales contra la herética depravación y tocando con mis manos los Sagrados Evangelios, juro que siempre he creído, creo y, con la ayuda de Dios, creeré en el futuro, en todo lo que sostiene, predica y enseña la Santa Iglesia Católica y Apostólica, pero después de habérseme ordenado por este Santo Oficio que abandone por completo la falsa noción de que el Sol es el centro del mundo y que no se mueve y que la Tierra no es el centro del mundo y que no se mueve, así como que no debo sostener, defender ni enseñar en modo alguno, oralmente ni por escrito

El resultado del proceso de Galileo fue que se vio obligado a negar la doctrina copernicana y a vivir, el resto de su vida, en detención domiciliaria en su casa de campo, cerca de Florencia. Le permitieron recibir visitas y mucha gente fue a verlo desde el extranjero. Durante el último año de su encierro le falló la vista, pero nunca su mente indagadora.

En esos años consigue escribir valiosas obras y estudios que son publicados por sus discípulos. Antes de perder la visión definitivamente, consigue escribir Discursos sobre dos nuevas ciencias, donde establece los fundamentos de la Mecánica, poniendo fin a la física aristotélica.

El 8 de enero de 1642 Galileo Galilei fallece a los 77 años. Sus restos permanecen desde entonces en el mausoleo erigido para él en la iglesia de la Santa Cruz de Florencia.



Fácil es, queridos amigos, criticar ambas posturas, una por terca y la otra por complaciente. Creo, sin embargo, mucho más correcto admirar la valentía de Bruno para enfrentar a la muerte y agradecer los años extra que vivió Galileo porque nos dejaron lo mejor de su obra.

Por último, creo también que, antes de criticar, uno debe pensar en qué hubiera hecho en la posición de nuestros invitados de hoy.

Soy Martín Ignacio NIEVA y esto fue: Punto de Encuentro.

¡Hasta nuestro próximo episodio!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Del odio entre clanes

En 1945, el general Dwight D. Eisenhower, comandante supremo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, al encontrar a las víctimas de los...